WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

El sistema multilateral de comercio y la amenaza del proteccionismo en épocas de crisis económica


> Discursos: Pascal Lamy

  

Me complace enormemente tener hoy la oportunidad de participar en el Centro de Estudios Públicos en este debate sobre la crisis y sus efectos en el sistema multilateral de comercio.

Pero, antes de comenzar quiero transmitirles mis más sinceras condolencias, a ustedes y al pueblo chileno, por el terrible terremoto que han sufrido. Desde afuera, apenas podemos imaginar el dolor y los sufrimientos causados por ese terremoto, y sé que al expresar estos sentimientos no hablo sólo en mi propio nombre sino en nombre de toda la familia de la OMC.

Pasando al tema que hoy nos ocupa — el comportamiento del sistema multilateral de comercio en épocas de crisis económica —, creo que tengo para ustedes un mensaje positivo, aunque todavía cauteloso. La economía mundial ha sufrido un fuerte golpe, el peor de los últimos 70 años. Todos los países resultaron afectados, aunque algunos han resistido mejor que otros, en parte gracias a una buena gestión macroeconómica.

Parece que estamos saliendo ahora de la crisis, aunque sería precipitado afirmar que todo ha terminado y que podemos actuar como si nada hubiera ocurrido. La recuperación incipiente sigue siendo frágil. Debemos hacer algunas reformas en el sector financiero y formular estrategias de salida para evitar la inflación y la peligrosa acumulación de deuda soberana, manteniéndonos al mismo tiempo fuera de la difícil situación de la que estamos saliendo, y afrontar el grave problema del desempleo, que me temo que seguirá siendo obstinadamente elevado durante algún tiempo, aunque mejore la situación en los demás aspectos.

La comparación entre los datos sobre la producción y el crecimiento del pasado año y nuestras previsiones para este año es muy positiva. El año pasado el volumen de la producción disminuyó un 2,3 por ciento y el comercio registró una enorme caída del 12 por ciento. Las previsiones consensuadas de la producción indican un crecimiento del 2,9 por ciento en 2011, y acabamos de publicar nuestras estimaciones sobre el crecimiento del comercio mundial, que apuntan a una recuperación de casi el 10 por ciento a lo largo de 2010. Es verdad que partimos de una cifra baja, pero sigue siendo una mejora muy prometedora.

En comparación con las cifras históricas, la contracción económica de los últimos dos años ha tenido proporciones alarmantes. Hubo durante algún tiempo serias dudas sobre la manera en que la economía mundial lograría escapar de lo que podía haber llegado a ser una caída descontrolada. Sin embargo, si comparamos esta crisis con la de los años treinta, la rapidez de la recuperación en este caso ha sido extraordinaria. No cabe duda de que ello se debe en parte a que hemos aprendido a gestionar mejor la economía, pero creo que se debe a algo más: entonces no teníamos las instituciones de cooperación internacional que tenemos ahora.

Pienso en particular en las relaciones comerciales y la OMC. En los años treinta, al igual que en la crisis reciente de la que aparentemente estamos logrando salir, el comercio no fue una causa inmediata de la contracción económica. En cambio, en los años treinta, el contagio de las políticas comerciales aislacionistas y proteccionistas prolongó y agravó la recesión. Eso no ha ocurrido esta vez. No hay duda de que vivimos en un mundo más dependiente del comercio y que los gobiernos habrían pensado seriamente en las consecuencias antes de dar la espalda al comercio. Pero estoy convencido de que uno de los factores que más han influido ha sido la existencia de un marco institucional de normas comerciales internacionales.

Todos sabemos que los gobiernos podrían tomar medidas que restringen el comercio sin infringir sus obligaciones en el marco de la OMC, pero las normas establecen un límite que no se puede traspasar sin quebrar el sistema y, lo que a mi juicio es más importante, la OMC ha creado una cultura de cooperación. Las normas comerciales han resistido las presiones proteccionistas, pero ahora debemos asegurarnos de que esta cultura de cooperación nos lleve a la finalización de la Ronda de Doha. Debemos mejorar y actualizar las normas de la OMC, que son un bien público. Un fracaso tendría consecuencias a escala mundial. Si tomamos como ejemplo las subvenciones a la pesca, podemos ver que tenemos el mandato de negociar la prohibición de determinadas subvenciones que contribuyen al exceso de capacidad y la sobrepesca. Pero las disciplinas actuales son inadecuadas. Los estudios científicos nos indican que más del 80 por ciento de las poblaciones de peces está sobreexplotado. Debemos actuar y, para ello, nuestros Miembros tienen que tomar la iniciativa. Bien lo sabe la población costera de Chile, que se ha visto gravemente afectada por el terremoto y que depende de la pesca.

