WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY


> Discursos: Pascal Lamy

  

Señoras y señores, es para mí un gran placer participar en la Cumbre de Ministros de Agricultura de Berlín (2011).  Hoy quisiera centrar mis observaciones en la subida de los precios de los alimentos, puesto que es imposible hablar de la agricultura sin abordar lo que se ha convertido en una preocupación fundamental en todo el mundo.  Apenas superada la crisis de los precios de los alimentos de 2008, el mundo parece haber entrado en una nueva etapa de alza de precios.  Actualmente la subida de los precios de los alimentos está atizando la inflación mundial, a lo que hay que sumar una inestabilidad política de proporciones difíciles de imaginar.  Este asunto, ocupa, por supuesto, un lugar central en las prioridades del G-20.  El Sr. Bruno Le Maire nos informará de los progresos realizados en este sentido.

El organismo de las Naciones Unidas que se ocupa de la alimentación (la FAO), acaba de indicarnos que los precios de los alimentos alcanzaron un máximo sin precedentes en diciembre, por encima de los niveles registrados en 2008.  A diferencia de 2008, parece que en la crisis actual ha entrado en juego un factor dominante:  el mal tiempo.  Fundamentalmente, nos enfrentamos a una limitación relacionada con la oferta.  El año pasado, los futuros del trigo estadounidense aumentaron un 47 por ciento, impulsados por una serie de fenómenos atmosféricos, entre ellos la sequía sufrida en Rusia y sus vecinos del Mar Muerto.  Si bien las principales causas de la crisis actual son las limitaciones de oferta, también hay otros factores que han contribuido a esta situación, y de eso precisamente quiero hablarles hoy.

Me preocupa que, aunque se hayan publicado reiteradamente en la prensa las diversas razones de las crisis alimentarias y se hayan difundido muchas cifras, todavía no se haya iniciado un análisis serio de cómo y por qué el mundo atraviesa estas crisis de forma reiterada.  Durante los minutos que me han concedido intentaré sencillamente definir un marco analítico en el que podamos reflexionar colectivamente.  Como ya supondrán, situaré el comercio internacional en este marco.

Para analizar las crisis de los precios de los alimentos en general, creo que es preciso empezar examinando la situación del consumo y la producción mundiales de alimentos, diferenciando en ambos casos entre factores transitorios y estructurales.  De hecho, es prácticamente indispensable hacer un diagnóstico preciso del problema antes de elaborar una respuesta.

El consumo mundial de alimentos está regido, como ustedes saben, por tres factores estructurales a largo plazo:  las tasas de crecimiento de los ingresos, las tasas de crecimiento de la población y las preferencias dietéticas.  La evolución más extraordinaria de nuestra época es, sin duda, que el consumo de alimentos también está determinado por la producción de energía.  Cuando llenamos nuestros depósitos de biocombustibles, en realidad estamos metiendo maíz, azúcar de caña y otros productos alimenticios en nuestros sistemas de transporte.  Por supuesto, la cuestión de si los biocombustibles son transitorios o estructurales es discutible, y dependerá en gran medida del éxito de las políticas experimentales sobre los biocombustibles en el mundo y de la reacción de la población ante las mismas.

En el plano mundial, sabemos que los ingresos están aumentando y seguirán haciéndolo, aunque de modo desigual.  Al aumentar los ingresos, crece la demanda.  Por otra parte, las tasas de crecimiento de la población han estado disminuyendo desde hace ahora casi 30 años y sin duda el mundo ha superado la tasa máxima de crecimiento de la población registrada a finales del decenio de 1960.  Sin embargo, en términos absolutos la población sigue aumentando.

En cuanto a las preferencias dietéticas, sabemos que convergen a escala mundial (la denominada “transformación nutricional”).  Hay muchas razones para ello, como la generalización de las cadenas de alimentación y una mayor exposición a los hábitos alimentarios norteamericanos y europeos (para bien o para mal, si me permiten añadirlo).  El consumo de carne, leche y productos lácteos está aumentando, en particular en los países en desarrollo.

Los biocombustibles, como dije antes, añaden una dimensión totalmente nueva a la situación del consumo.  Según datos publicados por la OCDE y la FAO, si se mantienen las políticas actuales, en 2019 cerca del 13 por ciento de la producción mundial de cereales secundarios se utilizará para la fabricación de etanol, el 16 por ciento para aceite vegetal y el 35 por ciento para azúcar de caña.

