WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY


> Discursos: Pascal Lamy

  

Señoras y señores:

Es para mí un placer estar hoy aquí con ustedes.  Cuando CUTS me invitó a pronunciar el discurso de apertura en el acto de presentación de su publicación más reciente sobre la agricultura en África, mi primer impulso fue de cautela.  Antes tengo que ver esa publicación, me dije.  Pero, les aseguro que, tras haberla leído, me fue imposible rechazar el ofrecimiento.

La publicación da respuesta a una pregunta que, nada más ocupar mi puesto en la Organización Mundial del Comercio, trasladé a mis colaboradores para que tratasen de hallar una respuesta:  ¿por qué se ha convertido África en importador neto de productos alimenticios?  Ésa fue mi pregunta.  ¿Qué explicación hay para esa situación?  Como ustedes saben, África pasó a ser importador neto de productos alimenticios en el decenio de 1980, cuando los precios de sus principales productos básicos de exportación descendieron repentinamente y su agricultura perdió impulso.  En la actualidad, el déficit de su comercio de productos alimenticios es de unos 20.000 millones de dólares EE.UU.  La publicación que presentamos hoy colectivamente da, en buena medida, respuesta a una pregunta que me he planteado durante mucho tiempo.  Mi enhorabuena a los autores.

Antes de referirme a los aspectos concretos de la publicación y exponer mis ideas sobre la agricultura africana de modo más general, quiero empezar por situar el debate en su contexto.  Aunque es realmente interesante, e incluso crucial, comprender cómo África ha pasado de ser un exportador neto de productos alimenticios a ser un importador neto de esos productos, el objetivo del presente debate no debería consistir en dilucidar de qué forma puede África recuperar la supremacía exportadora.  El objetivo debería ser, más bien, estudiar de qué forma la agricultura africana puede llegar a ser más eficaz y competitiva.  Eficiencia y autosuficiencia son dos conceptos distintos.

Es decir, un país puede tener un sistema agrícola perfectamente eficiente y competitivo y seguir siendo un importador considerable de productos alimenticios, o incluso un “importador neto”.  Ambos aspectos están desvinculados el uno del otro.  Europa, por ejemplo exporta el 9 por ciento de los productos alimenticios del mundo, e importa el 12 por ciento.  Los Estados Unidos exportan el 10 por ciento e importan el 8 por ciento.  La capacidad de exportación de productos alimenticios no es obstáculo para ser también un importador de envergadura.

Este concepto se enseña a los estudiantes de economía con un ejemplo divertido.  Imaginemos el caso de Einstein y su ayudante, suelen decir los profesores.  Einstein es tan increíblemente inteligente que puede hacer todo mejor que su ayudante (y, a decir verdad, mejor que la mayoría de nosotros), desde formular teorías científicas hasta preparar documentos.  Pero, aunque Einstein puede hacer todo mejor, no tiene sentido que prescinda de su ayudante, ni que llegue a ser autosuficiente.  Ello se debe a que la capacidad científica de Einstein es 20 veces mayor que la de su ayudante, pero su destreza para preparar documentos es sólo 10 veces mayor.  Por esa razón, para el mundo es mucho más beneficioso que Einstein se dedique a tiempo completo a lo que mejor sabe hacer, que es la actividad científica, en lugar de dedicarse a escribir, mecanografiar y corregir su propia correspondencia.

Lo mismo cabe decir respecto de África.  Hay que mejorar la eficiencia de la agricultura africana, y de esa forma asegurar la “especialización”.  No tendría sentido que África produjese todo por sí misma, del mismo modo que sería absurdo que Einstein se ocupase también de preparar los documentos.

Antes de ocuparme de la publicación, quiero añadir otra observación para “encuadrar” el debate.  Las exportaciones agrícolas africanas, consideradas como parte proporcional de las exportaciones totales de mercancías de África, han descendido también de forma acusada a lo largo de los años.  Desde 1960 hasta hoy, esa proporción ha pasado del 42 por ciento al 6 por ciento.  Pero también quiero hacer una observación sobre la forma de evaluar ese dato, que, en sí mismo, no es un mal indicio.  En realidad, esa evolución es un simple reflejo de lo que ha ocurrido a nivel mundial.  En 1960, la agricultura representaba aproximadamente el 50 por ciento del comercio mundial, y hoy equivale sólo al 6 por ciento, lo que significa que el mundo, al igual que África, se ha industrializado.

En cuanto a la publicación, quiero decir que, a través de sus cinco estudios monográficos de países, nos aporta un gran caudal de información de valor práctico.  Una de sus principales conclusiones es que la agricultura africana se ha visto constreñida por dos factores:  1) los modelos coloniales de comercio, que han limitado las exportaciones de África a los productos básicos;  y 2) las políticas macroeconómicas y comerciales de sustitución de las importaciones y autosuficiencia alimentaria, que han tenido resultados diametralmente opuestos a sus objetivos.  Al imponer derechos a la agricultura y blindarla frente a la competencia internacional, esas políticas han hecho menos competitivo al sector agrícola africano.  En África, Einstein se ha dedicado a la vez a crear ciencia y preparar documentos;  y su producción científica ha sido mucho menor que antes.

