OMC: NOTICIAS 2011

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> Pautas del comercio y cadenas de valor globales en Asia Oriental: del comercio de mercancías al comercio de servicios

  

Es para mí un honor hablar hoy ante ustedes de este libro, fruto de la cooperación entre la Organización Japonesa para el Fomento del Comercio Exterior (IDE — JETRO) y la OMC. Este proyecto ha dado origen a un producto que es a la vez elegante y significativo. Dado que representa la puesta en práctica de destrezas japonesas, sólo podía ser una combinación y un equilibrio acertados entre la profundidad y la belleza. Debo reconocer el mérito de todos aquellos que participaron en esta “cadena de suministro” realmente internacional. Siempre es un reto exponer asuntos complejos de forma sencilla y didáctica, sin simplificar excesivamente el análisis.

Quienes han tenido oportunidad de mantenerse al tanto de las actividades de la OMC, más allá de las más conocidas de negociación comercial, solución de diferencias y misiones de supervisión, saben que una de nuestras prioridades es comprender las repercusiones en el comercio de la fragmentación de los procesos de producción manufacturera mundial. Los responsables de las políticas deben orientarse por estadísticas correctas. Por consiguiente, la necesidad de medir el comercio en función del valor añadido, con el fin de obtener información exacta, es el elemento central de esta publicación. En 2008, la IDE-JETRO fue la primera institución que respondió al llamamiento de la OMC para comenzar la labor sobre el comercio de valor añadido en 2008, comprendiendo plenamente su importancia. Desde entonces, muchas otras organizaciones han unido sus fuerzas para trabajar sobre este tema, como la OCDE, la Comisión Europea o el Banco Mundial.

Efectivamente, el tema tiene gran importancia, ya que en el mundo actual el comercio parece muy diferente de lo que era después de la segunda guerra mundial, cuando se forjaron las primeras normas reguladoras del comercio mundial que dieron origen a la creación del GATT. Desde su primera versión de 1947, se ha observado una notable expansión del comercio internacional, que ha crecido con mucha mayor rapidez que la producción mundial. La relación entre el comercio internacional y el valor del PIB mundial ha aumentado de menos del 6 por ciento en 1950 a más del 20 por ciento en la actualidad.

En los últimos 20 años, este cambio, de por sí impresionante, se ha acelerado. La oleada reciente de globalización ha modificado radicalmente la antigua división del trabajo entre los países. Ya no tenemos una economía en la que los países intercambian productos acabados, como solía decir Ricardo sobre las exportaciones de prendas de vestir de Inglaterra a Portugal y las exportaciones de vino de Portugal a Inglaterra. Hoy en día los países tienden a especializarse en “tareas”, más que en “productos”.

Las cadenas mundiales de valor o cadenas internacionales de suministro ocupan un lugar central en esta evolución:  las piezas y los componentes que constituyen un producto final se fabrican en diversos países de todo el mundo, muchos de los cuales son países en desarrollo. Tomando una expresión del Profesor Richard Baldwin, la actividad manufacturera está “desagregada”.

Con la fragmentación internacional de la producción van desapareciendo las fronteras nacionales y las distancias. La reducción de los costos de transporte, la revolución de las tecnologías de la información y la mayor apertura de las economías han hecho que resulte más fácil distribuir la producción entre una serie de países.

Hay quienes afirman que, hoy en día, todos vivimos en la misma aldea mundial, mientras otros sostienen que la tierra es plana. Lo que sí es seguro es que el mundo está cada vez más interconectado. La “fabrica asiática”, como suele denominársela, no surgió de la nada, sino que respondió a una lógica industrial que tenía sus raíces a miles de kilómetros de distancia. El libro que presentamos hoy, relativo a las pautas del comercio y las cadenas mundiales de valor en Asia Oriental, demuestra que la producción industrial en Asia viene impulsada por la demanda de los Estados Unidos y explica cómo los productores asiáticos se han organizado para satisfacer esa demanda, especializándose en función de sus ventajas comparativas.

Efectivamente, hoy en día, el comercio internacional se ha vuelto inseparable de las redes mundiales de producción, y es importante que los responsables de las políticas, los analistas y los que dan forma a la opinión comprendan plenamente las repercusiones de esa interdependencia económica entre los Miembros de la OMC que participan en el sistema multilateral de comercio.

Sin embargo, parece que la realidad económica está avanzando con mucha mayor rapidez que nuestra capacidad de comprenderla y representarla. La política comercial actual aún parece estar dominada por la antigua mentalidad mercantilista del siglo XIX, cuando los países medían el éxito del comercio según la cantidad de oro acumulada en las arcas reales.

