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CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA OMC, SEATTLE, 1999: COMUNICADOS DE PRENSA

29 de noviembre de 1999

La OMC no es un gobierno mundial y nadie tiene ninguna intención de que lo sea, dice Moore a las ONG

 

 

La OMC no es un gobierno mundial, y nadie tiene ninguna intención de que lo sea. Sus decisiones son adoptadas por Estados Miembros, y su trabajo es supervisado por Ministros que son, todos ellos, responsables ante sus respectivos gobiernos y pueblos, dijo el Director General Mike Moore a las organizaciones no gubernamentales (ONG) al inaugurar el Simposio de Seattle sobre las grandes cuestiones del comercio internacional en las primeras décadas del siglo próximo.

El Sr. Moore dijo que el mundo sin el sistema multilateral de comercio "sería un mundo más pobre, con bloques rivales y política basada en la fuerza; un mundo de más conflicto, incertidumbre y marginación". Añadió que "nuestro sueño debe ser el de un mundo regido por la persuasión, el imperio de la ley y la solución pacífica de las diferencias".

Se adjunta el texto completo.

Una década y media atrás se lanzó la Ronda Uruguay en un ambiente de apatía pública. Nadie puede decir esto de Seattle, no cabe ninguna duda. Hemos pasado de la apatía a la ansiedad e incluso a la ira, y no solamente me refiero a los manifestantes en las calles, sino a las personas de todo el mundo que sienten que durante demasiado tiempo han estado apartadas de los beneficios del crecimiento, y también me refiero a aquellos que temen por su seguridad en una época de incertidumbre y de cambio.

Cuando la gente -y especialmente los jóvenes- dicen que el desempleo es demasiado alto, tienen razón. Cuando los sindicatos desean mejores salarios y condiciones de trabajo para los trabajadores, tienen razón. Cuando los ambientalistas dicen que el crecimiento debe ser sostenible -y no destruir el equilibrio ecológico del planeta- tienen razón. Cuando los países en desarrollo dicen que no obtienen un acceso equitativo a los mercados ni justicia económica, tienen absolutamente razón.

En primer lugar, tengamos claro qué es lo que la OMC no hace. La OMC no es un gobierno mundial, un policía planetario ni un agente de los intereses empresariales. No tiene ninguna autoridad para decir a los países qué políticas comerciales -o cualquier otro tipo de políticas- deben adoptar. No deroga las leyes nacionales. No obliga a los países a matar tortugas o a bajar los salarios o a emplear a niños en las fábricas. En pocas palabras, la OMC no es un gobierno supranacional, y nadie tiene ninguna intención de que lo sea.

Nuestras decisiones deben ser adoptadas por nuestros Estados Miembros; los Acuerdos, ratificados por los parlamentos, y cada dos años los Ministros se reúnen para supervisar nuestro trabajo. Existe un poco de contradicción en el hecho de que afuera haya gente diciendo que no somos democráticos, cuando aquí dentro más de 120 Ministros, todos elegidos por el pueblo o nombrados por presidentes elegidos, deciden lo que haremos.

La OMC es una organización internacional que actúa como mediadora en las diferencias comerciales, trata de reducir los obstáculos entre los países y da expresión a los acuerdos. Como dijo el Presidente Clinton, la globalización no es una opción política, es un hecho. La globalización está dirigida sobre todo por el poder de la tecnología -por los transportes más rápidos y menos costosos, por las nuevas comunicaciones, por la creciente ingravidez de nuestras economías- los servicios financieros, las telecomunicaciones, el espectáculo y el esparcimiento, y el comercio electrónico, que constituyen una parte creciente del comercio mundial. También está guiada por los valores comunes de la libertad, la democracia y el deseo de compartir lo que el mundo tiene para ofrecer.

La verdadera pregunta que deberíamos hacernos es si sería mejor dejar que la globalización procediera sin trabas -dominada por los más fuertes y los más poderosos, regida por la ley de la selva- o si sería mejor que fuera controlada por un sistema convenido de normas internacionales ratificadas por gobiernos soberanos.

