WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

“Gobernanza mundial: enseñanzas extraídas de Europa” — Universidad Bocconi, Milán (Italia)


> Discursos: Pascal Lamy

  

Estimado Sr. Presidente, querido Mario
Estimado Rector,
Distinguidos invitados,
Señoras y señores

Es para mí un motivo de orgullo estar hoy en la Universidad Bocconi para inaugurar el curso académico 2009-2010. Durante más de un siglo, esta Universidad ha sido fiel a sus valores fundacionales, los de un importante centro de investigación con valores democráticos, comprometido con Europa y abierto al mundo.

Hoy es un día muy especial para Europa. Hace exactamente 20 años me encontraba en Bruselas, como Jefe del Gabinete del Presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors. Cada cinco minutos se depositaban en mi escritorio cablegramas en los que se describía la manera en que los policías de frontera trataban de controlar a las masas que empezaban a congregarse al pie del muro de Berlín.

De pronto nos llegó la gran noticia: el muro había caído. Los policías que dos horas antes habrían disparado contra sus hermanos, ahora dejaban pasar a la multitud. Jacques Delors llamó al Canciller Kohl, y lo encontró tan sorprendido como todos los demás estábamos. Oímos entonces la llamada de la historia. Era el inicio de una nueva era, una era que se predecía sería estable y pacífica, lo que Francis Fukuyama había descrito como el fin de la historia.

La caída del muro de Berlín fue, en efecto, un punto de inflexión en el proceso de globalización. El final de la guerra fría dio paso a una era de apertura económica sin precedentes. Fuimos testigos de una reducción de la pobreza como nunca se había conocido. La libertad se expandió, y con ella las ideas, la cultura y la tecnología.

Sin embargo, 20 años después el mundo se encuentra en graves dificultades. Estamos inmersos en la peor crisis económica de la historia, la primera de alcance mundial, una crisis que ha diezmado el empleo. Vemos que nuestro planeta se deteriora debido al calentamiento global, víctima de pertinaces sequías y violentas inundaciones, mientras islas enteras desaparecen bajo el agua y la proliferación nuclear plantea graves amenazas para la paz y la seguridad mundial. ¿Qué ha ido mal?

La realidad es que el final de la guerra fría cogió a todos por sorpresa. Fue el final de un mundo bipolar y el inicio de un nuevo orden mundial. Con todo, no hubo una reflexión ni un debate suficientes sobre sus estructuras de gobernanza. Nunca hubo una Conferencia de Bretton Woods o una Conferencia de San Francisco posterior a 1989. Como resultado no se ajustaron las estructuras de gobernanza mundial, y ahí está la raíz de muchos de los problemas actuales. Los desafíos mundiales requieren soluciones mundiales y éstas sólo se podrán encontrar con la gobernanza mundial adecuada, que hoy, 20 años más tarde, sigue siendo demasiado deficiente.

Hay, no obstante, un lugar en la tierra donde después de la Segunda Guerra Mundial se han puesto a prueba nuevas formas de gobernanza mundial: ese lugar es Europa. Hace más de medio siglo, Jean Monet dijo: “las naciones soberanas del pasado ya no pueden proporcionarnos una estructura para la resolución de nuestros actuales problemas: y la propia Comunidad Europea no es sino un paso más hacia las formas de organización del mundo de mañana”. Esto era tan válido entonces como lo es ahora.

Gobernanza, ¿para qué?

¿Qué quiero decir con gobernanza mundial? Por gobernanza mundial entiendo el sistema que hemos establecido para ayudar a la sociedad humana a alcanzar su objetivo común de manera sostenible, es decir, con equidad y justicia. La creciente interdependencia requiere que nuestras leyes, nuestras normas y valores sociales, nuestros mecanismos para estructurar el comportamiento humano sean examinados, debatidos, comprendidos y aplicados conjuntamente en la forma más coherente posible. De ese modo se sentarían los cimientos para un desarrollo sostenible efectivo en sus dimensiones económica, social y ambiental.

La gobernanza, ya sea pública o privada, tiene que aportar liderazgo, la encarnación de una visión, energía política, impulso.

