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Pascal Lamy
Documento del Profesor Bhagwati distribuido en la conferencia
Jagdish Bhagwati es profesor universitario
de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia y Senior Fellow
en el Consejo de Relaciones Exteriores. El libro que publicó en
2004, In Defense of Globalization (Oxford), acaba de ser distribuido
en una nueva edición. Sus libros más recientes sobre el comercio,
Termites in the Trading System: How Preferential Trade Agreements
are Undermining Multilateral Free Trade, y Terrified by Trade: The
Paradox of Protectionism in the United States, serán publicados por
Oxford.
En sus escritos, Alan Blinder se centra en la subcontratación de los
servicios a través de Internet, como lo ha hecho en el presente
debate organizado por Ben Friedman; ahora bien, las cuestiones que
se han planteado son mucho más generales por lo que respecta al
libre comercio y así ha sido anunciado por los medios de
comunicación. Por ello, por razones analíticas y de política
pública, mi contribución será de carácter muy general, situando los
argumentos de Blinder en la perspectiva necesaria.
Si consultamos los principales periódicos estadounidenses durante
estos días leeremos que se ha producido entre los economistas una
“pérdida de fuerza” e incluso una “pérdida de fe” en el libre
comercio. Además, se observan constantes pronunciamientos
proteccionistas entre los nuevos demócratas (los que han ganado las
últimas elecciones) en el Congreso, y una calculada ambigüedad sobre
el libre comercio entre los viejos demócratas (como Hillary Clinton,
que pidió de forma vergonzante una “pausa” en la ratificación de los
tratados comerciales), enfrascados en la carrera hacia la
Presidencia. Cuando les cuestionan los defensores del libre
comercio, estos políticos suelen decir: “Ya no existe entre los
economistas un consenso sobre el libre comercio”, citando las mismas
ideas que leen en los periódicos.
Se podría pensar, por tanto, que los días en que se propugnaba el
libre comercio son cosa del pasado en los Estados Unidos.
Ciertamente, el clamor contra el libre comercio es tan intenso que
es posible que podemos llegar a encontrarnos en PBS con un Réquiem
por el Libre Comercio compuesto e interpretado en Inglaterra por Sir
Paul McCartney. Sin embargo, todo este barullo recuerda a la
película de dibujos animados en la que dos derviches están sentados
despreocupadamente en la arena del desierto, junto a sus camellos, y
uno de ellos que está leyendo el irritable periódico de El Cairo Al
Ahram le comenta al otro: “Dice que estamos de nuevo activos”.
Lo cierto es que el libre comercio está vivo y goza de buena salud
entre los economistas, en cuyos argumentos analíticos favorables a
esta política, elaborados de forma muy sofisticada en la teoría de
la política comercial de posguerra, apenas han hecho mella algunos
argumentos originales de unos pocos economistas, como Alan Blinder
en el debate de hoy, que se alinean contra él.
La última celebración del abandono del libre comercio por los economistas
Si se examina la reciente avalancha de
artículos periodísticos sobre el libre comercio, resulta asombroso
(como demostraré más adelante) con cuánta frecuencia se ha escrito
en tono luctuoso durante los últimos años, ignorando la realidad
histórica de que ese tipo de escritos han aparecido de forma
recurrente durante los 20 últimos años en los principales periódicos
y revistas. Los últimos escritos son de afamados periodistas como
Lou Uchitelle del New York Times (30 de enero de 2007) y el equipo
de Bob Davis y David Wessel en el Wall Street Journal (28 de marzo
de 2007). A menudo, también incluyen una reseña sobre los
economistas “discrepantes”, como William Baumol (con su coautor, el
tan afamado matemático Ralph Gomory) y Alan Blinder, que hoy se
encuentra aquí entre nosotros.
