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CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA OMC, GINEBRA, 1998: SUIZA

Declaración del Excmo. Sr. Flavio Cotti, Presidente, Suiza

 

En nombre del Consejo Federal doy a todos la bienvenida a Ginebra.  Suiza está orgullosa de acoger aquí a las más relevantes personalidades del mundo en el marco de las numerosas reuniones y conferencias que se celebran en esta ciudad.

 Mi país atribuye gran importancia a la Ginebra internacional, la apoya con determinación, y se esfuerza por lograr su esplendor, porque valoramos plenamente la importante función de esta ciudad en la que se forjan y estrechan vínculos de amistad que son fundamentales para la estabilidad y el fortalecimiento de las relaciones internacionales.

 Consciente de esa función, el Consejo Federal ha afirmado claramente, animado por la actitud de apertura de la política exterior de Suiza, su voluntad de integrar al país de la mejor manera posible en los foros multilaterales, muchos de los cuales tienen su sede en Ginebra.  No es necesario recordar en este momento la función cada vez más fundamental que tiene la diplomacia multilateral en un mundo globalizado.

 Los dirigentes del mundo entero se han reunido hoy para conmemorar el Cincuentenario del sistema multilateral de comercio por un motivo importante:  no sólo para reconocer los logros más concretos del sistema -el espectacular aumento de los intercambios mundiales, la ampliación y el fortalecimiento de las normas y nuestro rápido avance hacia un sistema comercial verdaderamente mundial, sino por un motivo aún más importante.  Nos hemos reunido para conmemorar el éxito de tres ideas fundamentales:  la idea de que la apertura de las fronteras y el comercio no discriminatorio pueden promover la estabilidad y la paz internacionales, y la prosperidad (pueden, he dicho, porque sigue siendo necesaria una condición complementaria, la voluntad política de lograr la justicia social y de superar los conflictos con un espíritu de tolerancia);  la idea de que la primacía del derecho, y no la de la fuerza, es la clave de un diálogo civilizado entre los países;  y, por último, la idea de que la prosperidad y el bienestar de cada persona dependen esencialmente de la prosperidad y del bienestar de millones de otros seres humanos.

 Estas mismas ideas guiaron a los arquitectos del sistema hace 50 años.  En 1948, el mundo acababa de salir del conflicto más destructivo de toda la historia de la humanidad.  Solamente en Europa habían perdido la vida más de 30 millones de personas;  estaban en ruinas grandes ciudades;  se habían derrumbado economías que poco antes eran poderosas.  El desafío al que se enfrentaban en ese momento los dirigentes de todo el mundo no consistía únicamente en reconstruir ciudades y fábricas, sino en reconstruir la economía mundial y, junto con ella, el tejido de las relaciones internacionales en su conjunto.  En este contexto, la Unión Europea ha encarnado en el continente -y es el Presidente de la Conferencia Suiza quien lo afirma- un valor insustituible y ha representado un giro copernicano hacia la paz y la colaboración amistosa en una Europa otrora atormentada por una conflictividad permanente y trágica.  Pero también a nivel universal, el sistema de las relaciones económicas ha resultado ser un mecanismo que no abarca únicamente las relaciones comerciales.  Los creadores de ese sistema pensaban que la libre circulación de mercancías y de servicios a través de las fronteras permitía el acercamiento de los distintos pueblos -y de las distintas economías- y forjar en el mundo vínculos de interdependencia más estrechos.  Se pensaba que un sistema de normas multilaterales abierto y no discriminatorio sustituiría a las alianzas y asociaciones cerradas que tanto habían contribuido a atizar las rivalidades, las tensiones y la desconfianza en el período anterior a la guerra, y que la prosperidad, favorecida por el comercio, mejoraría la suerte de los pobres, los marginados y los desheredados del mundo entero y, de ese modo, comenzaría a atenuar las diferencias económicas y sociales que constituían la raíz de los conflictos entre los hombres.

 Eran ideas muy ambiciosas, sobre todo porque para materializarlas era preciso eliminar las tendencias proteccionistas, renunciar a una parte de los ingresos que aportan los derechos de aduana y someterse a procedimientos multilaterales para resolver posibles diferencias en la aplicación del Tratado.  Sin embargo, los notables logros del sistema en los 50 últimos años han superado incluso las previsiones más optimistas.  Al principio, el GATT sólo contaba con 23 Miembros;  tiene ahora 132 -y China, Rusia y otros 29 países en proceso de adhesión podrían efectivamente pasar a ser Miembros a comienzos del próximo siglo.  El comercio mundial es 14 veces mayor que en 1950.  Las inversiones extranjeras directas han aumentado de manera aún más espectacular:  se han multiplicado por 25 en el mismo período.  Hace 50 años, el comercio internacional era esencialmente un comercio de mercancías o de materias primas.  En la actualidad, el comercio de servicios, la información y las ideas han pasado a ser factores esenciales de la economía mundial.

