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Buenas noticias sobre el sistema mundial del comercio

Discurso de Alan Wm. Wolff, Director General Adjunto de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Meridian House, Washington D.C.

18 de julio de 2018

PRIMERA PARTE. LA TRAMA DE LA HISTORIA

Cuando hablo con estudiantes interesados en el comercio internacional, les digo que el aumento de la integración económica transfronteriza es inevitable. Que está escrito en la trama de la historia. Que puede haber desviaciones, divergencias, pero la trayectoria del cambio a largo plazo es inmutablemente fija y positiva. Con el establecimiento del GATT y la OMC, empezó un largo viaje destinado a crear un sistema internacional de comercio abierto. Este seguirá evolucionando, y en ese camino hacia una mayor liberalización del comercio habrá periódicamente tensiones y rodeos, produciéndose mejoras pero sin llegarse nunca a un mercado mundial único. Esta ha sido la labor de las dos o tres últimas generaciones, la labor que nos corresponde ahora a nosotros, y la labor de aquellos que vendrán después de nosotros. Es posible que nos desviemos de ese camino durante un año, varios años, o incluso más, pero la lógica obligará a la humanidad a seguir ese curso.

Sin minimizar en modo alguno las perturbaciones que atraviesa actualmente el comercio mundial, ya se trate del acero, el aluminio, el comercio entre los Estados Unidos y China o la amenaza de restricciones al comercio de automóviles, merece la pena dar un paso atrás y ver las cosas desde una perspectiva más amplia. Los creadores del sistema de comercio no solo eran visionarios; eran pragmáticos, realistas. Movidos no solo por sólidos propósitos políticos sino también por razones económicas válidas, vieron la necesidad de promover una mayor apertura para favorecer el comercio transfronterizo. Ese fue el caso de Deng Xiaoping, ese fue el caso de Roosevelt y Churchill, y ese fue el caso de Schuman y Monnet. Vieron la necesidad de una integración económica internacional. Para ellos, la apertura de los mercados era necesaria para promover la paz, nacional e internacional, y para superar los episodios de caos y devastación que enturbiaron el siglo xx. Superaron grandes obstáculos, y la herencia que nos legaron no debe dilapidarse.

En nuestros días, uno de los principales factores que impulsan y configuran la actividad económica es la tecnología. Actualmente, uno puede comunicarse sin costo alguno desde casi cualquier lugar del planeta con casi cualquier parte. Eso significa que, si no se ve obstaculizada por la reglamentación de los gobiernos o por cuestiones logísticas, toda persona con una idea comercial útil, con un producto o un servicio atractivo que pueda suministrarse por medio de Internet, tiene la capacidad técnica de acceder a clientes del mundo entero. Las fronteras nacionales ya no son los obstáculos naturales que eran antes los océanos y las cordilleras. Con la revolución de la información y otras innovaciones, el comercio mundial se halla en plena transformación y las economías están remodelándose. 

Las diferencias entre el mundo actual y el mundo del pasado son muchas, y de tal calado que no tenemos plena conciencia de ellas. No es de extrañar que ahora sea necesario reexaminar las normas que rigen el comercio y determinar si todavía cumplen su finalidad. En este proceso, no hay Miembro de la OMC cuyos intereses fundamentales no deban tenerse en cuenta, siempre y cuando sean compatibles con los objetivos de la Organización.

La tendencia a abrir las fronteras es inexorable, porque dimana de un imperativo económico y político. En un mundo más plenamente interconectado, ¿por qué un ciudadano no habría de sentirse agraviado y resistirse ante el empeño de los poderes públicos de limitar su capacidad de elegir a quién vende y a quién compra? Todo se desarrollará a un nivel más mundial. Es muy probable que en el futuro la financiación sea un servicio basado en la nube, como también lo será el acceso a los productores y los consumidores. Vemos las primeras señales de eso en los continuos experimentos llevados a cabo por Baidu, Amazon, Netflix, Apple y otros con el fin de suministrar bienes y servicios en todo el mundo. Lo que no se ve tan fácilmente, pero desde luego existe, son los grandes progresos de las microempresas y las pequeñas y medianas empresas que se benefician del mercado mundial. Estas pioneras de todos los tamaños, por pequeñas que sean, compran y venden sin preocuparse por las fronteras nacionales, cuando se les permite.

La revolución industrial de mediados del siglo xix era irreversible. La fuerza histórica de la eficiencia económica resultó ser irresistible. Ese carácter fundamentalmente irresistible es también un rasgo distintivo de la revolución que ha desencadenado la tecnología de la información, y caracterizará igualmente a las sucesivas olas de innovación revolucionaria que se producirán una y otra vez. A largo plazo, el sistema internacional de comercio será cada vez más abierto. Esto es obligado, no solo como consecuencia del cambio tecnológico, sino también para afrontar otros desafíos, como atenuar los efectos negativos de los cambios en los patrones metereológicos y la escasez de agua, de energía y de tierra productiva. Estos son algunos de los factores que nos obligarán a adaptar las normas del comercio internacional, y las soluciones más sensatas deberán orientarse hacia una apertura mayor, no menor.