¿Cómo se hará más estable la economía mundial si se socava su mismo fundamento de normas y cooperación? ¿Volviendo al mismo sistema de bloques regionales y anarquía comercial que contribuyó a precipitarnos a la guerra mundial en los años 30?

¿Cómo ayudaremos a los países en desarrollo si cerramos nuestros mercados, restringiendo sus exportaciones y agravando su marginación?

¿Cómo se mejorará el medio ambiente mundial si se retrasa el crecimiento, distorsionando los precios o subvencionando el consumo de recursos escasos?

Las economías dirigidas tienen las peores consecuencias para el medio ambiente, para los derechos humanos y para los puestos de trabajo, la educación y la salud. Y, de paso sea dicho, los países totalitarios siempre representan una mayor amenaza para la paz.

¿Cómo vamos a hallar puestos de trabajo para los desempleados, o vivienda para los desposeídos, si hacemos más pobres nuestras economías y sociedades? Considérese lo siguiente: las exportaciones han representado más de la cuarta parte del crecimiento económico de los Estados Unidos en los seis últimos años, y casi 20 millones de nuevos puestos de trabajo.

Los Estados Unidos consumen hoy menos acero que hace 30 años. El comercio entre países no puede hacer más daño al medio ambiente que el comercio dentro de los países. Las cosas, desde luego, pueden estar mejor, y es por eso que ustedes y yo estamos aquí.

La OCDE ha llegado a la conclusión de que una nueva ronda de liberalización arancelaria incrementaría el producto de la economía mundial en un 3 por ciento -o sea en más de 1,2 billones de dólares- y los países en desarrollo serían los más beneficiados. El PIB de la India crecería un 9,6 por ciento; el de la China, un 5,5 por ciento; el del África al sur del Sahara, un 3,7 por ciento.

No quiero dar a entender que el sufrimiento y los problemas relacionados con los cambios tecnológicos y económicos no sean reales. Lo son. Y debemos abordarlos con las políticas internas adecuadas: esa es la función de los gobiernos.

Recuerden cuando cayó el muro de Berlín, cuando Nelson Mandela obtuvo la libertad, cuando se desmembró el último imperio europeo, cuando los coroneles volvieron a sus cuarteles en América del Sur. Del Congo a Camboya, de Polonia a Chile, todos celebramos estos valores universales de libertad. Nadie condenó la globalización ni los ideales de libertad. ¿Por qué, cuando se disipa el humo, la gente elige la libertad? Ahora esos mismos combatientes de la libertad están en Seattle, pidiendo una oportunidad para comerciar libremente. ¿Van ustedes a decirles que los viejos tiempos y los métodos del pasado eran mejores? Yo no. Estoy aquí para abrir las puertas a los hombres y mujeres de trabajo.

Quienes se oponen y protestan ni son todos malos ni están todos locos. Muchos quieren mejorar la OMC. Otros quieren capturarla para que refleje sus intereses, lo cual, supongo, es una forma de halagarla. La mayoría busca un compromiso franco. El Fondo Mundial para la Naturaleza, para no citar más que un ejemplo, ha hecho varias propuestas constructivas con respecto a la mejora de la interfaz entre comercio y medio ambiente. Debemos escuchar, reflexionar y luego actuar. Recientemente tomé la palabra ante la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres. También en este ámbito hay un sorprendente grado de común entendimiento sobre la forma en que el comercio puede contribuir a mejorar las normas del trabajo, y viceversa.

Si elevamos los niveles de vida mejoraremos y promoveremos las normas del trabajo y los derechos humanos y obtendremos mejores resultados para quienes son víctimas de la enfermedad o tienen ansias de aprender.

