Pulsar aquí para regresar a "la omc"

CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA OMC, GINEBRA, 1998: REINO UNIDO DE GRAN BRETAÑA

Declaración del Excmo. Sr. Tony Blair, Primer Ministro, Reino Unido de Gran Bretaña

 

Desde que se estableció el GATT mi país ha apoyado incondicionalmente el libre comercio -y, del que sigue siendo hoy un paladín declarado. El sistema de normas y acuerdos comerciales del GATT ha hecho una contribución enorme, que no tendríamos que dar por supuesta, a la prosperidad del mundo: ha contribuido a que en medio siglo el comercio mundial se multiplique por 16.

Nunca se hará bastante hincapié en los efectos que puede tener el aumento del comercio y de las inversiones. Dentro de tres días, los pueblos de Irlanda de Norte y de la República de Irlanda se pronunciarán en referéndum sobre un acuerdo que espero que traiga la estabilidad política y la paz a Irlanda del Norte. Creo que su decisión será afirmativa; que esa decisión llevará al final definitivo de la violencia, y que a su vez ese final definitivo de la violencia puede generar una expansión de las inversiones y el comercio. Cabe que esa perspectiva, por sí sola, no sea una razón suficiente para votar "sí". Hay en juego otras cuestiones. Pero de hecho es probable que a raíz de una votación favorable se produzca un aumento de las inversiones.

Así pues, espero que cuando vuelvan a su país, alienten a sus empresas a que tengan presentes las nuevas oportunidades de comercio e inversión que abrirá el acuerdo, en Irlanda del Norte y nos ayuden así a conseguir la prosperidad económica necesaria para apuntalar la paz. No podemos desaprovechar la mayor oportunidad que se ha presentado en muchos años de conseguir una auténtica paz en Irlanda del Norte.

Que ello sea una señal de paz para las regiones del mundo afectadas por conflictos.

El mundo se está abriendo con la mayor libertad de desplazamiento, los medios de comunicación social y los sistemas de comunicación abiertos. El libre comercio es un elemento esencial de esa tendencia. El MERCOSUR, el TLCAN, la ASEAN y, desde luego, la Unión Europea son exponentes de la intensidad de la marea favorable al libre comercio.

Aunque en este momento estos fenómenos pueden tener un carácter regional, todos ellos refuerzan la tendencia a la ampliación del libre comercio, siempre que mantengamos esas zonas comerciales abiertas al resto del mundo, como está, y debe seguir estando, la Unión Europea.

Así pues, en este momento la cuestión no estriba en si debe haber libre comercio, sino en la forma de gestionar una tendencia que consideramos irreversible e irresistible para que todos los países y pueblos puedan beneficiarse de ella. Ese es el desafío del milenio, para nosotros y para la OMC.

En todas las partes del mundo, en todas las esferas de la existencia humana, todos los pueblos se enfrentan al reto de la transformación. La tecnología transforma sus puestos de trabajo. La mundialización modifica las estructuras en las que trabajan. Los mercados financieros, que con sólo oprimir un botón pueden mover con rapidez asombrosa cantidades inimaginables de dinero a través de las fronteras internacionales, pueden cambiar toda la economía. Estos impulsos poderosos de transformación económica hacen que las personas se sientan inermes e inseguras ante el futuro. Y tras el cambio económico, el cambio social. La desintegración de las comunidades, la desestabilización de las familias, los delitos y las drogas y la exclusión social. Aunque nuestro nuevo mundo puede ofrecer infinitas posibilidades a muchos millones de nuestros ciudadanos, son sus peligros los que se perciben de forma más real.

La elección es clara: podemos oponernos al cambio, adoptar una actitud pasiva o trabajar conjuntamente para controlar sus consecuencias con objeto de preparar a nuestros pueblos para el cambio y ofrecerles las oportunidades y la seguridad que necesitan. Es fácil pedir que nos opongamos al cambio, pero la resistencia no tiene posibilidades de éxito y anularía los beneficios que pueden derivarse de la mundialización. La pasividad nos llevaría a la división y al pesimismo. La única opción realista es trabajar juntos para obtener los máximos beneficios y reducir al mínimo los perjuicios, como pone claramente de manifiesto la forma en que comerciamos unos con otros.

Considero que las tareas fundamentales son cuatro:

En primer lugar debemos hacer llegar a todos los beneficios de la mundialización.

La economía mundial es un hecho. La expansión del comercio mundial -con un aumento de las exportaciones de más del 50 por ciento desde 1990- ha creado millones de nuevos empleos y ha ofrecido muchas oportunidades de pasar de la pobreza a la prosperidad. La tasa anual del crecimiento de las inversiones extranjeras directas ha sido del 14 por ciento. Desde 1980 la renta por habitante de 10 países en desarrollo, en los que vive la tercera parte de la población del mundo, se ha duplicado con creces.

Pero los beneficios de este proceso no han llegado a todos del mismo modo. En algunos países en desarrollo el comercio y las inversiones han quedado atrás.

Este fin de semana, la Cumbre del G8 destacó la necesidad de ayudar a los países en desarrollo para que se integren en la economía mundial y se beneficien así de las oportunidades que brinda la mundialización.

Tengo la satisfacción de anunciar que el Reino Unido ha consignado 10 millones de dólares para la prestación, durante este año y el próximo, de asistencia técnica a esos países para ayudarles a que se preparen para la liberalización. En particular, es preciso prestar especial atención a los países menos adelantados. Todos debemos comprometernos a aplicar un régimen de aranceles nulos a sus exportaciones.

