Lo que está ocurriendo en la OMC
NOTICIAS:  COMUNICADOS DE PRENSA 1999

PRESS/139
28 de septiembre de 1999

“Las pruebas que deberá superar el sistema mundial de comercio en el nuevo milenio”

Se adjunta el texto del discurso que el Sr. Mike Moore, Director General de la Organización Mundial del Comercio, pronunció hoy (28 de septiembre) en Wáshington, D.C. ante el Consejo de Relaciones Internacionales.

No puedo imaginar ningún lugar más apropiado que éste para pronunciar mi primera declaración pública en los Estados Unidos en mi calidad de Director General de la Organización Mundial del Comercio. Ciertamente es un gran honor para mí tener esta oportunidad de hablar ante el Consejo de Relaciones Internacionales, órgano que durante más de tres cuartos de siglo ha hecho tanto por fomentar la cooperación y la comprensión internacional y mantener el compromiso de los Estados Unidos en el mundo.

En el umbral del próximo milenio enfrentamos retos fascinantes. Retos compartidos por la comunidad de países más estrechamente entrelazada que ha existido nunca en la historia de la humanidad. Nos une una proximidad guiada por un creciente consenso a favor de la apertura, de una apertura fundada en valores democráticos y liberales, y en las poderosas fuerzas de las nuevas tecnologías en rápida evolución. Toca a los Estados Unidos un papel central en esta historia de interdependencia. La paz, la seguridad y el desarrollo corren un peligro inminente cuando Estados Unidos no se involucra. Sin embargo, algunas veces es difícil ser estadounidenses, porque se les pide iniciativa y cuando la toman se les acusa de prepotentes. Pero necesitamos su liderazgo y su visión. Necesitamos su generosidad. Un ex Presidente de Tanzanía dijo que cuando Estados Unidos estornudaba, el mundo entero se resfriaba. Del mismo modo, cuando Estados Unidos marca rumbos y define una visión mundial integral, el mundo puede prosperar.

Dentro de poco más de un mes se cumplirán 10 años de la caída del Muro de Berlín. Cayó porque millones de personas se rebelaron, no sólo contra la pérdida de su libertad política, sino también contra la pérdida de su libertad económica. El final de la Guerra Fría significó el final de toda pretensión de competencia viable entre los sistemas de organización económica y social planificados centralmente y los basados en el mercado. Nunca se han sustentado los valores de la libertad y la democracia en tantas parte del mundo como ahora. Nos queda un largo camino por recorrer, pero la tendencia es prometedora. Estos valores no son propiedad de ningún país en particular. Son valores ampliamente compartidos. La difusión de la democracia no equivale a la “americanización” del mundo, y no contribuye a este proceso que la gente piense tal cosa. Estados Unidos ha dado un buen ejemplo de democracia en la práctica, pero la democracia es un valor muy antiguo, con una vocación histórica amplia. Estos son ahora valores universales. La democracia ha sido puesta en práctica de diferente forma a lo largo de los siglos y ha evolucionado hacia un internacionalismo democrático en el que la soberanía se ve realzada por los tratados y por las instituciones mundiales. En la mitad de este siglo hemos aprendido que la libertad no puede sobrevivir en un país aislado; que cuando la libertad se ve amenazada en un lugar, está amenazada en todas partes. Esto es aún más cierto en estos momentos, en que el mundo es cada vez más interdependiente.

Si bien el Estado nación sigue siendo la unidad clave de la organización económica, social y política mundial, una característica definitoria de nuestra época es que ningún país es viable si permanece aislado, por muy grande que sea. La cooperación no es una opción, es algo indispensable para sobrevivir. Como observó el Presidente Clinton con motivo de la celebración en Ginebra, en mayo del año pasado, del Cincuentenario del Sistema Multilateral de Comercio: “La mundialización no es una propuesta ni una opción política, sino un hecho”. Ningún país, grande o pequeño, puede asegurar solo su futuro. Ningún país puede ni siquiera administrar un sistema tributario, una compañía aérea o un sistema de salud adecuado, luchar contra el SIDA, o garantizar un medio ambiente limpio sin la cooperación de los demás.

