DISCURSOS — DG NGOZI OKONJO-IWEALA

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Excelencias, señoras y señores:

Es para mí un inmenso placer y un honor estar con ustedes esta tarde. Gracias a Steven Lowy, Michael Fullilove y al Lowy Institute. Gracias al Gobierno de Australia y a todos los que han hecho posible que venga a Australia en esta ocasión. Gracias también por invitarme a que presente la conferencia de este año. 

Por supuesto, no siento absolutamente la menor presión al saber que se trata de la conferencia más importante de Australia.  En todas partes, la gente me decía “¡oh, vas a pronunciar la conferencia del Lowy!”.  Así que eso no ha hecho nada más que intensificar la presión, veamos cómo lo hacemos. 

Hoy mismo, antes de llegar aquí, he estado en Canberra, donde he mantenido una serie de reuniones muy productivas con el Primer Ministro Albanese y con miembros del Gobierno, entre otros el Ministro de Comercio Don Farrell, la Ministra de Relaciones Exteriores Penny Wong y el Ministro de Hacienda Jim Chalmers. También me he reunido con Simon Birmingham.

Fue muy grato para mí escucharlos destacar el firme compromiso de Australia con una Organización Mundial del Comercio fuerte y eficaz, así como con nuestros esfuerzos de reforma en curso.

Sus palabras coinciden con lo que he oído en Fiji hace apenas unos días, cuando me reuní con los Ministros de Comercio de las Islas del Pacífico. Y, antes de eso, lo que he escuchado de los dirigentes del G20.

Al mismo tiempo que recibo muestras de apoyo a la OMC, escucho las preocupaciones sobre el futuro del sistema mundial de comercio ante el aumento de las tensiones geopolíticas, sobre todo las tensiones entre los dos principales interlocutores comerciales de Australia, es decir China y los Estados Unidos, y, por supuesto, las tensiones entre Australia y la propia China. Hace una semana, el Ministro Farrell expuso muchas de esas preocupaciones, y reiteró el compromiso de Australia con un sistema multilateral de comercio sólido y basado en normas, en un discurso importante antes de la reciente cumbre del APEC celebrada en Bangkok.

Mis observaciones de esta tarde girarán en torno a estos riesgos para el sistema de comercio y la necesidad urgente de encontrar una manera de avanzar basada en la cooperación y el multilateralismo.

Pero, en primer lugar, quiero dar las gracias al Embajador George Mina, representante permanente de Australia ante la OMC, junto con su equipo en Ginebra, por toda su ayuda para preparar mi visita. George es uno de los Embajadores más activos que tenemos en la OMC. Y está asegurándose de que trabajemos incesantemente durante esta visita a Australia: he tenido reuniones en tres ciudades diferentes en las últimas 24 horas.

Hace unas semanas, el Embajador Mina me envió una entrevista radiofónica en ABC para que pudiera conocer mejor el debate sobre el comercio que actualmente tiene lugar aquí. Jeffrey Wilson, Director de Investigación y Economía del Australian Industry Group, describió el papel fundamental que había desempeñado el comercio en la prosperidad de este país, y el notable período de expansión que se produjo después de las reformas de liberalización de los años setenta y ochenta. Por lo menos hasta hace poco, señaló, las empresas australianas podían simplemente asumir que podrían vender sus mercancías y servicios en otros mercados, o abastecerse en el extranjero. El sistema del GATT/OMC había funcionado de manera tan eficaz que los Gobiernos y los agentes del mercado habían dado por sentada la economía mundial abierta, como si fuera agua.

Una lección importante que aprendí de niña en mi aldea de Nigeria, durante las idas diarias al arroyo, es que el agua es algo que no podemos, ni debemos, dar por sentado.

