WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

“El papel del sistema multilateral de comercio en la reciente crisis económica”


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Distinguidos huéspedes,
Señoras y Señores,

Me complace muchísimo estar aquí esta noche y tener esta oportunidad de referirme a la pertinencia del sistema multilateral de comercio en momentos en que los gobiernos se esfuerzan en todas partes por hacer frente a la crisis económica y empiezan a reflexionar el mundo después de ella. Quisiera expresar mi gratitud a mis anfitriones de la Universidad de Warwick por haber hecho posible esta ocasión, y particularmente a su Canciller, el Sr. Richard Lambert, por haber accedido a presidir el acto.

La contribución del sistema multilateral de comercio en tiempos de crisis económica

Nos enfrentamos hoy con la más profunda y general de las crisis económicas desde el decenio de 1930. En realidad, hay quienes han señalado que la contracción del comercio que hemos sufrido en el último año —que en 2009 alcanzará según se prevé a un 10 por ciento, aproximadamente, en términos de volumen— ha sido aún más violenta que la sufrida durante la Gran Depresión. Sabemos que ahora, como entonces, la contracción del comercio ha sido una derivación de perturbaciones ocurridas en otros sectores de la economía; ha sido un efecto de la crisis y no su causa.

Pero en aquel tiempo la reacción proteccionista prolongó y profundizó la depresión. Esta vez, los gobiernos han manifestado hasta ahora una considerable mesura y en gran medida han mantenido abiertos los mercados. Digo “hasta ahora” porque no creo que ya estemos a resguardo del peligro. Al comparar las reacciones de la política que actualmente se observan con las de la Gran Depresión, algunos autores, como Douglas Irwin y Barry Eichengreen, han señalado que una política monetaria y fiscal activa ha contribuido a la gestión de la crisis actual, mientras que esos instrumentos no cumplieron tal función a finales de los años veinte y comienzos de los treinta.

Este activismo político ha ayudado a poner coto a la contracción económica y ha alentado las esperanzas de recuperación en un futuro no muy distante. Cabe sostener que también ha dado apoyo a la moderación en cuanto a aplicar políticas comerciales de egoísmo nacional. Pero pienso que esta vez también ha obrado en la política comercial un factor beneficioso de peso mucho mayor: la existencia de las normas del sistema multilateral de comercio, en virtud de las cuales los gobiernos se comprometieron anticipadamente a observar un conjunto de reglas que limitan su comportamiento en la fijación de su política.

En los últimos 60 años, las normas multilaterales de comercio han desempeñado una función decisiva al acentuar la previsibilidad, reducir las incertidumbres, afianzar el imperio del derecho y fomentar una noción de legitimidad en las relaciones comerciales.

En el clima actual abundan las tentaciones de aplacar a quienes se ven más afectados por la reducción de la demanda con el bálsamo temporal, pero en última instancia destructivo, de la protección frente a la competencia comercial. Las normas que rigen el comercio son una fuente de oportunidades en tiempos de crecimiento económico y una influencia moderadora en tiempos de dificultades. Es en esta última función que esas normas nos están prestando en este momento un servicio particularmente valioso.

Pero debemos custodiar el compromiso respecto del sistema basado en normas, porque no se sostendrá por sí solo sin los cuidados indispensables. Un modo de hacerlo es mediante la fiscalización y la vigilancia de las políticas.

Nuestro nuevo mecanismo de vigilancia a través del Mecanismo de Examen de las Políticas Comerciales está cumpliendo un papel positivo a ese respecto. Resulta alentador que los gobiernos se muestren dispuestos a entablar un debate constructivo sobre sus esfuerzos mutuos para mantener abiertos los mercados. Pero no siempre es fácil; y nuestros informes de vigilancia indican cierta acentuación de la aplicación de medidas proteccionistas.

Además, tropezamos con dificultades para discernir con exactitud en qué medida los paquetes de estímulo fiscal y de rescate financiero frustran oportunidades comerciales. Los gobiernos tendrán que perseverar en su determinación, y la OMC tendrá que mantener su vigilancia, ante la persistencia en muchos países de presiones causadas por la acentuación del desempleo.