 No obstante, la historia del sistema multilateral en los 50 últimos años no es solamente la historia del progreso económico.  Es la historia de un progreso político basado en el consenso, es decir, libremente negociado entre todos los Miembros.  Gracias a esta historia, el sistema multilateral se ha convertido en uno de los ejemplos más edificantes para el conjunto de las relaciones internacionales.

 Conmemoramos hoy todos esos logros, pero no nos limitamos a eso.  Apoyamos de manera firme y decidida un sistema multilateral que se ha convertido en piedra angular de la economía mundial.  La experiencia del pasado nos sirve también para afianzar nuestra función rectora y para formular orientaciones para el futuro.

 ¿Sabemos lo que nos espera?  En primer lugar, sabemos que viviremos en un mundo caracterizado por la integración y la interdependencia económicas.  No se trata de una ideología ni de un programa político, sino del resultado de una evolución económica y tecnológica dinámica, inevitable y necesaria.  Es un proceso que tendrá consecuencias de gran alcance no sólo para la economía mundial sino también para el marco político y social.  Al finalizar el siglo XX, el mundo presenta dos caras:  es un mundo en el que el crecimiento y el desarrollo han alcanzado un nivel sin precedentes en la historia, pero también es un mundo atormentado por el temor a la inseguridad y la inestabilidad económicas.  En función de nuestra voluntad de aprovechar y de dar forma concreta a las oportunidades intrínsecas que ofrece este mundo, predominará una u otra cara.

 Lo anterior nos lleva a una segunda conclusión, y es que no habrá una respuesta única de cada país a las oportunidades y a los grandes problemas de la economía mundial del futuro.  Tampoco habrá una respuesta única a nivel político.  Este nuevo mundo exige la mayor colaboración posible en el mayor número posible de esferas;  una colaboración que no se limite al ámbito económico, sino que tenga por objeto hacer frente a los desafíos del desarrollo y a las preocupaciones medioambientales y sociales, porque no hay que engañarse:  la injusticia social y la brecha que separa a los ricos de los pobres siguen presentes en las relaciones internacionales;  una colaboración de todos los países y de todas las regiones -y no la colaboración de algunos dentro de unas fronteras bien definidas.  El sistema multilateral de comercio contribuirá de manera importante a este proceso -pero no podemos esperar que permita resolver todos los problemas.

 Nuestra tercera conclusión es que sólo aprovecharemos el potencial de esta nueva economía mundial si también el sistema de comercio es verdaderamente mundial por su ámbito y por su alcance.  Por este motivo, debemos redoblar nuestros esfuerzos para integrar plenamente en el sistema a los países en desarrollo y los países menos adelantados, así como a las economías en transición.  No me refiero simplemente al proceso de adhesión a la OMC que han iniciado numerosos países -aunque sea un elemento crucial.  Tenemos la obligación moral de ayudar a los países y sectores de población más marginados a sacar provecho del crecimiento económico y del progreso, pero también tenemos interés en reducir las inaceptables diferencias que existen entre privilegiados y desheredados, en un mundo en el que los problemas sociales, sanitarios y medioambientales transcienden cada vez más las fronteras.

 En la actual economía mundial, los desafíos y oportunidades son nuevos, pero las opciones fundamentales siguen siendo las mismas.  ¿Deseamos que las relaciones económicas entre los países estén basadas en la apertura y la no discriminación, o en la protección y la exclusividad?  ¿Deseamos aprovechar la transformación económica y tecnológica y ponerla al servicio del interés de todos, o estamos dispuestos a dejar que las fuerzas económicas mundiales nos dominen?

 Lo mismo que los fundadores del sistema multilateral hace 50 años, nos encontramos hoy en un momento crucial de la historia -en vísperas de una nueva era y en un marco internacional nuevo.  En el mundo en el que entramos nada está predeterminado:  es una obra en curso cuya única constante es el cambio.  No basta decir que la transformación mundial es inevitable, sino que debemos indicar a dónde debe conducirnos, el tipo de sistema mundial que deseamos y cómo nos proponemos establecerlo.  Lo mismo que nuestros predecesores, cuya clarividencia y determinación celebramos hoy, debemos pensar en el futuro -y explicar ese futuro a nuestros contemporáneos, lo que requiere un diálogo universal caracterizado por la confianza.  Puedo asegurarles que Suiza está dispuesta a cumplir su función en ese diálogo fundamental y urgente.  Lo mismo que nuestros predecesores en su época, somos hoy los únicos dueños del futuro del nuevo siglo rico en promesas que se abrirá a la humanidad dentro de 591 días.