El comercio no es la panacea para todos nuestros problemas pero es parte de la solución. Es posible que 50.000 personas se manifiesten contra nosotros en Seattle. Pero también hay que recordar que más de 13 países -unos 1.500 millones de personas- quieren incorporarse a la OMC. Saben lo que ésta ofrece y quieren ser parte de ella. Pregúntenles a ellos lo que quieren.

¿Y qué hay de malo en querer que China y Rusia formen parte de un mundo basado en normas? Es una de esas grandes contradicciones que, mientras el mundo celebra la propagación de la libertad política a través de Europa, África, Asia y Sudamérica, los espíritus abiertos que aplauden estas libertades cierran con frecuencia su mente a las libertades económicas que ofrece el comercio. Hay una contradicción entre aquellos que dan con generosidad en la iglesia los domingos cuando hay una inundación o un terremoto en el tercer mundo, y el lunes firman una petición para excluir los productos que crean los trabajadores de los países afectados.

¿Por qué luchamos en Seattle? Luchamos por un sistema multilateral de comercio que sea un elemento esencial de la estructura de la cooperación internacional. Un punto de apoyo firme en un mundo incierto. El mundo no sería un lugar más seguro sin las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial o la OMC, pese a sus imperfecciones. El sistema del GATT/OMC es una fuerza de paz y orden internacionales; una fortificación contra el desorden. Esta es una razón suficiente para insistir en lo bien fundado de lo que estamos haciendo.

También luchamos para reducir la pobreza y crear un mundo sin exclusiones. Todos queremos un mundo más justo, un mundo de oportunidades al alcance de todos. Pregunten a la madre con un hijo enfermo que busca la mejor opinión médica del mundo, venga ésta de Boston, Oxford o Johannesburgo. Cuando yo era muchacho, habría hecho falta un año de salario de un obrero para que éste pudiera comprar la Enciclopedia Británica a sus hijos. Hoy en día, es gratuita en Internet. ¿Quién quiere ir a ver a un dentista cuya tecnología esté atrasada 20 años? Piensen en lo que están haciendo la tecnología y la ciencia en pro de la educación y la salud.

Ya no son aplicables las antiguas divisiones norte-sur, o izquierda-derecha. Lo que hoy nos divide es la diferencia entre los que acogen satisfechos el futuro y los que le temen. Actualmente forman la OMC 135 países, frente a los 23 que negociaron el GATT en 1948. Ninguno de estos países quiere menos comercio, menos inversiones, menos puestos de trabajo, tecnología o investigación. No; quieren para sus familias lo mismo que queremos nosotros.

Por último, luchamos para crear un mundo que sea más abierto e interdependiente, un mundo de menos barreras y mayor libertad. Hace más de 35 años el Presidente Kennedy nos recordó que "la libertad es indivisible". Deben recordarlo todos aquellos que desean volver a levantar muros entre nosotros. Claro está que la libertad económica no es la única libertad, pero es parte indispensable de todas las otras libertades que consideramos importantes: la libertad de palabra, la libertad de conciencia, la libertad de elección y de oportunidad.

Existe un fuerte postulado según el cual la libertad económica, social y política es condición básica para el desarrollo.

Empecé preguntando cómo sería el mundo sin el sistema multilateral de comercio. Permítanme contestar mi propia pregunta: sería un mundo más pobre, con bloques rivales y política basada en la fuerza; un mundo de más conflicto, incertidumbre y marginación. Una parte demasiado grande de este siglo ha sido marcada por la fuerza y la coerción. Nuestro sueño debe ser el de un mundo regido por la persuasión, el imperio de la ley y la solución pacífica de las diferencias por medio del derecho y la cooperación. Seattle, pues, deberá recordarse con confianza, si, como postulamos, la libertad económica y política significa niveles de vida más altos y un mejor estilo de vida. Esperemos que nuestra visión del nuevo siglo corresponda a la de nuestros padres, quienes, tras superar la depresión y la guerra, nos crearon a nosotros y a nuestras instituciones. Honrémoslos. Gracias.