Cuando observamos las estrategias de salida de la crisis y el aspecto de la economía mundial después de ella, hay dos cuestiones que se nos suscitan. Una de ellas se refiere a la medida en que el mundo tendrá una apariencia diferente después de la crisis; la otra es en qué situación deberán colocarse la OMC, y nuestro sistema de gobernanza mundial en términos más generales, para lograr el tipo de cooperación internacional que se está convirtiendo en una factor cada vez más esencial de un futuro prometedor para todos los pueblos y todas las naciones. Permítanme que me refiera a ambos problemas.

¿Tendremos después de la crisis un mundo menos globalizado?

Una cuestión fundamental que nos espera después de la crisis es la de si el mundo estará menos globalizado en el futuro. ¿Veremos un proceso de “desglobalización” provocado por la crisis actual?

Esto no es una simple cuestión de pasatiempo intelectual. Importa para la determinación de la política y para la gestión de la cooperación internacional. Importa cuando nos planteamos cómo lograr un crecimiento compartido y una prosperidad creciente en todo el mundo.

La cuestión de la “desglobalización” tiene detrás de sí una distinción entre las fuerzas cíclicas y las seculares. Algunos aducirán que la actual contracción de la actividad económica acabará dando paso a una vigorosa recuperación del ciclo económico y que, con el tiempo, volveremos a la situación anterior. Es ese caso, el único verdadero problema consiste en asegurar que todos los daños y mermas que la crisis haya causado queden reparados al salir de ella.

Otros adoptan una perspectiva tal vez más reflexiva, y argumentan que los orígenes de la crisis y su gravedad habrán de combinarse para crear un punto de inflexión que nos llevará a una senda diferente y menos proclive a la integración. Esta segunda perspectiva también debe incorporar la consideración de los cambios seculares que ya estaban en curso en la economía mundial, y que la crisis tal vez acentúe.

La creciente interdependencia económica de las naciones, a la que se da el rótulo de “globalización”, ha sido impulsada por una combinación de tecnología, política, comportamiento de las empresas y actitudes del público. Aunque en términos generales todos estos factores contribuyen a explicar el crecimiento económico, han contribuido especialmente a la integración mundial por medio del comercio, las finanzas y las migraciones.

En los días impetuosos de fuerte crecimiento económico que precedieron a la crisis, podía oírse algunas veces la afirmación de que la globalización era irreversible. Sabemos ahora que esa idea es una simplificación optimista y exagerada. Para considerar en qué aspectos pueden anularse —o por lo menos frenarse— las características y la intensidad de la globalización, necesitamos un análisis conjunto de: i) los factores esenciales que contribuyen a la globalización; ii) los diversos efectos de la crisis; y iii) la función que cumplen las tasas de crecimiento relativo en la determinación de las pautas mundiales de la actividad económica.

En lo que respecta a la tecnología, la situación es bastante clara. Los adelantos extraordinarios de la tecnología en materia de información y de transportes han reducido enormemente los costos del comercio, generando una intensificación de los intercambios y las inversiones en todo el planeta. No es probable que la contribución de la tecnología disminuya en el futuro próximo. Las tecnologías no se “desaprenden”, y no hay razón alguna para suponer que el ritmo de la innovación haya de disminuir con el tiempo.

Pero ¿qué decir de los demás factores que influyen en las transacciones internacionales? Cuando en el segundo semestre de 2008 estallaron las burbujas del mercado de la vivienda y el mercado financiero, se produjo un gigantesco efecto negativo en la riqueza (se perdieron 10 billones de dólares en 2008 sólo en los Estados Unidos). La consiguiente contracción del consumo, acentuada por los esfuerzos de las familias por reconstruir su patrimonio mediante el ahorro, tuvo una considerable repercusión en el comercio.

