Distinguidas y distinguidos participantes,
Señoras y señores,
Es un gran placer para mí participar en esta
conferencia para celebrar el 46º Día del Comercio Internacional de
Corea. Quiero felicitar a la Asociación de Corea para el Comercio
Internacional y al Instituto Petersen de Economía Internacional,
organizadores conjuntos de esta iniciativa. La conferencia tiene lugar
en un momento oportuno, y su tema —“El nuevo sistema de comercio mundial
en la era posterior a la Crisis”— no puede ser más actual.
La última vez que estuve en Corea, en febrero del presente año, la
contracción económica mundial estaba llegando a su punto álgido. El
hundimiento de la producción industrial y de las exportaciones se
acercaba a un promedio del 40 por ciento interanual. El comercio sufría
una contracción espectacular. Las perspectivas eran verdaderamente
sombrías.
Los encargados de formular políticas se enfrentaban a cuatro grandes
retos. En primer lugar, era esencial estabilizar el sistema financiero,
que, tras hacer frente a una crisis de liquidez, se enfrentaba a una
crisis de solvencia. En segundo lugar, los gobiernos tenían que elaborar
paquetes de estímulo para apoyar una demanda que se venía abajo. En
tercer lugar, era indispensable frenar las presiones proteccionistas. En
cuarto lugar, la opinión general era que la reglamentación financiera
necesitaba una reforma. La crisis financiera fue desencadenada no solo
por la existencia de demasiados incentivos para correr riesgos poco
meditados, sino también por la incapacidad de las autoridades
supervisoras para reglamentar debidamente el sistema financiero, tanto
en el plano nacional como en el internacional.
Así pues, cabe preguntarse: ¿dónde estamos ahora? Menos de un año
después, se han realizado progresos, pero aún no hemos salido del
peligro.
Las medidas adoptadas por los gobiernos y los bancos centrales han
restablecido un cierto orden en los mercados financieros
internacionales. Se han emprendido esfuerzos para remodelar el sistema
financiero internacional. Los gobiernos han puesto en marcha planes de
gasto específicos para facilitar la recuperación.
También se ha implantado una vigilancia más estricta de las políticas
comerciales y de inversión, a fin de prevenir que las tendencias
proteccionistas den al traste con los esfuerzos generales de
recuperación.
En cuanto a los aspectos financieros, está en marcha un proceso ingente
de desapalancamiento financiero, que ejerce presiones en los balances de
los bancos y probablemente desalentará la concesión de nuevos préstamos
durante cierto tiempo. No obstante, se han hecho progresos en lo
relativo a los fracasos sistémicos. Según cálculos del FMI, la futura
amortización parcial de activos se ha reducido ya a unos 3 billones de
dólares, lo que supone que el proceso de limpieza ha alcanzado su punto
medio. Pero este progreso sigue siendo demasiado lento. Los balances se
están viendo afectados negativamente por los efectos de la “segunda
ronda” de la contracción, o sea, los efectos de la deficiente actividad
económica en el reembolso de préstamos.
Los esfuerzos por hacer frente a la crisis de solvencia conllevan un
elevado costo para la economía mundial. Hay que recapitalizar los bancos
internacionales y nacionales en consonancia con las previsiones de
pérdidas incorporadas en sus balances, lo que significa que aún serán
necesarios cientos de miles de millones de dólares de dinero público o
privado para restablecer unas condiciones sólidas y seguras en el sector
financiero. Todo ello apunta a que los balances bancarios seguirán
contrayéndose y que no habrá una ampliación del crédito. La restricción
del crédito en los países industrializados seguirá siendo un factor de
retardo de la recuperación mundial.
El restablecimiento de la confianza de la sociedad en los bancos y otros
intermediarios financieros está supeditado a reformas macrocautelares
prudentes que entrañan la reglamentación y la supervisión del sector
financiero. No cabe optar por una actitud de “todo sigue igual”. Una de
las primeras medidas ha consistido en reforzar la estructura de
gobernanza en cuyo marco pueden establecerse nuevas normas de
reglamentación y supervisión bancarias a escala mundial. Se ha ampliado
la composición del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, que ahora
depende de un Consejo de Estabilidad Financiera recientemente
establecido, que rinde cuentas a los dirigentes del G-20.
En la Cumbre del G-20 celebrada en Pittsburgh, el Consejo de Estabilidad
Financiera propuso una serie de medidas, como aumentar los requisitos de
capital y liquidez, reducir el margen de apalancamiento y el carácter
procíclico, así como el margen de adopción de riesgos excesivos,
mediante la imposición de compensaciones. Será necesario subsanar otras
deficiencias reglamentarias mediante, entre otras medidas, el
establecimiento de normas de contabilidad equitativas y la mejora de la
vigilancia de las instituciones financieras que revisten una importancia
sistémica.
