WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY


> Discursos: Pascal Lamy

  

Señoras y señores,

Tengo el gran placer de estar hoy aquí con ustedes para compartir algunas ideas sobre las tendencias de la economía mundial y el modo en que los países nórdicos pueden juntos hacer frente a los desafíos de nuestro mundo globalizado.

La globalización está transformando nuestras economías, nuestro tejido social, nuestra cultura. Somos cada vez más interdependientes. La mayor integración económica ha permitido sacar de la pobreza a millones de personas. Ha logrado además que ahora millones de personas puedan acceder a la información y la educación. Pero la globalización también ha mostrado su lado más oscuro. La epidemia de gripe H1N1 del pasado año, la explosión financiera que provocó la actual crisis económica, las emisiones de CO2 o la sobrepesca han hecho que nos demos cuenta de que ya no podemos ignorar las perturbaciones que se producen en un lugar recóndito del mundo, dada la probabilidad de que sintamos sus efectos en nuestros países.

Podemos optar por mantenernos al margen de la globalización, pero y nuestros ciudadanos se sentirán impotentes. Ya no aceptarán las limitaciones que les impone un mundo en constante evolución. Se extenderán los nacionalismos, el populismo y la práctica de utilizar al extranjero como chivo expiatorio.

También podemos optar por encauzar la globalización. Aprovecharla para maximizar sus beneficios y minimizar sus costos. Para eso, tenemos que aunar nuestros esfuerzos. Somos responsables a nivel mundial, aunque sólo rindamos cuentas a nivel local. También debemos rendir cuentas a las generaciones futuras.

Esto es precisamente lo que han elegido los países nórdicos. Ustedes han decidido unirse, sacrificar parte de su soberanía para afrontar juntos esos retos. No empezaron desde cero. De hecho, comparten una cultura y una historia comunes. Les une un sentido de la cohesión y un destino común, una “dimensión nórdica”.

Todos tienen economías abiertas, con relativamente pocos obstáculos al comercio y la inversión, sólidos derechos de propiedad intelectual y entornos favorables a las empresas. Pero también han adoptado un modelo social fuerte, con una inversión importante en educación, atención de la salud, seguridad social e innovación.

La educación ha contribuido a la movilidad social y ha facultado a los ciudadanos para mejorar su situación. La educación también es el centro de un componente esencial de nuestras economías hoy en día: la innovación.

La seguridad social y la atención de la salud garantizan un nivel de vida digno a todos los ciudadanos, con independencia de su situación económica. Reducen las ansiedades provocadas por los cambios que entraña la globalización.

Este modelo cuenta con el respaldo de todas las fuerzas políticas de sus países, ya sean de izquierdas o de derechas. Y pese a las muchas críticas que ha recibido el sistema por ser demasiado complejo, y oneroso para que merezca sobrevivir, ustedes han demostrado que puede funcionar. De hecho, hoy es un modelo que muchos en Europa y en el resto del mundo quieren imitar.

Actualmente este modelo de apertura económica y seguridad social se enfrenta a un triple desafío.

Por una parte el costo del modelo social está aumentando. Es muy bueno, pero muy costoso, lo que plantea dudas sobre su sostenibilidad. Y ello en un momento en que las finanzas públicas están sometidas a gran presión por la crisis lo que, a mi juicio, inevitablemente llevará a cuestionar elementos del modelo social. Creo que será necesario introducir ajustes, pero que ello debería hacerse teniendo en cuenta dos consideraciones: es preciso seguir centrando la atención en los más débiles y vulnerables; y debe evitarse reducir el gasto en educación, investigación y desarrollo, e innovación, ya que estos elementos potencian la capacidad de actuación de las personas.

El segundo desafío es el problema demográfico. Europa es el único continente en el que la población habrá disminuido en 2050. Las sociedades nórdicas están envejeciendo. Ello influye en el dinamismo social, la innovación y el crecimiento y tiene graves repercusiones en el gasto público. La inmigración es la solución pero, como sabemos, también plantea problemas.

El tercer desafío es el crecimiento. Sin un fuerte crecimiento no podremos mantener el modelo social. Sucumbiremos ante el peso de nuestra deuda pública. Por ello debemos invertir en políticas de crecimiento, que implican reformas estructurales. Serán dolorosas a corto plazo, pero aumentarán el potencial de crecimiento a largo plazo, algo que ahora es esencial.

Muchos de estos desafíos requieren respuestas nacionales, pero éstas deben estar respaldadas por medidas internacionales que permitan abordar la dimensión mundial de esos desafíos. Por consiguiente, es necesario contar con una mayor y mejor gobernanza mundial.