Pero desde el siglo XIX las cosas han cambiado espectacularmente, y el comercio internacional ya no puede considerarse como un juego de suma cero en el que mis beneficios son las pérdidas de mi interlocutor comercial.

Esta transformación de la naturaleza del comercio internacional, también cambia los principales objetivos de las negociaciones comerciales. Tratar el tema arancelario es técnicamente simple, en comparación con las negociaciones en otros ámbitos necesarias para hacer posible el funcionamiento de las cadenas mundiales de valor, como los marcos normativos que rigen la inversión extranjera directa y los servicios. Las repercusiones son profundas, ya que las cuestiones que se plantean y las medidas que se aplican dentro de las fronteras afectan a políticas e instituciones públicas fundamentales de carácter sensible. El más reciente Informe sobre el Comercio Mundial de la OMC destaca que la negociación de los marcos normativos de las cadenas mundiales de suministro probablemente sea la principal razón que justifica la multiplicación de los acuerdos comerciales regionales.

Las cadenas mundiales de suministro también suponen que las categorizaciones utilizadas frecuentemente en las negociaciones comerciales, como los intereses “ofensivos” y “defensivos”, pierden nitidez. Por ejemplo, durante el Foro Público de la OMC celebrado en septiembre, un economista sueco señaló que el 80 por ciento del efecto de los derechos antidumping que gravan las importaciones baratas de calzado procedentes de los países asiáticos en desarrollo, en realidad recae sobre importaciones de valor añadido europeo. Dicho de otro modo, la medida antidumping afectaba principalmente a las empresas europeas que exportaban diseño y componentes que se ensamblaban en países asiáticos en desarrollo.

Las cadenas mundiales de suministro ponen de manifiesto algo que los economistas especializados en cuestiones comerciales saben desde hace mucho tiempo:  el comercio no es un juego de suma cero, y debidamente concebido, puede beneficiar a todas las partes. La producción manufacturera mundial ha dado una nueva dimensión a la relación entre comercio, inversión, producción industrial y desarrollo.

En este libro se expone con claridad la nueva economía del comercio y el desarrollo. En él se muestra que los tradicionales gigantes industriales de Europa, el Japón y los Estados Unidos llevaban a cabo la subcontratación y externalización de las tareas que requieren escasa capacitación, a fin de concentrarse en sus actividades centrales, particularmente de investigación y desarrollo, ingeniería y comercialización. A la inversa, los países en desarrollo se han beneficiado de la aceleración de la transferencia de capacidad de producción, gracias a las corrientes de inversión extranjera directa y conocimientos técnicos industriales que recibieron durante el proceso.

Llaman especialmente la atención los gráficos del libro, que muestran la rapidez con la que las economías asiáticas en desarrollo alcanzaron a la del Japón y se convirtieron en los principales interlocutores comerciales de los Estados Unidos. Este hecho no ha disminuido la importancia ni la riqueza del Japón. En realidad, esos cambios reflejaron una redistribución de las funciones y de las tareas en la cadena de suministro regional, y la mayoría probablemente fueron iniciados por las propias empresas japonesas. Lejos de ser un juego de suma cero, el comercio de operaciones resulta ser un juego beneficioso para todos los países de la región.

En menos de 20 años, los países relativamente menos avanzados de Asia han pasado a ser importantes actores en los sectores manufactureros. Aparte de China, considerada actualmente como la “fábrica del mundo”, hay otros casos de éxito industrial en Malasia o Tailandia. La producción manufacturera no es lo único que florece en esta nueva división del trabajo entre las economías industrializadas y en desarrollo. El comercio de servicios comerciales se ha multiplicado, ya que, para desarrollarse, la producción manufacturera mundial necesita servicios logísticos, servicios de comunicación y servicios prestados a las empresas modernas. En este proceso, como demuestra el libro, Hong Kong y Singapur se han convertido en gigantescos centros de comercio, mientras que la India y Filipinas han desarrollado con éxito actividades de exportación de servicios prestados a las empresas.

Actualmente, han aparecido nuevos actores que se suman a la cadena asiática de suministro regional, haciendo las inversiones y las reformas institucionales necesarias para beneficiarse de sus ventajas comparativas. Algunos de estos nuevos países participantes, como Camboya o Viet Nam, están entre los más pobres del mundo. Su experiencia, como la de otros países de Asia que los precedieron en esta aventura, es de suma importancia para entender plenamente cómo los países menos adelantados pueden beneficiarse de la nueva economía internacional.