Los intercambios se han reducido mucho más que la producción, lo que corresponde al hecho de que, en los últimos años, el crecimiento ha pasado a responder mucho más al aumento del PIB. Gran parte del fenómeno puede explicarse por el modelo de fabricación que se apoya en cadenas de producción internacionales, combinado con la circunstancia de que habitualmente medimos las corrientes comerciales en términos brutos y la producción en términos netos (de valor añadido). Además, el comercio parece reducirse con mayor rapidez que la producción en las coyunturas desfavorables porque la producción de mercancías disminuye más de prisa que la producción de servicios, y el grueso del PIB corresponde a éstos mientras que la mayor parte del comercio consiste en mercancías. Por virulento que pueda ser el ciclo económico, estos factores no significan necesariamente una disminución permanente del comercio mundial.

La contracción del comercio impulsada por la demanda ha sido agravada por la escasez de la financiación del comercio causada con la fuerte restricción del crédito. De ahí que la OMC, y otras entidades, estén vigilando atentamente la situación de la financiación del crédito y que el G-20 haya acordado, en su reunión de Londres, un paquete de medidas de financiación del comercio por valor de 250.000 millones de dólares. Confío en que el sector financiero, los gobiernos y los organismos internacionales lograrán, entre todos, reparar esta situación totalmente en los próximos meses.

¿Qué decir de los posibles factores de muy larga duración que tal vez nos aparten de las pautas habituales de comercio y producción? Cabe pensar en dos de ellos. En primer lugar: en la medida en que la protección comercial se acentúe, se planteará a los gobiernos el problema de restablecer la apertura del comercio una vez salidos de la crisis. No hacerlo podría llevar largo plazo a una merma de la producción y a menores niveles de comercio.

El segundo factor se refiere a la atenuación de los desequilibrios mundiales. El menor consumo y el mayor ahorro en los Estados Unidos significarán menores desequilibrios, y fácilmente pueden dar lugar a que el comercio registre una tasa de crecimiento sostenido más lenta. Esta posibilidad plantea algunas cuestiones importantes. Una de ellas es si ese restablecimiento del equilibrio reducirá las posibilidades de las economías emergentes de basarse en el crecimiento impulsado por las exportaciones como estrategia de desarrollo. Otro problema es en qué medida podrá una mayor demanda interna colmar la brecha que deje la economía industrial en algunos grandes países con vigorosa economía emergente como China, la India y el Brasil.

El sector financiero estuvo en el origen de la crisis, y en ese sector es poco probable que se vuelva a las prácticas habituales como si no hubiera pasado nada. Siendo así, ¿de qué modo afectarán a la globalización las nuevas condiciones de los mercados financieros? Ya he mencionado la financiación del comercio, que considero en lo esencial un factor cíclico. Pero la reducción sistemática del “apalancamiento” que caracteriza la actitud de casi todas las instituciones financieras hará disminuir sin duda las corrientes financieras y acrecentará el precio del crédito más allá del corto plazo. Además, las nuevas estructuras de control que se están organizando en muchos países habrán de imponer una actitud más cuidadosa en relación con el riesgo.

La contracción del crédito a nivel mundial redujo brutalmente las corrientes de capital a los países en desarrollo, que disminuyeron a menos de la mitad. Si las corrientes de inversión no se recuperan, habrá consecuencias de más largo plazo para la acumulación de capital y la producción. En la medida en que la crisis ha alterado la forma en que se consideran los riesgos, los capitales pueden hacerse más escasos a largo plazo, aunque tal vez tengan un costo más adecuado.

Están surgiendo indicios de una disminución de las migraciones netas y una reducción de las remesas como consecuencia directa de la recesión mundial. ¿Hasta qué punto serán estos fenómenos permanentes? Las actitudes del público serán decisivas, y más adelante ampliaré esta idea. Otros factores de largo plazo que afectan a las migraciones son las diferencias entre el país anfitrión y el país de origen respecto de los ingresos totales percibidos a lo largo de la vida y los niveles de vida, los incentivos creados por disposiciones gubernamentales que intensifican o reducen las migraciones, y factores demográficos oscilantes. Las consideraciones demográficas pueden tender a fomentar la migración cuando la población de los países industrializados envejece amenazando provocar escasez de mano de obra y la insolvencia de los fondos de pensiones.

