Ein deutscher Freund erklärte mir neulich sein
Verhältnis zur französischen Sprache :
“sie ist wie meine Frau, sagte er: ich liebe sie sehr und ich achte sie
ungeheuer, aber ich beherrsche sie nicht”.
Genauso ist sieht auch meine Verhältnis zur deutschen Sprache. Deshalb
möchte ich sie heute nicht misshandeln. Gestatten Sie mir, jetzt auf
Englisch fortzufahren.
[Hace poco un amigo alemán me hablaba de su relación con el francés. “El
francés”, me dijo, “es como mi esposa: la quiero mucho y la respeto
profundamente, pero no la domino”. Esa es la relación que tengo con el
alemán, y como preferiría no usarlo mal, permítanme continuar en
inglés.]
Es un gran honor para mí, por supuesto, ser uno de los ganadores del
premio 2010 del Instituto de Kiel en una categoría en la que hay varias
personalidades ilustres con las que ya he tenido el placer de trabajar,
como Helmut Schmidt, Jacques Delors y Mary Robinson.
Si lo he entendido bien, se me concede esta distinción por el papel que
he desempeñado a lo largo de mi carrera, inclusive en mi actual puesto,
defendiendo y promoviendo el principio de una economía de mercado
abierta y de orientación social.
Ésta ha sido mi convicción desde hace mucho tiempo. El hecho de que siga
siendo crítico con el capitalismo de mercado se debe a la actual
combinación de capitalismo y economía de mercado que considero
insostenible e injusta- más que al principio de la apertura de los
mercados propiamente dicho.
El capitalismo de mercado tiene virtudes económicas en cuanto a la
eficiencia en la asignación de recursos y a la filosofía de apertura en
que se basa, factores que han resultado muy valiosos, sobre todo en
asuntos de desarrollo. No obstante, debemos admitir que este modelo se
ha visto, se ve y se seguirá viendo profundamente amenazado por el
rápido crecimiento económico y los importantes avances tecnológicos que
se han producido a consecuencia y a causa de la globalización. Ya hemos
vivido situaciones como ésta, pero nunca a escala mundial ni a un ritmo
tan rápido.
La globalización amplifica las ventajas y los riesgos de una economía
basada en el buen funcionamiento de los mercados. Aumenta las ventajas
de la eficiencia y el crecimiento resultantes de la especialización y de
las economías de escala que produce la competencia. Pero también aumenta
los riesgos de inestabilidad y de desigualdades cada vez mayores,
agravados por los cambios en la escala de las externalidades
ambientales.
Sirva de ejemplo la actual crisis económica, no sólo por su origen y por
la respuesta mundial que se ha concebido para hacerle frente, sino
también por su impacto sísmico en el continente europeo.
A mi juicio, para responder a estos desafíos hay que combinar economía,
antropología y política internacional; tres enfoques distintos,
derivados de distintas ramas del conocimiento, que deben examinarse
conjuntamente.
Comenzaré por la economía, que es el principal objeto de investigación
de su Instituto, y en particular la economía internacional, que es la
especialidad de Paul Krugman. Creo que su contribución a la nueva teoría
del comercio y a la nueva geografía económica es esencial para
comprender la economía internacional de hoy. También creo que debemos
analizar más a fondo los componentes de la división internacional del
trabajo, a saber, la “cadena de producción mundial”, la integración de
bienes y servicios, y sus efectos cuantitativos y cualitativos en el
empleo.
Por eso, recientemente sugerí que se modificaran los métodos
tradicionales de medición del comercio internacional. En lugar de
utilizar los flujos transfronterizos brutos, que dan una imagen
distorsionada de la realidad de la competencia, deberíamos optar por una
evaluación del comercio en términos de valor añadido. El verdadero papel
de los países en el comercio internacional se vería con más claridad
mediante una evaluación del contenido de valor añadido de sus
exportaciones. Eso también nos daría una idea más clara de la intensidad
de mano de obra del comercio. Aliento al Instituto de Kiel a que
respalde nuestros esfuerzos en esta esfera con sus programas de
investigación.
Paso ahora a la antropología. Puede parecer un tanto extraño recurrir a
esta rama de las humanidades para analizar mejor la globalización. Sin
embargo, creo que ésta es la ciencia que puede ayudarnos a descifrar una
serie de actitudes políticas frente a la globalización, y en especial la
consiguiente sensación de que representa una amenaza para las
identidades. También servirá para aclarar lo que está en juego en los
mercados de divisas, aunque sólo sea para confirmar que no deben
contribuir a la eliminación de otras formas de intercambio consistentes
en dar y en ser generosos, formas de intercambio que las actividades
culturales tan caras a Liz Mohn y a la Fundación Bertelsmann ilustran a
la perfección.
Por último están las ciencias políticas, las que rigen la gobernanza de
las cosas y de las personas y que, como sabemos, a partir de ahora deben
superar los límites intelectuales del orden westfaliano y controlar la
interdependencia de las estructuras nacionales. Esto plantea un gran
reto, a juzgar por los altibajos que han caracterizado la construcción
de la Unión Europea que, a pesar de todo, sigue siendo el laboratorio en
que se está configurando esta nueva forma de gobernanza.
Quizá estemos presenciando los primeros indicios de esto en el triángulo
que ha surgido recientemente, compuesto por el liderazgo del G-20, la
capacidad de las organizaciones internacionales para movilizar
especialistas y recursos financieros, y la legitimidad del sistema de
las Naciones Unidas. Es preciso consolidar este triángulo y definir cada
uno de sus lados si queremos que cunda la idea de que la globalización
sin trabas no prevalece sobre la política. Si no se lograra, es decir,
si se tuviera la sensación de que la política se ve superada por los
acontecimientos económicos, surgirían reacciones basadas en la identidad
que podrían amenazar la democracia.
Éstas son, amigos míos, algunas pistas que podrían contribuir a
conciliar el progreso que representan las economías abiertas y
competitivas con los modelos sociales que seguirán siendo
característicos de diferentes culturas e identidades, una nueva
estructura de poderes políticos basada en el principio de la legitimidad
democrática que, como sabemos, es difícil de lograr en el contexto
supranacional. Se trata de una ardua tarea, pero una tarea que es
proporcional a las loables ambiciones de instituciones como la que hoy
nos reúne.
Gracias por su atención.
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