WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

Los tiempos están cambiando en el comercio mundial


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Hace casi 50 años, uno de los hijos favoritos de Minnesota escribió una canción de protesta que rápidamente se convirtió en himno de una generación.

“El orden está desapareciendo rápidamente y el presente ahora será pasado después”, escribió el joven Robert Zimmerman.

Desde St. Paul hasta Saint-Germain-des-Prés la voz de los jóvenes resonaba en universidades, calles y plazas.

Lo que dijo Bob Dylan hace 49 años sigue siendo cierto hoy.  Los tiempos están cambiando y lo mismo ocurre con la tecnología, la geopolítica y las normas sociales.  También ocurre con el comercio mundial.  La forma en que se comercia en el siglo XXI cambia por factores grandes y pequeños.  Sin duda el comercio mantiene su papel central en la economía mundial.  De hecho, aunque el volumen del comercio haya aumentado muy poco en 2011, su valor llegó a una cifra sin precedentes de 18 billones de dólares.  Además, prácticamente todos los gobiernos del mundo consideran que el comercio está entre las opciones para generar crecimiento y trabajo.

La naturaleza del comercio ha cambiado inconmensurablemente en muchas otras formas.  ¿Quién habría imaginado que China, que ingresó a la OMC en 2001, sería sólo 10 años más tarde el principal exportador del mundo y que exporta mercancías por valor de 1,9 billones de dólares?  ¿Quién se habría imaginado cuán arduas fueron las negociaciones de la Ronda de Doha, que estuvieron a punto de fructificar antes de que nos estancáramos en una cuestión tan antigua como el comercio mismo, el intercambio de productos manufacturados?

Incluso la forma en que comerciamos ha cambiado enormemente.  Si antes las mercancías se fabricaban en México, Mauricio o Malasia, ahora se fabrican en el mundo.  Con la expansión de las cadenas de valor mundiales, la mayoría de los productos se montan con insumos provenientes de muchos países.  Los productos cruzan fronteras frecuentemente en las diversas etapas de montaje.  El comercio en bienes intermedios es el sector más dinámico del comercio internacional, crece a razón de un 6 por ciento anual y tiene lugar en sectores de tecnología avanzada que generan empleos bien remunerados.  Hace 20 años, el contenido de importación de las exportaciones era de un 20 por ciento.  Hoy es del orden del 40 por ciento.  Más de la mitad de las exportaciones mundiales de productos manufacturados son componentes que sirven de insumo para otros bienes que todavía no están acabados.  En Asia esa cifra es superior al 70 por ciento.

Las miles de empresas que participan en estas cadenas de valor mundiales saben que, para seguir manteniendo una ventaja competitiva en los difíciles mercados mundiales, es fundamental que tengan acceso a componentes importados a los precios más bajos.  En Minnesota, trabajadores estadounidenses utilizan un 58,5 por ciento de productos importados para fabricar bienes en los Estados Unidos.

Los gobiernos perspicaces comprenden que las políticas comerciales que alienten a las empresas, en particular a las pequeñas y medianas empresas, a participar en las cadenas de valor mundiales permiten atraer con más facilidad inversionistas extranjeros que quieran construir plantas de producción locales.

En el comercio, como en todo, el cambio no sólo es inevitable sino que es necesario.  Hay de hecho algunos aspectos fundamentales del comercio en que realmente se necesita un cambio.  Aunque han aparecido nuevas Potencias comerciales y se han adoptado nuevas técnicas de comercio, las reglas que rigen el comercio mundial se han mantenido en gran medida estáticas en las dos últimas décadas.  La imagen que se da del comercio mundial muchas veces no es muy halagüeña y este es otro elemento que hay que cambiar.

Los gobiernos, cuando decidieron iniciar en 2001 la Ronda de Doha, reconocieron la necesidad de un cambio.  Si bien la OMC había comenzado a funcionar sólo seis años antes, ya era evidente que las reglas mundiales tenían que convenir más a los países en desarrollo y que había que modernizarlas para reflejar mejor la forma en que se comercia en el siglo XXI.