Pero si su entusiasmo para imaginar la salud declinante, e incluso
la muerte, del libre comercio traiciona la ignorancia de análisis
anteriores de ese tipo que luego quedaron en nada, también hay que
destacar que a estos periodistas les contradicen otros cuyos
análisis del vigor del libre comercio entre los economistas es más
preciso. Así, incluso cuando Davis y Wessel exponían sus dudas sobre
el libre comercio (28 de marzo de 2007) en el Wall Street Journal,
un periódico conservador, y afirmaban que “Desde muchos puntos de
vista, el debate sobre el libre comercio avanza en ... la dirección
[de los escépticos y oponentes]”, señalé a la atención de Davis en
una entrevista telefónica la columna que había escrito el 12 de
febrero de 2007 el brillante y perspicaz Eric Alterman en The Nation,
la revista izquierdista más influyente de la actualidad, en la que
lamentaba acertadamente la permanente aceptación del libre comercio
por los economistas: “Esta columna no va a solucionar la
controversia sobre si los Estados Unidos necesitan una política
comercial más dura. Así me lo parece, pero no creo que pueda
convencer a Paul Krugman o Jagdish Bhagwati, por ejemplo, de que
tengo razón y ellos están equivocados. La pregunta que hago es la
siguiente ¿por qué la opinión de la mayoría [política] del país
concita un sentimiento de desprecio en el discurso público?”
Con el fin de adquirir la perspectiva necesaria sobre los análisis
de los medios de comunicación relativos a la pérdida, una vez más,
del consenso sobre el libre comercio entre los economistas, trataré
de documentar distintas situaciones en los últimos años en las que
se escucharon falsas alarmas acerca del libre comercio, con la misma
exageración que el conjunto heterogéneo de personas a las que he
citado como los periodistas que han escrito más recientemente en
esta línea. Evaluaré y desestimaré los argumentos “heréticos” que se
expusieron contra el libre comercio en cada caso; de hecho, los
medios de comunicación me atribuyeron el papel de defensor del libre
comercio en todas esas situaciones.
Situaciones anteriores de agitación en los medios de comunicación
Situación 1. El ascenso del Japón:
Krugman y Tyson. La discrepancia más notoria, con mucho, sobre
el libre comercio, el equivalente de un huracán de categoría 5, la
protagonizó mi alumno del Massachusetts Institute of Technology
(MIT) Paul Krugman, uno de los representantes más profundos de la
teoría del comercio internacional, que amplió el principio de
competencia imperfecta a la teoría comercial y que a finales del
decenio de 1980, hace más o menos 20 años, comenzó a afirmar que
“después de todo, el libre comercio ha pasado de moda”. El efecto
sobre los medios de comunicación y sobre los enemigos del libre
comercio fue fulminante, en gran medida porque el ascenso del Japón
y el argumento de que era proteccionista, mientras que los Estados
Unidos propugnaban el libre comercio, había alimentado la búsqueda
exaltada de un economista destacado como icono de los
proteccionistas.
Robert Kuttner, que ahora es el editor de The American Prospect y
que durante mucho tiempo se había mostrado escéptico acerca del
libre comercio, celebró la aparente herejía de Krugman. Karen Pennar
escribió en Businessweek (27 de febrero de 1989), bajo el título de
“The Gospel of Free Trade is Losing Its Apostles” (El evangelio del
libre comercio está perdiendo a sus apóstoles) que “El libre
comercio es positivo para usted … Cada vez son más los economistas
que no están tan seguros de ello.” Además de Krugman, Laura Tyson
(otra de mis alumnas más destacadas del MIT) fue mencionada como
economista que apoyaba “la aplicación de políticas comerciales para
promover y proteger industrias y tecnologías que consideramos
importantes para nuestro bienestar”, posición que fue rechazada por
el economista de Stanford Michael Boskin con la afirmación, que
habría de resultarle políticamente costosa, de que no hay diferencia
entre los chips de patata y los chips semiconductores (“potato chips
and semi-conductor chips”).
Consideremos dos de los principales argumentos, comenzando con la
defensa que hace Tyson de la política comercial como instrumento de
política industrial. Tyson afirma que las industrias con
externalidades deberían ser protegidas. Pero el problema en este
sentido es que resulta muy difícil para los responsables de la
formulación de políticas y muy fácil para los miembros de un grupo
de presión decidir qué industrias tienen externalidades. Como señaló
en una ocasión el premio Nobel Robert Solow, tan buen demócrata como
el que más: “Sé que hay muchas industrias en las que el valor de la
producción social es cuatro veces superior al de la producción
privada; el problema es que ignoro cuáles son.” Además, Michael
Schrage, de Los Angeles Times, decidió estudiar cómo se hacían
realmente los chips de patata y los chips semiconductores y, si los
partidarios de la política industrial pensaban, sin duda, que los
chips semiconductores se fabricaban con una tecnología sofisticada,
que no era necesaria en el caso de los chips de patata, la realidad
resultó ser muy diferente. Mientras que los chips Pringle, que
pueden encontrarse en los minibares de los hoteles de lujo, los
fabrica Frito-Lay, la filial de PepsiCo, en fábricas prácticamente
automatizadas, fabricar semiconductores es en una labor consistente
en ensamblar placas que no requiere ninguna inteligencia y que
llevan a cabo trabajadores poco cualificados pero dotados de una
gran paciencia y capacidad para sobrevivir al aburrimiento. Además,
en un examen del influyente libro de Laura Tyson Who’s Bashing Whom?