No podemos caer en la complacencia por el hecho de que el sistema comercial haya contribuido a una sólida política de cooperación internacional. No estamos fuera de peligro. Los gobiernos seguirán soportando presiones proteccionistas, en especial si la situación del desempleo no mejora. Pero hay algo más que debemos tener en cuenta, especialmente en el debate público; la sensación cada vez mayor de que la globalización no es todo lo que afirman sus defensores. Parte de esta ansiedad se ha reflejado en los estudios sobre el comercio y se ha manifestado a veces en debates intelectuales.

Conocemos muy bien la importantísima contribución de David Ricardo a la teoría del comercio, que mostraba cómo todos los países podían beneficiarse del comercio, aunque algunos parecieran ser mucho más fuertes y estar en mejores condiciones que otros. Ello se debía, según Ricardo, a que los beneficios del comercio estaban determinados por ventajas relativas y no absolutas. Los países se especializarían en los aspectos en que fueran relativamente más eficientes y todos resultarían beneficiados. Un estudio reciente de Paul Samuelson ha demostrado, no obstante, que los avances tecnológicos de un país podrían reducir los beneficios que otro país podría obtener del comercio. Un caso típico sería el de una economía emergente que mantiene intercambios comerciales con una economía industrializada y adquiere así nuevos conocimientos tecnológicos especializados.

Esta idea ha alimentado en algunos círculos la opinión de que las ventajas comparativas y la apertura del comercio no son necesariamente beneficiosas para todas las partes. Como han demostrado varios economistas, no es esa la conclusión que debemos sacar de la teoría de Samuelson. En su estudio se indicaba que si China registraba un aumento de la productividad en el sector de las exportaciones, tanto China como su interlocutor comercial — los Estados Unidos — se beneficiarían. Pero si ese aumento de la productividad tenía lugar en el sector de las importaciones de China se reduciría la productividad relativa y los Estados Unidos perderían una oportunidad comercial. Esto significa simplemente que se ha dejado de obtener un beneficio del comercio, y no que el comercio perjudica a los países que se dedican a él. Lejos de utilizar este tipo de argumento para cuestionar los beneficios del comercio — algo que me temo que algunos han hecho — lo que esto nos enseña es que nada es estático y que las oportunidades comerciales vienen y van. De ahí la importancia de las políticas nacionales sobre competitividad. La eficiencia y la competitividad relativas cambian con el tiempo, pero no lo esencial de la forma en que los países se benefician del comercio. Es necesario repetir de tanto en tanto ese mensaje.

Otra preocupación que escucho a menudo guarda relación con la interfaz entre la política macroeconómica y la política comercial y, en particular, con la idea de que mediante la política comercial es posible solucionar los desequilibrios en cuenta corriente. Esos desequilibrios no son un fenómeno intrínsecamente indeseable, pero podrían ser motivo de preocupación si llegaran a ser muy grandes entre países con políticas macroeconómicas, estructuras institucionales y marcos reglamentarios muy distintos. El peligro radica en que lleguen a reflejar “distorsiones” en las políticas, como por ejemplo un déficit fiscal insostenible en un país, en lugar de diferencias en la actuación del sector privado en materia de ahorro e inversión. En esa situación, los desequilibrios podrían generar incertidumbre económica y, en última instancia, inestabilidad.

Sin embargo, los desequilibrios en cuenta corriente reflejan simplemente las diferencias de actuación en materia de ahorro e inversión entre distintos países. En algunos países la tasa de consumo es superior a la de ahorro y en otros países se da la situación contraria. El país que tiene una tasa de ahorro negativa, gastando más de lo que ingresa, tendrá un déficit por cuenta corriente, mientras que el país que ahorra más de los que gasta tendrá un superávit. A medida que los mercados financieros y de capitales se han integrado más a nivel mundial, el aumento de los desequilibrios en cuenta corriente refleja una asignación internacional de capital que, si no hay distorsiones en los mercados pertinentes, conduce a una mayor eficiencia.

