DIRECTORA GENERAL ADJUNTA ANGELA ELLARD

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Buenos días, señoras y señores. Es para mí un placer estar hoy con ustedes, aunque sea de forma virtual. He participado en esta Conferencia muchas veces, cuando era Consejera Comercial Principal en el Comité de Medios y Arbitrios, y me complace compartir de nuevo mis opiniones con ustedes, esta vez desde la perspectiva de la OMC.

El mundo en que vimos atraviesa múltiples crisis. La pandemia de COVID-19 exacerbó la desigualdad en los ingresos mundiales, tanto entre los países como dentro de ellos, haciendo retroceder el progreso económico un decenio o más. La guerra en Ucrania ha provocado una fuerte subida de los precios de la energía y una crisis de seguridad alimentaria de dimensiones alarmantes. Y todo ello tiene lugar en el contexto del cambio climático, la mayor amenaza existencial a la que se enfrenta la humanidad.

Así,quisiera hablar de las tres crisis separadas pero que están relacionadas entre sí, las tres “C” que han trastocado nuestra vida: COVID, conflicto y clima, y también de la forma en que el comercio y la OMC pueden ayudar a hacerles frente.

Después de dos años de pandemia, el suministro de vacunas es relativamente estable. Pero el acceso a las vacunas y las tasas de vacunación siguen sin ser equitativos. Según la OMS, solo el 15% de los africanos han recibido la pauta completa de vacunación, y 15 países africanos han vacunado a menos del 10% de su población.

Aunque el número de nuevos casos ha disminuido, todavía no estamos totalmente a salvo. Cuanto más tiempo pase el virus circulando libremente por distintas partes del mundo, más probabilidades hay de que surjan y se propaguen nuevas variantes peligrosas. Esto plantea riesgos no solo para la salud pública, sino también para la economía.

El mecanismo COVAX ha sido esencial para suministrar vacunas a África. Pero, en definitiva, un continente no puede depender de las importaciones y las donaciones. La creación del centro de vacunas de ARNm y la transferencia de tecnología a seis países africanos constituyen un primer paso importante para el establecimiento de capacidad de fabricación en África. Además, el AfCFTA puede facilitar las cadenas de suministro de vacunas en África aumentando la capacidad de producción y promoviendo la diversificación económica y el desarrollo tecnológico.

En la OMC, nuestra labor relacionada con la pandemia ha girado en torno a dos ejes. En el marco del primero, hemos trabajado con un pequeño grupo informal de ministros clave para converger en una propuesta significativa y aceptable sobre la propiedad intelectual y las vacunas que se someterá a la consideración de todos los Miembros. Sus debates se han centrado en las maneras de aclarar, racionalizar y simplificar en la práctica la forma en que los Gobiernos pueden permitir la diversificación de la producción de vacunas contra la COVID sin el consentimiento del titular de los derechos. Se trata de un enfoque práctico de resolución de problemas para tratar de superar los obstáculos concretos con que se ha tropezado, desde que se presentó la propuesta inicial de exención, a la hora de definir la respuesta a la pandemia. Continuamos trabajando para llegar a este resultado.

El segundo eje de nuestra labor sobre la pandemia se refiere a los aspectos de la respuesta a la pandemia relacionados con el comercio, como la facilitación del comercio, las restricciones a la exportación y la cooperación en materia de reglamentación. Los Miembros están trabajando en diferentes configuraciones para reducir las diferencias. Entretanto, la Secretaría de la OMC ha realizado una labor considerable y reconocida para proporcionar información esencial y congregar a los funcionarios públicos responsables de la formulación de políticas y a los encargados de la toma de decisiones empresariales. Esta investigación y análisis ha revelado cuellos de botella en la cadena de suministro y ha identificado medidas de liberalización del comercio para reducir los obstáculos a la fabricación y la distribución.

Pasemos ahora a la segunda “C”— el conflicto entre Rusia y Ucrania — y su repercusión en el comercio mundial. El enorme sufrimiento y la pérdida de vidas en Ucrania son de una magnitud no observada en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que la carga económica más pesada de la guerra recaerá sobre los ucranianos, desde el agricultor que ha visto la destrucción de su cosechadora hasta la madre obligada a busca comida entre los escombros para alimentar a su hijo.

No obstante, las graves consecuencias económicas de la guerra repercutirán mucho más allá de las fronteras ucranianas. El doble revés infligido por la pandemia y la guerra ha perturbado las cadenas de suministro, desacelerado el crecimiento económico y reducido las expectativas de expansión del comercio de forma acusada.

Los economistas de la OMC prevén que este año el crecimiento del comercio mundial se reducirá drásticamente del 4,7% pronosticado el pasado mes de octubre al 3%. La situación es muy variable, y esta proyección podría deteriorarse más.

La cuestión comercial más urgente que confrontamos ahora es la seguridad alimentaria. Incluso antes de que estallara la guerra, los precios de los alimentos ya registraban niveles históricamente altos, debido sobre todo a la pandemia. Los países de bajos ingresos y con déficit de alimentos vieron aumentar un 20% su factura correspondiente a la importación de alimentos en 2021. A causa de la guerra ha sido prácticamente imposible exportar productos alimenticios desde muchos puertos de la región del Mar Negro, y los precios de los abonos registran niveles sin precedentes.

Según estimaciones de las Naciones Unidas, hasta 1.700 millones de personas están “sumamente expuestas” a los efectos en cascada producidos por la guerra en los sistemas mundiales de alimentos, energía y finanzas. Hay docenas de países pobres y decenas de millones de personas de África, Asia y Oriente Medio que compran una gran parte de su trigo, semillas de girasol, maíz y cebada a Ucrania y Rusia. Los 35 países africanos que dependen de las exportaciones de alimentos desde la región del Mar Negro se enfrentan a la perspectiva de un repunte devastador de los precios de los alimentos.