En la publicación se documenta la existencia de increíbles estancamientos infraestructurales en África, que constituyen un problema muy grave para el comercio de productos perecederos.  También se informa sobre las limitaciones del comercio regional africano de productos alimenticios, a veces debidas a la falta de complementariedad de los productos y a veces también a la mera falta de integración regional.  Con frecuencia he oído lamentar el caso africano de un país excedentario en productos alimenticios que se sienta al lado de un país deficitario en esos productos y ambos son incapaces de comerciar entre ellos.  También es un problema la escasez de insumos agrícolas, muchos de los cuales se importan.  De hecho, sé por propia experiencia que, en África, las vacunas animales y las semillas mejoradas se consideran frecuentemente artículos de lujo.

La publicación ofrece también el asombroso dato estadístico, y cito textualmente, de que “aproximadamente el 80 por ciento de los intercambios de productos agrícolas y alimenticios de la región de África Oriental se realizan en forma de comercio no estructurado sobre el que no existen datos estadísticos”.  Es indudable que todas esas cuestiones requieren nuestra atención urgente.

El estancamiento de la actividad agrícola, combinado con una tasa de crecimiento demográfico en el continente superior al promedio mundial, conduce inevitablemente a la inseguridad alimentaria.  La publicación nos enseña, por ejemplo, que los precios de los alimentos en Kenya figuran entre los más elevados del África subsahariana.  De hecho, como todos ustedes saben, el gasto en productos alimenticios en África representa un porcentaje muy alto del gasto total, y muy superior al de la OCDE.  En Gabón equivale aproximadamente al 50 por ciento del gasto total.  Por consiguiente, está claro que la seguridad alimentaria es también un problema de “asequibilidad” de los productos alimenticios.  El aumento de la competencia y el comercio internacional contribuyen a reducir el precio de esos productos.

Con frecuencia he discrepado del Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, en particular cuando ha afirmado (y cito sus palabras) que “el mundo debe abandonar su adicción a la comida barata”.  En muchas partes del mundo, las personas rezan para que sus alimentos sean más baratos.

Como es manifiesto, la agricultura africana ha pasado por varias fases.  El decenio de 1960 fue una época de control estatal y sustitución de las importaciones, y el déficit alimentario de África empezó a crecer en esa etapa, a la que siguió otra de ajuste estructural en el decenio de 1980.  Esta segunda etapa se caracterizó por la privatización gradual de las granjas estatales y el desmantelamiento de las juntas de comercialización de productos básicos esenciales.  Sin embargo, el déficit alimentario de África ha persistido.  Aunque lo que más me preocupa es que la productividad agrícola siga estancada.

El estudio de CUTS contiene un conjunto muy importante de recomendaciones, que debemos tener en cuenta, sobre la necesidad de incrementar la productividad agrícola, promover el comercio regional, “facilitar” el comercio mediante la mejora de las infraestructuras y potenciar la formación y capacidad de agricultores y comerciantes.  Pero, en ese conjunto de recomendaciones, se incluye también, y como aspecto prioritario, la necesidad de concluir rápidamente la Ronda de Doha de negociaciones comerciales.

Contrariamente a lo que algunos han dicho sobre el comercio internacional, al que han hecho en cierto modo responsable de la difícil situación de la agricultura africana, esta publicación, al igual que algunas otras, demuestra que la mayor culpabilidad recae en las políticas de sustitución de las importaciones y la falta de inversiones en el sector agrícola.

En mi opinión, ésta es la forma en que la Ronda de Doha puede contribuir modestamente a elevar el nivel de la agricultura africana.  La Ronda dará a los países menos adelantados acceso libre de derechos y de contingentes a los mercados de exportación, y modificará los modelos coloniales de comercio mencionados en el estudio mediante la reducción del fenómeno de la progresividad arancelaria.  Por ejemplo, en el caso del café y del chocolate elaborados, sujetos a aranceles más elevados que el café sin elaborar y el cacao en polvo.  La Ronda de Doha reducirá también las subvenciones de los países ricos, que han hecho difícil la competencia de África en los mercados internacionales, e inundará de importaciones baratas los mercados africanos.  Sí, el mundo necesita alimentos más baratos, pero que se produzcan en condiciones de competencia leal.  En resumen, la Ronda de Doha ayudará a lograr la igualdad de condiciones para África, y corregirá injusticias históricas en el marco normativo del comercio mundial.

También confío en que, mediante la Ayuda para el Comercio, la OMC contribuirá a despejar algunos de los estrangulamientos infraestructurales a los que se hace referencia en el estudio de CUTS.  Como caso ilustrativo de los buenos resultados de la Ayuda para el Comercio, hemos logrado, por ejemplo, poner las exportaciones de mangos de Malí en mejores condiciones de acceso a los mercados, mediante la introducción de contenedores refrigerados.  En Lesotho, hemos ayudado a los agricultores a añadir valor a las setas mediante el estudio y la explotación de su potencial medicinal.  Pero, sin duda, es mucho lo que nos queda por hacer.

Señoras y señores, que nuestro objetivo sea incrementar la eficiencia.  No dejaré de tomar buena nota de sus deliberaciones de hoy.  Para terminar, quiero felicitar a Pradeep Mehta por sus incansables esfuerzos para arrojar más luz, a través de CUTS, sobre unos debates que son complejos.

 

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