Lo mismo ocurre con el sistema multilateral de comercio que, por diversas razones, está recibiendo su buena dosis de vapuleo estos días. No obstante, espero convencerlos esta tarde de que estamos en peligro de tirar las frutas frescas con las podridas. En lugar de abordar preocupaciones específicas y a menudo razonables acerca de la exclusión, la falta de equidad y la fragilidad, corremos el riesgo de abandonar un sistema común de normas que ha prestado un buen servicio al mundo durante 75 años.

En los próximos quince minutos, aproximadamente, recordaré por qué se creó ese sistema en primer lugar, lo que ha conseguido y lo que sigue aportando a las personas de todo el mundo. Argumentaré que, según la historia, es más probable que una fractura de los lazos económicos aumente las tensiones geopolíticas a que las apacigüe.

Alegaré que la fragmentación y la desconexión del sistema multilateral de comercio no solo sería un hecho costoso desde el punto de vista económico, sino que haría que todos los países fueran más vulnerables a los problemas del patrimonio común, que ahora representan algunas de las mayores amenazas que pesan sobre nuestras vidas y medios de subsistencia.

Mientras el mundo sortea estos tiempos de policrisis — el cambio climático, la pandemia, la guerra de Ucrania, la desaceleración económica, la inflación, la inseguridad alimentaria, el endurecimiento de la política monetaria y el endeudamiento —, necesitamos más que nunca la cooperación multilateral y la solidaridad.

Por último, ofreceré una visión alternativa para el futuro del comercio. Interdependencia sin dependencia excesiva. Mercados internacionales con más calado, más diversificados y menos concentrados, o lo que en la OMC llamamos la “reglobalización”. Espero que cuando salgan de esta sala esta palabra esté muy presente en sus cabezas, reglobalización, no desglobalización.

Si los Gobiernos están dispuestos a utilizar de manera constructiva el comercio para resolver problemas, en lugar de ampliarlos, la OMC puede ayudar a fomentar no solo la resiliencia del suministro en un contexto de perturbaciones exógenas cada vez más frecuentes, sino también la resiliencia geopolítica.

Quiero comenzar mi argumentación poniendo algunos hechos sobre la mesa.

  • A pesar de todo lo que se dice sobre el fin de la globalización, sobre la relocalización y la deslocalización entre aliados, sobre el comercio de confianza, los datos muestran que el volumen del comercio mundial de mercancías registra máximos históricos, un hecho que se lleva constatando desde principios de 2021.
  • Por lo que se refiere al valor de las exportaciones y las importaciones, el comercio de mercancías de Australia el año pasado fue más elevado que nunca.
  • También en 2021 se registraron otros valores máximos sin precedentes: el comercio bilateral entre los Estados Unidos y China, por un valor de 693.000 millones de dólares EE.UU.; entre China y la Unión Europea, por valor de 818.000 millones de dólares EE.UU., con exportaciones e importaciones a niveles sin precedentes.
  • En el primer semestre de este año, el comercio mundial de servicios superó los niveles anteriores a la pandemia, y se registró un fuerte crecimiento del transporte y los servicios prestados digitalmente, que compensó con creces la persistente debilidad de los viajes.
  • Estas corrientes comerciales son el resultado de millones de decisiones tomadas por empresas y hogares. No se puede recalcar lo suficiente el grado de perturbación que supondría tratar de deshacer esas decisiones.

Sin embargo, es una realidad ineludible que, con el fin de la historia de nuestras vacaciones desde la Guerra Fría — y que me disculpe Francis Fukuyama —, el comercio se ha erigido en escenario de rivalidades geopolíticas. En el último decenio, los Gobiernos, por desgracia, han utilizado en más de una ocasión el comercio y la interdependencia económica como armas para gestionar las rivalidades y desacuerdos de grandes y pequeñas potencias.

Hoy en día, Australia vive esta realidad en su región. La utilización del comercio como arma es problemática, no solo porque crea dificultades para el sistema multilateral de comercio basado en normas, sino también porque podría deslizarse por terreno resbaladizo y pasar de afectar a unos cuantos productos o sectores a provocar perturbaciones económicas más amplias.