Es importante que la nueva reglamentación se aplique con carácter no
discriminatorio y se evite todo tipo de “renacionalización” de los
préstamos. Es preciso que los países que han prestado apoyo a los bancos
puedan dejar de hacerlo a medida que se desarrolle el proceso de
desapalancamiento, de forma que se garantice la igualdad de condiciones
entre las instituciones nacionales y las de propiedad extranjera.
Aunque la contracción económica que acabamos de atravesar es tan grave,
o más, que otras crisis que se han sufrido en la era moderna, la
respuesta normativa ha sido muy distinta. Los gobiernos y las
instituciones internacionales han intervenido pronto. En líneas
generales, el estímulo fiscal dio buenos resultados. Los países han
actuado según su respectiva situación interna, y el gasto público ha
sido un elemento principal de apoyo a la actividad mundial en 2009.
Cuando ha habido suficiente margen de maniobra en lo fiscal, como en
China o Corea, los gobiernos han adoptado las debidas medidas, y merecen
nuestros elogios. Con los programas de estímulo se ha evitado una
espiral de expectativas negativas, que podrían haber modificado el
comportamiento de los consumidores en un plazo más largo. Por supuesto,
esto ha entrañado un costo para la hacienda pública, y el estímulo
fiscal no debe aplicarse cuando ya no sea necesario o sostenible. En
Asia, donde la recuperación ha sido más rápida, no debe permitirse que
las medidas de estímulo recalienten la economía. Los gobiernos tendrán
que hacer frente al reto de gestionar un aumento sustancial del
endeudamiento público.
Algunos de los aquí presentes están mejor calificados que yo para hablar
sobre finanzas y otras cuestiones macroeconómicas. No obstante, creo que
es importante establecer las condiciones más amplias que constituyen el
contexto para tratar las cuestiones relacionadas con el comercio, a las
que voy a dedicar ahora mi atención.
La existencia de un sistema mundial de comercio sólido, basado en
normas, ha contribuido a contener el proteccionismo. Si bien es cierto
que se han adoptado algunas medidas de restricción del comercio, el
volumen del comercio mundial afectado por ellas no ha superado el 1 por
ciento. Por segunda vez en poco más de un decenio —la primera fue la
crisis financiera asiática de 1997— el sistema multilateral de comercio
ha superado la “prueba de resistencia” de una contracción considerable
sin que se hayan producido grandes retrocesos en la política comercial.
Pero todavía no estamos a salvo. Las presiones favorables a las medidas
proteccionistas, por muy inteligentemente que se hayan concebido, con
sus ilusorios beneficios para la economía interna, no van a ceder
necesariamente en un futuro próximo. Al contrario, con un desempleo
persistente, que sigue en aumento, esas presiones se pueden
intensificar.
Además, si los desequilibrios mundiales aumentan nuevamente con el
incremento de la actividad económica, como es muy posible que ocurra,
ello añadirá otro estrato de presiones proteccionistas, al igual que
sucedió en el decenio de 1980, cuando el aumento del desempleo y los
crecientes desequilibrios comerciales resultaron ser una combinación
potente para impulsar las demandas de protección.
A mi juicio, ello encierra una triste ironía, ya que los desequilibrios
se ponen de manifiesto en términos del comercio, pero no son causados
por el comercio. Antes bien, son reflejo de las realidades
macroeconómicas y, a veces, macrocautelares.
Estas realidades no nos dejan margen para sentirnos satisfechos en lo
que concierne al comercio. Y esto se inscribe en el contexto sistémico
mucho más amplio de por qué es tan esencial hacer frente al reto de
terminar la Ronda de Doha. No se trata únicamente de recoger sus
beneficios económicos subyacentes. El éxito también envía una poderosa
señal en términos de la actividad económica y la confianza de los
consumidores, y los gobiernos deciden pasar del dicho al hecho. La
culminación positiva de la Ronda fortalecerá la posición de los
gobiernos para hacer frente a las medidas proteccionistas, lo que
reviste suma importancia.
Los países más pobres se han visto gravemente afectados por la crisis.
En particular, las corrientes de capital hacia los países en desarrollo
han registrado una pronunciada contracción como consecuencia de la
restricción crediticia mundial, pasando de un 9 por ciento de su PIB por
término medio a solo un 2,5 por ciento. Esto afecta a la acumulación de
capital, y por ello al crecimiento, en los países que más necesitan el
capital. También está limitando las inversiones en infraestructura
relacionada con el comercio que ampliarían la capacidad de los países
pobres para comerciar en el futuro.
Tenemos la obligación colectiva de velar por que no se prive a los
países más pobres del acceso a los mercados de capital y de productos. A
corto plazo, no cabe duda de que las instituciones financieras
internacionales tienen un papel que desempeñar para rellenar parte del
vacío de financiación. El segundo examen global de la Ayuda para el
Comercio llevado a cabo este año por la OMC sacó la conclusión de que
una proporción creciente de la ayuda internacional se encauzaba a la
creación de capacidad comercial de los Miembros más pobres de la OMC. A
mediano plazo, debe mantenerse este esfuerzo para garantizar que los
países más pobres puedan atender a sus necesidades de infraestructuras
para el comercio. Un aspecto fundamental de este esfuerzo sería la
capitalización suficiente de los bancos multilaterales de desarrollo. El
Banco Asiático de Desarrollo ha tomado la iniciativa al respecto. Ahora
tenemos que asegurar que el Banco Africano, el Banco Interamericano de
Desarrollo y el Banco Mundial sigan sus pasos.
