WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY
Reconciliar a América con un sistema comercial abierto, Washington D.C., 24 de abril de 2009
Quiero dar las gracias a Fred y al Peterson
Institute por haber organizado este evento y por brindarnos la
oportunidad de considerar el comercio en el marco de los actuales
trastornos económicos y cómo puede formar parte de la solución mundial.
En la actualidad nos enfrentamos a la peor crisis económica que se ha
conocido en mucho tiempo y a la primera crisis mundial de la historia de
la humanidad. Una crisis que amenaza con desbaratar el desarrollo
económico logrado en muchos países y con erosionar la fe de la gente en
un sistema de comercio internacional abierto.
El comercio ha sido otra víctima de esta crisis: los economistas de la
OMC prevén para este año una disminución de cerca del 10 por ciento en
volumen, el peor resultado desde el final de la segunda guerra mundial.
Esta caída libre virtual del comercio y la creencia de que las economías
más abiertas están soportando la peor parte de dicha disminución ha
llevado a algunos a argumentar que la apertura del comercio ha hecho que
las economías sean más vulnerables a la crisis.
En el peor de los casos, el comercio ha sido un mecanismo de
transmisión, pero desde luego no ha sido la causa del hundimiento de la
demanda. La principal explicación de esta contracción es la reducción
simultánea de la demanda agregada en todas las economías importantes del
mundo.
Además, la financiación del comercio, que lubrica la maquinaria del
comercio internacional, se está agotando, lo que contribuye a su
contracción. Por otra parte, la disminución de la demanda agregada
afecta a las cadenas de suministro mundiales que, a su vez, engrandecen
la contracción del comercio. Con las estrategias globales de producción
y el progreso tecnológico el comercio registró un aumento superior al
del crecimiento mundial. Con la actual contracción mundial, el comercio
está registrando una disminución exponencial.
Por último, algunos países han aumentado los aranceles, impuesto nuevas
medidas no arancelarias e iniciado más acciones antidumping. Algunas de
las medidas que se han introducido para estimular las economías
contienen disposiciones que favorecen a los bienes y servicios
nacionales a expensas de las importaciones. Cierto es que la mayoría de
estas medidas están autorizadas por las normas de la OMC. También es
cierto que hasta ahora ninguna de ellas ha activado una dinámica de
retorsión en cadena. Pero no se puede negar que han tenido efectos de
enfriamiento del comercio.
La apertura de los mercados puede en efecto exponer a los países a una
mayor volatilidad. Pero la respuesta no consiste en dar la espalda a la
apertura, sino en asegurarse de que la apertura de los mercados vaya
acompañada de normas internacionales y de políticas nacionales que den
seguridad a los trabajadores y a las empresas frente al efecto
schumpeteriano de la competencia y frente a la ahora bien conocida
volatilidad del capitalismo de mercado.
Las últimas veces que he viajado por este país me ha chocado el malestar
de muchos hombres y mujeres estadounidenses que culpan de la pérdida de
su empleo a las importaciones baratas. Que culpan al comercio por el
estancamiento de su salario, la pérdida de su seguro médico y el
deterioro del medio ambiente.
Sabemos que los países obtienen beneficios del comercio como
consecuencia del aumento de la eficiencia de la economía que ocasiona el
hecho de especializarse en productos en los que tienen una ventaja
comparativa. También sabemos que si va acompañado por las políticas
nacionales adecuadas, el comercio puede ser un potente instrumento para
fomentar el crecimiento y contribuir al desarrollo.
La clave reside en el “si”. Un comercio más abierto es fundamental, pero
no es bastante. Necesitamos una mejor capacitación de los trabajadores,
una mayor movilidad en los mercados laborales, unas redes de seguridad
social más amplias. Necesitamos inversiones en esferas decisivas como la
sanidad, la educación y la energía limpia. Y, lo que no es menos
importante, un sistema financiero mejor reglamentado. Las políticas
nacionales adecuadas también incluyen mayores inversiones en
infraestructura física, social y gubernamental, lo que ayuda a aumentar
los beneficios del comercio, tanto en los países ricos como en los
países pobres.