En resumen, lo que nos indica esta situación del consumo de alimentos es que la demanda de productos alimenticios va a seguir aumentando.  Pero entonces, ¿qué nos indica la situación de la producción alimentaria?  ¿Podrá la producción alimentaria mundial hacer frente a este incremento de la demanda?  De nuevo, hay tres fuentes principales de crecimiento de la producción agrícola:  la primera, la ampliación de la superficie agrícola actual;  la segunda, la intensificación de la frecuencia con que se cultiva esa superficie agrícola;  y, la tercera, la optimización del rendimiento (mediante, por ejemplo, la mecanización, la mejora de los sistemas de riego o la biotecnología).  Estas son las opciones estructurales a largo plazo de que disponemos.

Sin embargo, contrariamente a lo que se cree, el factor determinante del incremento de la producción no es la cantidad de nuevas tierras que se dedican a para la producción agrícola sino, más bien, el aumento del rendimiento.  De hecho, a lo largo de los cuatro últimos decenios, la mejora del rendimiento ha representado por sí sola el 70 por ciento del incremento de la producción agrícola en los países en desarrollo.  Por consiguiente, los progresos que realicemos en la productividad de la agricultura serán fundamentales para el mantenimiento de la seguridad alimentaria.

También debemos reconocer que las malas condiciones metereológicas, las catástrofes naturales y el cambio climático contribuirán a medio y largo plazo a generar incertidumbre del lado de la oferta.  Esto hará que la creación de redes de seguridad social para consumidores y agricultores, y la investigación sobre los cultivos resistentes al clima resulten primordiales.

Al igual que la mayoría de los demás sectores industriales, la producción agrícola también seguirá dependiendo de las fluctuaciones en el precio del petróleo.  Un incremento del precio de los combustibles encarece la producción de fertilizantes y la entrega de los productos.

Tras haber examinado los diversos factores que afectan a la producción y al consumo, debemos centrarnos ahora en lo que los une.  A nivel mundial, el vínculo se establece a través del comercio internacional.  El comercio se convierte en la correa de transmisión por la que la oferta se ajusta a la demanda.  Permite que los alimentos viajen desde la tierra de la abundancia a la tierra de la escasez.  Cuando esta correa de transmisión se obstruye con obstáculos al comercio, el mercado se ve afectado por turbulencias inesperadas.

Examinemos más de cerca estos “obstáculos al comercio” y su repercusión en la producción.  Las restricciones a la exportación desempeñan un papel fundamental en las crisis alimentarias.  Hay otros obstáculos al comercio, como los aranceles y las subvenciones, que perjudican a la producción agrícola e impiden que los alimentos se produzcan donde puede hacerse de la manera más eficaz.  Pero quisiera abordar en primer lugar las restricciones a la exportación, por su incidencia directa en la agravación de las crisis alimentarias.  De hecho, según ciertos analistas, fueron la causa principal del aumento de los precios de los alimentos en 2008, para algunos de los alimentos básicos más esenciales.

Las restricciones a la exportación siembran el pánico en los mercados cuando los distintos actores ven cómo los precios se disparan a una velocidad estelar.  Estas restricciones fueron la causa más importante de la explosión de los precios que experimentó el mercado del arroz en el período 2007‑2008;  en aquel momento no se había observado ningún desequilibrio fundamental de los mercados.  Según datos publicados por la FAO, el comercio internacional de arroz descendió un 7 por ciento aproximadamente en 2008 (hasta 2 millones de toneladas) con respecto al nivel máximo alcanzado en 2007, debido en gran medida a las restricciones a la exportación.  El incremento del precio de los cereales registrado en el período 2010-2011 también tiene mucho que ver con las restricciones a la exportación impuestas por Rusia y Ucrania después de que ambos países sufrieran una grave sequía.

Estas restricciones afectan a los países en desarrollo importadores netos de productos alimenticios y, de hecho, podrían hacerles morir de hambre.  Además, pueden impedir que el Programa Mundial de Alimentos cumpla su función, privándole de los alimentos con los que puede ayudar a otras personas.