Para evitar un desastre económico, necesitamos más cooperación, no menos. Debemos evitar las compras compulsivas motivadas por el miedo, el acaparamiento de suministros alimentarios y las restricciones a la exportación. Los importadores deben adaptar sus pautas de abastecimiento y ajustar las tecnologías de producción. Los proveedores deben aumentar la producción. Y las empresas de transporte deben ajustar sus rutas para que el aumento de la producción pueda llegar a los consumidores.

La OMC desempeña un papel importante en la vigilancia de las corrientes comerciales para nuestros Miembros, garantizando la transparencia en toda la cadena de suministro, mostrando medidas de liberalización del comercio y proporcionando un foro para examinar las medidas de restricción de las exportaciones adoptadas por los Miembros. Nuestro Acuerdo sobre Facilitación del Comercio, que ha demostrado su utilidad durante la pandemia, puede ayudar a simplificar los procedimientos aduaneros y aumentar la eficiencia comercial, también durante esta crisis.

Pasaré ahora a abordar la última “C” — el cambio climático. Muchos consideran que el último informe del IPCC sobre la mitigación del cambio climático es la “última advertencia” antes de que los principales objetivos del Acuerdo de París pasen a ser inalcanzables. Debemos actuar ahora para salvar el planeta y nuestro futuro. Y sabemos que África es especialmente vulnerable.

El informe confirma que, si bien el comercio internacional contribuye a las emisiones mundiales, también forma parte de la solución. Somos conscientes de que la OMC no es el lugar donde establecer la política mundial en materia de cambio climático o el modo de alcanzar esos objetivos. Sin embargo, las normas de la OMC rigen los impuestos, los aranceles, las subvenciones, las medidas de reglamentación y otros instrumentos sumamente pertinentes para la aplicación de las políticas relativas al clima.

Quisiera destacar dos formas en que el comercio y la OMC pueden ayudar.

En primer lugar, para la transición a una economía con bajas emisiones de carbono, los países necesitan un acceso asequible a las tecnologías avanzadas, y la apertura del comercio es decisiva para facilitar dicho acceso. La reducción de los obstáculos al comercio de bienes y servicios ambientales contribuye a facilitar la transferencia de tecnologías para la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo.

El promedio de los aranceles aplicados a los bienes ambientales es relativamente bajo, especialmente en las economías desarrolladas. Sin embargo, algunos bienes ambientales están sujetos a aranceles muy elevados. Para pasar a una economía con bajas emisiones de carbono, los países, especialmente los países en desarrollo, necesitan un acceso asequible a tecnologías avanzadas. La OMC puede ayudar a reducir los aranceles aplicados a los bienes y servicios ambientales mediante un Acuerdo sobre Bienes Ambientales, si los Miembros están dispuestos a abordar la cuestión.

En segundo lugar, hay una necesidad urgente de asegurar la coordinación y colaboración en materia de tarificación del carbono.

La tarificación del carbono es un instrumento valioso. Sin embargo, hay casi 70 sistemas diferentes de tarificación en todo el mundo, y estos abarcan menos del 22% de las emisiones totales. Los precios del carbono varían considerablemente, de menos de USD 1 por tonelada de CO2 a más de USD 130.

Los países avanzan a ritmos diferentes en la descarbonización de sus economías, lo que provoca grandes disparidades en los enfoques políticos. Algunos países desarrollados aplican “medidas de ajuste fiscal en frontera.” Los países en desarrollo nos dicen que esas políticas son un pretexto para el proteccionismo, que penaliza al mundo en desarrollo aunque no sea el problema principal.

En esencia, lo que necesitamos es un enfoque común sobre la tarificación del carbono, a fin de velar por que las medidas no se adopten de manera discriminatoria y las necesidades de los países en desarrollo sean atendidas, para permitir una transición justa. Y la OMC es un foro óptimo para esos debates porque, por su propia naturaleza, incluye a los países de todas las regiones y niveles de desarrollo. Ninguna otra organización económica tiene un número tan amplio de Miembros y abarca tantos actores africanos.  En la OMC estamos dispuestos a trabajar al servicio de los Gobiernos, para ayudarlos a tomar medidas eficaces en materia de comercio y cambio climático.

Señoras y señores, como dice un proverbio africano, “En tiempos de crisis, los sabios construyen puentes y los necios construyen presas.”

En efecto, para resolver la triple crisis que acabo de describir, necesitamos más cooperación, más comercio, e instituciones más sólidas. Por ello, la OMC apoya la integración de África a través del Acuerdo por el que se establece la Zona de Libre Comercio Continental Africana. A nuestro juicio, el AfCFTA es un hito fundamental para promover la Comunidad Económica Africana y hacer realidad la visión de la Agenda 2063 de un África próspera y unida que desempeñe un papel influyente a nivel mundial. Al fomentar el comercio entre los países africanos mediante la eliminación de los obstáculos al comercio, la reducción de los costos del comercio y la promoción de la industrialización en todo el continente, la integración regional en el marco de este acuerdo podría contribuir a sacar a 30 millones de personas de la pobreza extrema para 2035.  Si se aplica correctamente, el acuerdo permitirá a los países africanos aumentar su autosuficiencia mutua y reducir su dependencia de los suministros externos.

En la OMC, estamos decididos a seguir apoyando la adecuada aplicación del AfCFTA a través de nuestra iniciativa de Ayuda para el Comercio, la formación, el intercambio de experiencias, la investigación y otros medios disponibles.

Les doy las gracias una vez más por haberme invitado. Les deseo un fructífero debate.

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