Tiene también que aportar legitimidad, que es esencial para lograr que nos sintamos protagonistas de las decisiones que conducen al cambio. Un protagonismo para superar los perjuicios inherentes en toda resistencia a modificar el statu quo. Un sistema de gobernanza legítimo debe también garantizar la eficacia y aportar resultados que obren en beneficio de las personas.

Por último, un sistema de gobernanza tiene que ser coherente. Habrá que encontrar compromisos sobre objetivos que a menudo se contradicen mutuamente. No puede ser que la mano derecha no sepa lo que hace la mano izquierda, o, aun peor, que ambas manos se muevan deliberadamente en distintas direcciones.

Los desafíos que afronta concretamente la gobernanza mundial

Como en cualquier sistema de poder dentro de la nación-Estado, lo que se necesita es una gobernanza mundial “adecuada”. Un sistema que establezca un buen equilibrio entre liderazgo, eficacia y legitimidad, y que garantice la coherencia.

¿Cuáles son, entonces, los desafíos que afronta concretamente la gobernanza mundial?

El primer desafío deriva de la dificultad que conlleva la identificación del liderazgo. ¿Quién es el líder? ¿Deberá ser un superpoder? ¿Una congregación de líderes nacionales? ¿Escogidos por quién? ¿Deberá ser una organización internacional?

La legitimidad, en sentido clásico, requiere que los ciudadanos elijan colectivamente a sus representantes votando por ellos. Sin embargo, también se sustenta en la capacidad política del sistema para producir un discurso público y propuestas que generen mayorías coherentes y den a los ciudadanos la sensación de que están participando en un debate. Dado que la legitimidad depende de hasta qué punto sea estrecha la relación entre el individuo y el proceso de adopción de decisiones, el desafío que afronta la gobernanza mundial radica en la reducción de esa distancia. Los demás desafíos por lo que respecta a la legitimidad son el denominado déficit democrático y el déficit en la rendición de cuentas, que se producen cuando los individuos no disponen de medios para impugnar decisiones adoptadas en el plano internacional. En suma, el desafío concreto para la legitimidad de la gobernanza mundial es el de hacer frente a lo que se percibe como una adopción de decisiones a nivel internacional que es excesivamente distante, escapa a la rendición de cuentas y no puede impugnarse directamente.

Al igual que la legitimidad, la coherencia es también algo propio de la nación-Estado, y se transfiere a las organizaciones internacionales especializadas, cuyos mandatos son limitados. Teóricamente no debería haber problemas. La actuación coherente de la nación-Estado en los diversos ámbitos de la gobernanza internacional se traduciría en una actuación mundial coherente. No obstante, todos sabemos que las naciones-Estados también detentan el monopolio de la incoherencia. En la práctica, a menudo actúan de manera incoherente, y en ello radica el tercer desafío para la gobernanza mundial: cómo hacer frente a una eficiencia parcial e incoherente.

Por último, la lejanía del poder y los múltiples niveles de gobierno plantean un desafío para la eficiencia. Las naciones-Estados se resisten más o menos intensamente -dependiendo en gran medida del Estado y de la cuestión de que se trate- a transferir a las instituciones internacionales o compartir con ellas jurisdicción sobre determinados asuntos. Por lo demás, los sistemas diplomáticos nacionales no priman la cooperación internacional. Como he dicho muchas veces, no sé de ningún diplomático que haya sido despedido por decir “no”, pero sí sé de algunos que han sido despedidos por haber dicho “sí”.

La gestión de los problemas mundiales con arreglo a los modelos tradicionales de la democracia nacional tiene importantes limitaciones, como acabamos de ver. Sin embargo, la credibilidad misma de las democracias nacionales está en riesgo si la gobernanza mundial no encuentra sus propias credenciales democráticas, si los ciudadanos sienten que las cuestiones que les afectan día a día no pueden tratarse adecuadamente.

Europa como un nuevo paradigma de la gobernanza mundial

En estos tiempos problemáticos para la Unión Europea no es fácil presentarla como un nuevo paradigma de la gobernanza mundial. Sin embargo, la construcción europea es hasta la fecha el experimento más ambicioso de gobernanza supranacional. Constituye el relato de una interdependencia deseada, definida y organizada entre sus Estados miembros. Por tanto, merece la pena examinar la manera en que Europa ha hecho frente a los desafíos que antes he descrito.