Y, por supuesto, cuando se percibe como una coerción económica, podría degenerar en medidas de retorsión, que tal vez escapen a todo control, lo que tendría repercusiones más amplias y dolorosas en los ámbitos económico, político y social.

Señoras y señores, seríamos ingenuos si descartáramos la posibilidad de que nuestra época pudiera tener el mismo final que un episodio anterior de cambios de poder e integración mundial ocurrido en 1914: que el miedo y la desconfianza dieran paso a un error de cálculo estratégico, a un error de apreciación, a una agresión y, por último, a una guerra mundial. Esta vez, con armas nucleares.

Los historiadores han comparado a nuestros predecesores de hace un siglo con sonámbulos que se precipitaron en una catástrofe que nadie deseaba realmente. Debemos tomar mejores decisiones.

Los años que van de 1914 a 1945 son la principal experiencia de desglobalización del mundo moderno. La relación entre el comercio mundial y el PIB disminuyó del 29% en 1913 al 10% en 1945. Lejos de señalar el comienzo de la prosperidad nacional y la armonía internacional, este período estuvo marcado por las dos guerras mundiales, y se vio empañado por la Gran Depresión, la descomposición proteccionista en bloques comerciales aislados y el extremismo político.

Es ilustrativo que, durante cada uno de los dos horribles conflictos, la gente se volcara en el comercio como parte de su visión de una paz y un orden duraderos en la posguerra.

  • En 1918, la “adopción de condiciones comerciales idénticas” fue uno de los Catorce Puntos propuestos por Woodrow Wilson como base de las negociaciones de paz para poner fin a la Primera Guerra Mundial.
  • En 1941, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill promulgaron la Carta del Atlántico, en la que se establecía que los signatarios “[s]e esforzarán, respetando totalmente sus obligaciones existentes, en extender a todos los Estados, pequeños o grandes, victoriosos o vencidos, la posibilidad de acceso a condiciones de igualdad al comercio y a las materias primas mundiales que son necesarias para su prosperidad económica”.

Las catástrofes políticas y económicas de los años veinte y treinta configuraron profundamente el sistema multilateral de comercio creado tras la Segunda Guerra Mundial.

Los 23 Gobiernos que firmaron el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio en octubre de 1947, entre ellos Australia, se proponían fomentar la paz y la prosperidad a través del comercio y la interdependencia.

Tras celebrar varias rondas de liberalización del comercio y crear nuevas normas, el GATT se transformó en la OMC en 1995. El número de Miembros ha seguido aumentando de manera constante hasta alcanzar los 164 Miembros actuales, y otros 24 países están en proceso de adhesión.

Si bien es cierto que el sistema del GATT/OMC no ha sido perfecto — y volveré sobre ello — difícilmente puede describirse como un fracaso.

  • Fue eliminando progresivamente los obstáculos proteccionistas y dando lugar a una economía mundial más abierta y previsible.
  • Las empresas adquirieron la confianza suficiente para invertir en la producción orientada a la exportación.
  • El promedio de los aranceles aplicados se redujo del 50% en la década de 1930 a un solo dígito hoy en día
  • El comercio mundial prosperó y trajo consigo mayor productividad, mayor competencia, precios más bajos y mejores niveles de vida.
  • Lo más importante de todo, los últimos 75 años de creciente interdependencia se han caracterizado por la ausencia de guerras entre las grandes potencias, y es precisamente esta “paz larga” — algo poco común desde el punto de vista histórico — lo que ahora parece cada vez más frágil.

El sistema multilateral de comercio ha producido importantes beneficios para las personas de todo el mundo.

A medida que las grandes economías en desarrollo, como China, fueron adoptando reformas orientadas al mercado y empezaron a introducirse en los mercados mundiales, el crecimiento se aceleró, lo que permitió que más de 1.000 millones de personas salieran de la pobreza.  En 1980 cerca del 40% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema. En 2019, esa cifra era inferior al 10%, antes de que la pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania y el aumento de los efectos climáticos empezaran a descarrilar este progreso.