que realicé en su momento en The New Republic (31 de mayo de 1993)
señalé que el interés exagerado en lo que se produce como
determinante del destino económico es una obsesión casi marxista que
bordea la insensatez. Se pueden producir chips de patata,
exportarlos e importar ordenadores que se pueden usar de forma
creativa. También se pueden producir semiconductores, exportarlos e
importar chips de patata que uno puede comer mecánicamente como un
teleadicto mientras ve la televisión y se convierte en un imbécil.
Es probable que lo que se “consume”, en un sentido amplio, sea más
importante para uno mismo y para el bienestar de la sociedad que lo
que se produce.
Sin embargo, el modelo teórico de Krugman de competencia imperfecta
entre empresas que producen productos diferentes y la elaboración
del modelo de industrias oligopólicas (por contemporáneos de Krugman
como Gene Grossman de Princeton, otro alumno destacado mío del MIT,
inmediatamente por detrás de Krugman) planteó problemas al libre
comercio a un nivel más profundo. Para comprenderlo, hay que tener
en cuenta que en los dos últimos siglos transcurridos desde que Adam
Smith escribiera sobre las virtudes del libre comercio, se habían
registrado numerosas discrepancias por parte de economistas de
primera fila como Keynes durante la Gran Depresión. En esencia, el
argumento en favor del libre comercio es una extensión del argumento
de la Mano Invisible: si los precios del mercado no reflejan los
costos sociales, la Mano Invisible, que utiliza esos precios para
orientar la asignación, señalará en la dirección incorrecta.
Evidentemente, durante la Depresión, los salarios del mercado (que
eran positivos) superaban al costo social (que era cero como
consecuencia del desempleo generalizado). Así pues, Keynes se
convirtió en proteccionista. De modo análogo, si los que contaminan
pueden contaminar sin pagar por ello, habrá sobreproducción en la
industria contaminante porque su costo privado será inferior al
costo social (que debería incluir el costo de la contaminación).
También en este caso el apoyo al libre comercio se ve comprometido.
Cada generación parece haber descubierto alguna imperfección del
mercado, apropiada para su época, que menoscabaría los argumentos en
favor del libre comercio.
Pero en un escrito publicado en el Journal of Political Economy en
1963, expuse un sencillo argumento que resultó revolucionario en la
defensa del libre comercio: argumenté que si se eliminaba la
imperfección del mercado aplicando una política adecuada, se
restablecerían las razones que sustentaban el libre comercio. Así
pues, si se introdujera el principio de “el que contamina paga” (o
permisos comerciables que gravarían igualmente a quienes
pretendieran contaminar), sería posible aprovechar plenamente las
ventajas derivadas del comercio adoptando el libre comercio. Los
argumentos en favor del libre comercio se habían restablecido
después de dos siglos de dudas recurrentes.
Pero había un problema importante. Si la imperfección del mercado se
producía en “mercados” nacionales como los mercados de trabajo, en
los que puede haber imperfecciones tales como diferencias salariales
entre zonas rurales y urbanas o salarios rígidos que superan el
costo “real” de la mano de obra, mi argumento era correcto, y la
inmensa mayoría de las imperfecciones se producían en los mercados
nacionales. Ahora bien, si las imperfecciones se planteaban en el
comercio internacional, para resolverlas habría que aplicar
aranceles y no se restablecería el libre comercio como la política
apropiada. Por consiguiente, si un país o sus productores tenían un
cierto grado de poder en los mercados internacionales para elevar
los precios de venta reduciendo la oferta, saldrían mejor parados
con lo que los economistas denominan “un arancel óptimo”, argumento
que se remonta a la época de Adam Smith. Paul Krugman se ocupaba
precisamente de ese tipo de imperfecciones.
