WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

El sistema mundial de comercio y la economía mundial


> Discursos: Pascal Lamy

  

Distinguidas y distinguidos participantes,

Señoras y señores,

Es un gran placer para mí participar en esta conferencia para celebrar el 46º Día del Comercio Internacional de Corea. Quiero felicitar a la Asociación de Corea para el Comercio Internacional y al Instituto Petersen de Economía Internacional, organizadores conjuntos de esta iniciativa. La conferencia tiene lugar en un momento oportuno, y su tema —“El nuevo sistema de comercio mundial en la era posterior a la Crisis”— no puede ser más actual.

La última vez que estuve en Corea, en febrero del presente año, la contracción económica mundial estaba llegando a su punto álgido. El hundimiento de la producción industrial y de las exportaciones se acercaba a un promedio del 40 por ciento interanual. El comercio sufría una contracción espectacular. Las perspectivas eran verdaderamente sombrías.

Los encargados de formular políticas se enfrentaban a cuatro grandes retos. En primer lugar, era esencial estabilizar el sistema financiero, que, tras hacer frente a una crisis de liquidez, se enfrentaba a una crisis de solvencia. En segundo lugar, los gobiernos tenían que elaborar paquetes de estímulo para apoyar una demanda que se venía abajo. En tercer lugar, era indispensable frenar las presiones proteccionistas. En cuarto lugar, la opinión general era que la reglamentación financiera necesitaba una reforma. La crisis financiera fue desencadenada no solo por la existencia de demasiados incentivos para correr riesgos poco meditados, sino también por la incapacidad de las autoridades supervisoras para reglamentar debidamente el sistema financiero, tanto en el plano nacional como en el internacional.

Así pues, cabe preguntarse: ¿dónde estamos ahora? Menos de un año después, se han realizado progresos, pero aún no hemos salido del peligro.

Las medidas adoptadas por los gobiernos y los bancos centrales han restablecido un cierto orden en los mercados financieros internacionales. Se han emprendido esfuerzos para remodelar el sistema financiero internacional. Los gobiernos han puesto en marcha planes de gasto específicos para facilitar la recuperación.

También se ha implantado una vigilancia más estricta de las políticas comerciales y de inversión, a fin de prevenir que las tendencias proteccionistas den al traste con los esfuerzos generales de recuperación.

En cuanto a los aspectos financieros, está en marcha un proceso ingente de desapalancamiento financiero, que ejerce presiones en los balances de los bancos y probablemente desalentará la concesión de nuevos préstamos durante cierto tiempo. No obstante, se han hecho progresos en lo relativo a los fracasos sistémicos. Según cálculos del FMI, la futura amortización parcial de activos se ha reducido ya a unos 3 billones de dólares, lo que supone que el proceso de limpieza ha alcanzado su punto medio. Pero este progreso sigue siendo demasiado lento. Los balances se están viendo afectados negativamente por los efectos de la “segunda ronda” de la contracción, o sea, los efectos de la deficiente actividad económica en el reembolso de préstamos.

Los esfuerzos por hacer frente a la crisis de solvencia conllevan un elevado costo para la economía mundial. Hay que recapitalizar los bancos internacionales y nacionales en consonancia con las previsiones de pérdidas incorporadas en sus balances, lo que significa que aún serán necesarios cientos de miles de millones de dólares de dinero público o privado para restablecer unas condiciones sólidas y seguras en el sector financiero. Todo ello apunta a que los balances bancarios seguirán contrayéndose y que no habrá una ampliación del crédito. La restricción del crédito en los países industrializados seguirá siendo un factor de retardo de la recuperación mundial.

El restablecimiento de la confianza de la sociedad en los bancos y otros intermediarios financieros está supeditado a reformas macrocautelares prudentes que entrañan la reglamentación y la supervisión del sector financiero. No cabe optar por una actitud de “todo sigue igual”. Una de las primeras medidas ha consistido en reforzar la estructura de gobernanza en cuyo marco pueden establecerse nuevas normas de reglamentación y supervisión bancarias a escala mundial. Se ha ampliado la composición del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, que ahora depende de un Consejo de Estabilidad Financiera recientemente establecido, que rinde cuentas a los dirigentes del G-20.

En la Cumbre del G-20 celebrada en Pittsburgh, el Consejo de Estabilidad Financiera propuso una serie de medidas, como aumentar los requisitos de capital y liquidez, reducir el margen de apalancamiento y el carácter procíclico, así como el margen de adopción de riesgos excesivos, mediante la imposición de compensaciones. Será necesario subsanar otras deficiencias reglamentarias mediante, entre otras medidas, el establecimiento de normas de contabilidad equitativas y la mejora de la vigilancia de las instituciones financieras que revisten una importancia sistémica.