La inevitabilidad de la liberalización del comercio no nos exime a nosotros, la generación actual, de hacer los mayores esfuerzos para mantener y mejorar el actual sistema de comercio, ya que, a corto plazo, nosotros seremos los únicos responsables de lo que acontezca. Si deseamos preservar y aumentar la prosperidad económica de nuestro tiempo, hacer que el comercio sea más libre y justo ahora, hacer que sea más inclusivo, no debemos escatimar esfuerzos. Es muy fácil echar por la borda las ganancias del pasado, no corregir los errores, y seguir sin invertir suficientemente en el sistema multilateral de comercio que se nos ha legado.

Hay una enseñanza que extraer de los acontecimientos actuales. Puede que un sistema de comercio liberal sea un imperativo económico, pero también debe ser políticamente viable. Eso requiere una equidad verdadera y percibida por todos, basada en la realidad. Un comercio internacional más libre debe sustentarse en un apoyo popular. Y hay mucho más apoyo popular del que cabría pensar. Así lo indican los datos de las encuestas, al menos en los Estados Unidos. La mayoría apoya la apertura del comercio a través de los acuerdos de comercio internacionales, y ese apoyo es aún más acusado entre los jóvenes.

Es un hecho que el patrimonio que hemos recibido, las normas comerciales internacionales, no basta si no van acompañadas del esfuerzo por mantenerlas y mejorarlas.

A nosotros nos corresponde cambiar las cosas. Ese es nuestro objetivo. Por eso estamos aquí. Con esfuerzo, lo conseguiremos.

SEGUNDA PARTE. LA LABOR DE LA OMC

Es probable que no aparezca en los titulares de los periódicos, pero casi todo el comercio mundial, que supera los 11 billones de dólares EE.UU. solo en lo que respecta a las mercancías, sigue circulando tan libremente como cuando se fundó la OMC hace 23 años. Esto se explica porque las normas de la OMC se aplican a la mayoría de los intercambios. De hecho, en los últimos años esas normas se han mejorado con la ampliación de la cobertura de productos del Acuerdo sobre Tecnología de la Información, la entrada en vigor del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio y el acuerdo alcanzado por los Miembros de eliminar las subvenciones a la exportación de los productos agropecuarios. El efecto de esos acuerdos es que el comercio circula aún más libremente. Existe la amenaza de nuevas restricciones al comercio, y su número puede multiplicarse. Este hecho no es baladí. En algún momento puede socavarse la confianza, pueden suspenderse o anularse los planes de inversión, y los efectos pueden ser mucho mayores que ahora.

Sin embargo, en estos momentos el hecho es que la labor de la OMC sigue adelante. Los Miembros continúan participando activamente en los comités permanentes de la OMC. Notifican los proyectos de normas y reciben observaciones que posteriormente pueden tener en cuenta al elaborar las normas definitivas. Examinan medidas sanitarias y fitosanitarias para garantizar que las normas necesarias también restrinjan el comercio lo menos posible. Hacen propuestas de negociación sobre un amplio abanico de temas a fin de seguir mejorando las normas. Expresan cada vez más abiertamente sus preocupaciones e intereses (aunque hay margen para una apertura aún mayor).

Se buscan activamente caminos para mejorar las condiciones del comercio agropecuario, en lo relativo a las subvenciones internas, el acceso a los mercados, las restricciones a la exportación y la seguridad alimentaria. Recientemente se impartió un taller de dos días de duración dirigido a los Miembros que incluyó exposiciones de expertos de todo el mundo que proporcionaron datos actuales en los que fundamentar posibles negociaciones.

La negociación que dio lugar a un renovado compromiso más recientemente, mantenida durante la Conferencia Ministerial de Buenos en diciembre del año pasado, es el intento de elaborar disciplinas sobre las subvenciones a la pesca y evitar así el agotamiento de las poblaciones de peces marinos. Los Miembros han fijado como plazo para la conclusión de un acuerdo a este respecto la próxima Conferencia Ministerial de la OMC, que se celebrará dentro de menos de dos años.