Es evidente que los que imponen estas restricciones obedecen a cierta lógica, no desean dejar morir de hambre a sus propias poblaciones.  Por lo tanto, la pregunta que se plantea es qué otras políticas les permitirían alcanzar este objetivo.  La respuesta a esta pregunta tiene que venir de una mayor producción de alimentos a escala mundial, de un mayor número de redes de seguridad social, y de un aumento de la ayuda alimentaria y, de ser posible, de las reservas alimentarias.  Pienso que debemos al menos examinar la posibilidad de eximir a la ayuda alimentaria humanitaria de las prohibiciones a la exportación.

Señoras y señores, también debemos reflexionar acerca de la Ronda de Doha.  Las restricciones a la exportación no son más que un elemento de los obstáculos al comercio que impiden la emergencia de mercados agrícolas eficientes.  La Ronda de Doha de negociaciones comerciales puede contribuir a solucionar a medio y largo plazo las crisis de los precios de los alimentos mediante la eliminación de muchas de las restricciones y distorsiones que afectan a la situación del lado de la oferta.  La Ronda reduciría considerablemente las subvenciones de los países ricos que han bloqueado la capacidad de producción de los países en desarrollo y, en el caso de algunos productos básicos, les han apartado completamente del mercado.  Los peores tipos de subvenciones, que son las subvenciones a la exportación, se suprimirían por completo.  También se reducirían los aranceles, aunque con cierta “flexibilidad”, con lo que aumentaría el acceso de los consumidores a los alimentos.

A nivel mundial, una consecuencia probable de la Ronda de Doha es que se producirán más alimentos allí donde pueda hacerse con más eficacia.  También habría unas condiciones más iguales y equitativas a nivel internacional en este sector de importancia fundamental para algunos de los países más pobres del mundo.

Por supuesto, esto no significa que para los Miembros de la OMC los alimentos sean como los calcetines o los neumáticos.  Muchos Miembros de la OMC destacan que hay muchas razones por las que el sector de la agricultura y el manufacturero son diferentes.  Sin embargo, un elemento crucial de las negociaciones de Doha consiste precisamente en reconciliar la especificidad de la agricultura con las ventajas de la apertura del comercio.  Para decirlo de una forma sencilla, el comercio contribuye a frenar el aumento del precio de los alimentos y a hacer frente a la inseguridad alimentaria, y podría contribuir más.  El comercio es parte de la solución, y no parte del problema.

En términos muy generales, este es el marco analítico que definiría para nuestra reflexión común.  En cuanto a las medidas a adoptar, es evidente que necesitamos invertir más en la agricultura, sector en el que no hemos invertido suficientemente desde hace bastante tiempo.  Sobre todo, debemos preparar nuestro sistema agrícola para el inminente cambio climático al que probablemente nos enfrentaremos.  Esto será vital para mejorar la situación de la oferta.

A esto añadiría:  una reflexión más profunda sobre nuestras políticas de biocombustibles;  redes de seguridad social para nuestros consumidores y agricultores;  unos sistemas de ayuda alimentaria más sólidos;  y un apoyo firme al Programa Mundial de Alimentos.

El G-20 tiene el objetivo de hacer frente a la volatilidad de los precios de los productos agropecuarios.  En Seúl anunció su intención de aumentar la productividad agrícola y la disponibilidad de alimentos mediante mecanismos innovadores, una inversión agrícola responsable;  el fomento de la agricultura en pequeña escala;  y la elaboración de propuestas para gestionar mejor y mitigar la volatilidad de los precios sin distorsionar los mercados.  El Sr. Bruno Le Maire nos ayudará a comprender estos elementos.

Algunos dicen que la solución a la volatilidad de los precios reside en los instrumentos del mercado, en instrumentos financieros, como los futuros.  Otros dicen que estos instrumentos, a pesar de que probablemente estén diseñados para estabilizar los mercados, pueden, en realidad, incrementar la especulación nociva.  En mi opinión, la definición de especulación sigue estando abierta.  Es un problema con el que los agricultores y los productores de alimentos se enfrentan desde tiempos inmemoriales.

Con estas observaciones, señoras y señores, doy paso a nuestra reflexión.  Una reflexión que arranca con un diagnóstico del problema.  Gracias por su atención.

 

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