La globalización tiene muchos aspectos y, según la idea general, no todos ellos son buenos. Los Estados Unidos han gozado de un período sin precedentes de crecimiento económico y bajo desempleo, que Alan Greenspan caracterizó recientemente como “la demostración más contundente de la historia de la capacidad productiva de los pueblos libres que operan en un mercado libre”. Sin embargo, la gente se siente menos segura, más preocupada e incierta. Cada vez son más, y no solamente en los Estados Unidos, los que se sienten excluidos, olvidados y airados, bloqueados esperando el tren prometido que tal vez no llegue nunca. Ven la globalización como una amenaza, el enemigo, la razón de todos sus males. La tarea central que deben acometer los gobiernos es hacer que la prosperidad que surge de la globalización sea accesible al pueblo. Poco significa para los desempleados de todo el mundo que se les diga que, desde el punto de vista estadístico, se encuentran mucho mejor que nunca. Esta tarea tiene muchas y complejas dimensiones, que van mucho más allá de la política económica internacional, pero tiene también una inconfundible dimensión internacional. Los gobiernos deben cooperar en las esferas del comercio, las inversiones y las finanzas para obtener los máximos beneficios de la especialización internacional, y al mismo tiempo deben dejar el espacio necesario para hacer frente a las consecuencias del cambio que afectan a determinados grupos.

John F. Kennedy dijo una vez que si una sociedad libre no pudiera ayudar a los muchos que son pobres, tampoco podría salvar a los pocos que son ricos. La desigualdad, la creciente desigualdad, es un flagelo de nuestro tiempo. Se plantea tanto entre los países como dentro de cada país. En cada país, los gobiernos deben trabajar por crear las condiciones que promuevan la inclusión, especialmente ayudando a los trabajadores desplazados a adquirir nuevas aptitudes y conocimientos. La justicia y el trato equitativo tienen sentido desde el punto de vista económico. Todos necesitamos nuevos clientes. Las políticas sociales, de esa u otra índole, van más allá de lo que el sistema multilateral de comercio puede dar, pero éste dará cada vez menos si no se resuelven los problemas. En el plano internacional, es necesario encontrar la forma de incorporar cada vez más al sistema a los países de bajos ingresos y tratar de crear las condiciones en las que puedan obtener más beneficios y acortar distancias. Según el Banco Mundial, el ingreso per cápita de los países más ricos ascendió de una suma apenas superior a 10.000 dólares en 1970 a 20.000 dólares a mediados del decenio de 1990. En los dos tercios de los países, de ingresos medios y más bajos, la renta apenas se mantuvo al mismo nivel que tenía, mucho más bajo.

Sin embargo, causa horror y consternación ver a los menos vivir en el esplendor y a los más en la miseria, con medio mundo haciendo régimen para adelgazar y la otra mitad muriéndose de hambre. Esto no solamente significa una diferencia cada vez mayor en la que todos estén mejor que antes. Algunos están, en términos absolutos, peor de lo que estaban dos o tres decenios atrás. Hay quienes tienen la tentación demagógica de culpar a la globalización y al comercio de esta situación. En realidad, la especialización internacional es una pequeña parte de esta historia; una fuente mucho más importante de presión en este sentido es el cambio tecnológico. No es difícil comprender que el populismo y los políticos encontrarán más fácil acusar a los extranjeros de las tensiones y de la desigualdad sociales que hacer causa común con quienes se oponen a la tecnología. Estudian las encuestas de opinión para descubrir a sus mandantes. Pero cualquiera sea la verdadera causa de este problema, la realidad es que la especialización internacional es decisiva para solucionar los problemas de la desigualdad y la exclusión. Hace falta un sistema de comercio fuerte y que funcione bien para generar los ingresos necesarios para hacerles frente. Es innegable que a los países que han liberalizado su comercio les ha ido mejor que a los que no lo han hecho. Debemos admitirlo. Benjamin Franklin observó en una oportunidad que el comercio no arruinó nunca a ningún país. Podría haber dicho que ningún país ha prosperado nunca sin el comercio. No obstante, el comercio no es un fin en sí mismo. Deberíamos acordarnos de decir Porque: porque queremos más empleos, más ingresos para gastos sociales, y porque queremos un mundo más seguro.

II

Consciente de la amarga experiencia de la gran depresión y del papel que el proteccionismo desempeñó al prolongar y profundizar esa agonía, los Estados Unidos asumieron el papel central de configurar el sistema multilateral de comercio de la posguerra. Es un sistema que nos ha servido bien hasta ahora durante más de 50 años, un sistema basado en el imperio del derecho. Sus resultados están determinados por el juego de las fuerzas económicas sustentadas en un conjunto de normas y no en el ejercicio de la fuerza. La reciente crisis financiera asiática tuvo el efecto de una conmoción profunda, justo en el momento en que muchos comentaristas y analistas económicos estaban comenzando a hablar de un sistema económico mundializado que daría lugar a un crecimiento ininterrumpido y a una inédita prosperidad en un futuro indefinido, que sería el fin de la historia. Bien, el futuro sigue presentándose alentador y aunque la crisis asiática fue una experiencia en cierto modo humillante para los dirigentes de todo el mundo, fue también una demostración impresionante de la forma en que funciona nuestro sistema multilateral de comercio. En abierto contraste con la situación de fines de 1920 y comienzos de 1930, los gobiernos no cayeron en la tentación ni recurrieron a la falsa solución del proteccionismo. Cumplieron sus compromisos internacionales tanto en el espíritu como en la letra y mantuvieron sus mercados abiertos. Algunos de los países más afectados incluso abrieron más sus mercados.