Es importante que la nueva reglamentación se aplique con carácter no discriminatorio y se evite todo tipo de “renacionalización” de los préstamos. Es preciso que los países que han prestado apoyo a los bancos puedan dejar de hacerlo a medida que se desarrolle el proceso de desapalancamiento, de forma que se garantice la igualdad de condiciones entre las instituciones nacionales y las de propiedad extranjera.

Aunque la contracción económica que acabamos de atravesar es tan grave, o más, que otras crisis que se han sufrido en la era moderna, la respuesta normativa ha sido muy distinta. Los gobiernos y las instituciones internacionales han intervenido pronto. En líneas generales, el estímulo fiscal dio buenos resultados. Los países han actuado según su respectiva situación interna, y el gasto público ha sido un elemento principal de apoyo a la actividad mundial en 2009. Cuando ha habido suficiente margen de maniobra en lo fiscal, como en China o Corea, los gobiernos han adoptado las debidas medidas, y merecen nuestros elogios. Con los programas de estímulo se ha evitado una espiral de expectativas negativas, que podrían haber modificado el comportamiento de los consumidores en un plazo más largo. Por supuesto, esto ha entrañado un costo para la hacienda pública, y el estímulo fiscal no debe aplicarse cuando ya no sea necesario o sostenible. En Asia, donde la recuperación ha sido más rápida, no debe permitirse que las medidas de estímulo recalienten la economía. Los gobiernos tendrán que hacer frente al reto de gestionar un aumento sustancial del endeudamiento público.

Algunos de los aquí presentes están mejor calificados que yo para hablar sobre finanzas y otras cuestiones macroeconómicas. No obstante, creo que es importante establecer las condiciones más amplias que constituyen el contexto para tratar las cuestiones relacionadas con el comercio, a las que voy a dedicar ahora mi atención.

La existencia de un sistema mundial de comercio sólido, basado en normas, ha contribuido a contener el proteccionismo. Si bien es cierto que se han adoptado algunas medidas de restricción del comercio, el volumen del comercio mundial afectado por ellas no ha superado el 1 por ciento. Por segunda vez en poco más de un decenio —la primera fue la crisis financiera asiática de 1997— el sistema multilateral de comercio ha superado la “prueba de resistencia” de una contracción considerable sin que se hayan producido grandes retrocesos en la política comercial.

Pero todavía no estamos a salvo. Las presiones favorables a las medidas proteccionistas, por muy inteligentemente que se hayan concebido, con sus ilusorios beneficios para la economía interna, no van a ceder necesariamente en un futuro próximo. Al contrario, con un desempleo persistente, que sigue en aumento, esas presiones se pueden intensificar.

Además, si los desequilibrios mundiales aumentan nuevamente con el incremento de la actividad económica, como es muy posible que ocurra, ello añadirá otro estrato de presiones proteccionistas, al igual que sucedió en el decenio de 1980, cuando el aumento del desempleo y los crecientes desequilibrios comerciales resultaron ser una combinación potente para impulsar las demandas de protección.

A mi juicio, ello encierra una triste ironía, ya que los desequilibrios se ponen de manifiesto en términos del comercio, pero no son causados por el comercio. Antes bien, son reflejo de las realidades macroeconómicas y, a veces, macrocautelares.

Estas realidades no nos dejan margen para sentirnos satisfechos en lo que concierne al comercio. Y esto se inscribe en el contexto sistémico mucho más amplio de por qué es tan esencial hacer frente al reto de terminar la Ronda de Doha. No se trata únicamente de recoger sus beneficios económicos subyacentes. El éxito también envía una poderosa señal en términos de la actividad económica y la confianza de los consumidores, y los gobiernos deciden pasar del dicho al hecho. La culminación positiva de la Ronda fortalecerá la posición de los gobiernos para hacer frente a las medidas proteccionistas, lo que reviste suma importancia.


Los países más pobres se han visto gravemente afectados por la crisis. En particular, las corrientes de capital hacia los países en desarrollo han registrado una pronunciada contracción como consecuencia de la restricción crediticia mundial, pasando de un 9 por ciento de su PIB por término medio a solo un 2,5 por ciento. Esto afecta a la acumulación de capital, y por ello al crecimiento, en los países que más necesitan el capital. También está limitando las inversiones en infraestructura relacionada con el comercio que ampliarían la capacidad de los países pobres para comerciar en el futuro.

Tenemos la obligación colectiva de velar por que no se prive a los países más pobres del acceso a los mercados de capital y de productos. A corto plazo, no cabe duda de que las instituciones financieras internacionales tienen un papel que desempeñar para rellenar parte del vacío de financiación. El segundo examen global de la Ayuda para el Comercio llevado a cabo este año por la OMC sacó la conclusión de que una proporción creciente de la ayuda internacional se encauzaba a la creación de capacidad comercial de los Miembros más pobres de la OMC. A mediano plazo, debe mantenerse este esfuerzo para garantizar que los países más pobres puedan atender a sus necesidades de infraestructuras para el comercio. Un aspecto fundamental de este esfuerzo sería la capitalización suficiente de los bancos multilaterales de desarrollo. El Banco Asiático de Desarrollo ha tomado la iniciativa al respecto. Ahora tenemos que asegurar que el Banco Africano, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial sigan sus pasos.