Simultáneamente, cada uno de los gobiernos debe también desempeñar la función que le corresponde, manteniendo políticas macroeconómicas estables, adoptando sistemas financieros transparentes, alentando el ahorro y la inversión en infraestructura económica, fomentando la competencia e invirtiendo en educación.

En segundo lugar, hemos de mantener mercados abiertos y equitativos.

No parece concebible una vuelta al proteccionismo abierto y al estancamiento del comercio que dieron un perfil tan negativo al decenio de 1930: no cabe duda de que hemos asimilado esa experiencia.

Pero siguen existiendo formas sutiles de proteccionismo, y en una situación de crisis las presiones se intensifican. Hemos de velar por que las actuales dificultades financieras de Asia no nos lleven a refugiarnos en el proteccionismo.

Por ello, es alentador que en la reunión de países de Asia y Europa celebrada en Londres, dirigentes de 25 países que en conjunto representan la mitad del PIB del mundo, se hayan comprometido a hacer frente a las tendencias proteccionistas, mantener abiertos los mercados y seguir impulsando la liberalización multilateral. El último fin de semana, en Birmingham, el G8 decidió mantener abiertos los mercados de sus países en respuesta a la crisis de Asia, e invitó a otros países a actuar de la misma forma.

Y por último, en la Cumbre de la Unión Europea y los Estados Unidos celebrada ayer en Londres, hemos decidido seguir reduciendo los obstáculos al comercio entre los Estados Unidos y Europa y hemos encontrado una forma eficaz de resolver la cuestión de las sanciones de los Estados Unidos en relación con nuestro comercio con Cuba, Libia y el Irán.

En tercer lugar, es necesario que ampliemos la liberalización del comercio.

Soy consciente de que la aplicación de la Ronda Uruguay no ha resultado fácil, sobre todo para los países en desarrollo. Pero es imprescindible que todos cumplamos nuestros compromisos.

Tenemos, además, que seguir avanzando. Las negociaciones sobre la agricultura y los servicios, que comenzarán en el año 2000, requerirán grandes esfuerzos. Pero los beneficios que pueden obtenerse son enormes. Los actuales niveles de ayuda a la agricultura son costosos e ineficientes. A mi juicio, no redundan en interés del medio ambiente ni de la comunidad rural en general. Es necesario que nos preparemos ya para esas negociaciones, que adoptemos un enfoque amplio y que demos a las negociaciones un carácter urgente, para llevarlas a término rápidamente y de forma satisfactoria.

Pero, en cuarto lugar, al promover la expansión del comercio mundial, hemos de velar también por que ese objetivo no se alcance a cualquier precio. A mi juicio el principal reto con el que nos enfrentamos al entrar en el próximo siglo tal vez sea la protección del medio ambiente mundial. Es necesario que los gobiernos tengan en cuenta el impacto ambiental de las medidas que adopten en cualquier esfera, incluida la del comercio. Las normas comerciales no pueden utilizarse para imponer a los países en desarrollo normas poco equitativas, ni para discriminar sus exportaciones. Considero que, mediante el establecimiento de nuevas asociaciones, podemos conseguir que el aumento de la prosperidad económica del comercio vaya unido a la protección del medio ambiente.

Simultáneamente, debemos esforzarnos, en la OIT y en otros foros, por conseguir que se respeten en todo el mundo las normas fundamentales del trabajo, en beneficio de todos los trabajadores; y ello, no como un obstáculo al comercio, ni para bloquear las exportaciones de los países en desarrollo, sino porque todos los trabajadores tienen derecho, con independencia del país en que vivan, a condiciones aceptables de trabajo. Debemos impedir también la explotación de los niños.

Por último, hemos de obtener los mayores beneficios posibles de la era electrónica y de la economía sin fronteras.

La revolución electrónica constituye un desafío para todos nosotros. El G8 acaba de establecer una serie de principios para conseguir un entorno internacional coherente, en el que el comercio electrónico pueda desarrollarse bajo la dirección del sector privado, respetando al mismo tiempo los intereses de los consumidores y de la sociedad en general. La OMC ha hecho ya una contribución a ese respecto con sus acuerdos sobre telecomunicaciones y tecnología de la información. Pero en el futuro habrá que prestar una atención mucho mayor a la regulación y el desarrollo del comercio electrónico.

El GATT antes, y la OMC ahora, han conseguido una serie de éxitos de la que podemos estar orgullosos. He expuesto las tareas que hemos de realizar. Pero para llevarlas a cabo necesitamos, que la labor de la OMC cuente con el apoyo popular, con el apoyo de la sociedad.

Hemos de enviar un mensaje en el que se distinga claramente lo siguiente:

    -    que el proteccionismo no genera prosperidad;

    -    que 50 años de liberalización del comercio han generado un crecimiento sin precedentes; la economía mundial y la revolución electrónica pueden contribuir a que la prosperidad llegue a más lugares;

    -    que los Miembros de la OMC solucionamos nuestras diferencias basándonos en las normas y no en la fuerza, nos oponemos a las discriminaciones que tienen efectos perjudiciales, y respetamos los acuerdos a los que hemos llegado libremente por consenso;

    -    que nos esforzamos por promover la expansión del comercio mundial de forma responsable, sensible a las necesidades de todos, para elevar los niveles de vida, luchar contra la pobreza, fomentar el desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente y contribuir a la seguridad internacional;

    -    y, sobre todo, que una mayor apertura de los mercados y una expansión del comercio suponen crecimiento y creación de empleo, en beneficio de nuestros pueblos.

Este es el mensaje que deberíamos enviar en esta reunión a los pueblos de nuestros países al conmemorar el Cincuentenario del GATT y considerar los 50 próximos años del sistema multilateral de comercio.