Las empresas y los hogares de las economías avanzadas también salieron ganando en cuanto a opciones y poder adquisitivo.

  • Según un informe conjunto de la OMC, el Banco Mundial y el FMI, el comercio ha reducido el precio de la cesta de consumo de los hogares en dos tercios, en el caso de las familias de bajos ingresos de las economías avanzadas, y en una cuarta parte, en el de las familias de ingresos altos, que tienden a consumir un mayor volumen de bienes y servicios que no son objeto de comercio.

La apertura de los mercados mundiales permitió a Australia sortear los vaivenes de las mareas económicas.

  • En 1963, el Reino Unido fue el principal mercado de exportación de mercancías de Australia y, con diferencia, su principal fuente de importaciones.
  • En 1970, el Japón, que en aquel momento estaba en pleno milagro económico, se había convertido en el principal destino de las exportaciones de Australia. Los Estados Unidos eran la principal fuente de importaciones. Ambos países ocuparían estas posiciones durante decenios, hasta ser reemplazados por China en la década de 2000.
  • La composición de la cesta de exportaciones de Australia fue cambiando a medida que crecía: la lana y otros productos agropecuarios han cedido el paso con creces a los minerales y los metales, y la cuota correspondiente a las exportaciones de productos manufacturados y maquinaria es mucho menor que en la década de 1970.

Los mercados mundiales siguen dando resultados también en otros aspectos.

Tomemos como ejemplo la experiencia con la COVID-19. La mayoría de la gente recuerda la escasez de suministros médicos y las prohibiciones a la exportación a principios de la pandemia. A menudo se pasa por alto que las cadenas de suministro transfronterizas luego pasaron a ser un motor de fabricación y distribución de mascarillas, equipo de protección personal y, posteriormente, vacunas. Las vacunas contra la COVID-19 se fabrican en cadenas de suministro que abarcan hasta 19 países. Si se hubiera intentado aumentar la producción en el ámbito de cadenas de suministro puramente nacionales, todos los países habrían salido perdiendo: los volúmenes de producción habrían sido menores y los costos más elevados.

El comercio es fundamental para el acceso a los alimentos, sobre todo en los países que no disponen de suficiente agua ni tierra cultivable. Según la FAO y la OCDE, una de cada cinco calorías consumidas en el mundo es objeto de comercio transfronterizo, y esta proporción ha ido en aumento. En esta época de precios de los alimentos y la energía en alza, el comercio desempeña un papel importante en cuanto a accesibilidad y asequibilidad. Pongamos por caso: la reciente apertura del corredor ucraniano de cereales del Mar Negro, y la forma en que hizo bajar los precios, pone de manifiesto que toda situación puede ser, la mayoría de las veces, peor sin comercio.

El comercio es también parte esencial de una respuesta justa y ambiciosa al cambio climático, ya que es fundamental para difundir la tecnología ecológica, limitar el costo de reducir a cero las emisiones netas de carbono y ayudar a los países a mitigar el cambio climático y adaptarse a sus efectos. Les invito a que consulten el nuevo Informe sobre el comercio mundial, nuestra publicación más emblemática, que en esta edición está dedicado al comercio y el clima y que presentamos en la CP27 en Sharm El Sheikh a principios de este mes. Una de las conclusiones es que el 40% de la reducción del costo de los sistemas de paneles solares en los últimos 30 años se debe a las economías de escala que han sido posibles, en parte, gracias al comercio internacional y las cadenas de valor.

En resumen, el comercio ha dado resultados; el GATT y la OMC han dado resultados. El historiador económico de Dartmouth, Doug Irwin, dijo recientemente que, si permitimos que el sistema multilateral de comercio se desintegre o se deteriore, podríamos descubrir que lo echamos mucho de menos.

Dicho esto, también debemos analizar los problemas relativos a cómo ha funcionado el sistema de comercio.