En los últimos años hemos visto como se establecía un nuevo equilibrio en el reparto mundial del poder. Sin duda hay un nuevo equilibrio en la economía mundial. La participación de los países en desarrollo en el PIB mundial es cada vez mayor. Su participación en el comercio mundial ha aumentado. Muchas de estas economías emergentes se han convertido en importantes inversores en otros países en desarrollo, pero también en economías desarrolladas. El mundo está cambiando y es necesario ajustar las estructuras de la gobernanza mundial.

La crisis económica mundial ha acelerado el movimiento hacia una nueva estructura de gobernanza mundial, en lo que he llamado un “triángulo de coherencia”.

A un lado del triángulo está el G-20, sustituto del anterior G-8, que aporta liderazgo político y orientación política. La representatividad ha mejorado, pero podría mejorar más. Muchos países pequeños y medianos que han desempeñado, y desempeñan, un papel fundamental como intermediarios en el logro de compromisos, sienten que deberían estar representados, ya sea a título individual o mediante un sistema de grupos.

A otro lado del triángulo están las organizaciones internacionales, inspiradas por sus miembros y que aportan conocimientos e insumos especializados, ya sean normas, políticas o programas. Para ellas lo más difícil es conseguir que sus miembros mantengan la coherencia en su actuación en las distintas organizaciones. Los directores de las respectivas organizaciones pueden contribuir a esta coherencia, pero como dice el viejo dicho, “la coherencia empieza en casa”.

El tercer lado del triángulo es el G-192, las Naciones Unidas, que sirven de foro para la rendición de cuentas.

A más largo plazo deberíamos lograr que tanto el G-20 como los organismos internacionales rindieran cuentas al “parlamento” de las Naciones Unidas. A ese respecto, la renovación del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas podría servir de apoyo recientemente adoptada por la Asamblea General a la resolución sobre la coherencia de todo el sistema.

Este triángulo podría ofrecer una poderosa mezcla de liderazgo, inclusividad y acción, que garantizar a una gobernanza mundial coherente y eficaz. Con el paso del tiempo, el G-20 podría incluso ser una respuesta a las demandas de reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Pero una estructura de este tipo tiene que sustentarse en una serie de principios y valores básicos, una especie de “contrato económico mundial”, para anclar la globalización económica en un sustrato de principios y valores éticos que renueve la confianza que los ciudadanos han de tener en que la globalización puede realmente obrar en su beneficio.

Creo que los países nórdicos tienen un papel que desempeñar en esta nueva arquitectura mundial emergente. Los valores de solidaridad, justicia, crecimiento inclusivo y desarrollo sostenible que ustedes representan deben formar parte de este contrato económico mundial.

Lo han demostrado con sus esfuerzos por lograr un compromiso mundial que permita afrontar el cambio climático. Sé que muchos de ustedes lamentan que la cumbre celebrada precisamente en esta ciudad no diera lugar a un acuerdo mundial sobre el cambio climático. Y sin embargo no creo que fuera tan malo como muchos lo han descrito. La gobernanza mundial se mueve a menudo como un cangrejo, con aparentes tropiezos y complicaciones formales, pero también permite avanzar.

Para juzgar el Acuerdo de Copenhague no hay que detenerse en lo ocurrido el pasado año, ya que es mucho más importante lo que ha sucedido este año con respecto a este Acuerdo. Al 31 de enero, que era el plazo fijado en el Acuerdo de Copenhague, los principales emisores mundiales habían notificado los límites máximos de sus emisiones o las medidas que adoptarán para reducirlas. De hecho, alrededor de 100 países han cumplido el plazo, lo que representa un 80 por ciento de las emisiones mundiales. Este resultado es insuficiente, pero es un avance que sin duda se ha logrado gracias a sus esfuerzos.

También lo demuestran con su solidaridad hacia los países en desarrollo, con su cooperación para el desarrollo. También en este caso su contribución ha ayudado a muchos países pobres a salir de situaciones difíciles. Tendremos ocasión de abordar esta cuestión juntos en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio que se celebrará en septiembre. Me parece importante que la comunidad internacional, y ustedes como líderes en esta esfera, emitan la señal de que, pese a la grave crisis, mantendrán su determinación de ayudar a los más pobres a aumentar su capacidad para desarrollarse y para luchar contra la pobreza con sus propias armas. No por un sentimiento caritativo, sino porque es una cuestión de justicia, así como de eficiencia.

Permítanme concluir señalando que considero muy necesario que haya una “bandera nórdica” en el edificio de la gobernanza mundial.

Muchas gracias por su atención.

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