WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

Feeding the World — The 9-billion people question


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Señoras y señores:

Es un honor estar hoy aquí con ustedes y abordar juntos la preocupación que tan oportunamente plantea The Economist y comparten el resto de los participantes:   la seguridad alimentaria.  ¿Seremos capaces de alimentar a la población mundial hoy y mañana?

En 2007 The Economist publicó una portada con un título muy provocador:  ¿Estamos ante el “final de los alimentos baratos”?  Creo que si queremos lograr la seguridad alimentaria a largo plazo tenemos que comenzar por reformular la pregunta.  Los precios de los alimentos -su aumento y su disminución, o su “volatilidad” como a muchos ahora les gusta decir- no son sino una manifestación de los fundamentos del mercado alimentario.  Es a esos fundamentos a los que hemos de prestar atención.

Permítanme que me explique.  En 2008 el mundo se enfrentó a lo que se llamó la “crisis de los precios de los alimentos”.  Después, los precios comenzaron a disminuir, aunque se han estabilizado a un nivel más alto que en años precedentes debido, entre otros factores, al cambio dietético que se está produciendo en la población mundial.  ¿Significa eso que la crisis de los alimentos ha terminado?  ¿Significa que se ha logrado la seguridad alimentaria?  No.  Los precios de los alimentos disminuyeron después de 2008 sólo porque la irrupción de una recesión mundial contrajo la demanda.  También hay que recordar que, aunque para unos el aumento del precio de los alimentos es una mala noticia, para otros es buena:  me refiero a los agricultores.  A finales de los años 80 no cabía imaginar peor catástrofe que un descenso de los precios, y fue entonces cuando muchos gobiernos comenzaron a introducir programas de apoyo.

Si nuestro objetivo es acometer las causas de la “inseguridad” alimentaria, si nuestro objetivo es contar con sistemas agrícolas que puedan producir alimentos, piensos y fibras de manera fiable y suficiente, tendremos que plantear preguntas más amplias.  Algunas de ellas pueden ser difíciles.  Por supuesto, entiendo que los políticos estén tentados a circunscribir este debate al “precio” o la “volatilidad”;  no en vano, el aumento de los precios de los alimentos puede derribar y ha derribado gobiernos.

Quisiera compartir con ustedes algunas ideas sobre lo que deberíamos preguntarnos, y pasaré después a examinar la situación del comercio internacional.  Primero, ¿es prudente mantener la producción mundial de alimentos agrícolas concentrada en un pequeño número de países?

Actualmente, cinco países producen el 70 por ciento de la producción mundial de arroz, tres países el 80 por ciento de la producción mundial de soja y cinco países el 70 por ciento de la producción mundial de maíz.  Y esta concentración de la producción se reproduce, o incluso se acentúa, en el comercio mundial.  Por ejemplo, sólo dos países exportan el 85 por ciento de la soja del mercado internacional.  Es indudable que nos estamos jugando el futuro si no mejoramos las políticas agrícolas que impiden que este sector despegue en otros lugares del planeta.

Lo que me lleva directamente a África, un continente sobre el que también hemos de hacernos varias preguntas muy incisivas.  ¡África tiene 1/7 de la población mundial, pero 1/4 de las personas desnutridas del planeta!   También es el continente en el que la población crece más rápidamente.  Es una de las regiones del mundo con menores niveles de comercio intrarregional de alimentos.  Sólo el 10 por ciento de los alimentos que necesita África proceden de países africanos;  el resto ha de traerse de fuera.  Y sin embargo, África es, a mi juicio, “la pieza que falta en el rompecabezas de la seguridad alimentaria”.  Es el continente con la mayor cantidad de tierra cultivable que no está cultivada.  Si hoy consideramos que África representa un problema de seguridad alimentaria, es muy posible que en el futuro África sea la clave de la seguridad alimentaria en el mundo.

Por tanto, la pregunta es:  ¿qué vamos a hacer por África?  Un continente en que el rendimiento de muchos productos básicos agropecuarios sigue siendo muy bajo, bastante inferior al promedio mundial.  Pensemos, por ejemplo, en el maíz.  El promedio mundial es de 5 toneladas por hectárea, mientras que el promedio de África es de 1,8.  Hay muchas razones para explicar esta situación:  las políticas de imposición fiscal a los agricultores, el fraccionamiento de la tierra, el escaso acceso al crédito, la deficiente infraestructura y las subvenciones agrícolas en los países ricos figuran entre las principales.  De hecho, la agricultura es el sector más complejo, aunque suela pensarse que los servicios y las manufacturas entrañan en cierto modo más dificultades.

Si queremos ver progresos en la seguridad alimentaria, tendremos que reexaminar las numerosas políticas que frenan este sector en lugares del mundo en los que abundan el sol, el agua y las tierras fértiles.

Señoras y señores, el milagro brasileño puede y debe reproducirse.  En menos de 30 años el Brasil ha pasado de ser importador de alimentos a ser uno de los graneros del mundo.  En esos mismos 30 años, África ha pasado de ser un continente exportador neto de alimentos a ser un importador neto.  Pero en África también hay ejemplos de éxito, en los que debemos inspirarnos.  Precisamente la semana pasada, en Addis Abeba, visité el mercado de productos básicos de Etiopía y comprobé cómo ese proyecto está revolucionando la agricultura etíope al aumentar la transparencia de los precios.  O pensemos en el éxito de Malí con los mangos.  Con la ayuda de los Países Bajos superaron el problema del transporte refrigerado.  El resultado ahora es que la ayuda neerlandesa ha sido sustituida progresivamente por compradores neerlandeses.  Y, aunque me he centrado en África, también hay otras partes del mundo donde un cambio de políticas podría dar un vuelco a la situación.