Pero finalmente, Krugman y otros economistas especializados en el
comercio volvieron a asumir el libre comercio en varios de sus
escritos, abandonando a Kuttner et al. a su suerte. Básicamente,
esto se hizo a través de argumentos “de política económica” menos
irrefutables pero igualmente convincentes. Un conjunto de
economistas, entre ellos Avinash Dixit de Princeton, volvieron al
redil afirmando que “no había argumentos de peso”, esto es, que
cuando se investigaban empíricamente las imperfecciones del mercado
de mercancías éstas no eran lo bastante sustanciales para justificar
el abandono de la política de libre comercio. Otros economistas,
Krugman entre ellos, alegaron que la protección no mejoraría la
situación, sino que la empeoraría. Mi radical profesora de Cambridge
Joan Robinson solía decir que la Mano Invisible trabajaba por
estrangulación; la demostración menos drástica de Krugman de que era
débil cuando había imperfecciones en el mercado de mercancías se
combinaban ahora con la idea de que la Mano Invisible estaría
paralizada. Otros, sin embargo, pensaban que una vez se permitieran
las represalias arancelarias, era poco probable que quienes
iniciaran el proteccionismo pudieran sobrevivir a esas represalias
para descorchar una botella de champán.
Los proteccionistas que habían saludado a Krugman como su icono se
sentían decepcionados, incluso furiosos: Kuttner escribió feroces
críticas sobre Krugman, por ejemplo, durante años. Pero lo cierto es
que, incluso en el momento en que estos economistas volvieron a
aceptar el libre comercio, el Japón dejó de ser una amenaza y la
histeria sobre este país, densa como la niebla, remitió. El libre
comercio volvía a ser nuestra opción política.
Situación 2. El ascenso de la India y China: Paul Samuelson. El ascenso de la India y China provocaría otro huracán de la categoría 5. Esta vez lo ocasionó el Premio Nobel Paul Samuelson, mi profesor del MIT. En un artículo publicado en el Journal of Economic Perspectives (verano de 2004) afirmó, combinando conocimientos matemáticos no accesibles a los periodistas con un estilo expresivo, que los defensores de la globalización no tenían en cuenta la realidad de que el ascenso de la India y China podía incidir negativamente en los Estados Unidos 1.
Aunque Samuelson había tenido buen cuidado
en afirmar que los Estados Unidos no debían reaccionar adoptando
medidas de protección, los proteccionistas pensaron que habían
conseguido un nuevo icono, y en esta ocasión se trataba del que
podía ser considerado, junto con Keynes, el economista más
importante del siglo XX y defensor del libre comercio durante mucho
tiempo. Kuttner volvió a la carga y en muchos periódicos y revistas
se publicaron artículos similares a los que se habían escrito cuando
apareció Krugman en escena casi 20 años antes: por ejemplo, Aaron
Bernstein, “Shaking Up Trade Theory” en Businessweek (6 de diciembre
de 2004), Steve Lohr, “An Elder Challenges Outsourcing’s Orthodoxy”
en The New York Times (9 de septiembre de 2004), y muchos otros.
Como informó Steve Lohr en su entrevista en el Times, Samuelson
subrayó que su análisis “no era una justificación para adoptar
medidas proteccionistas”, pero sus palabras se perdieron en medio de
las deducciones injustificadas contra el libre comercio que hicieron
los proteccionistas.
Los economistas saben desde hace tiempo que los acontecimientos
externos (“exógenos”, pueden perjudicar a una economía. De hecho, mi
profesor de Cambridge Harry Johnson escribió sobre esta cuestión en
los años cincuenta, cuando había escasez de dólares y los europeos
sacaron la conclusión pesimista de que el crecimiento de los Estados
Unidos les perjudicaría (del mismo modo que muchos consideran ahora
que ocurrirá en los Estados Unidos a causa del crecimiento de la
India y China) y afirmó que en realidad Europa podía resultar
beneficiada. Para abordar la cuestión mediante una analogía,
imaginemos cómo puede influir el tiempo en nuestro bienestar. Cuando
un huracán afecta a Florida, las consecuencias son negativas, pero
si llega a la India un buen monzón, las consecuencias son
favorables.