Tras 10 años de ardua negociación, los Ministros reconocieron en la Conferencia Ministerial que celebramos en diciembre que, en su configuración actual, la Ronda de Doha no podía concluir en el futuro cercano.  La Ronda no ha fructificado por razones políticas complejas muy ligadas a los enormes cambios geopolíticos de la última década.  Los países desarrollados, como los Estados Unidos, los miembros de la Unión Europea y el Japón, creen que las grandes Potencias emergentes, como China, la India y el Brasil, deben hacer un mayor esfuerzo por abrir sus mercados a las importaciones de productos manufacturados.  Estos países emergentes dicen que a su vez que son países en desarrollo y que las directrices de negociación disponen claramente que su contribución a la apertura de los mercados sea menor que la de los países avanzados.

La OMC no es la única organización multilateral que debe hacer frente a un nuevo paradigma en que los países tienen dificultades para ajustarse a este desplazamiento del poder y a la asignación de obligaciones en el futuro.  En mayor o menor grado, las negociaciones sobre el cambio climático, las negociaciones para reformar las reglas financieras mundiales y la reasignación de las acciones con derecho a voto en instituciones internacionales se han visto afectadas por la misma transformación geopolítica.

Ello no quiere decir que la OMC se haya estancado.  En diciembre los ministros impartieron a sus negociadores instrucciones de que estudiasen nuevas formas de encarar las negociaciones y, entre los muchos temas de la Ronda de Doha, buscasen los que pudieran estar listos para llevar a término.  Para muchos gobiernos de países Miembros de la OMC constituye una alta prioridad establecer condiciones óptimas para el comercio mundial de nuestros días, en particular cadenas de producción y suministro mundialmente integradas.  Esos gobiernos examinan asimismo formatos para la negociación que puedan culminar en esos acuerdos.

Un campo en que las negociaciones podrían culminar en un acuerdo es la reducción de los trámites en aduana y una mayor transparencia y previsibilidad en las fronteras mediante mejores reglas de la OMC sobre facilitación del comercio.

Es probable que no hayan leído mucho sobre estas negociaciones en el Star Tribune de Minneapolis o en el Pioneer Press de St. Paul.  “Los países tratan de llegar a un acuerdo para simplificar las formalidades aduaneras” no es un titular que los editores hayan de aceptar de muy buen grado.  Sin embargo, un acuerdo sobre la facilitación del comercio podría ser muy importante para sus empresas.

Ustedes saben mejor que yo que el tiempo es oro.  Cuanto más tiempo esté retenido un embarque en el puerto o en aduana más les cuesta al exportador y al importador.  Cada día adicional que se necesita para transportar bienes hace que el comercio se reduzca en un 1 por ciento.  En un viaje marítimo normal de 20 días, un día adicional en el mar tiene como resultado una reducción del 4,5 por ciento del comercio agrícola entre dos interlocutores comerciales.

La OCDE estima que los derechos, las formalidades y los procedimientos de despacho constituyen aproximadamente el 10 por ciento del valor de una transacción comercial.  Globalmente, se trata de alrededor de 1,8 billones de dólares.  La OCDE estima también que un acuerdo en la OMC sobre facilitación del comercio reduciría ese costo del 10 por ciento al 5 por ciento del valor del comercio.  Se ganan así 900.000 millones de dólares para los negocios en el mundo, cifra nada despreciable.

Hay todo tipo de estudios con complejas fórmulas que ilustran lo que acabo de decir.  Sin embargo, ustedes, líderes de empresas que participan en el comercio internacional, entienden que un embarque que requiera 34 documentos para salir del puerto y subir a un camión les va a costar más que uno que requiera sólo cinco.  Ustedes saben que tener que pagar a una enorme cantidad de oficinas distintas para que el envío pase en condiciones de seguridad es razón suficiente para reconsiderar la posibilidad de hacer negocios en un determinado país.  Un acuerdo de la OMC, respaldado por el sistema de solución de diferencias de la OMC, armonizaría y actualizaría las reglas sobre los derechos de aduana, documentación y tratamiento de bienes en tránsito.

Otra posibilidad es abrir el comercio en los servicios de transporte, logística e información.  Un grupo de 16 países ha venido estudiando la posibilidad de negociar y concertar un acuerdo acerca de estos servicios y de otros, pero no está claro cómo evolucionarán esas negociaciones.

