WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

El futuro del sistema mundial de comercio

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Vicepresidente Li,
Distinguidos invitados, señoras y señores,

Es para mí un gran placer encontrarme aquí, en la Universidad de Sichuan, una de las universidades más distinguidas de China.  Me honra que la Universidad de Sichuan me haya conferido el título de Doctor “honoris causa”, que me acerca a Sichuan y gracias al cual ya soy miembro de la Universidad desde ahora.  En esta ocasión, deseo agradecer a todos ustedes este gran honor y les doy las gracias por participar en este momento tan importante de mi vida.

Este año celebramos el décimo aniversario de la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio.  El ingreso de China en la OMC fue un acontecimiento memorable, tanto para China como para el sistema multilateral de comercio.  Supuso una valiosa adición a la composición de una organización que aspira a la inclusión y la universalidad.  Esperamos que Rusia también esté dentro de la OMC pronto, ahora que evolucionamos hacia un ámbito verdaderamente mundial de las relaciones comerciales internacionales.  La influencia de China en el sistema comercial es importante y adquiere más relevancia cada día.  El volumen de su economía nacional se ha duplicado con creces desde que China se adhirió a la OMC en 2001, y el comercio internacional es un elemento importante de ese logro ejemplar.

Quisiera concentrarme en algunas de las cuestiones principales de actualidad a las que se enfrenta el sistema multilateral de comercio.  Se trata de cuestiones que los gobiernos van a tener que abordar si quieren seguir beneficiándose, como hasta ahora, de arreglos institucionales, jurídicos y políticos eficaces –arreglos promovidos primero por el GATT y luego por la OMC– que han contribuido a que muchos millones de personas de todo el mundo se beneficien del comercio y hayan salido de la pobreza.  Las circunstancias evolucionan constantemente y es esencial que instituciones como la OMC sigan adaptándose a las nuevas realidades.

Pero antes de que hablemos de esos retos, hemos de recordar qué es lo que la OMC trata realmente de lograr. A mi juicio, como institución tenemos cinco tareas principales.

En primer lugar, la OMC aporta un marco contractual en el que los gobiernos pueden abrir sus economías a la competencia internacional a través del comercio, en función del beneficio mutuo.  Un contrato en el que han establecido un conjunto de normas que tratan de garantizar la equidad y la previsibilidad en las relaciones comerciales.  Es uno de los objetivos esenciales que las sucesivas rondas de negociaciones comerciales multilaterales han perseguido en el curso de los años.

En segundo lugar, la OMC ofrece un mecanismo para resolver diferencias comerciales entre gobiernos.  Las diferencias se solucionan amigablemente en la mayoría de los casos.  No es sorprendente que muchas diferencias afecten a las principales naciones comerciantes.  China no es una excepción.

En tercer lugar, la OMC es una fuente de información sobre las políticas comerciales.  Los gobiernos se comprometen a facilitar a sus interlocutores comerciales información sobre sus políticas comerciales por medio de notificaciones periódicas.  La transparencia que aportan las notificaciones es fundamental para la misión de la OMC de proporcionar a sus Miembros el mayor grado posible de certidumbre y previsibilidad en el comercio, de vigilar el cumplimiento de las obligaciones de sus Miembros, y de permitirles defender sus derechos comerciales.

La OMC también facilita asistencia técnica relacionada con el comercio y creación de capacidad comercial a los países en desarrollo.

Por último, la OMC es una plataforma para que los gobiernos intercambien opiniones sobre cuestiones importantes relacionadas con el comercio, evalúen si es necesario revisar los arreglos vigentes y analicen los retos de política a los que se enfrenta la comunidad internacional.  Podemos pensar que este aspecto es la función deliberante de la OMC, que se sitúa entre la función legislativa del establecimiento de normas y la función procesal de hacer cumplir las normas a través de la solución de diferencias. La deliberación exenta de polémica puede ayudar a la OMC a alcanzar más eficazmente sus objetivos, y en ocasiones creo que no la practicamos lo suficiente.

¿Es fácil alcanzar esos objetivos?  En realidad, no.  Y desde luego no en un mundo en rápida evolución.  Deseo indicar tres esferas amplias en las que, a mi juicio, nos enfrentamos a desafíos concretos cuando tratamos de lograr la armonía y el beneficio mutuo en las relaciones comerciales internacionales.

La primera concierne al continuo desplazamiento del peso del poder económico y la influencia en la economía mundial y las consecuencias que acarrea para la cooperación y el liderazgo mundial.

El dinamismo relativo de las economías emergentes en los últimos años ha supuesto que esas economías, muchas de ellas en Asia, han llegado a desempeñar un papel cada vez más importante en la economía mundial y a representar una proporción cada vez mayor de la actividad económica.  Lleva tiempo ajustarse desde el punto de vista político y organizativo a las consecuencias de las variaciones en el poder económico.  Al esforzarnos por lograr un nuevo equilibrio en la cooperación internacional, es inevitable que surjan nuevas relaciones y modalidades de liderazgo, como ha ocurrido durante toda la historia.

Mientras esa transformación sigue adelante, el multilateralismo atraviesa momentos difíciles.  Y no se trata solamente del comercio.  Lo mismo puede decirse del cambio climático, la reglamentación financiera y la coordinación macroeconómica.  Se está poniendo a prueba a los países para definir y aplicar estrategias comunes en respuesta a los desafíos mundiales que afrontamos.  En la actualidad, uno de los retos principales es el de gestionar el cambio de manera que se eviten los conflictos.  Esperemos que los dirigentes actuales puedan mostrarnos el camino, como sus predecesores tuvieron que hacerlo antes.