Puede producirse una “desglobalización” como consecuencia de modificaciones en las prácticas empresariales que nos llevaron a la fragmentación mundial de los procesos de producción. Los procesos de producción compartida internacionalmente fueron impulsados por diferencias en la relación entre los salarios y la productividad en distintos lugares. Los cálculos económicos pueden cambiar fácilmente por efecto de alteraciones en las relaciones en que se basan, una mayor protección, diferentes concepciones del riesgo existente en distintos lugares, y las preferencias del consumidor que se inclinan hacia la producción nacional. Además, pueden manifestarse efectos de aprendizaje que hagan descubrir a los productores costos de producción o de gestión imprevistos derivados de la deslocalización. Algunos de esos efectos pueden relacionarse con la crisis; otros, en menor grado. Algunos pueden ser de naturaleza permanente y otros pueden ser más temporales.

Prácticamente todos los elementos que he mencionado —el comercio, los mercados financieros, las inversiones, las migraciones y las prácticas de las empresas— se verán afectados por las actitudes del público respecto de la globalización. Las encuestas de opinión pública sugieren que con el tiempo las actitudes se han vuelto más negativas respecto de la globalización en los países ricos, mientras que parece ocurrir lo contrario en las economías emergentes. En los países industrializados, la aversión al riesgo y la incertidumbre del empleo tienen efectos positivos importantes en las actitudes contrarias al comercio internacional. Es probable que la crisis haya acentuado la sensación de inseguridad frente al futuro, como también la situación en materia alimentaria y de precios de los recursos naturales de antes de la crisis y la pandemia de gripe porcina. El impulso a retraerse hacia el interior crea reales dificultades a aquellos gobiernos que comprenden los beneficios de la apertura internacional. Una de las formas de responder a las actitudes negativas del público consiste en acentuar los esfuerzos de creación de redes de seguridad social; pero los gobiernos también tienen la responsabilidad de convencer al público de las razones por las que un retraimiento hacia el interior no da ninguna respuesta a los problemas del compromiso exterior.

El papel de la OMC y el sistema de gobernanza internacional

Al observar las diversas formas en que la crisis puede afectar a la economía mundial, resulta evidente que, más que nunca, necesitamos del sistema multilateral de comercio. Aunque creyéramos que todos los fenómenos de la crisis han sido cíclicos y que pronto podremos volver a actuar como de costumbre, igual necesitaríamos un firme sistema de cooperación internacional para salir de la crisis. Pero cuando añadimos la posibilidad muy seria de que se produzcan cambios de larga duración —que las políticas y el comportamiento del sector financiero se modifiquen para evitar una reincidencia de los factores que generaron la crisis; que pueden alterarse los métodos habituales de la actividad económica; que están surgiendo nuevas estructuras económicas y nuevas pautas de los intercambios; y que las actitudes del público probablemente ejerzan nuevas influencias en los gobiernos— esto nos da una segunda razón para fortalecer y acentuar la eficacia de la cooperación internacional.

Hay también un tercer motivo. Los imperativos de la evolución económica, social y ambiental, junto con el deber mundial común de hacer frente a los problemas del desarrollo y la pobreza, significan que también se están alterando siempre la naturaleza y el contenido de la cooperación. Sabemos que se nos plantean nuevos desafíos para el sistema de comercio, como los siguientes:

i) atender la relación entre el comercio y el cambio climático;

ii) mejorar la cooperación en un mundo en que están surgiendo cambios fundamentales en las relaciones de oferta y demanda en los mercados internacionales de productos alimenticios y recursos naturales;

iii) forjar una mejor coherencia entre los acuerdos comerciales regionales y el sistema multilateral de comercio; y

iv) buscar soluciones respecto de algunos de los obstáculos no arancelarios al comercio que son menos transparentes y más espinosos.