Así pues, solamente un economista poco versado (y Samuelson tiene
razón en que los hay, aunque no son en todos los casos los que él
menciona) ignoraría la posibilidad lógica de que el ascenso de China
y la India podría perjudicar a los Estados Unidos. Esto no es una
novedad. Lo que sí fue una novedad en la imaginación popular,
alimentada por los medios de comunicación y por los proteccionistas,
fue el hecho de que si se vislumbrara realmente esa posibilidad
pesimista, la respuesta adecuada debía ser el proteccionismo. Para
explicarlo de forma muy simple, supongamos que un huracán daña a
Florida. Si el gobernador Jeb Bush respondiera a ello interrumpiendo
el comercio con el resto de los Estados Unidos, o con el mundo
entero, lo único que conseguiría sería aumentar la angustia en
Florida. Y Samuelson, cuyos conocimientos son incontestables y que
no se deja arrastrar por la pasión o la política, no cometió ese
error elemental.
Cuando se abrió paso esta realidad, como muchos economistas
señalaron y el propio Samuelson subrayó de tiempo en tiempo, los
proteccionistas perdieron su nuevo icono. Además, los economistas
que estudiaban la cuestión revelaron que la posibilidad pesimista de
que el ascenso de la India y China hasta “parecerse más a nosotros”
pudiera reducir los beneficios que obtenían los Estados Unidos del
comercio al hacer descender los precios de sus exportaciones no era
un resultado probable. A medida que los países se equiparan en su
dotación de recursos pueden obtener grandes ventajas del comercio de
productos similares (o diferentes), como otro alumno mío, Robert
Feenstra (en la actualidad el principal especialista en economía
aplicada del comercio y director del Programa NBER sobre política
comercial) en su discurso de aceptación del premio Bernhard Harms, y
mi brillante colega de La Universidad de Columbia David Weinstein,
demostraron empíricamente respecto del período de posguerra, en el
que Europa y el Japón resurgieron de sus cenizas. Por otra parte, la
fuente política inmediata de preocupación, el temor derivado de la
subcontratación a la India de algunos empleos de atención de
llamadas y apoyo administrativo (que, en mi opinión, provocó Alan
Blinder) también remitió cuando se hizo patente que los hechos no
avalaban la idea de que todo el comercio electrónico se realizaba en
una sola dirección.
Situación 3: La india y China y el temor a
la subcontratación: Alan Blinder. Pero la subcontratación apareció
de nuevo, un par de años atrás, cuando el destacado macroeconomista Alan
Blinder, presente hoy entre nosotros, fuertemente influido por el
exitoso libro de Thomas Friedman sobre la globalización -que parecía
traducir la declaración creíble de destacados empresarios y científicos
de Bangalore dedicados a la tecnología de la información, como Nandan
Nilekani, de que podían hacer todo cuanto pudieran hacer los
estadounidenses en la conclusión errónea de que, por tanto, los indios
harían todo cuanto estaban haciendo los estadounidenses- publicó en
Foreign Affairs, en abril de 2006, un ensayo en el que exponía la idea
de que la subcontratación de servicios a través del cable incrementaría
el desplazamiento de empleos de Estados Unidos a esos países y pondría
en peligro al país y a su clase media y su clase trabajadora. Así, se
convirtió en un nuevo icono de los proteccionistas, a pesar de que
Blinder siempre decía que seguía siendo partidario del libre comercio,
pero … Davis y Wessel, del Wall Street Journal, elaboraron su
argumentación contra el libre comercio en torno a él; él expuso sus
ideas en la Radio Nacional Pública e incluso en el programa emblemático
de televisión de Charlie Rose.
Pero Blinder olvidó que la subcontratación a través del cable (es decir,
sin que tenga que haber entre el proveedor y el usuario una proximidad
física como la que existe en la peluquería), que es el modo 1 de
suministro de servicios en el Acuerdo General sobre Comercio de
Servicios (AGCS), uno de los acuerdos derivados de la Ronda Uruguay de
1995, es el modo preferido de los Estados Unidos y otros países ricos,
porque comprendieron que serían los grandes beneficiados, como sin duda
lo son. Todos los servicios de atención de llamadas y otros servicios
poco cualificados que se importan de países como la India se compensan
con creces con un número mucho mayor de servicios muy cualificados y de
gran valor que suministran profesionales de los países ricos en los
ámbitos de la arquitectura, el derecho, la medicina, la contabilidad y
otras profesiones.