Los gobiernos están tratando de encontrar otros aspectos de las negociaciones respecto de los cuales sea posible llegar a un acuerdo.  Estoy seguro de que se puede hacer y se hará algo más por ayudar a nuestros Miembros más pobres, los países menos adelantados.  Sin embargo, temo que el acuerdo a que lleguemos no será suficiente.  Una mayor apertura de los mercados al comercio en bienes y servicios ambientales o la limitación de las subvenciones que llevan a una pesca excesiva también constituyen posibilidades, aunque hemos tratado infructuosamente de concertar acuerdos al respecto y no será fácil lograrlo en el futuro.

Los gobiernos estudian también la posibilidad de negociar acuerdos plurilaterales sobre servicios o en otros sectores que puedan o no estar abiertos a otros países en el marco de nuestro principio NMF de no discriminación.  Los Estados Unidos y algunos otros creen que los países que no se comprometen a abrir sus mercados no deben beneficiarse sin contraprestación alguna de un mayor acceso a los mercados de otros países.  Sin embargo, la concertación de un acuerdo plurilateral cerrado sobre cuestiones de la Ronda de Doha dentro de la OMC también tropieza con la fuerte resistencia de muchos países emergentes, que creen que los acuerdos de esa índole debilitarían el apoyo para concluir la Ronda.

Pueden concertarse en la OMC acuerdos plurilaterales.  Llegamos a un acuerdo importante en diciembre cuando 42 países negociaron un nuevo Acuerdo sobre Contratación Pública, que ampliaría los sectores comprendidos de manera de incluir unos 100.000 millones de dólares en nuevas oportunidades de mercado.  Aportaría también una necesaria dosis de transparencia en muchos procesos de licitación y, de esa manera, ayudaría a combatir la corrupción en las prácticas de contratación.  Una mayor competencia en la licitación permitiría también a los gobiernos nacionales y subnacionales buscar mejores precios, ofrecer a los contribuyentes más valor por su dinero y mantener un control más estricto sobre el gasto.  Es probable que este acuerdo atraiga también nuevos signatarios.  Según funcionarios de la Secretaría de la OMC, la ampliación del Acuerdo sobre Contratación Pública a los llamados países BRIC (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que se está negociando sumaría entre 233.000 millones y 596.000 millones de dólares al valor de los compromisos de acceso a los mercados en virtud del acuerdo.

Es muy difícil buscar formas de cambiar nuestras reglas para mejorarlas y encontrar el procedimiento adecuado para negociarlo.  Sin embargo, si el sistema de comercio ha de seguir teniendo razón de ser para las empresas que operan a nivel mundial no es posible dejar de lado estas cuestiones.

También se necesita con urgencia un cambio en otra cuestión importante que hace al comercio:  cómo lo presentamos al público.  En la era de las comunicaciones hay que tener muy buenos argumentos para convencer a la gente y los hay para justificar el comercio.  Sabemos también que cerrar el comercio es destructivo para la economía y que el proteccionismo no protege el empleo, sino que en realidad lo destruye.  Sin embargo, el discurso político sobre comercio en los Estados Unidos y en muchos otros países suscita profunda preocupación.  Se dice que las empresas y los países extranjeros no juegan limpio.  Se demonizan las importaciones y, lo que es más preocupante, se dice que el comercio causa la pérdida de empleos, en lugar de crearlos.  Sin embargo, paradójicamente el comercio ha sido y sigue siendo en los Estados Unidos una importante fuente de prosperidad.

La relación entre comercio y empleo es compleja y, cuando exponemos argumentos en favor del comercio, tenemos que reconocer que hay quienes resultan perjudicados.  Tenemos que respaldar programas que los ayuden a recuperarse.  Al mismo tiempo, sabemos también que los países que tienen políticas comerciales abiertas crecen con mayor rapidez que los que tienen políticas cerradas.  Según el Banco Mundial, crecen tres veces más rápido.  Un estudio conjunto que realizamos con la OIT reveló que la mayor eficiencia a que da lugar el comercio surte efectos generales positivos en el empleo desde el punto de vista del número de puestos de trabajo y de la remuneración.  Sabemos también que los empleos vinculados con las exportaciones están mejor remunerados, en promedio, un 6 por ciento más en los Estados Unidos y un 18 por ciento más en Minnesota.  La OCDE señala que el nexo entre el desempleo y la penetración de las importaciones es tenue.  Un estudio de 23 países de esa organización pone de manifiesto que, en 1970, la tasa media de desempleo en ellos era del 3 por ciento y la tasa de penetración de las importaciones era apenas superior al 10 por ciento.  En la actualidad, la penetración media de las importaciones ha llegado al 45 por ciento y el desempleo, aunque es alto en esta economía postcrisis, es del 8 por ciento.