Mi punto de partida es la construcción de Europa como un trabajo en curso. No está completa en ninguna de sus dimensiones, ni geográficamente ni en profundidad, es decir, en los poderes conferidos por sus Estados miembros a la Unión Europea. Y no lo está, desde luego, en el sentido de identidad que constituye el elemento aglutinante que mantiene unida a cualquier sociedad humana.

Mi segunda advertencia es que el paradigma europeo es propio de las condiciones de temperatura y presión que prevalecen en el continente europeo. Un continente devastado por dos guerras mundiales que dejaron millones de muertos y muchos más millones de hombres y mujeres en busca de la paz, la estabilidad y la prosperidad. Recomendaría, por consiguiente, cautela al tratar de atribuir valor universal a lo que hoy en día sólo es una parte de nuestro mundo. En efecto, también en otras partes del mundo están emergiendo otros paradigmas, que son reflejo de sus propias características.

La creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en el decenio de 1950 fue el resultado de la voluntad política de dejar atrás esas dos guerras mundiales. Esa voluntad política vería la paz arraigar en lo que Robert Schuman llamó “solidaridades de facto”. Los hombres y mujeres de aquellos tiempos incorporaron esa voluntad en un proyecto concreto: combinar los dos pilares esenciales de la economía de entonces, el carbón y el acero. A la voluntad y al objetivo concreto añadieron un tercer elemento: la creación de una institución supranacional sui generis, la Alta Autoridad de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

En el corazón de esta aventura inicial se encontraba la esencia del proyecto europeo, a saber, la creación de un espacio federal en el que pudieran adoptarse decisiones directamente aplicables y cuya observancia se pudiera exigir a los Estados miembros: un espacio de soberanía compartida. Un espacio en el que sus miembros acuerdan gobernar su vida común sin tener que recurrir permanentemente a tratados internacionales.

Lo que constituye la esencia del paradigma de gobernanza europeo es la conjunción de una voluntad política, un objetivo a alcanzar y una estructura institucional. Es la combinación de esos tres elementos, no el método específico de gobernanza empleado, aunque esto no significa que debamos subestimar el gran salto tecnológico dado en la construcción de Europa.

El hecho de que la legislación comunitaria prevalezca sobre la legislación nacional. La creación de un órgano supranacional como la Comisión Europea, a la que se ha conferido el monopolio de la iniciativa legislativa. Un Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas cuyas decisiones son vinculantes para los jueces nacionales. Un Parlamento compuesto por un senado de Estados miembros y una cámara de representantes elegida por el pueblo europeo y cuyas competencias han aumentado con el paso de los años.

Éstas no son sino unas pocas de las cosas que, consideradas conjuntamente, hacen de la Unión Europea una entidad económica y política radicalmente nueva en el escenario de la gobernanza internacional. Sin embargo, esta creación sin precedentes no podía ser únicamente el producto de esas innovaciones. Indispensables e indiscutibles como son, esas innovaciones institucionales siguen siendo inseparables de las condiciones de las que nacieron. Lo que permite el acuerdo sobre la forma es el acuerdo sobre el contenido.

Un marcador del paradigma de la gobernanza europea

¿Qué calificación obtiene el paradigma europeo por lo que respecta a los elementos de gobernanza antes mencionados?

Creo que la gobernanza europea saca buena nota en liderazgo, y utilizaré dos ejemplos para ilustrarlo. El primero es la campaña para la creación del mercado interior en 1992, puesta en marcha en primer lugar por Jacques Delors en 1985. Una firme voluntad política nacida tras un período económico y político difícil. El objetivo claro de eliminar los obstáculos internacionales a los movimientos de mercancías, capitales y personas, y una importante reforma institucional que desembocó en la aceptación del voto por mayoría en lugar de unanimidad para la adopción de decisiones conducentes a la creación del mercado interior.

El segundo es la creación del euro. Se necesitaron más de 20 años para recabar la voluntad política y para definir el objetivo, a lo que siguió la creación del Banco Central Europeo, posiblemente la más federal de las instituciones europeas.

No obstante, también hemos visto manifestaciones menos felices de liderazgo. Tómese como ejemplo el programa de Lisboa, en relación con el cual se ha puesto claramente de manifiesto la falta de voluntad política y la existencia de objetivos sólo a medias compartidos.