Pero Blinder ha modificado su argumentación y ahora afirma que con la
posibilidad de comercializar los servicios en línea, el número de
empleos “vulnerables” ha aumentado al mismo ritmo y dice que están
afectados más de 40 millones de empleos. Concluye señalando que para
hacer frente a este fenómeno es necesario aumentar la asistencia para el
reajuste estructural y mejorar la educación. Son muchas las
observaciones que pueden hacerse sobre esta argumentación. Por ejemplo,
si se habla de flujos, no se debe hablar únicamente del modo 1
(transmisión de los servicios a través de Internet). Los economistas
saben que éste es sólo uno de los posibles modos de suministro de
servicios, a saber, la transmisión de servicios sin la proximidad física
de los proveedores y usuarios de los mismos. La transmisión de rayos X
digitalmente desde Indiana hasta la India puede ser un ejemplo de ello.
Pero, además, los médicos pueden acudir al lugar donde se encuentran los
pacientes, y los pacientes al lugar donde se encuentran los médicos. El
AGCS reconoce cuatro modos diferentes de “transacciones” de servicios.
En dos artículos que publiqué a mediados
del decenio de 1980 en The World Economy junto con Gary Sampson y
Richard Snape se distinguían los diferentes modos de suministro,
que, sorprendentemente, fueron recogidos en el AGCS un decenio más
tarde: sin duda, un triunfo destacado para nosotros los economistas
2. En esos
artículos describí la distinción fundamental entre las transacciones
de servicios que requerían la proximidad física y las que no la
requerían y, por su parte, Sampson y Snape subdividieron, con
brillantez, esas transacciones entre aquéllas en las que el
proveedor acude al lugar en que se encuentra el usuario y aquellas
otras en las que ocurre a la inversa.
Blinder, que al parecer desconocía todo esto cuando escribió su
elogiado artículo en Foreign Affairs, del mismo modo que yo
desconozco los pormenores importantes de la macroeconomía, en la que
él tiene una ventaja comparativa, se ha equivocado, por tanto, al
pensar únicamente en el modo 1. De hecho, los posibles flujos tienen
lugar actualmente en más formas de las que él menciona. Ello se debe
también a la inversión extranjera directa. Por ejemplo, cuando el
senador Kerry hablaba de la subcontratación, se refería también, de
manera confusa, al fenómeno de que un director ejecutivo cierre una
fábrica en Nantucket y la abra en Nairobi, o invierta en la
producción en Nairobi en lugar de hacerlo en Nantucket.
Lo esencial desde el punto de vista de la política comercial es que
prácticamente ningún economista especializado en el comercio y
ningún responsable de la formulación de políticas serios se han
opuesto, que se recuerde, a que se proporcione asistencia para el
reajuste estructural o para mejorar la educación. El primer programa
de asistencia para el reajuste estructural de los Estados Unidos se
remonta a 1962, durante las negociaciones de la Ronda Kennedy:
fueron Kennedy y George Meany de AFL-CIO quienes lo firmaron. Desde
entonces, prácticamente toda la legislación comercial ha tratado de
mejorar ese aspecto y muchos economistas especializados en el
comercio, como yo mismo a finales de los años sesenta, y otros como
Lael Brainard, Robert Lawrence y Robert Litan en Brookings en los
últimos años, se han referido amplia y permanentemente a ese tema en
sus escritos. Blinder, que comenzó hablando en verso ha terminado,
pues, hablando en prosa. A los defensores del libre comercio no nos
preocupa, pues creemos que se encuentra en la misma escalera
mecánica, aunque por detrás de nosotros. Si va a seguir siendo el
nuevo icono de quienes se oponen al libre comercio, la situación de
éstos debe de ser realmente difícil.