Este es el sistema creado por nuestros padres, y que se nos ha encomendado preservar y fortalecer. Esta es la prueba que debemos superar en Seattle. No siempre es fácil, frente a las presiones ejercidas sobre los gobiernos para defender el statu quo y resistir a los cambios. El statu quo es el compromiso de ayer. En los Estados Unidos, una de las economías más abiertas del mundo, la presión añadida a favor de la protección se apoya en argumentos basados en el déficit comercial. Un déficit comercial de unos 300.000 millones de dólares, se alega, es una prueba elocuente de la necesidad de limitar las importaciones. Pero los principios básicos de economía nos explican que un déficit comercial tiene mucho menos que ver con la política comercial que con otros factores macroeconómicos fundamentales. Además, la economía nos obliga a preguntarnos si los déficit comerciales siempre son indeseables. La presión por disminuir el déficit comercial también se traduce en la exigencia de que otros países abran sus mercados. Los mercados abiertos son mucho mejores que los mercados cerrados, para todos los países, pero esta es una meta que debemos alcanzar a través de negociaciones e intercambios basados tanto en la realidad como en la idea de la ventaja mutua. El unilateralismo es la antítesis de un sistema basado en normas, una fórmula que produce en las relaciones económicas internacionales una tensión y una inestabilidad que invariablemente dan lugar a cosas mucho peores. Estados Unidos ha resistido durante mucho tiempo a la tentación del expediente unilateral, y por ello les estoy agradecido.

Estamos entrando en una fase decisiva de los preparativos para la Conferencia Ministerial de Seattle, que tendrá lugar dentro de dos meses apenas. Debemos definir el programa de esa reunión con urgencia. Pienso que deberíamos ser ambiciosos, no solamente movernos por la teoría de la bicicleta, sino motivarnos por una evaluación de lo que la liberalización del comercio ya ha reportado y lo que aún puede reportar. Sabemos que habrá negociaciones sobre una mayor liberalización del comercio de servicios y de productos agrícolas porque los gobiernos ya se han comprometido a ello como resultado de la Ronda Uruguay. Pero ¿extenderemos las negociaciones sobre acceso a los mercados también a los productos industriales? y ¿qué haremos con respecto a las normas: las reforzaremos aún más, las extenderemos tal vez a nuevas esferas? Éstas son cuestiones sobre las cuales los gobiernos aún no se han puesto de acuerdo, y ha llegado el momento de que asuman un compromiso serio. En Seattle no haremos nada menos que definir la orientación de las relaciones comerciales en el nuevo milenio. El mensaje es tan importante como el resultado concreto que se obtenga. Los gobiernos deben estar a la altura de la ocasión y dejar los argumentos oportunistas a corto plazo, de estrechas bases, contrarios al aprovechamiento de nuevas oportunidades. Deben negarse a volver la espalda a cinco decenios de cooperación notablemente fructífera a través del sistema del GATT y la OMC.

III

Quisiera terminar las observaciones de esta noche centrándome en dos aspectos particulares de las pruebas que debemos superar: la apremiante situación de los países menos adelantados y nuestra relación con la sociedad civil. No puede resultarnos demasiado difícil convenir en que, si no podemos compartir más ampliamente las ventajas del desarrollo, la paz y la seguridad, habremos fracasado. El objetivo de asegurar que los frutos del sistema se repartan ampliamente no es una cuestión de altruismo. Es algo que concierne al interés propio de cada uno. Que nadie se equivoque a este respecto. Hay muchas razones por las cuales los países menos adelantados no han llegado aún a compartir plenamente los beneficios de la globalización, y algunas de ellas comienzan por casa. La historia es un maestro severo. ¿Cómo podemos en conciencia rechazar los productos de un país que ha heredado una carga del servicio de la deuda nueve veces mayor que lo que gasta cada año en salud en medio de una epidemia de SIDA? Sabemos cuán decisivo es que haya una política nacional sana y cuán fundamental como factor determinante del progreso es una práctica de buen gobierno. El sistema de comercio no puede restar importancia a estos retos. En ese sentido, un acuerdo sobre la transparencia de la contratación pública sería un comienzo modesto pero con un profundo mensaje.