Creo también que Europa saca buena nota en coherencia. Institucionalmente, el hecho de que la Comisión Europea actúe sobre la base del principio de colegialidad y tenga el monopolio de la iniciativa legislativa en la mayoría de las esferas de competencia comunitaria, así como el creciente poder del Parlamento Europeo, son factores conducentes a una mayor coherencia. El fortalecimiento de las competencias comunitarias, entre otras cosas en virtud del Tratado de Lisboa, es también un elemento catalizador de una mayor coherencia.

Sin embargo, como en todos los sistemas federales, las fronteras entre lo nacional y lo federal son a menudo difusas, con las consiguientes posibilidades de incoherencia en la actuación. Para confirmarlo sólo hay que fijarse en esferas como la coordinación de la política macroeconómica, los asuntos presupuestarios, la energía o el transporte.

Creo que en su búsqueda de eficacia Europa también merece una calificación bastante alta. El papel del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas para garantizar el respeto al imperio de la ley, la ampliación de las votaciones por mayoría en la adopción de decisiones y la capacidad de la Comisión Europea para supervisar el cumplimiento de las normas europeas han contribuido todos ellos al aumento de la eficacia europea.

Si hay un campo en el que Europa obtendría peor nota, ese campo es probablemente el de la legitimidad. Somos testigos de un distanciamiento creciente entre las opiniones públicas europeas y el proyecto europeo. Cabía esperar que la estructura institucional europea, con la atribución de cada vez mayores facultades al Parlamento Europeo, hubiera resultado en una mayor legitimidad, pero el número cada vez menor de participantes en las elecciones al Parlamento Europeo demuestra lo contrario. En teoría no hay ningún déficit democrático, pero en la práctica somos testigos de lo que Elie Barnavi ha llamado “la Europa frígida”. A pesar de las constantes percusiones en el pedernal institucional a lo largo de los últimos 50 años, no ha saltado la chispa democrática.

Es probable que la dimensión antropológica de la supranacionalidad se haya subestimado. Una vez desaparecida de nuestro horizonte la amenaza inminente de una nueva guerra, parece como si también tuviera que desaparecer el factor aglutinante que mantiene unida a Europa como una comunidad. Como si no hubiera mitos, sueños y aspiraciones comunes.

Los ingredientes necesarios para el éxito del proceso de integración

A mi juicio, para el éxito del proceso de integración son necesarios tres ingredientes. Primero, la voluntad política de actuar juntos. Segundo, un proyecto común. Y tercero, una maquinaria institucional para que todo ello funcione.

En mi opinión, los ámbitos en los que la integración europea ha obtenido una calificación superior a la media deben incluir la construcción del mercado interior de la UE, la unión monetaria europea y la política comercial.

El hecho de que Europa sea ahora una vasta unión de 27 Estados miembros, con alrededor de 500 millones de ciudadanos, que representan más de una cuarta parte del comercio mundial, además del mayor PIB del mundo, y hablan por una sola boca y con una sola voz, confiere a Europa la capacidad necesaria para defender su visión de una apertura del comercio basada en normas.

Por lo que respecta al medio ambiente, Europa desempeña un papel de liderazgo en el mundo, que es reflejo del amplio consenso europeo sobre la protección y preservación del medio. Con todo, a mi juicio, la estructura institucional en la que Europa actúa, la mezcla de competencias y de distintas voces, impiden a Europa actuar con plena eficacia en esta esfera. En este ámbito Europa no alcanza más que un aprobado.

Hay, por lo demás, dos ámbitos en los que Europa, a mi entender, no hace sentir plenamente su peso en el mundo. En materia de ayuda al desarrollo, la UE es el mayor donante mundial. La bandera europea ondea en prácticamente todos los escenarios de las mayores crisis humanitarias, respaldada por el firme apoyo de sus ciudadanos. En una encuesta del Eurobarómetro publicada hace sólo un mes, un 72 por ciento de los europeos se pronunció en favor de cumplir los compromisos de ayuda al mundo en desarrollo ya asumidos, o incluso de superarlos. Esto significa que a pesar del grave declive económico, el apoyo público al lema de la Unión Europea “cumpliendo nuestras promesas” es real. Pese a ello, creo que hasta el momento Europa ha ejercido una influencia limitada en el establecimiento de las políticas mundiales de desarrollo.