Los países ricos pueden contar con su gobernanza, con sus conocimientos
técnicos y con la riqueza de sus contribuyentes para aplicar estas
políticas, pero muchos países en desarrollo sencillamente no se lo
pueden permitir. Y sin embargo siguen insistiendo, a mi parecer con
acierto, en que la apertura del comercio les conviene.
Al romper obstáculos, el comercio crea un mercado más grande y permite a
las empresas operar con rendimientos crecientes a escala. Esto significa
que incluso un pequeño incremento de un insumo genera grandes aumentos
en la producción. Esas mejoras de la eficiencia derivadas de la división
internacional del trabajo se traducen en mayores ingresos. El resultado
es que muchas de las economías que se han visto muy afectadas por la
crisis han disfrutado de decenios de tasas elevadas de crecimiento
económico. Véase el caso de Viet Nam, Singapur, China o Chile, por citar
sólo algunos. Los gobiernos de estos países han generado recursos para
poder hacer frente a los peores efectos de la actual recesión.
Dado que una crisis económica mundial de esta gravedad es un fenómeno
muy raro, la contribución de la demanda externa al incremento de los
ingresos compensará sobradamente, con el tiempo, las pérdidas sufridas
durante las desaceleraciones económicas. También sabemos que al final
esta crisis mundial terminará y, cuando eso ocurra, las economías más
abiertas estarán en mejores condiciones de lograr una recuperación más
rápida y sólida.
Lo que quiero decir es que dar marcha atrás en la apertura de los
mercados no es la solución a la crisis económica. Para los países que
dependen del comercio y que se han especializado en función de sus
respectivas ventajas comparativas, un retroceso de la apertura acarreará
costos importantes para la economía. Es más, la creación de nuevos
obstáculos al comercio se verá como proteccionismo y podrá generar
represalias por parte de los interlocutores comerciales. Las
exportaciones de un país son las importaciones de otro. En lugar de
reactivar las economías, lo anterior provocará un empeoramiento de la
crisis mundial.
La unión de políticas nacionales complementarias con la apertura del
comercio ayuda a aumentar los beneficios derivados del comercio y al
mismo tiempo disminuye la vulnerabilidad ante los cambios repentinos en
las condiciones económicas externas. La apertura genera eficiencia y
mayores ingresos. Las políticas nacionales de complemento amplían esos
beneficios y dan mayor seguridad cuando azota una crisis. La presencia
de estas políticas nacionales complementarias agrega una capa de
tranquilidad a los trabajadores que están mejor preparados para afrontar
la competencia mundial, puesto que saben que, si caen, habrá redes de
seguridad social que les pararán.
Sin estas medidas, las economías abiertas son más vulnerables a las
perturbaciones externas. Los políticos de esas economías tienen que
vérselas también con un público más escéptico para el que será fácil
culpar al comercio cuando la economía se vea afectada por poderosas
fuerzas económicas que la gente no comprende.
¿Cómo se mantiene el impulso hacia los mercados abiertos de forma
reglamentada —y destaco la expresión “de forma reglamentada”— en un
momento en que la tendencia parece ser la contraria?
El GATT y la OMC han proporcionado al mundo más de 60 años de
estabilidad económica. Lo que las empresas —y los consumidores— quieren
es exactamente esto: estabilidad y previsibilidad, que han estado
garantizados por un principio tan básico como el de la consolidación de
los aranceles, es decir, por la apertura de los mercados de forma segura
y definitiva y por las disciplinas recogidas en los numerosos Acuerdos
de la OMC.
Ahora necesitamos el éxito de la Ronda de Doha para el Desarrollo, para
restablecer la confianza en un momento de crisis y para reforzar la
estabilidad y previsibilidad del sistema de comercio mundial. La Ronda
de Doha es sencillamente el paquete de estímulo mundial que está más a
nuestro alcance. Podría servir de complemento a los paquetes de estímulo
nacionales establecidos por muchos países, entre ellos los Estados
Unidos.
Mientras que los programas nacionales de gasto animan la demanda
interna, la Ronda de Doha avivaría la demanda exterior de los bienes y
servicios de un país mediante la reducción concertada de los obstáculos
al comercio, impulsando la confianza de las empresas y los consumidores.