Sin embargo, hay algo de significativo valor que podemos hacer. Podemos asegurarnos de que los países menos adelantados no tropiecen con obstáculos adicionales a su crecimiento y desarrollo como consecuencia de los obstáculos al comercio que opongan otros países. Apoyo sin reservas la propuesta que hizo tres años atrás mi predecesor Renato Ruggiero en la cumbre del G-8 en Lyon para la eliminación de las restricciones comerciales contra los países menos adelantados. Esto significa tan poco en términos económicos para los países más ricos, y lo que implica es inequívocamente ventajoso para el conjunto de la economía: precios más bajos y más variedad para el consumidor. En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, el grupo de países designados menos adelantados por las Naciones Unidas representa solamente el 0,7 por ciento de las importaciones totales. La cifra que corresponde al mundo en su conjunto es apenas del 0,5 por ciento. Sorprendentemente, solamente un 20 por ciento de las exportaciones de los países menos adelantados entran exentas de derechos en los Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, los impuestos sobre esas importaciones representan apenas el 1 por ciento menos de los ingresos totales por concepto de aranceles.

Mientras continúa el debate legislativo aquí en Wáshington para definir el régimen nacional de comercio frente a los países de África, ¿no convendría tratar esta cuestión también en un plano internacional? Puedo ver dos ventajas inmediatas. El sistema de la OMC aún es definido por los opositores como un club de ricos. Tal vez haya algo de verdad en esta caracterización, pero una medida bastaría para contradecirla: una iniciativa multilateral para garantizar a los productos de los países menos adelantados un acceso sin trabas a los mercados. En segundo lugar, al adoptar un enfoque multilateral, las condiciones de los mercados podrían ser modificadas de una sola jugada, no solamente en los Estados Unidos, sino además en la Unión Europea, en el Japón y por doquier. El régimen de comercio constituye sólo uno de los aspectos de nuestra posible contribución al logro de un trato más equitativo para los países menos favorecidos. Muchos países tienen verdaderos problemas para la aplicación de los instrumentos en el plano técnico y necesitan asistencia. La solución de estos problemas redundará en interés de todos. Se requieren recursos para mejorar los conocimientos especializados, crear instituciones, prestar asistencia en la aplicación y preparar a estos países para una participación más plena en la economía internacional. Confío en que en Seattle también podamos conseguir algo en este frente. Será una batalla en la que todos ganarán.

IV

Un rasgo notable de la situación actual comparada con la existente pocos años atrás es el interés activo de las organizaciones no gubernamentales en nuestro trabajo. La Ronda Uruguay fue lanzada en el silencio de la apatía pública. Seattle será muy diferente. Es otra batalla. Cientos
de ONG y decenas de miles de personas irán a esa ciudad para decirnos de diversa forma lo que piensan de lo que estamos haciendo. Para algunos, será un pregonar sobre todo lo malo que ven en el mundo. Para otros, será una acción más centrada en los objetivos que perseguimos. La sociedad civil no siempre es civil. No obstante, merece ser escuchada. Si no tenemos una actitud receptiva no podemos esperar el apoyo del público.

No todos nuestros críticos están equivocados. Podemos hacer más por que nuestro trabajo sea transparente y abierto. Para ello se requiere el consentimiento de los gobiernos, y siempre tendrá su lugar legítimo la confidencialidad, como en cualquier ordenamiento jurídico. También es preciso que los gobiernos interaccionen efectivamente con la sociedad civil en el plano nacional. La opinión pública es tan importante en la India como en los Estados Unidos. Ir al encuentro de la sociedad civil es responsabilidad de los gobiernos soberanos pero también nosotros podemos hacer nuestra
parte. Por último, quisiera hacer un llamamiento a quienes apoyan al sistema, aquellos que ven y experimentan sus ventajas, a que participen activamente apoyando a los gobiernos en la tarea de preservar y fortalecer el sistema multilateral de comercio. En la discusión es necesario escuchar a ambas partes. Los argumentos a nuestro favor no deberían considerarse obvios. Por el contrario, es más que necesario que nos expliquemos.

Estoy orgulloso de lo que hacen los embajadores en Ginebra. ¿Qué podría ser más democrático que el hecho de que los gobiernos soberanos den instrucciones a los embajadores para que concierten acuerdos que luego serán aceptados por los gabinetes y los parlamentos? Nuestro trabajo es propugnar la soberanía de los Estados estableciendo normas en cuyo marco nuestro mundo cada vez más interdependiente pueda funcionar mejor. Una parte demasiado grande de este siglo se caracterizó por la fuerza y la coacción. Nuestro sueño para el siglo venidero es que sea el de la persuasión: una civilización mundial basada en normas, en el derecho y en el compromiso de respaldar y fortalecer las decisiones de gobierno.

Se trata de una simple propuesta. ¿Deseamos o no un mundo basado en normas? Como dije antes, el Presidente Clinton declaró con acierto que la mundialización es una realidad y no una opción política. ¿Cómo debemos encararla entonces? Esa es la única pregunta posible. Por ello, las organizaciones internacionales deben defender valores que representen principios democráticos, políticos y económicos.