WTO NOTICIAS: DISCURSOS DG PASCAL LAMY
Santiago de Chile, Chile 30 de enero de 2006
“Humanizar la Globalización”
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Pascal Lamy
Excelentísimo Señor Presidente Ricardo Lagos,
Excelentísimo Señor Ministro Ignacio Walker,
señoras y señores,
Este es el primer viaje de carácter extraordinario que he tomado la
iniciativa de emprender como Director General de la OMC, y el hecho de
que haya escogido Chile para comenzarlo no es una simple cuestión de
conveniencia ni una casualidad. He decidido expresamente iniciar este
viaje en Chile por el papel ejemplar que este país desempeña en el
comercio internacional y en la OMC. Chile ha seguido una política
consistente en convertir el comercio exterior en un factor de
desarrollo, y lo ha hecho de manera armoniosa y eficiente. Al mismo
tiempo, se ha preocupado del aspecto social y humano del comercio,
especialmente bajo la competente autoridad del Presidente Ricardo Lagos,
a quien me enorgullece llamar amigo y a quien saludo con admiración y
respeto.
Me complace mucho participar hoy en este simposio sobre “Humanizar la
Globalización”, porque este tema afecta a cuestiones difíciles que DEBEN
ser abordadas.
¿Necesitamos, debemos, humanizar la globalización? ¿Por qué nos hacemos
esta pregunta? En mi opinión, cada vez más personas exigen que
“humanicemos” la globalización, debido a los efectos negativos que
perciben que la globalización ha generado para algunas personas. Y
debemos ocuparnos de los efectos de la globalización en el individuo. En
este sentido, estoy totalmente de acuerdo con Ricardo Lagos en que “los
seres humanos deben estar en el centro del mundo que estamos
construyendo, un mundo que no sólo debe ser capaz de pensar, crear,
razonar y soñar, sino también de dialogar”.
¿Qué es la globalización?
La globalización puede definirse como una fase histórica de expansión
acelerada del capitalismo de mercado, similar a la experimentada en el
siglo XIX con la llegada de la revolución industrial. Se trata de una
transformación fundamental de las sociedades, debida a la reciente
revolución tecnológica que ha conducido a una reestructuración de las
fuerzas económicas y sociales en una nueva dimensión territorial.
Hoy en día podemos decir que la globalización y la mayor apertura de los
mercados han tenido efectos muy positivos y algunas consecuencias
negativas.
La globalización ha permitido que las personas, las empresas y los
Estados influyan en acciones y acontecimientos en todo el mundo –con más
rapidez, profundidad y con un costo menor que en cualquier otro momento
anterior– y, al mismo tiempo, obtengan beneficios de ellos. La
globalización ha llevado a la apertura, incluso a la desaparición de
muchos obstáculos y muros, y tiene la capacidad de aumentar la libertad,
la democracia, la innovación, los intercambios sociales y culturales, a
la vez que ofrece oportunidades notables para el diálogo y la
comprensión.
Pero el carácter global de un número creciente de fenómenos preocupantes
- la escasez de recursos energéticos, el deterioro del medio ambiente y
los desastres naturales (entre ellos, recientemente, el huracán Katrina
y el tsunami asiático), la propagación de pandemias (SIDA, influenza
aviar), la creciente interdependencia de las economías y los mercados
financieros y la consecuente complejidad de los análisis, las
previsiones y la previsibilidad (crisis financieras), así como los
movimientos migratorios provocados por la inseguridad, la pobreza o la
inestabilidad política son también producto de la globalización.
De hecho, puede aducirse que, en algunos casos, la globalización ha
fortalecido a los fuertes y debilitado a quienes ya eran débiles.
Es a esta doble faceta de la globalización a la que debemos hacer frente
si queremos “humanizar la globalización”. Para ello, es necesario
“reformar la globalización”, con la clara finalidad de aumentar el
desarrollo de los aspectos sociales, económicos y ecológicos de la
humanidad. Esto responde también a los objetivos de desarrollo del
milenio, que pueden alcanzarse a través de una “reforma de la
globalización desde el interior y dirigida al desarrollo”.
Nadie pone en duda que existe un desequilibrio creciente entre los
desafíos globales y las formas tradicionales de búsqueda de soluciones,
nuestras instituciones tradicionales. Una de las consecuencias más
destacables de este desequilibrio -la noción de impotencia individual y
las limitaciones políticas de los gobiernos- tiene dos repercusiones: en
primer lugar, afecta a la confianza en el sistema nacional de gobernanza
y, en segundo lugar, destruye cualquier esperanza en influir en el
futuro personal. El futuro se convierte en causa de ansiedad, porque los
ciudadanos no están convencidos de que haya un piloto en su avión.
Necesitamos mayor gobernanza mundial
No es la globalización la que crea esta sensación de ansiedad, sino la
carencia de medios para hacerle frente de manera adecuada. Dicho de otro
modo, lo que es problemático es la ausencia de gobernanza a nivel
global. Las nuevas cuestiones planteadas por las crisis globales y por
determinados acontecimientos políticos nos obligan a contemplar nuevas
formas de gobernanza. Para afrontar cuestiones, problemas, amenazas y
miedos globales al nivel apropiado, necesitamos una mayor gobernanza a
nivel global, que responda al surgimiento de desafíos globales.