No obstante, si los gobiernos consideran que estos desequilibrios son indeseables y que son de hecho consecuencia de problemas subyacentes en el mercado, es posible que quieran hacer algo al respecto, y es entonces cuando se plantea el problema del comercio. Siempre existe la tentación de creer que los países pueden reducir su déficit comercial introduciendo restricciones al comercio. Esas restricciones pueden reducir la demanda de importaciones a corto plazo, pero no solucionarán un fenómeno cuyo origen es totalmente distinto, a saber, el equilibrio entre el ahorro y la inversión. De hecho, es probable que las restricciones al comercio empeoren la situación, no sólo porque no reducirán los desequilibrios sino también porque producirán un deterioro de las relaciones comerciales. Esto también se enmarca en el desafío de evitar que la apertura de los mercados corra peligro por los motivos equivocados.

Hay otra cuestión a la que creo que deberíamos prestar atención: la idea de que la apertura del comercio, en particular entre países ricos y menos ricos, destruirá la trama social de los países ricos. Este argumento no es precisamente nuevo y estoy probablemente predicando a los conversos, pero observo que vuelve a plantearse bajo diferentes formas. La idea es que las normas sociales, los derechos laborales y la calidad del medio ambiente se verán comprometidos en los países con condiciones de vida relativamente altas cuando esos países ceden a la presión de la competencia en los mercados internacionales abiertos. En este razonamiento se basa la lógica de las políticas que reducen las oportunidades de mercado una reducción que puede parecer a priori que sólo perjudica a un conjunto de víctimas, los países en desarrollo , pero que en realidad también daña al país que introduce las restricciones.

Desde un punto de vista empírico, hay muy pocas pruebas que apoyen este argumento. Hay en cambio buenas razones para aducir que la apertura del comercio mejora las condiciones de los países en que éstas son peores. Una de ellas es que la apertura del comercio suele estar asociada con un aumento de los ingresos, lo que a su vez mejora el nivel de vida. Otra es que los consumidores de los países ricos son sensibles a estas cuestiones, y que esto ejerce una influencia en los abastecedores de los países más pobres. En lo que respecta al empleo y los salarios, es evidente que la productividad relativa contribuye en gran medida a explicar las diferencias en los ingresos de los trabajadores. Una vez más, si permitimos que se adopten políticas comerciales inadecuadas por motivos equivocados, o incluso por un oportunismo proteccionista, pondremos en peligro los fundamentos del crecimiento y el desarrollo y contribuiremos a crear tensiones políticas de las que nadie saldrá beneficiado.

He hablado extensamente sobre los peligros de utilizar indebidamente las políticas comerciales, y quiero terminar refiriéndome a la otra cara de la moneda, que considero igualmente importante. Ha habido durante años una corriente intelectual favorable a la opinión de que la apertura del comercio es la cura para todos los males, el camino seguro hacia el crecimiento y la prosperidad. No conozco ningún país que haya prosperado sin comercio, y supongo que vuelvo aquí a predicar a los conversos, pero de ningún modo puedo afirmar que la simple apertura del comercio es la receta política mágica que garantiza el éxito.

La apertura del comercio necesita un contexto en el que pueda aportar sus beneficios. Los beneficios del comercio funcionan en un entorno en el que se satisfacen otras condiciones, entre las que se cuentan las inversiones necesarias en infraestructura e instituciones, a la vez que una economía en que las señales emitidas por los precios se transmiten realmente a los agentes que se benefician de ellas y en que los beneficios del aumento de la prosperidad llegan a todos y no sólo a unos pocos. Debemos pensar de manera amplia en los ingredientes del éxito y el modo en que encajan sus piezas.

En resumen, creo que el sistema comercial tiene un papel decisivo, incluso —  y quizás especialmente — en épocas de crisis. También creo que es preciso reforzar los argumentos favorables a la apertura del comercio frente a los diversos argumentos escasamente fundamentados que algunos formulan en su contra. Por último, creo que es importante recordar que el comercio no es en sí mismo una panacea. Es un instrumento muy útil al que debe darse un buen uso, junto con otros muchos ingredientes de las políticas públicas.
Muchas gracias por su atención.

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