La segunda esfera es la de la política exterior y de seguridad. La buena noticia es que los ciudadanos europeos piden a Europa una política exterior mejor y más activa. Sin embargo, este es uno de los campos en los que obstáculos simbólicos, los de los sueños y las pesadillas, los de las identidades y mitos colectivos, siguen siendo poderosos. Creo, por ello, que la construcción de una política exterior y de seguridad europea requerirá un compromiso permanente entre intereses y valores. La creación del cargo de Alto Representante de la Unión para asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que será Vicepresidente de la Comisión Europea y presidirá el Consejo de Asuntos Generales, es a mi entender un paso en la buena dirección. No obstante, para llegar a buen fin también harán falta una voluntad común de actuar juntos y un concepto común, una especie de proyecto compartido.

Señoras y señores,

Hay varias lecciones que podemos extraer de los más de 60 años de integración europea.

La primera es que las instituciones no pueden por sí solas ofrecer la solución. Tampoco puede hacerlo la voluntad política sin un proyecto común claramente definido. Y tampoco un proyecto común bien pensado podrá ofrecer resultados si no hay una maquinaria institucional. Lo cierto es que para crear una dinámica de integración necesitamos los tres elementos juntos.

Por lo demás, aun en presencia de esos tres elementos, hay un riesgo de que se plantee un problema de legitimidad, real o percibido, que cree un obstáculo invisible contra una mayor integración. Lo cierto es que las instituciones supranacionales, y la Unión Europea es una de ellas, requieren una inversión a largo plazo, lo que a menudo es incompatible con la efímera atención de muchos de sus líderes, a menudo elegidos por escasas mayorías o sobre la base de frágiles coaliciones. La legitimidad mundial requiere cuidados y atención a largo plazo.

Las lecciones de la integración europea por lo que respecta a la gobernanza mundial

A menudo he comparado los sistemas de gobernanza con los tres estados de la materia. A mi juicio, el nivel nacional representa el estado sólido. El sistema internacional se parece más a la materia gaseosa. Y entre uno y otro está el proceso de integración europea, en una especie de estado líquido.

Sea cual fuere el estado de la materia, lo necesario para que un sistema de gobernanza funcione es una combinación de voluntad política, capacidad de decidir y rendición de cuentas. A ese respecto, la integración europea nos ofrece muchas y valiosas lecciones para la gobernanza mundial. Hoy me gustaría centrar nuestra atención en algunas de ellas.

La primera lección que extraería es la importancia que tienen el imperio de la ley y la posibilidad de exigir el cumplimiento de los compromisos. La gobernanza mundial tiene que anclarse en compromisos asumidos por las entidades participantes, en normas y reglamentos acompañados de mecanismos que fomenten y promuevan su respeto. Esto reside en el corazón mismo del sistema multilateral de comercio, con sus más de 60 años de reglamentación del comercio entre las naciones y su sistema vinculante de solución de diferencias como medio de velar por el cumplimiento de esas normas. También reside en el corazón mismo de los intentos de la comunidad internacional para hacer frente al cambio climático: un acuerdo multilateral en el que las naciones se comprometan a reducir las emisiones, acompañado de medidas para facilitar la adaptación y la mitigación. Eso es también lo que la comunidad internacional se está esforzando por lograr en las negociaciones sobre no proliferación en curso. Compromisos anclados en un contexto multilateral, que se puedan supervisar y someter a procedimientos de solución de diferencias, y que fomenten la eficiencia y una mayor coherencia.

La segunda lección que extraería para la gobernanza mundial es la del respeto al principio de subsidiariedad. Lo importante es que las funciones se desempeñen al nivel en el que sean más eficaces. Quiero aquí citar la reciente encíclica del Papa Benedicto XVI “Caritas in Veritae”, en la que el Pontífice aduce que “el gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente. La globalización necesita ciertamente una autoridad, en cuanto plantea el problema de la consecución de un bien común global; sin embargo, dicha autoridad deberá estar organizada de modo subsidiario y con división de poderes, tanto para no herir la libertad como para resultar concretamente eficaz”. El sistema internacional no debe sobrecargarse con cuestiones que se solucionan mejor a nivel local, regional o nacional.