  • Algunos problemas se refieren a la exclusión socioeconómica. Muchos países pobres, y muchas personas pobres y de clase media baja de los países ricos, no han participado lo suficiente en los beneficios del comercio.
  • Otros problemas son de carácter práctico: la pandemia y la guerra en Ucrania han puesto de relieve auténticas vulnerabilidades en las cadenas de suministro. La escasez y las perturbaciones dejaron al descubierto los riesgos de una concentración excesiva en la producción de artículos como son los productos farmacéuticos, los semiconductores y algunos insumos industriales.
  • El conjunto de normas sobre el comercio mundial presenta deficiencias. Por ejemplo, varios Miembros de la OMC consideran que las normas vigentes de la Organización en materia de subvenciones no limitan adecuadamente determinados tipos de ayuda estatal, lo que permite a China, en particular, beneficiarse injustamente. Muchos Gobiernos occidentales han introducido también nuevas políticas industriales y programas de subvenciones para fomentar los semiconductores u otros tipos de productos de vital importancia. Estos programas de subvenciones han de abordarse con cautela, ya que no queremos tener subvenciones competitivas que resulten destructivas. Los países más pobres no pueden permitirse jugar a este juego.
  • Otro ejemplo de deficiencia es que, en 2022, aún no disponemos de un conjunto de normas mundiales para el comercio digital, en un momento en que este tipo de comercio está creciendo a pasos agigantados, incentivado por el paso a las adquisiciones en línea que ha motivado la pandemia.

Otra dificultad (que de por sí no es un problema) es la repercusión geopolítica de la convergencia entre economías ricas y emergentes propiciada por el comercio.

  • Muy en particular, el hecho de que China haya recuperado protagonismo en la economía mundial, tras un intervalo de cerca de 200 años.
    • Cuando China se adhirió a la OMC en 2001, representaba el 3,9% del PIB mundial en dólares corrientes, frente al 31,3 % correspondiente a los Estados Unidos. En 2022, la participación de China había aumentado al 18% del PIB mundial, frente al 24,7% en el caso de los Estados Unidos.
    • En 2001, el ingreso per cápita de China, en términos de paridad de poder adquisitivo, era de 3.200 dólares EE.UU., aproximadamente una doceava parte de los 37.000 dólares correspondientes a los Estados Unidos. En 2021, el ingreso per cápita de China fue superior a 19.000 dólares EE.UU., muy por debajo de la cifra de 69.000 dólares correspondiente a los Estados Unidos (pero ahora solo tres veces y medio inferior).
    • La participación de China en las exportaciones mundiales de mercancías aumentó del 4,3% en 2001 al 15,1% en 2021. Durante ese período, la participación de los Estados Unidos disminuyó del 11,8% al 7,9%.
  • Los rápidos cambios en el equilibrio del poder económico y político pueden ser desestabilizadores.
  • De hecho, el científico político de Harvard, Graham Allison, constata que la rivalidad entre una potencia en alza y una establecida ha dado lugar a enfrentamientos violentos la inmensa mayoría de las veces. Advierte de que China y los Estados Unidos corren el riesgo de caer en la ‘trampa de Tucídides’, en referencia a la observación del antiguo historiador de que “el crecimiento del poder ateniense y el miedo que esto provocó en Esparta” condujeron a la guerra que arrasó con las principales ciudades-estado de la Grecia clásica hace 2.500 años.
  • Kevin Rudd comparte esta preocupación. Teme que una nueva Guerra Fría pueda desencadenar una guerra “caliente”, y pide a cambio una “competencia estratégica gestionada.”
  • Incluso más, diría que el reconocimiento lúcido de que necesitamos la cooperación mundial para resolver determinados problemas del patrimonio común, como las pandemias y el cambio climático, debería orientarnos hacia un modelo de coexistencia que tenga en cuenta la cooperación estratégica junto con la competencia estratégica.

