Señoras y señores,
Tengo el gran placer de estar hoy aquí con
ustedes para compartir algunas ideas sobre las tendencias de la economía
mundial y el modo en que los países nórdicos pueden juntos hacer frente
a los desafíos de nuestro mundo globalizado.
La globalización está transformando nuestras economías, nuestro tejido
social, nuestra cultura. Somos cada vez más interdependientes. La mayor
integración económica ha permitido sacar de la pobreza a millones de
personas. Ha logrado además que ahora millones de personas puedan
acceder a la información y la educación. Pero la globalización también
ha mostrado su lado más oscuro. La epidemia de gripe H1N1 del pasado
año, la explosión financiera que provocó la actual crisis económica, las
emisiones de CO2 o la sobrepesca han hecho que nos demos cuenta de que
ya no podemos ignorar las perturbaciones que se producen en un lugar
recóndito del mundo, dada la probabilidad de que sintamos sus efectos en
nuestros países.
Podemos optar por mantenernos al margen de la globalización, pero y
nuestros ciudadanos se sentirán impotentes. Ya no aceptarán las
limitaciones que les impone un mundo en constante evolución. Se
extenderán los nacionalismos, el populismo y la práctica de utilizar al
extranjero como chivo expiatorio.
También podemos optar por encauzar la globalización. Aprovecharla para
maximizar sus beneficios y minimizar sus costos. Para eso, tenemos que
aunar nuestros esfuerzos. Somos responsables a nivel mundial, aunque
sólo rindamos cuentas a nivel local. También debemos rendir cuentas a
las generaciones futuras.
Esto es precisamente lo que han elegido los países nórdicos. Ustedes han
decidido unirse, sacrificar parte de su soberanía para afrontar juntos
esos retos. No empezaron desde cero. De hecho, comparten una cultura y
una historia comunes. Les une un sentido de la cohesión y un destino
común, una “dimensión nórdica”.
Todos tienen economías abiertas, con relativamente pocos obstáculos al
comercio y la inversión, sólidos derechos de propiedad intelectual y
entornos favorables a las empresas. Pero también han adoptado un modelo
social fuerte, con una inversión importante en educación, atención de la
salud, seguridad social e innovación.
La educación ha contribuido a la movilidad social y ha facultado a los
ciudadanos para mejorar su situación. La educación también es el centro
de un componente esencial de nuestras economías hoy en día: la
innovación.
La seguridad social y la atención de la salud garantizan un nivel de
vida digno a todos los ciudadanos, con independencia de su situación
económica. Reducen las ansiedades provocadas por los cambios que entraña
la globalización.
Este modelo cuenta con el respaldo de todas las fuerzas políticas de sus
países, ya sean de izquierdas o de derechas. Y pese a las muchas
críticas que ha recibido el sistema por ser demasiado complejo, y
oneroso para que merezca sobrevivir, ustedes han demostrado que puede
funcionar. De hecho, hoy es un modelo que muchos en Europa y en el resto
del mundo quieren imitar.
Actualmente este modelo de apertura económica y seguridad social se
enfrenta a un triple desafío.
Por una parte el costo del modelo social está aumentando. Es muy bueno,
pero muy costoso, lo que plantea dudas sobre su sostenibilidad. Y ello
en un momento en que las finanzas públicas están sometidas a gran
presión por la crisis lo que, a mi juicio, inevitablemente llevará a
cuestionar elementos del modelo social. Creo que será necesario
introducir ajustes, pero que ello debería hacerse teniendo en cuenta dos
consideraciones: es preciso seguir centrando la atención en los más
débiles y vulnerables; y debe evitarse reducir el gasto en educación,
investigación y desarrollo, e innovación, ya que estos elementos
potencian la capacidad de actuación de las personas.
El segundo desafío es el problema demográfico. Europa es el único
continente en el que la población habrá disminuido en 2050. Las
sociedades nórdicas están envejeciendo. Ello influye en el dinamismo
social, la innovación y el crecimiento y tiene graves repercusiones en
el gasto público. La inmigración es la solución pero, como sabemos,
también plantea problemas.
El tercer desafío es el crecimiento. Sin un fuerte crecimiento no
podremos mantener el modelo social. Sucumbiremos ante el peso de nuestra
deuda pública. Por ello debemos invertir en políticas de crecimiento,
que implican reformas estructurales. Serán dolorosas a corto plazo, pero
aumentarán el potencial de crecimiento a largo plazo, algo que ahora es
esencial.
Muchos de estos desafíos requieren respuestas nacionales, pero éstas
deben estar respaldadas por medidas internacionales que permitan abordar
la dimensión mundial de esos desafíos. Por consiguiente, es necesario
contar con una mayor y mejor gobernanza mundial.