En consecuencia, estos tres globos con periodistas a bordo que
agitaban banderas contra el libre comercio, se han quedado sin
helio. El libre comercio ha mantenido su credibilidad entre los
economistas. Sin duda, ha habido otros ataques al libre comercio,
aunque menos influyentes, entre los que debo mencionar los de Baumol
y Gomory (2000), que de todos modos han gozado de una cierta
difusión, especialmente por parte del influyente columnista de
izquierdas William Greider en The Nation (30 de abril de 2007) y, lo
que no deja de ser irónico, de Paul Craig Roberts, economista
especializado en las cuestiones relacionadas con la oferta, en sus
ataques a la subcontratación en el Wall Street Journal
3.
Se podría decir que estos autores hacen
una observación importante, aunque conocida, entiendo que de escasa
pertinencia normativa. Se trata de la vieja cuestión que cuando
estudiaba escuché de labios de R.C.O. Matthews, mi tutor en
Cambridge entre 1954 y 1956, que había escrito un estudio clásico
sobre los rendimientos crecientes, y al que siguieron poco después
otros como el premio Nobel James Meade y Harry Johnson, mostrando
que si los rendimientos aumentaban lo suficiente implicarían
múltiples equilibrios, lo que a su vez supondría, entre otras cosas,
la posibilidad de conseguir un equilibrio mejor en el libre
comercio. Matthews y Meade, y muchos otros como Murray Kemp, habían
hecho esta observación utilizando el instrumento analítico de que
los rendimientos crecientes son externos a la empresa e internos en
la industria, un instrumento que permitía mantener la competencia
perfecta. En los años setenta, cuando Paul Krugman escribió su
tratado, los economistas habían aprendido a manejar la cuestión de
la competencia perfecta y, en consecuencia, Krugman consiguió
brillantemente mostrar múltiples equilibrios en este escenario
diferente, y más realista. Los economistas especializados en el
comercio conocían estos argumentos desde hacía casi medio siglo y
los enseñaban por medio de libros de texto clásicos como el mío
(escrito en colaboración con Panagariya y Srinivasan). Se
desvaneció, por tanto, la novedad analítica del libro de Baumol y
Gomory.
Cuando se trasladaba a las prescripciones de política, lo que todo
esto podría significar era que la política industrial, reforzada al
estilo Tyson mediante una política comercial acorde con las
necesidades, podía llevarnos hacia un “mejor” equilibrio. Pero, que
se sepa, ningún autor lo consiguió. Así pues, parafraseando a Robert
Solow en su referencia a las externalidades, cabría decir que, en
efecto, si las economías de escala son importantes, podría haber
múltiples equilibrios y podríamos utilizar las políticas comercial e
industrial para encontrar un equilibrio “mejor”. Pero ¿quién puede
establecer de forma convincente en qué consiste ese equilibrio
mejor? Además, es difícil imaginar hoy en día, cuando los mercados
mundiales han alcanzado tan grandes proporciones debido a la
desaparición de la distancia y a la intensa liberalización del
comercio durante la posguerra, que sigan existiendo industrias o
productos en los que las economías de escala no sean solamente de
proporciones modestas. En consecuencia, Baumol y Gomory, dos
personajes realmente brillantes, carecen, a mi juicio, de relevancia
en materia de políticas 4.
Uno de los ataques que continúa, y que sin
duda ha influido en los nuevos demócratas, es el que protagonizan
economistas asociados a AFL-CIO (como Thea Lee), y al laboratorio de
ideas del Economic Policy Institute, influido por el movimiento
laborista (como Lawrence Mishel). A su entender, la presión sobre
los salarios de la mano de obra no cualificada y, cada vez más,
sobre la clase media, guarda relación con el comercio con los países
pobres. No parece que los estudios empíricos sobre el tema avalen
esta tesis. En un artículo de opinión titulado “Technology, not
globalisation, is driving wages down”, que publiqué el 4 de enero de
2007 en el Financial Times, afirmaba que los numerosos estudios
empíricos que se han llevado a cabo (incluso por Paul Krugman) han
puesto de manifiesto que el comercio con los países pobres tiene un
efecto insignificante sobre los salarios reales totales de los
trabajadores (como sobre los salarios relativos de la mano de obra
cualificada y no cualificada) 5.