Ante estos desafíos, una respuesta que gana cada día más adeptos es la relocalización o la deslocalización entre aliados, es decir, la idea de que se pueden relocalizar las cadenas de suministro al propio país o a países aliados que comparten los mismos valores.

A primera vista, tiene sentido teniendo en cuenta las vulnerabilidades de la cadena de suministro que ahora se han hecho patentes, y es probable que sea inevitable una cierta relocalización de las inversiones en sectores muy sensibles: hay que reconocerlo. El quid de la cuestión está en el equilibrio, ya que todos sabemos que subvencionar una rama de producción o un sector en una esfera determinada sobre la base de su prioridad o importancia crítica es un terreno resbaladizo. El comercio y la inversión únicamente entre aliados podría dar lugar a la fragmentación. Y la fragmentación generalizada sería costosa desde el punto de vista económico para todas las economías.

  • Si analizamos un sector clave, como el de los semiconductores, Boston Consulting Group calcula que, para lograr la autosuficiencia a gran escala por región, se necesitaría 1 billón de dólares EE.UU. en inversión inicial, y el resultado serían unos chips que costarían entre un 35% y un 65% más.

Los economistas de la OMC estiman que, si la economía mundial se dividiese en dos bloques autónomos, el PIB mundial a largo plazo disminuiría un 5% como mínimo, peor que el daño causado por la crisis financiera en 2008-2009. El FMI ha desarrollado más este tema, y su modelización muestra que las perspectivas de crecimiento de las economías en desarrollo según este supuesto se ensombrecerían, y algunas de ellas se enfrentarían a pérdidas de bienestar de dos dígitos. Esta situación aumentaría la exclusión socioeconómica y el encono político, en lugar de aliviarlos.

La relocalización a gran escala podría terminar yendo en contra de su propio fin y empeorar la seguridad del suministro, en lugar de mejorarla. Las cadenas de suministro concentradas a nivel de país estarían más expuestas a las perturbaciones localizadas, que son cada vez más frecuentes con los episodios meteorológicos extremos.

Desde el punto de vista político, la desconexión inducida por las políticas, concebida para aumentar la resiliencia y la seguridad, podría terminar percibiéndose como un fin en sí mismo. Si se lleva demasiado lejos, podría resultar peligrosa para la coordinación en torno a intereses básicos de seguridad, y es poco probable que fomentase el tipo de cooperación internacional que necesitamos para adoptar medidas colectivas eficaces en relación con los problemas del patrimonio común, como el cambio climático, las pandemias o el endeudamiento soberano.

También hay que tener en cuenta el hecho importante de que muchos países no quieren tener que elegir entre dos bloques. Tal vez para Australia, como potencia intermedia fuerte, sea diferente, pero para los países insulares del Pacífico estoy segura de que no.

En un discurso reciente, el Ministro de Relaciones Exteriores de Singapur, Vivian Balakrishnan, dijo que los Estados miembros de la ASEAN deseaban mantener buenas relaciones con los Estados Unidos y con China, e instó a ambos países a que mantuvieran círculos superpuestos de aliados. “Pedimos tanto a los Estados Unidos como a China que no nos hagan elegir", dijo. "Nos negaremos a hacerlo.”

Sé que muchos países pobres y en desarrollo comparten ampliamente la opinión del Ministro Balakrishnan. Incluso en el caso de los países ricos como Australia, supongo que habrá momentos en los que también se lo planteen.

Permítanme, pues, trazar una vía alternativa para el futuro del comercio: la reglobalización. Unos mercados con más calado y más diversificados aumentarían la resiliencia del suministro en un mundo en el que las perturbaciones exógenas son cada vez más frecuentes. Una menor concentración del abastecimiento haría que la utilización del comercio como arma fuera más difícil.

Debemos reconocer que habría que hacer concesiones: perderíamos algunas mejoras de eficiencia que se obtienen con la ampliación de escala y la aglomeración, pero ganaríamos en cuanto a resiliencia y adaptabilidad.