Lo que evidentemente es cierto, y actualmente en los Estados Unidos es más cierto que nunca, es que hay una muy estrecha relación entre la apertura del comercio y la expansión de la economía.  La contribución de las exportaciones al crecimiento del PIB de los Estados Unidos en el período 2010-2011 (1,08 por ciento) casi triplica la tasa media entre 1949 y 2008, del 0,42 por ciento.  El Presidente Obama, en el discurso sobre el Estado de la Unión que pronunció en 2009, instó a los estadounidenses a duplicar las exportaciones para 2014 como medio de contrarrestar la menor demanda interna.  No sé si los Estados Unidos pueden alcanzar la meta que fijó el Presidente, pero sí sé que en los dos últimos años las exportaciones de los Estados Unidos aumentaron en 525.000 millones de dólares y que las exportaciones de bienes y servicios en 2011 superaron por primera vez los 2 billones de dólares.

Ahora bien, nada de esto es una novedad para ustedes.  Hay en Minnesota una gran cantidad de empresas de primera categoría que compiten en todo el mundo.  En 2011 empresas de Minnesota exportaron a más de 200 países y territorios mercancías por un valor superior a los 20.000 millones de dólares, que iban desde piezas de aeronaves civiles hasta circuitos integrados y suministros médicos, así como mucho maíz, trigo y soja.  Las exportaciones subieron más de un 7 por ciento y las ventas a China, que constituye el segundo mercado de exportación del estado en orden de importancia, aumentaron el año pasado en un 23 por ciento.  Hay en el estado 750.000 puestos de trabajo que dependen del comercio y la proporción de estos puestos crece con rapidez.  Más del 20 por ciento de los puestos de trabajo en el estado, el doble de la proporción que había en 1992, dependen del comercio.

Las exportaciones son muy importantes, sin duda, pero la inversión extranjera directa y las importaciones también son buenas para el país y para el estado.  Empresas de propiedad extranjera emplean a casi 90.000 trabajadores en Minnesota y el 7 por ciento de todos los puestos de trabajo en la industria manufacturera en el estado corresponden a filiales estadounidenses de empresas extranjeras.  Estas empresas pagan en promedio un 32 por ciento más que las que tienen sede en los Estados Unidos.

Estas buenas noticias no se limitan a los Estados Unidos.  En todo el mundo la pobreza extrema se bate en retirada.  El Banco Mundial calcula que un número sin precedentes de 550 millones de personas dejó atrás en el último decenio la pobreza abyecta.  La proporción de quienes en todo el mundo subsisten con 1,25 dólares por día ha bajado del 43 por ciento en 1990 al 22 por ciento en la actualidad.  Por primera vez en la historia menos de la mitad de los africanos están por debajo del umbral de pobreza.  El comercio ha sido un importante motivo de ello.  La expansión del comercio en países como China, el Brasil, la India, Indonesia y Chile constituye parte muy importante de lo que hacen los gobiernos para reducir la pobreza y lograr el crecimiento.

Entonces ¿por qué no se habla de esto?  Quienes trabajamos en la OMC reconocemos nuestra parte de culpa.  Podemos explicar con mayor claridad cómo mejora el comercio la vida de la mayoría de la gente de todo el mundo y lo haremos.  También los gobiernos y las universidades tienen que hacer más y, para ser franco, también las empresas tienen que hacerlo.  Después de todo son ellas las que se dedican al comercio, las que buscan nuevos mercados y las que cosechan los beneficios del acceso a esos nuevos mercados.

En la Secretaría de la OMC nos hemos esforzado mucho por entablar contactos más estrechos con la comunidad de negocios.  Hemos organizado seminarios en los que explicamos cómo trabajamos y por qué a veces las cosas no salen bien.  Hemos ofrecido a las empresas cada vez mayores oportunidades de decirnos cómo podemos hacer mejor las cosas y nos proponemos hacer más a este respecto en el futuro.