Permítanme referirme ahora al comercio internacional, que desempeña un papel importante en la seguridad alimentaria mundial.  Al fomentar la competencia, el comercio permite que los alimentos se produzcan allí donde es más eficiente hacerlo.  Con la crisis climática, que ya podemos vislumbrar, será imperativo que produzcamos los alimentos en los lugares adecuados y no donde desperdiciemos recursos hídricos escasos u otros recursos naturales.  Como me dicen muchas veces los egipcios:  si quisiéramos ser autosuficientes desde el punto de vista alimentario no nos haría falta uno sino muchos ríos Nilo.  Y a pesar de lo que suelen decir algunos ecologistas sobre la “huella de carbono” del transporte internacional, tengo la plena convicción de que el comercio de alimentos es una obligación ambiental si se considera el medio ambiente en su conjunto.

Señoras y señores, el comercio de alimentos también es una obligación moral.  El comercio internacional permite transferir alimentos desde los países que tienen un excedente a los que son deficitarios.  Si se quiere, se trata de una “correa de transmisión mundial”.  Desde el punto de vista estrictamente ético, es fundamental ofrecer la posibilidad de que un país venda alimentos a otro e incluso fomentarla, en especial cuando en ese otro país hay sequía o alguna otra catástrofe natural.  Los alimentos deben viajar.

Hoy en día, el comercio de alimentos no tiene nada que ver con lo que era hace una década.  En aquel momento, no había ningún país en desarrollo entre los diez principales exportadores mundiales de alimentos.  Ahora, el Brasil es el quinto exportador más importante del mundo y China, el octavo.  La incorporación de China también supuso otros cambios espectaculares en el mercado mundial de alimentos (de hecho, en todos los mercados de productos básicos).  Cuando se adhirió a la OMC en 2001, China pasó de ser un exportador neto de alimentos a convertirse en un importador neto.  Con el 20 por ciento de la población mundial y unos ingresos que van en aumento, el país no solo demanda más alimentos sino también alimentos de diferentes clases (carne y productos hortícolas).

Aunque el comercio de productos agropecuarios representa apenas el 7 por ciento del comercio mundial, el mercado mundial de alimentos ahora está mucho más integrado:  dos terceras partes de los países son importadores netos de alimentos y solo una tercera parte son exportadores netos.  Además, el comercio de alimentos es más sofisticado que antes, ya que alrededor de dos terceras partes del comercio mundial corresponden a productos elaborados.  Aun así, el grueso del comercio internacional de alimentos sigue siendo regional, al igual que en el resto del comercio internacional.  El 70 por ciento de los intercambios comerciales europeos, no solo de alimentos, sino de todos los productos, se realiza entre países de la zona, y el 50 por ciento de los intercambios comerciales de América del Norte y Asia son intrarregionales, proporción que es del 25 por ciento en el caso de América Latina.  Como dije antes, África tiene un comportamiento especial a este respecto.

Las mejoras en el transporte, el uso de contenedores y el avance de la tecnología de la información han revolucionado el comercio agropecuario.  Dado el carácter perecedero de muchos de estos productos, la rapidez es esencial, por lo que cualquier mejora que acelere el traslado desde el lugar de origen hasta el destino final reporta automáticamente beneficios para la agricultura.

No obstante, al igual que hay políticas deficientes que frenan la producción agropecuaria, hay políticas deficientes que impiden que se hagan las necesarias revisiones en las normas mundiales del comercio agropecuario.  En otras palabras en el conjunto de normas o “Biblia” de la OMC, como la llaman algunos.  La conclusión del Acuerdo sobre la Agricultura en 1994 en la Ronda Uruguay fue sin dudas un acontecimiento histórico.  Con ello, el sector quedó firmemente integrado en el marco de las normas comerciales mundiales.  Sin embargo, eso no fue suficiente, como demuestra el hecho de que los países decidieran seguir negociando.

Actualmente, en muchos países desarrollados hay todavía elevadas subvenciones con efectos de distorsión del comercio, así como algunas crestas arancelarias extraordinarias, lo que ha dado lugar a la formación de un G-20 en la OMC:  esta coalición de países en desarrollo exportadores agrícolas quiere corregir el desequilibrio que sigue habiendo en las normas de la Organización.

Aún peor, el problema de las restricciones a la exportación de alimentos apenas se aborda en las normas mundiales actualmente.  Por desgracia, estas restricciones son políticas egoístas que privan de alimentos a los países importadores que se ven obligados a suplicar para tener seguridad alimentaria.  En mercados internacionales particularmente estrechos, como el del arroz, en el que solo es objeto de comercio el 7 por ciento de la producción mundial, esas restricciones pueden tener consecuencias devastadoras.  Y no olvidemos que las restricciones a la exportación contribuyeron de forma fundamental a la denominada “crisis de los precios de los alimentos” de 2008, en la que hubo restricciones en cadena debido a que el pánico impulsó la compra y el acopio de alimentos.

Señoras y señores, en resumen, busquemos una combinación adecuada de políticas en materia de producción alimentaria y de comercio, y planteemos las preguntas difíciles.

Muchas gracias por su atención.

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