En cierta medida, se trataría simplemente de ampliar las tendencias que ya estamos observando. Las empresas ya están adoptando medidas para diversificar los riesgos incorporando nuevos lugares de abastecimiento e inversión. Vemos indicios de que la concentración de los mercados de origen está disminuyendo, incluso en el caso de productos como las tierras raras.

  • Si se lleva esta lógica más lejos, haciendo que los países con un buen entorno macroeconómico de África, Asia y América Latina pasen de los márgenes de las redes mundiales de producción a la corriente principal, podemos hacer que el comercio sea más resiliente y, al mismo tiempo, impulsar el crecimiento y la reducción de la pobreza.  En otras palabras, podemos matar muchos pájaros de un tiro.
  • Así pues, ¿qué es lo que estoy diciendo? Lo que digo es que hay que dejar que las empresas gestionen los riesgos y se diversifiquen de forma sensata, pero que si los Gobiernos quieren intervenir, para fomentar estas situaciones mediante subvenciones u otros incentivos, entonces hay que impulsar una diversificación más amplia y de mayor calado en muchas más zonas geográficas, allí donde el entorno de inversión sea apropiado. Así se contribuiría a la reglobalización que tratamos de lograr. 

Señoras y señores, podemos atajar de frente los desafíos a los que se enfrenta el sistema multilateral de comercio. Podemos resolver las cuestiones relativas a la igualdad de condiciones en la OMC, promoviendo la transparencia y mitigando los efectos indirectos negativos. Podemos fomentar una mayor inclusión, acordando nuevas normas para el comercio digital que permitan a más mujeres y microempresas y pequeñas y medianas empresas incorporarse a los mercados internacionales. Podemos aprovechar el comercio de servicios para crear economías más ecológicas y mejores puestos de trabajo. En resumen, podemos corregir las deficiencias que parecen debilitar el sistema multilateral de comercio.

Quizá sea pedir mucho. Sin embargo, los Miembros de la OMC han demostrado en nuestra Duodécima Conferencia Ministerial el pasado mes de junio que pueden trabajar salvando las diferencias geopolíticas y obtener resultados. Los 164 Miembros — Rusia y Ucrania, China, los Estados Unidos, el Japón, el Brasil, Australia, todos — suscribieron los acuerdos que alcanzamos, algunos de ellos jurídicamente vinculantes. Y hubo algunos en particular, sobre la reducción de las subvenciones a la pesca perjudiciales y la respuesta a la pandemia y la crisis de seguridad alimentaria, que todos ellos firmaron.

Tenemos que seguir consolidando estos éxitos. Como dijo mi amiga y coautora, la ex Primera Ministra Julia Gillard, en otro contexto, “las reformas nunca son fáciles, pero hacerlas es lo correcto.” Tenemos que llevar a cabo las reformas de la OMC y seguir proporcionando a todos los Miembros un marco para la colaboración económica pacífica y competitiva.

La competencia estratégica es una realidad. Pero, como he dicho antes, podemos — y debemos — llevarla adelante junto a una cooperación estratégica. La participación en instituciones como la OMC puede ayudar a generar seguridad, incluso confianza, al gestionar las múltiples tensiones de hoy en día y los desafíos de mañana.

El mundo ha cambiado mucho en los últimos 75 años, pero todavía podemos hacer que el comercio sea una fuerza de paz en el siglo XXI, igual que lo fue en la segunda mitad del siglo XX.

Estoy segura de que todos ustedes empiezan a tener hambre, por lo que permítanme concluir con algo que dijo Martin Luther King, que sigue siendo tan pertinente hoy como lo fue en 1964: “Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o pereceremos juntos como necios”. Puede que la hermandad sea mucho pedir hoy en día. Pero cooperar en el ámbito del comercio, en lugar de apartarse de él, puede ayudarnos a aprender a convivir.

Muchas gracias.

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