En los asuntos comerciales, tenemos que abordar opiniones divergentes entre los gobiernos acerca de lo que constituye una distribución justa de derechos y obligaciones en el sistema comercial.  Antes de que se estableciera la OMC en 1995, existía, en términos generales, un acuerdo por el que los países desarrollados aceptaban abrir sus mercados y, al mismo tiempo, se hacía más hincapié en el trato especial y diferenciado para los países en desarrollo.  No se exigía que esos países abrieran sus mercados de forma sustancial.  Este régimen reflejaba las diferencias básicas en los niveles de desarrollo y las capacidades.

Con el tiempo, las diferencias entre los países desarrollados y al menos algunos países en desarrollo se han reducido, y con ello también se ha reducido la dicotomía más bien simple en la que se asentaba el sistema comercial del GATT. A medida que el crecimiento de los países en desarrollo ha superado al de los países desarrollados y la brecha se ha ido cerrando, resulta más difícil conseguir un equilibrio de derechos y obligaciones que se considere legítimo y justo en opinión de todas las partes interesadas.  Estas tensiones ya habían empezado a manifestarse bastante antes de la creación de la OMC y la adhesión de China, pero es evidente que han aumentado desde entonces.

Detrás de todo esto está la cuestión de que es lo que constituye reciprocidad.  Para algunos, las economías emergentes han alcanzado un grado de competitividad y eficiencia en sectores fundamentales que justifica considerar la reciprocidad como la paridad de obligaciones.  Otros subrayan que las economías emergentes siguen enfrentándose a enormes desafíos de desarrollo en muchas esferas de sus economías y están aún lejos de disfrutar de los niveles de renta por habitante y los niveles de vida de las economías industrializadas.  En el mundo en que vivimos, se afirma, considerar la reciprocidad como igualdad de obligaciones no es procedente, no se ajusta a una norma de equidad y merma las políticas de desarrollo.

No es mi función como Director General tomar posiciones sobre esta cuestión, pero, en muchas maneras, eso es lo que ha hecho imposible hasta ahora que lleguemos a un acuerdo sobre un gran conjunto de nuevos reglamentos del comercio mundial en la Ronda de Doha.

El segundo desafío a que se enfrenta el sistema comercial guarda relación con la forma en que la tecnología y los costos de transporte, respaldados por políticas liberales de comercio e inversión, han transformado las estructuras de producción.  Una cantidad enorme y creciente del comercio internacional implica cadenas mundiales de suministro en las que piezas y componentes cruzan muchas fronteras al estar distribuida la producción en muchos lugares diferentes.  Esta distribución de la producción es muy distinta de la forma tradicional de trabajar, en la que un solo país importaría las piezas y componentes necesarios, añadiría insumos y mano de obra y capital locales y luego exportaría bienes finales.

Un problema que plantean estos arreglos modernos es que hacen que las estadísticas comerciales tradicionales resulten engañosas.  Hoy, el MOFCOM, la provincia de Sichuan y la OMC han organizado un seminario para estudiar las consecuencias de las cadenas de valor mundiales para la forma en que medimos el comercio, así como para la definición de la política comercial en el mundo actual.

El tercer desafío que mencioné al principio era la explosión del regionalismo y su repercusión en los regímenes comerciales multilaterales.  En todo el mundo están en vigor más de 300 acuerdos comerciales preferenciales. En nuestro Informe sobre el Comercio Mundial de 2011, hemos realizado un estudio pormenorizado de estos acuerdos y lo que suponen para la OMC.  En el Informe se argumenta que una proporción considerable de actividad, especialmente en Asia, está impulsada por el deseo de crear condiciones favorables a la producción de cadenas de suministro, en la que se prima la eliminación de aranceles y la creación de un entorno reglamentario propicio.  Esto no plantea problemas por ahora.

Pero también se pone de relieve que, cuando los reglamentos y los regímenes normativos internos adquieren tanta importancia en los acuerdos preferenciales, corremos el riesgo de la divergencia reglamentaria y la consiguiente fragmentación de los mercados.  Los mercados segmentados reducen las oportunidades comerciales, impiden las economías de escala, suelen excluir a algunos países e introducen la discriminación. Hacer frente a estas posibles causas de dificultades en las relaciones comerciales internacionales es ya un desafío de creciente importancia para la OMC.

Para concluir, deseo referirme a la Ronda de Doha de negociaciones comerciales.  No es ningún secreto que a los gobiernos se les escapa el acuerdo y que en diez años no hemos podido terminar las negociaciones.  Hemos llegado a un punto muerto.  Los desafíos a que me he referido antes lo explican en parte –los gobiernos se esfuerzan por ponerse de acuerdo sobre la forma de equilibrar los derechos y obligaciones entre países que no son similares-. Creo que también he dicho lo suficiente sobe los demás desafíos a que se enfrenta el sistema multilateral de comercio.  No estaremos en condiciones de abordarlos si no podemos salir del punto muerto.  No solo sufrirá la economía mundial por la mayor incertidumbre y la pérdida de oportunidades económicas, sino que la OMC también resultará debilitada a medida que la parálisis acecha a una negociación intratable.

No creo que nos podamos permitir añadir más obstáculos a la economía mundial ni socavar la autoridad de las instituciones internacionales.  Espero, pues, que todos los Miembros de la OMC, y, en particular, los que tienen más influencia que otros, procuren unirse en una causa común con sus interlocutores comerciales para que el programa de comercio avance.

Muchas gracias.

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