Ahora me gustaría referirme a los efectos de la producción manufacturera mundial y del comercio de tareas en la forma en que deberíamos comprender actualmente la economía internacional y la necesidad de fomentar su reglamentación en el plano mundial.

Hoy en día, las redes internacionales de producción se entrecruzan en todo el planeta, si bien hay regiones que siguen estando en gran medida ausentes, como África y América Latina (salvo México, Costa Rica y el Brasil). Si se excluye el petróleo, un 60 por ciento del comercio internacional corresponde a productos semiacabados, piezas y componentes. Este hecho tiene profundas repercusiones en el empleo y el bienestar social. El trabajo de un empleado en un país, cuya tarea es añadir valor a la elaboración de mercancías, suele depender de la puesta en marcha sin problemas de plantas de producción situadas a miles de kilómetros.

Lamentablemente, hemos observado que cuando en marzo la catástrofe natural azotó al Japón, las líneas de producción de automóviles y productos electrónicos de Europa y los Estados Unidos debieron detenerse o desacelerarse, ya que se habían quedado sin los componentes que producían sus proveedores japoneses. Del mismo modo, la crisis financiera mundial que empezó en los Estados Unidos y se propagó a Europa tuvo un efecto negativo rápido y profundo en el comercio de la mayoría de los países, incluso en las economías emergentes, ya que las cadenas de suministro ajustaron rápidamente sus existencias y sus niveles de actividad a la situación de incertidumbre y la caída de la demanda.

El aumento de la interdependencia económica a través del comercio y las cadenas mundiales de suministro exige una renovación del dinamismo del sistema multilateral de comercio. La Ronda de Doha está paralizada y atraviesa su crisis más grave en sus 10 años de existencia, una crisis básicamente política que afecta a pocos, pero poderosos, actores. Y las negociaciones están estancadas en el tema más tradicional del sistema multilateral de comercio:  nada menos que los aranceles industriales. Mientras los miembros se esfuerzan por encontrar un equilibrio en la liberalización parcial de la agricultura y los productos no agrícolas, no es poco el interés por lograr una liberalización más profunda a través de acuerdos comerciales preferenciales, ya sean zonas de libre comercio o uniones aduaneras. Como ya dijimos, esos acuerdos se tornan necesarios, no sólo para liberalizar el comercio, sino también para establecer las normas y disciplinas que requiere el constante desarrollo de las cadenas de suministro, por ejemplo, en las inversiones y los servicios.

Estoy seguro de que el sistema multilateral de comercio terminará por ponerse al día, pero antes ¡es necesario concluir el PDD!  Ponerse al día implicará un proceso de convergencia y armonización o, como mínimo, requerirá que se evite la incoherencia de los diversos marcos normativos que han surgido de los acuerdos comerciales preferenciales. Coincidir en materia arancelaria es un asunto técnicamente simple. La maraña normativa plantea retos y costos mucho mayores. Todos debemos empezar a observar este fenómeno con más detenimiento si queremos que los acuerdos comerciales preferenciales actúen como pilares, y no como obstáculos. A este respecto, espero con interés los debates del grupo especial sobre el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica y sus repercusiones.

A modo de conclusión, me gustaría destacar la importancia de la producción manufacturera mundial y la experiencia de Asia para entender mejor la relación entre comercio y desarrollo. Lo que hicieron los países asiáticos para convertirse en los principales fabricantes del mundo ofrece algunas lecciones para otras economías.

En primer lugar, que la autarquía y el aislacionismo no son una opción sostenible, como algunos partidarios de la “desglobalización” quisieran hacernos creer. Los países de Asia abrieron sus economías al comercio y a la inversión extranjera, y fue así como se pasó del “Asia en desarrollo” al “Asia emergente”.

En segundo lugar, que el Estado, en sus dimensiones centrales y territoriales, es un asociado clave para la facilitación del comercio. El libro demuestra cómo los gobiernos de la región cooperaron con los sectores industriales para reducir el costo de las operaciones comerciales, bajando los aranceles aplicables a las mercancías objeto de comercio, simplificando los procedimientos aduaneros y creando una infraestructura adecuada de transportes y comunicaciones.

En tercer lugar, que las redes mundiales de producción no sólo tienen que ver con los productos manufacturados, sino que también abarcan los servicios. Efectivamente, una de las principales conclusiones del libro es la existencia de un estrecho vínculo entre la producción de manufacturas, los servicios prestados a las empresas y la logística internacional.

Para terminar, quisiera reiterar mi agradecimiento a IDE-JETRO y a las autoridades japonesas por su cooperación en este proyecto y por invitarme a esta ceremonia. También les doy a ustedes las gracias por su atención y su gran paciencia.

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