En los últimos años hemos visto como se establecía un nuevo equilibrio
en el reparto mundial del poder. Sin duda hay un nuevo equilibrio en la
economía mundial. La participación de los países en desarrollo en el PIB
mundial es cada vez mayor. Su participación en el comercio mundial ha
aumentado. Muchas de estas economías emergentes se han convertido en
importantes inversores en otros países en desarrollo, pero también en
economías desarrolladas. El mundo está cambiando y es necesario ajustar
las estructuras de la gobernanza mundial.
La crisis económica mundial ha acelerado el movimiento hacia una nueva
estructura de gobernanza mundial, en lo que he llamado un “triángulo de
coherencia”.
A un lado del triángulo está el G-20, sustituto del anterior G-8, que
aporta liderazgo político y orientación política. La representatividad
ha mejorado, pero podría mejorar más. Muchos países pequeños y medianos
que han desempeñado, y desempeñan, un papel fundamental como
intermediarios en el logro de compromisos, sienten que deberían estar
representados, ya sea a título individual o mediante un sistema de
grupos.
A otro lado del triángulo están las organizaciones internacionales,
inspiradas por sus miembros y que aportan conocimientos e insumos
especializados, ya sean normas, políticas o programas. Para ellas lo más
difícil es conseguir que sus miembros mantengan la coherencia en su
actuación en las distintas organizaciones. Los directores de las
respectivas organizaciones pueden contribuir a esta coherencia, pero
como dice el viejo dicho, “la coherencia empieza en casa”.
El tercer lado del triángulo es el G-192, las Naciones Unidas, que
sirven de foro para la rendición de cuentas.
A más largo plazo deberíamos lograr que tanto el G-20 como los
organismos internacionales rindieran cuentas al “parlamento” de las
Naciones Unidas. A ese respecto, la renovación del Consejo Económico y
Social de las Naciones Unidas podría servir de apoyo recientemente
adoptada por la Asamblea General a la resolución sobre la coherencia de
todo el sistema.
Este triángulo podría ofrecer una poderosa mezcla de liderazgo,
inclusividad y acción, que garantizar a una gobernanza mundial coherente
y eficaz. Con el paso del tiempo, el G-20 podría incluso ser una
respuesta a las demandas de reforma del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas.
Pero una estructura de este tipo tiene que sustentarse en una serie de
principios y valores básicos, una especie de “contrato económico
mundial”, para anclar la globalización económica en un sustrato de
principios y valores éticos que renueve la confianza que los ciudadanos
han de tener en que la globalización puede realmente obrar en su
beneficio.
Creo que los países nórdicos tienen un papel que desempeñar en esta
nueva arquitectura mundial emergente. Los valores de solidaridad,
justicia, crecimiento inclusivo y desarrollo sostenible que ustedes
representan deben formar parte de este contrato económico mundial.
Lo han demostrado con sus esfuerzos por lograr un compromiso mundial que
permita afrontar el cambio climático. Sé que muchos de ustedes lamentan
que la cumbre celebrada precisamente en esta ciudad no diera lugar a un
acuerdo mundial sobre el cambio climático. Y sin embargo no creo que
fuera tan malo como muchos lo han descrito. La gobernanza mundial se
mueve a menudo como un cangrejo, con aparentes tropiezos y
complicaciones formales, pero también permite avanzar.
Para juzgar el Acuerdo de Copenhague no hay que detenerse en lo ocurrido
el pasado año, ya que es mucho más importante lo que ha sucedido este
año con respecto a este Acuerdo. Al 31 de enero, que era el plazo fijado
en el Acuerdo de Copenhague, los principales emisores mundiales habían
notificado los límites máximos de sus emisiones o las medidas que
adoptarán para reducirlas. De hecho, alrededor de 100 países han
cumplido el plazo, lo que representa un 80 por ciento de las emisiones
mundiales. Este resultado es insuficiente, pero es un avance que sin
duda se ha logrado gracias a sus esfuerzos.
También lo demuestran con su solidaridad hacia los países en desarrollo,
con su cooperación para el desarrollo. También en este caso su
contribución ha ayudado a muchos países pobres a salir de situaciones
difíciles. Tendremos ocasión de abordar esta cuestión juntos en la
Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del
Milenio que se celebrará en septiembre. Me parece importante que la
comunidad internacional, y ustedes como líderes en esta esfera, emitan
la señal de que, pese a la grave crisis, mantendrán su determinación de
ayudar a los más pobres a aumentar su capacidad para desarrollarse y
para luchar contra la pobreza con sus propias armas. No por un
sentimiento caritativo, sino porque es una cuestión de justicia, así
como de eficiencia.
Permítanme concluir señalando que considero muy necesario que haya una
“bandera nórdica” en el edificio de la gobernanza mundial.
Muchas gracias por su atención.
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