La OMC, además de coordinar la iniciativa de la Ayuda para el Comercio, se ha mostrado activa para garantizar la disponibilidad y la accesibilidad de la financiación para el comercio, que descendió marcadamente al desencadenarse la crisis. Las actividades desarrolladas al respecto se plasmaron en la Cumbre del G-20 celebrada en Londres en un paquete de financiación a corto plazo para el comercio que ofrece 250.000 millones de dólares de nueva capacidad a los mercados. Aunque la situación haya mejorado, ahora las medidas tienen que concentrarse más intensamente en las pequeñas y medianas empresas, especialmente en regiones como África, América Central, Europa Oriental, Asia Central y los países de bajos ingresos en Asia Oriental.

Precisamente la semana pasada, la OMC celebró su Séptima Conferencia Ministerial, que brindó la oportunidad para que sus 153 Miembros examinaran todo el abanico de actividades de la Organización. Colectivamente, concretamos las prioridades de nuestra labor futura, destinada a fortalecer el sistema mundial de comercio.

La primera prioridad consiste en tratar de concluir la Ronda de Doha en 2010. Los Miembros de la OMC reconocieron los progresos técnicos realizados en 2009. Pero son conscientes también de que la solución de los pocos problemas que quedan en relación con cuestiones importantes solo llegará cuando entren en la recta final. Y ello no ocurrirá hasta que todos ellos estén dispuestos a adoptar decisiones de gran peso político en sus respectivos países. Así pues, han convenido en celebrar una “reunión de la hora de la verdad” en el primer trimestre del año que viene para verificar si se dan las condiciones necesarias para alcanzar su meta de concluir la Ronda en 2010.

Un segundo grupo de cuestiones que suscitó la atención ministerial fue la mejora del funcionamiento de los Acuerdos de la OMC vigentes, y en particular de la vigilancia y supervisión de las políticas comerciales de nuestros Miembros, a la luz de nuestra experiencia reciente con la vigilancia del proteccionismo.

Un tercer elemento abordado en los debates guarda relación con la capacidad de todos los Miembros de la OMC, especialmente de los más débiles, de aprovechar al máximo las oportunidades que brinda el comercio. El programa de Ayuda para el Comercio de la OMC recibió un contundente voto de confianza de nuestros Miembros como complemento necesario de la apertura comercial. El Sr. Kim, Ministro de Comercio de Corea, demostró el liderazgo de su país en este aspecto al participar en un acto relacionado con la creación de capacidad para los países más pobres a través del Marco Integrado mejorado.

También nos ocupamos de los medios necesarios para facilitar la adhesión de nuevos Miembros a la familia de la OMC. Asimismo, se recabaron muchas ideas para lograr sinergias más estrechas entre los acuerdos comerciales regionales y el sistema multilateral de comercio que pueden aportar un sólido programa de trabajo en los meses venideros para nuestro Comité de Acuerdos Comerciales Regionales. Por último, también abordamos la necesidad de garantizar una mayor coherencia entre la OMC y otras esferas de gobernanza internacional, en primer término con la del cambio climático.

Esto me lleva al lienzo más amplio de la gobernanza internacional que veo surgir y que, a mi juicio, ha de ser fortalecida. En primer lugar, el G-20 se está transformando rápidamente en el elemento de unión que aglutinará al sistema de cooperación económica internacional. Necesitamos un órgano como el G-20 que sirva de embrión de la creación de consenso entre elementos entrelazados de política económica de forma coherente. Por lo que se refiere al comercio, espero con interés colaborar con Corea cuando este país asuma la presidencia del G-20 el segundo semestre del año próximo.

El G-20 puede aportar el liderazgo y la orientación políticas que tanto se necesitan. En síntesis, puede y debe ser un “laboratorio de economía mundial coherente”. Pero el G-20 no adopta decisiones. Las decisiones internacionales vinculantes se seguirán adoptando en los organismos y organizaciones internacionales controlados por sus miembros. Por último, tenemos que asegurar que las Naciones Unidas se transformen en el “foro de rendición de cuentas” de la coherencia mediante la puesta al día y la mayor visibilidad de las actividades del Consejo Económico y Social. Estos tres ingredientes podrían constituir una combinación potente de liderazgo, acción e inclusividad.

Quiero agradecerles que me hayan dado la oportunidad de dirigirme a esta conferencia y desearles lo mejor en sus deliberaciones durante el resto de la jornada.

Muchas gracias.

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