Los Miembros trabajan conjuntamente para proporcionar asistencia técnica para que los exportadores de los países en desarrollo puedan vender más fácilmente en los mercados mundiales ayudándolos a cumplir lasnormas de seguridad alimentaria y fitosanitaria, promoviendo así el desarrollo y al mismo tiempo velando por la salud humana. También colaboran para ayudar a los países productores de algodón más pobres a mejorar el rendimiento de sus cultivos y para proporcionarles información que les permita conectarse con los mercados finales. Tengo la suerte de presidir, en nombre del Director General de la OMC, un foro consultivo para el algodón, en cuyo marco los donantes y los beneficiarios tratan de aumentar la asistencia y su eficacia.

Hay veintidós países que desean ingresar en la OMC. En muchos casos se trata de países afectados por conflictos. Al igual que muchos Miembros iniciales del GATT, han padecido una guerra muy recientemente. La visión de Winston Churchill y Franklin Roosevelt consistió en que una de las consecuencias esenciales de la Segunda Guerra Mundial fuera que todos los países pudieran comerciar. El GATT se fundó con el objetivo de ayudar a los países a recuperarse de esa guerra. Europa avanzó hacia una unión aduanera y después hacia un mercado único para fomentar la paz y el crecimiento. A eso aspiran muchos de los países que están actualmente en proceso de adhesión: Bosnia-Herzegovina, Serbia, el Sudán, Sudán del Sur, Timor Leste, Somalía y el Iraq, por nombrar solo algunos. Los dos últimos países que se adhirieron a la OMC fueron el Afganistán y Liberia, que ha padecido no solo la guerra, sino también la enfermedad, con los efectos devastadores del Ébola.

Las divisiones con funciones administrativas que dependen de mí –apoyo en tecnología de la información y traducción, interpretación y publicaciones– se esfuerzan para que la información sea más accesible a los Miembros y al público.

No se trata de restar importancia a los efectos reales y potenciales de las restricciones comerciales, tanto las ya impuestas como aquellas que aún son solo una amenaza. Se trata simplemente de señalar que la gran mayoría del comercio mundial sigue llevándose a cabo, y que prosiguen igualmente los ingentes esfuerzos desplegados en la OMC para mejorar las condiciones del comercio.

He trabajado en el ámbito del comercio tiempo suficiente para ver cómo se sacaba provecho de una crisis. En 1971, el sistema monetario internacional se desmoronaba. El dólar EE.UU., la moneda de reserva mundial, era convertible en oro a 35 dólares la onza. Otros países que tenían dólares en grandes cantidades debido, en gran medida, a los desequilibrios comerciales convertían esos dólares en oro. Los Estados Unidos se estaban quedando sin oro. Era necesario devaluar el dólar, a lo cual se oponían los otros países, que temían que sus exportaciones resultaran menos competitivas.

El 15 de agosto de 1971, el Presidente Nixon impuso un recargo del 10% a las importaciones, solicitó la reducción del impuesto sobre las sociedades e impuso controles a los precios. El recargo a las importaciones era en rigor una violación de las normas comerciales entonces vigentes. Más tarde la medida fiscal fue declarada incompatible con las obligaciones internacionales de los Estados Unidos. Y los controles de los precios habrían llevado a casi todos los importadores a la quiebra, porque durante al menos unos pocos días no se tomó ninguna disposición para repercutir a los consumidores el incremento del costo en las importaciones. Además de estas medidas, los Estados Unidos exigieron que Europa, el Canadá y el Japón negociaran la eliminación de obstáculos no arancelarios sin ventajas comerciales adicionales por parte de los Estados Unidos.

El recargo a las importaciones fue confirmado por la Corte Suprema como medida de seguridad nacional. Pero, de hecho, la crisis condujo a un lugar mejor para la economía mundial. Con la firma de los acuerdos de Washington el 18 de diciembre de 1971, se abolió el vínculo entre el dólar y el oro, se devaluó el dólar y se retiró el recargo. Poco tiempo después se reformó el sistema monetario internacional para adoptar un tipo de cambio flotante. La medida fiscal fue condenada por el GATT y fue retirada, y se iniciaron las Negociaciones Comerciales Multilaterales de la Ronda de Tokio, que dieron lugar a los primeros grandes acuerdos internacionales para reducir los obstáculos no arancelarios al comercio.

No hay ninguna garantía de que las actuales tensiones en el sistema de comercio acaben bien. Pero el ejemplo de 1971 muestra que una crisis, bien gestionada, puede conducir a un mejor lugar para la economía mundial.

En las últimas semanas he tenido el privilegio de reunirme con estudiantes de todo el mundo. Les digo que cada generación, incluida la suya, tiene la obligación de dejar el mundo en mejor estado que cuando lo recibió. Albergo la esperanza de que así lo hagan, y pienso que también nosotros podemos hacerlo y muy probablemente lo haremos. Pero eso no ocurrirá por sí solo.

Debemos esforzarnos más en mantener y mejorar el sistema internacional de comercio. Nos corresponde a todos nosotros cambiar las cosas.

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