Muchos de estos problemas fueron señalados por la Comisión Warwick sobre el Futuro del Sistema Multilateral de Comercio. Son importantes y debemos prestarles atención. Pero hay algo que debemos hacer antes y que tiene importancia igual o aún mayor. Es completar la Ronda de Doha. Como he argumentado en otras ocasiones, no se trata solamente de que el éxito de la Ronda de Doha ofrece un paquete de medidas de estímulo mundiales atractivo y una indicación importante a la economía mundial. También se trata de que la integridad del sistema exige que demos cima a lo que hemos emprendido. No podemos embarcarnos de modo convincente en la solución de nuevos problemas sin haber resuelto nuestra agenda actual. Pienso que este criterio es compartido por todos los gobiernos interesados en el comercio internacional y en las normas en que se apoya el sistema de comercio. Y me parece alentadora la declaración hecha la semana pasada por los líderes de las principales economías en la cumbre del G-8, en L'Aquila, sobre el propósito de completar la Ronda de Doha en 2010.

Por último, para rendir homenaje a la labor del Centro para el Estudio de la Globalización y la Regionalización de Warwick, y también a mi buen amigo Richard Higgott, desearía presentar algunas breves observaciones sobre la cuestión más general de la gobernanza mundial y el papel que veo dentro de ese sistema para la OMC y otras organizaciones internacionales análogas.

A corto plazo, estamos haciendo todo lo que podemos para colaborar con otros organismos en el fomento de la coherencia institucional.

Estamos coordinando esfuerzos interinstitucionales en el programa de Ayuda para el Comercio y el Marco Integrado mejorado, que tienen por objetivo común hacer que los países en desarrollo estén en condiciones de aprovechar mejor las oportunidades que ofrece el sistema de comercio creando capacidad productiva.

Estamos participando en el Equipo de Trabajo de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre seguridad alimentaria. Colaboramos con la OMPI y la OMS respecto del acceso a los medicamentos para los países en desarrollo.

También participamos en esfuerzos interinstitucionales destinados a asegurar el suministro de adecuada financiación del comercio, y hemos emprendido análisis conjuntos sobre diversos problemas de política con la OIT, el PNUMA y la UNCTAD, entre muchas otras instituciones. Esta labor debe proseguir y ampliarse.

Pero, a mediano plazo, veo surgir un nuevo triángulo de gobernanza mundial que es preciso fortalecer. Un “triángulo de coherencia”.

En un lado del triángulo se sitúa el G-20, que suministra conducción política y orientación. En otro de sus lados se encuentran las organizaciones internacionales que, dirigidas por sus miembros, facilitan conocimientos técnicos y aportes especializados, ya se trate de normas, políticas o programas. El tercer lado del triángulo es el G-192: las Naciones Unidas, que aportan un foro de responsabilidad.

A más largo plazo, tanto el G-20 como los organismos internacionales deberían responder ante el “parlamento” de las Naciones Unidas. Tendríamos con ello una combinación poderosa de liderazgo, universalidad y acción destinados a lograr una gobernanza mundial coherente y efectiva.

Conclusiones

Concluiré con tres observaciones.

En primer lugar, la crisis actual habrá de terminar, pero habrá cambiado el mundo, un mundo que estaba ya en una importante etapa de modificación; y estas nuevas realidades pondrán a prueba el ingenio y el empeño de los responsables de la política en todo el planeta.

En segundo lugar, necesitamos de la cooperación multilateral más que nunca, incluso en materia de comercio; y a este respecto debemos asignar prioridad a la tarea de completar la Ronda de Doha.

En tercer término, necesitamos una nueva arquitectura de gobernanza mundial que dé un marco para la cooperación efectiva. Todas estas son ideas que no es posible desarrollar adecuadamente en 30 minutos; pero las presento para su examen y su discusión.

Muchas gracias.

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