Al mismo tiempo, hay que humanizar la globalización: si las soluciones
deben a menudo ser globales, también hay que abordar los efectos
negativos en las personas y las sociedades. Humanizar la globalización
significa que debemos hacernos cargo de las víctimas de la
globalización. Para ello, han de buscarse soluciones globales para
resolver los efectos negativos de la globalización a todos los niveles,
a saber, individual, comunitario y universal.
Los dos puntos que quisiera transmitirles hoy son los siguientes:
1. la reforma de la globalización implica una mayor “gobernanza
mundial”;
2. el ejemplo del comercio internacional pone de relieve tanto las
oportunidades como las dificultades de esta gobernanza.
1. ¿Qué es la gobernanza mundial? ¿Cómo puede administrarse mejor la interdependencia de nuestro mundo?
Para mí, el término gobernanza mundial designa el sistema que ayuda a la
sociedad a lograr su objetivo común de manera sostenible, es decir, con
equidad y justicia. La interdependencia exige que nuestras leyes,
nuestras normas y valores sociales y otros mecanismos que conforman el
comportamiento humano –familia, educación, cultura, religión, por citar
algunos– sean examinados, comprendidos y ejecutados juntos de la forma
más coherente posible, con el fin de garantizar nuestro desarrollo
sostenible colectivo y efectivo.
Con miras a sentar las bases para mejorar y promover la interdependencia
de nuestro mundo, en mi opinión, necesitamos al menos tres elementos:
En primer lugar, necesitamos valores comunes: los valores permiten que
nuestra sensación de pertenencia a una comunidad mundial, por
embrionaria que sea, coexista con las particularidades nacionales. La
globalización pone en contacto a pueblos y sociedades que, a lo largo de
la historia, han realizado elecciones que en algunos casos son similares
y en otros muy diferentes de un lugar a otro. En consecuencia, se hace
necesario un debate sobre valores colectivos, regionales o universales.
Este debate sobre valores compartidos podría permitirnos definir los
bienes o beneficios comunes que nos gustaría promover y defender
colectivamente a escala mundial. El carácter sistémico de esos bienes
requiere una gestión muy diferente de la de otros objetivos de la
cooperación internacional. Estos beneficios colectivos proporcionan la
base para la gobernanza mundial.
Necesitamos favorecer los avances hacia una Carta Mundial de valores que
vaya más allá de la Carta de Derechos de las Naciones Unidas, que tiene
60 años. En este punto, comparto la opinión de Ricardo Lagos cuando dice
que “necesitamos persistir en nuestros esfuerzos por garantizar que la
democracia y la libertad sigan expandiéndose y echando raíces en todas
las regiones del mundo, porque esa es la manera de construir un mundo no
sólo justo, sino también más seguro para todos”.
En segundo lugar, necesitamos interlocutores que tengan la suficiente
legitimidad para interesar a la opinión pública en el debate, que sean
capaces de hacerse responsables del resultado, y a los que se puedan
pedir cuentas. También debemos asegurarnos de que los intereses
colectivos de todos los pueblos se tengan en cuenta en nuestra gestión
de las relaciones internacionales y en la forma en que aplicamos
nuestros sistemas regionales y globales de valores, derechos y
obligaciones. La interdependencia que nos une puede reflejarse en
diversos niveles de la actividad humana. Los problemas y dificultades a
los que nos enfrentamos pueden ser locales, regionales o mundiales, al
igual que los intereses que hay que defender y proteger. En
consecuencia, la representatividad de los intereses en cuestión también
debería reflejar las aspiraciones de las sociedades específicamente
afectadas por la globalización y sus tentáculos operativos y ser
compatible con ellas. Las organizaciones internacionales tienen su
propia personalidad jurídica y, por tanto, la capacidad potencial de
tomar decisiones para fomentar los intereses de la institución y de sus
miembros. Sin embargo, carecen de los medios, los instrumentos y la
responsabilidad política que les permitirían desempeñar un papel más
decisivo.
En tercer lugar, necesitamos reconocer que el multilateralismo es
indispensable; necesitamos mecanismos de gobernanza que sean
verdaderamente efectivos y que puedan, entre otras cosas, arbitrar los
valores y los intereses legítimamente. También podrían describirse como
mecanismos que garanticen el respeto de las normas, o como una forma de
justicia internacional.
¡Pero no tenemos que partir de cero! Existen algunos embriones de
gobernanza en las relaciones internacionales, de los que podemos
aprender el modo de reforzar la gobernanza mundial.
2. El ejemplo del comercio internacional pone de relieve tanto las oportunidades como las dificultades de esta gobernanza
Aunque no es la única, el comercio internacional es una dimensión muy
visible de la globalización; la OMC, en su calidad de reguladora del
comercio, se encuentra definitivamente en el centro de la gobernanza
mundial.