La OMC, además de coordinar la iniciativa de la Ayuda para el Comercio,
se ha mostrado activa para garantizar la disponibilidad y la
accesibilidad de la financiación para el comercio, que descendió
marcadamente al desencadenarse la crisis. Las actividades desarrolladas
al respecto se plasmaron en la Cumbre del G-20 celebrada en Londres en
un paquete de financiación a corto plazo para el comercio que ofrece
250.000 millones de dólares de nueva capacidad a los mercados. Aunque la
situación haya mejorado, ahora las medidas tienen que concentrarse más
intensamente en las pequeñas y medianas empresas, especialmente en
regiones como África, América Central, Europa Oriental, Asia Central y
los países de bajos ingresos en Asia Oriental.
Precisamente la semana pasada, la OMC celebró su Séptima Conferencia
Ministerial, que brindó la oportunidad para que sus 153 Miembros
examinaran todo el abanico de actividades de la Organización.
Colectivamente, concretamos las prioridades de nuestra labor futura,
destinada a fortalecer el sistema mundial de comercio.
La primera prioridad consiste en tratar de concluir la Ronda de Doha en
2010. Los Miembros de la OMC reconocieron los progresos técnicos
realizados en 2009. Pero son conscientes también de que la solución de
los pocos problemas que quedan en relación con cuestiones importantes
solo llegará cuando entren en la recta final. Y ello no ocurrirá hasta
que todos ellos estén dispuestos a adoptar decisiones de gran peso
político en sus respectivos países. Así pues, han convenido en celebrar
una “reunión de la hora de la verdad” en el primer trimestre del año que
viene para verificar si se dan las condiciones necesarias para alcanzar
su meta de concluir la Ronda en 2010.
Un segundo grupo de cuestiones que suscitó la atención ministerial fue
la mejora del funcionamiento de los Acuerdos de la OMC vigentes, y en
particular de la vigilancia y supervisión de las políticas comerciales
de nuestros Miembros, a la luz de nuestra experiencia reciente con la
vigilancia del proteccionismo.
Un tercer elemento abordado en los debates guarda relación con la
capacidad de todos los Miembros de la OMC, especialmente de los más
débiles, de aprovechar al máximo las oportunidades que brinda el
comercio. El programa de Ayuda para el Comercio de la OMC recibió un
contundente voto de confianza de nuestros Miembros como complemento
necesario de la apertura comercial. El Sr. Kim, Ministro de Comercio de
Corea, demostró el liderazgo de su país en este aspecto al participar en
un acto relacionado con la creación de capacidad para los países más
pobres a través del Marco Integrado mejorado.
También nos ocupamos de los medios necesarios para facilitar la adhesión
de nuevos Miembros a la familia de la OMC. Asimismo, se recabaron muchas
ideas para lograr sinergias más estrechas entre los acuerdos comerciales
regionales y el sistema multilateral de comercio que pueden aportar un
sólido programa de trabajo en los meses venideros para nuestro Comité de
Acuerdos Comerciales Regionales. Por último, también abordamos la
necesidad de garantizar una mayor coherencia entre la OMC y otras
esferas de gobernanza internacional, en primer término con la del cambio
climático.
Esto me lleva al lienzo más amplio de la gobernanza internacional que
veo surgir y que, a mi juicio, ha de ser fortalecida. En primer lugar,
el G-20 se está transformando rápidamente en el elemento de unión que
aglutinará al sistema de cooperación económica internacional.
Necesitamos un órgano como el G-20 que sirva de embrión de la creación
de consenso entre elementos entrelazados de política económica de forma
coherente. Por lo que se refiere al comercio, espero con interés
colaborar con Corea cuando este país asuma la presidencia del G-20 el
segundo semestre del año próximo.
El G-20 puede aportar el liderazgo y la orientación políticas que tanto
se necesitan. En síntesis, puede y debe ser un “laboratorio de economía
mundial coherente”. Pero el G-20 no adopta decisiones. Las decisiones
internacionales vinculantes se seguirán adoptando en los organismos y
organizaciones internacionales controlados por sus miembros. Por último,
tenemos que asegurar que las Naciones Unidas se transformen en el “foro
de rendición de cuentas” de la coherencia mediante la puesta al día y la
mayor visibilidad de las actividades del Consejo Económico y Social.
Estos tres ingredientes podrían constituir una combinación potente de
liderazgo, acción e inclusividad.
Quiero agradecerles que me hayan dado la oportunidad de dirigirme a esta
conferencia y desearles lo mejor en sus deliberaciones durante el resto
de la jornada.
Muchas gracias.
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