[Tampoco otras formas de relacionar la reducción de los salarios con
el comercio (e incluso con la inmigración ilegal de trabajadores no
cualificados) tienen relevancia en los estudios empíricos.] El
prolífico experto en comercio de la Kennedy School, de la
Universidad de Harvard, Robert Lawrence, comparte esta posición en
un espléndido estudio reciente, todavía sin publicar, en el que
afirma que de su análisis de los datos disponibles no se desprende
que el comercio influya en el lento crecimiento de los salarios.
Los nuevos demócratas que siguen creyendo, de todos modos, en esta
imaginaria desventaja del libre comercio no hacen ningún bien a
nadie. De hecho, utilizan estas ideas erróneas para frenar la
liberalización del comercio y para utilizar cualquier recurso con el
fin de intimidar a las naciones débiles a aceptar normas laborales
inadecuadas con la esperanza de aumentar el costo de producción y
mermar de esta forma la fuerza de la competencia a la que tanto
temen 6.
En una de sus columnas del New York Times (14 de mayo de 2007), Paul Krugman decía que sus trabajos de investigación anteriores habían revelado que el comercio no hacía descender los salarios. Pero, a continuación, añadía: “Sin embargo, es posible que eso haya cambiado” (resaltado en cursiva). La razón que apuntaba era que “hoy en día compramos mucho más a terceros países que hace una docena de años”. Ahora bien, es fácil demostrar que se pueden multiplicar este tipo de importaciones sin que tengan efecto alguno sobre los salarios reales. Este argumento concreto contra el libre comercio no ha sido demostrado y no será más que una insinuación hasta que un estudio empírico trascendente demuestre lo contrario.
Notas
1. Paul Samuelson, “Where Ricardo and
Mill Rebut and Confirm Arguments of Mainstream Economists Supporting
Globalization”, Journal of Economic Perspectives, vol. 18(3), verano
de 2004.
Mi artículo, “The Muddles over Outsourcing”, que escribí con Arvind
Panagariya y T.N. Srinivasan, apareció en la misma revista en otoño
de 2004, vol. 18(4), poco después del de Samuelson, y muchos
consideraron, en los medios de comunicación, que se trataba de una
“respuesta” a Samuelson. Pero no lo era; de hecho, cuando lo
escribimos ni siquiera conocíamos el artículo de Samuelson. Nuestro
artículo era el primer análisis del comercio de servicios, con
varios modelos teóricos, y era también el primero en afirmar que
algunos críticos y observadores, especialmente economistas, estaban
mezclando diferentes conceptos de lo que significaba
“subcontratación” y, por tanto, sus argumentos resultaban confusos. volver al texto
2. Jagdish Bhagwati, “Splintering and
Disembodiment of Services in Developing Nations”, The World Economy,
Vol. 7, junio de 1984; y Gary Sampson y Richard Snape, “Identifying
the Issues in Trade in Services”, The World Economy, Vol. 8, junio
de 1985. volver al texto
3. William Baumol y Ralph Gomory,
Global Trade and Conflicting National Interests, MIT Press;
Cambridge, 2000. volver al texto
4. En Baumol and Gomory hay otro
argumento que no se basa en las economías de escala. Consiste en que
la tecnología puede difundirse en el extranjero, lo que puede
provocar dificultades a los Estados Unidos. Esto es lo mismo que la
preocupación de que la India y China puedan aproximarse en la
dotación de recursos y de que, por tanto, los Estados Unidos podrían
obtener menos ventajas del comercio. Pero ya he analizado ese
argumento al referirme a Samuelson.
volver al texto
5. Se ha debatido también en qué medida
los salarios reales estaban estancados; algunos economistas como
Marvin Kosters y Richard Cooper sostienen que una vez que se
permiten beneficios y prestaciones al margen de los salarios
estrictos, el estancamiento se convierte en crecimiento lento. Pero
no entro en este debate y me limito a argumentar sobre la
explicación de estancamiento o crecimiento lento, según sea el caso.
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6. Me he ocupado del fenómeno del
proteccionismo de las exportaciones en forma de demandas de normas
laborales más estrictas en los países pobres en mi libro In Defense
of Globalization, Oxford 2004, y muy particularmente en el Prefacio
de la nueva edición publicada en agosto de 2007. Al abordar el
proteccionismo que caracteriza en estos momentos a los nuevos
demócratas, he tratado esta cuestión en otras publicaciones como el
Financial Times, y no expongo aquí esta línea de argumentación. volver
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