Todas las estimaciones de que disponemos sobre los beneficios de la
Ronda de Doha indican que el mundo en su conjunto se beneficiaría de la
reducción de los aranceles y las subvenciones. Las empresas
estadounidenses lo saben. Siendo el principal exportador mundial de
bienes y servicios y uno de los países con los obstáculos arancelarios
más bajos del mundo, es evidente que a los Estados Unidos les interesa
concluir un acuerdo mundial que elimine los obstáculos al comercio y
abra mercados en otros países.
Esto es exactamente lo que haría la Ronda de Doha. Según los cálculos
disponibles sobre lo que ya está sobre la mesa, los tipos arancelarios
máximos mundiales se reducen a la mitad y los límites máximos de las
subvenciones disminuyen drásticamente como resultado de esta Ronda. Pero
estos estudios subestiman los beneficios. No han tenido en cuenta los
beneficios en el muy importante sector de los servicios ni en los
aspectos de la Ronda de Doha relacionados con las normas, como la
facilitación del comercio, un aspecto del sistema de la OMC que con
frecuencia se pasa por alto. Estas normas y consolidaciones en materia
de acceso a los mercados hacen que las políticas comerciales sean más
previsibles, y hay pruebas de que esta previsibilidad reduce la
inestabilidad de las corrientes comerciales. Al reducir la incertidumbre
en el acceso a los mercados, las consolidaciones pueden tener un efecto
equivalente al de verdaderas reducciones de los aranceles aplicados,
aunque éstos también se reducirán.
Desde el inicio de esta crisis, me ha preocupado el aumento del
proteccionismo. En mi oficina hay ahora una foto de dos hombres
sonrientes que se dan la mano. A menudo los visitantes preguntan si son
familiares míos, mis tíos, o quizás mis abuelos. De hecho, estos dos
caballeros son el Senador Smoot y el Representante Hawley, autores de la
famosa Ley Arancelaria de Smoot y Hawley de 1930, que a mi juicio son
los verdaderos fundadores de la Organización Mundial del Comercio. Esta
foto nos recuerda la aparición de las soluciones comerciales basadas en
el “egoísmo nacional”, que pueden escapar rápidamente a nuestro control
como ocurrió en los años treinta.
La OMC ha empezado a vigilar las medidas adoptadas por nuestros Miembros
durante la crisis para garantizar la transparencia y, mediante la
presión ejercida por los homólogos, evitar esta peligrosa amenaza. Esta
vigilancia se basa en el principio de que la luz del sol es el mejor
desinfectante. Al igual que el canario en la mina, nos indica si estamos
logrando mantener a raya las presiones aislacionistas.
Por muy importante que sea mantener el comercio abierto, también debemos
proseguir la apertura del comercio. La conclusión satisfactoria de la
Ronda de Doha demostraría que, incluso en medio de una crisis económica
mundial, las naciones pueden cooperar con éxito para alcanzar soluciones
mundiales. Esto sería un buen augurio de cara a encontrar soluciones
para otros problemas mundiales acuciantes que requieren la cooperación
entre las naciones, como el cambio climático, ahora que ha empezado la
cuenta atrás para Copenhague.
Algunos académicos han argumentado recientemente que la Ronda de Doha ya
no está de actualidad. Que su programa es obsoleto y que, por lo tanto,
debemos ponerle fin y empezar de nuevo.
Permítanme que sea sincero: esas observaciones me han dejado perplejo.
Pero muchos Miembros de la OMC se han enojado.
Por ejemplo, los productores de algodón africanos que esperan la
conclusión de la Ronda de Doha para ver recortes en las subvenciones al
algodón causantes de distorsión del comercio. O los que esperan la
eliminación de las actuales subvenciones a la exportación de productos
lácteos.
Tengamos también en cuenta las negociaciones sobre los bienes y
servicios inocuos para el clima, que forman parte de la Ronda de Doha.
Se trata de un capítulo con un enorme potencial económico, pero también
de creación de empleo. La propia Administración de Obama se ha
comprometido a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en
los Estados Unidos y a hacer que el país lidere la cuestión del cambio
climático. La conclusión satisfactoria de la Ronda de Doha podría abrir
mercados a los bienes y servicios ambientales. Una apertura del comercio
en este sector aumentaría la disponibilidad de bienes, servicios y
tecnologías inocuos para el medio ambiente y reduciría su costo. Este
resultado complementaría la tan necesaria conclusión de un acuerdo sobre
el cambio climático en Copenhague más avanzado el año.