Estoy fundamentalmente convencido de que el sistema internacional de
comercio y sus beneficios nos pertenecen a todos -se trata de un bien
público internacional. Y esto tiene sus repercusiones. Todo el mundo
debería beneficiarse del aumento final de la eficiencia de la riqueza
resultante de la eliminación de las distorsiones mundiales de los
precios y que alienta a los países a producir según sus ventajas
competitivas. Citando a Ernesto Zedillo, la OMC es el único instrumento
que puede utilizarse para lograr el bien público universal que es el
comercio multilateral no discriminatorio. Estoy de acuerdo con él en
que, dado que la OMC tiene, básicamente, vocación pública, sus
beneficios deben alcanzar a todos.
La OMC es un pequeño sistema de gobernanza donde ya tenemos establecidos
algunos elementos: disponemos de un sistema multilateral que reconoce
los diferentes valores, en particular un consenso sobre las ventajas
resultantes de la apertura de los mercados, pero también otros valores,
tales como la necesidad de respetar las religiones o el derecho a
proteger el medio ambiente, y actualmente se reconoce claramente que los
valores no comerciales pueden prevalecer sobre las consideraciones
comerciales en algunas circunstancias. Tenemos un sistema basado en
Estados y gobiernos, pero que ha podido adaptarse para tener en cuenta a
nuevos actores en la escena internacional; y contamos con un sistema que
incluye un mecanismo fuerte de solución de diferencias.
Sin embargo, el sistema internacional de comercio y la OMC están lejos
de ser perfectos y pueden mejorarse muchas cosas. Para que la apertura
de los mercados produzca beneficios reales en la vida cotidiana de los
países interesados, necesitamos normas que establezcan un terreno de
juego equitativo, que garanticen la creación de capacidad y que permitan
que los Miembros mejoren su gobernanza nacional.
No obstante, aunque la apertura de mercados estimulada por la OMC tiene
la capacidad de producir beneficios para muchos, también tiene sus
costos, cuya distribución está en gran medida fuera del control de la
OMC.
No podemos ignorar los costos del ajuste, en particular para los países
en desarrollo, ni los problemas que pueden surgir cuando se abren los
mercados. Estos ajustes no deben dejarse para más delante; deben formar
parte integral del programa de apertura. Debemos crear un nuevo
“consenso de Ginebra”: una nueva base para la apertura del comercio que
tenga en cuenta los costos del ajuste resultantes. La apertura del
comercio es necesaria, pero no es suficiente por sí sola. Implica
igualmente la asistencia: ayudar a los países menos adelantados a
construir sus existencias y por consiguiente una adecuada capacidad
productiva y logística; aumentar su capacidad de negociar y de aplicar
los compromisos contraídos en el sistema internacional de comercio; y
hacer frente a los desequilibrios creados por la apertura del mercado
entre ganadores y perdedores -desequilibrios que son más peligrosos
cuanto más frágiles son las economías, las sociedades o los países. La
creación de la capacidad que necesitan para aprovechar la apertura de
los mercados o la ayuda a los países en desarrollo para el ajuste forma
actualmente parte de nuestro programa mundial común.
Parte de este desafío corresponde a la OMC, pero su papel fundamental es
la apertura del comercio, carecemos de la capacidad institucional para
formular y dirigir estrategias de desarrollo. El desafío de humanizar la
globalización implica necesariamente a otros actores de la escena
internacional: el FMI/Banco Mundial y la familia de las Naciones Unidas.
CONCLUSIÓN
Sigo convencido de que el mandato de la OMC de abrir los mercados
representa una contribución esencial al desarrollo de muchos seres
humanos en nuestro planeta. El fomento de estrategias de desarrollo
sostenible que tengan presentes los intereses individuales y colectivos
de todos contribuirá a humanizar la globalización.
La globalización requiere la cooperación internacional. Sólo
alcanzaremos el éxito si queremos vivir juntos y si estamos dispuestos a
colaborar; debemos invertir en la cooperación internacional. Esta
cooperación exige voluntad política y energía, y supone aceptar el
debate sobre las ventajas y los costos de la cooperación.
Teniendo en cuenta su posible repercusión sobre los individuos,
necesitamos politizar la globalización –en otras palabras, si queremos
mitigar el impacto de la globalización, debemos complementar la lógica
de la eficiencia del capitalismo de mercado de la OMC con una atención
renovada a las condiciones en que esa lógica podría favorecer el
desarrollo. Para ello, debemos recordar que el comercio no es más que un
instrumento para mejorar la condición humana; los efectos que en último
término tienen nuestras normas en los seres humanos deben estar en el
centro de nuestras preocupaciones. Debemos trabajar en primer lugar para
los seres humanos y para el bienestar de nuestra humanidad.
Quiero creer que el nuevo “consenso de Ginebra” tiene la capacidad de
lograr contribuir al proceso de humanizar la globalización y establecer
una mayor justicia y equidad.
Gracias.