La tercera lección es que “la coherencia empieza en casa”. La coherencia incumbe primero y principalmente a los miembros de las organizaciones internacionales. Por ejemplo, las Naciones Unidas. Podemos y debemos actuar “unidos en la acción”, pero también hemos de conseguir que los “miembros de las Naciones Unidas actúen unidos” en las distintas organizaciones que constituyen la familia de las Naciones Unidas.

La última lección que extraería es que como las circunscripciones electorales siguen siendo en lo fundamental nacionales, la legitimidad se vería en gran medida potenciada si las cuestiones internacionales formaran parte del debate político nacional, si se pudiera responsabilizar a los gobiernos nacionales de su comportamiento a nivel internacional. Para fomentar la legitimidad a nivel mundial es preciso integrar una dimensión internacional en el ejercicio de la democracia a nivel nacional. El hecho de que los gobiernos que representan a los Estados en las organizaciones internacionales sean consecuencia de las preferencias de los ciudadanos manifestadas en las elecciones nacionales no es por sí solo suficiente para garantizar la legitimidad de dichas organizaciones. El hecho de que en una organización como la Organización Mundial del Comercio las decisiones se adopten por consenso, y de que cada país tenga un voto, puede no ser suficiente para generar una sensación de legitimidad en la actuación de la Organización. Se necesita algo más. Los agentes nacionales -partidos políticos, sociedad civil, parlamentos y ciudadanos- tienen que asegurarse de que las cuestiones que forman parte del “nivel mundial” se debatan al “nivel nacional”.

La buena noticia es que muchas de estas cuestiones ya son objeto de trabajos en curso, y que en consecuencia no es preciso que esperemos a que se produzca un big bang. La crisis económica mundial que estamos sufriendo ha acelerado el movimiento hacia una nueva estructura de gobernanza mundial, en lo que he llamado un “triángulo de coherencia”.

A un lado del triángulo está el G-20, sustituto del anterior G-8, que aporta liderazgo político y orientación política. A otro lado están las organizaciones internacionales basadas en sus miembros, que aportan conocimientos e insumos especializados, ya sean normas, políticas o programas. El tercer lado del triángulo es el G-192, las Naciones Unidas, que proporcionan un foro para la rendición de cuentas.

A más largo plazo deberíamos lograr que tanto el G-20 como los organismos internacionales rindieran cuentas al “parlamento” de las Naciones Unidas. A ese respecto, una renovación del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas podría reforzar la resolución sobre la coherencia a nivel de todo el sistema recientemente adoptada por la Asamblea General. Esto constituiría una poderosa mezcla de liderazgo, inclusividad y acción para garantizar una gobernanza mundial coherente y eficaz. Con el paso del tiempo, el G-20 podría incluso ser una respuesta a la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Una estructura de este tipo tiene que sustentarse en una serie de principios y valores básicos. Eso es precisamente lo que la Canciller alemana Angela Merkel ha propuesto con la creación de una Carta para una Actividad Económica Sostenible, un encomiable esfuerzo por establecer un “nuevo contrato económico mundial”, para anclar la globalización económica en un sustrato de principios y valores éticos que renovaría la confianza que los ciudadanos han de tener en que la globalización puede realmente obrar en su beneficio. El hecho de que esta iniciativa provenga de Berlín, en un país como Alemania, hoy reunificado en el corazón de Europa, es una señal de los tiempos que vivimos.

Conclusión

Señoras y señores,

La globalización plantea actualmente un grave desafío para nuestras democracias, y nuestros sistemas de gobernanza deben hacer frente a ese desafío. Si nuestros ciudadanos sienten que los problemas mundiales son insolubles, si sienten que no están a su alcance, corremos el riesgo de que nuestras democracias pierdan todo su vigor.

Lo mismo cabe decir si nuestros ciudadanos ven que los problemas mundiales pueden abordarse, pero que ellos no tienen influencia alguna en el resultado.

Hoy más que nunca, nuestros sistemas de gobernanza, ya sea en Europa o a nivel mundial, deben ofrecer a los ciudadanos nuevas vías para dar forma al mundo de mañana, el que desean que hereden sus hijos. Entre las muchas tentativas de integración regional, la Unión Europea sigue siendo el laboratorio de la gobernanza internacional, el lugar donde la nueva frontera tecnológica de esa gobernanza se está poniendo a prueba.

Gracias por su atención. Les deseo un fructífero curso académico.

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