Tampoco hay que olvidar las subvenciones a la pesca, con respecto a las
cuales la Ronda de Doha podría establecer el primer acuerdo
internacional para reducir el despilfarro de ayudas públicas destinadas
a actividades que provocan el agotamiento de uno de los recursos vitales
de los océanos del mundo.
Por no mencionar los acuerdos comerciales regionales o las normas de
origen, que están ahí desde la Ronda de Tokio y forman parte del
programa de Doha y que, según han indicado a menudo los operadores
económicos, requieren normas más claras en la OMC.
No se trata de que nuestro actual programa esté anticuado o que nuestro
mandato haya quedado obsoleto. Lo que ocurre es que la apertura del
comercio es y seguirá siendo una empresa sin concluir que debe hacer
frente a los cambios de la tecnología, las pautas de producción, los
modelos de consumo y el número y la situación de los interlocutores. Por
consiguiente, se trata de poner las prioridades en primer lugar, de
solucionar primero nuestros problemas más inmediatos para avanzar hacia
el futuro a partir de ahí.
Nuestro reto sigue siendo la conclusión de la Ronda de Doha, que
representaría un nuevo hito en nuestro sistema mundial de comercio, que
ya ha cumplido 60 años.
Pero aunque la lógica de estos argumentos pueda ser aplastante, hay
Tomases incrédulos que se muestran escépticos en cuanto a la viabilidad
política del apoyo de los Estados Unidos a la Ronda. Señalan que hay un
Congreso recalcitrante que bien podría determinar el equilibrio de
poderes en la política comercial de los Estados Unidos. También creen
que la opinión pública estadounidense muestra una actitud desencantada
ante el comercio debido a la crisis.
Según el último sondeo de Gallup, una pequeña pluralidad (el 47 por
ciento, frente al 44 por ciento) de la opinión pública estadounidense
tiene una idea más negativa que positiva del comercio internacional.
Pero, según Pew, una clara mayoría (53 por ciento) de los
estadounidenses sigue creyendo que el comercio internacional es bueno
para los Estados Unidos. Lo que indican los datos de estos sondeos es
que la opinión de los estadounidenses acerca del comercio es variable,
pero también que con un fuerte liderazgo político es posible llegar a un
acuerdo comercial multilateral que cuente con el apoyo de la opinión
pública estadounidense.
Lo que los Estados Unidos necesitan no es menos comercio, sino más y
mejores políticas nacionales. Se ha prestado una atención excesiva al
comercio y ha habido una grave falta de atención a las políticas
nacionales que ayudan a convertir el comercio en beneficios para las
personas. Aquí es donde debe empezar la tarea de reconciliar a las
personas con el comercio.
Muchas de las prioridades anunciadas por la Administración de Obama
—reforzar la reglamentación de las instituciones financieras, mejorar el
sistema educativo, crear un sistema de atención de la salud más
asequible y accesible y ayudar a las pequeñas empresas— pueden
considerarse componentes esenciales de estas políticas nacionales
complementarias.
Deberían impedir que se repita la crisis que ahora nos envuelve y
preparar mejor a los estadounidenses para participar con mayor confianza
en la economía mundial. Las empresas, académicos y líderes políticos
estadounidenses pueden contribuir a galvanizar el apoyo de la opinión
pública del país a la Ronda de Doha explicando que estas políticas
contribuyen a que los trabajadores y empresas de los Estados Unidos
estén mejor preparados para competir en un mundo con menos obstáculos
comerciales.
Debemos a los Estados Unidos la visión que surgió después de la segunda
guerra mundial de un sistema internacional de comercio abierto y no
discriminatorio. Históricamente han desempeñado el liderazgo en las
anteriores rondas de negociaciones comerciales multilaterales. Para
reforzar el sistema multilateral de comercio, el mundo necesita ahora
unos Estados Unidos comprometidos. Unos Estados Unidos que, una vez más,
estén dispuestos a hacer historia.
Muchas gracias por su atención.
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