Es cierto que somos una Organización en que se hace lo que dicen los Miembros y las decisiones se toman por consenso.  Sin embargo, quienes trabajamos en la Secretaría también podemos ayudar.  Por ejemplo, podemos proporcionarles mejor información.  Nuestra iniciativa “Hecho en el mundo”, por ejemplo, ha dejado de manifiesto gran cantidad de información acerca de la forma en que funcionan las cadenas mundiales de suministro y los efectos que tienen en el comercio, el crecimiento y el desarrollo.  Este tipo de información puede llevar a un debate más informado y a tomar mejores decisiones de política.

Analicemos el caso de China.  Cuando se mira el déficit del comercio bilateral de los Estados Unidos con China se está mirando una cifra nominal que no explica el comercio de valor añadido entre los dos países.  Si se mide el comercio desde el punto de vista del valor añadido, el superávit de China en su comercio con los Estados Unidos se reduce en un 40 por ciento.  Los datos sobre el comercio nominal no explican por qué China tiene un superávit comercial de 1.900 millones de dólares con los Estados Unidos atribuible al iPhone, en circunstancias de que el valor añadido a este producto en China es de únicamente un 4 por ciento, una proporción menor que la del valor añadido en los Estados Unidos.  Saldrán a la luz más datos de este tipo porque el mes pasado firmamos un acuerdo con la OCDE para preparar estadísticas comerciales sobre el valor añadido y preparar una base de datos abierta al público en que se medirán las corrientes comerciales desde el punto de vista del valor añadido.

Cuando se habla de comercio es esencial exponer claramente los hechos porque hay mucha confusión en torno al tema, en parte generada deliberadamente por quienes tienen interés en oponerse al comercio.  Lo que está en juego es muy importante porque, mientras los países se esfuerzan por lograr una recuperación real, subsisten enormes presiones para restringir el comercio.  El proteccionismo en sí se ha mantenido controlado en gran medida y algunos gobiernos en la práctica han reducido los obstáculos al comercio.  Sin embargo, estas presiones subsistirán mientras el desempleo mantenga un nivel tan inaceptablemente elevado.

Esto no quiere decir que los gobiernos hayan hecho todo a la perfección.  Desde que comenzó la crisis hemos hecho un atento seguimiento de las medidas comerciales que han adoptado.  Esas medidas en ningún momento afectaron a más del 1 por ciento de las importaciones mundiales.  Sin embargo, ha habido un efecto acumulativo y, en la actualidad, más del 2 por ciento de las importaciones están sometidas a alguna forma de restricción.  En las próximas semanas presentaremos un informe actualizado, pero les puedo adelantar que se están poniendo en práctica diversas restricciones nuevas a las importaciones y que desde mediados de octubre de 2011 se han impuesto más de 100 medidas de esa índole.

La manera de prevenir la adopción de otras medidas semejantes consiste en convencer a los gobiernos de que se comprometan en forma clara y resuelta a abrir el comercio.  En muchos casos ello ha resultado difícil, como hemos visto.  Aun así, el seguimiento hecho por la OMC, particularmente del G-20, ha servido para disuadir de una mala política comercial.  Otro disuasivo es el temor de ser llevado al mecanismo de solución de diferencias de la OMC.

Lo bueno es que los gobiernos han mantenido la fe en el sistema que crearon.  En pocas palabras, el sistema de reglas y disciplinas de la OMC ha prevalecido.  Un avanzado sistema de reglas para el comercio permitió prevenir un brote de proteccionismo.  ¿Puede caber duda alguna de que, en un mundo cada vez más tumultuoso, el poder estabilizador de las reglas de la OMC ha resultado ser un bien público internacional muy necesario?

Vivimos hoy en una sociedad que está cambiando tal vez con mayor rapidez que cualquiera de las que la precedieron.  Ese cambio rápido puede infundir una enorme variedad de emociones, del temor a la esperanza y a la confianza.  No podemos saber cuál será nuestro futuro como naciones, empresas o personas, pero sí podemos estar seguros de que mañana todo será distinto.  Tendremos que adaptarnos al cambio y tendremos que manejarlo lo mejor posible;  en una economía global, eso significa asegurarnos de que nuestras reglas y nuestras prácticas se ajusten a nuestras circunstancias.  Es por ello que la OMC y otras organizaciones multilaterales son tan importantes.

Comencé mis palabras citando a un famoso poeta y querría terminar citando a otro poeta que habló en nombre de otra generación en puertas de un gran cambio.

Como dijo Bertolt Brecht, “Que las cosas sean como son no significa que tengan que seguir siéndolo”.

Muchas gracias por su atención.

 

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