WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

“La geopolítica se invita nuevamente a la mesa del comercio”


MÁS INFORMACIÓN:
> Discursos: Pascal Lamy

  

Estoy encantado de verme aquí, en Delhi, para este Foro de Debate IISS-Oberoi. Doy las gracias a Sanjaya Baru por haberlo hecho posible.

Muchos de los presentes en esta sala han sido testigos de los enormes cambios que han tenido lugar en la esfera del comercio internacional durante los dos o tres últimos decenios.

El volumen de comercio de la India ha registrado un sólido crecimiento. Las empresas indias han prosperado en el país y han ido aumentando constantemente su presencia en el extranjero. Sin pretender restar importancia a los enormes retos con que la India se enfrenta, es evidente que el país recupera su lugar en la economía mundial, una economía mundial que estaba experimentando ya un cambio radical por la aparición de mercados emergentes incluso antes de que la crisis financiera transatlántica acelerara el proceso.

En este cambiante sistema internacional las decisiones de los encargados de la formulación de políticas en la India y de las empresas indias son importantes. Más concretamente: las decisiones que ustedes, y personas como ustedes, adopten tendrán importancia para el futuro del comercio mundial, para el futuro del sistema de comercio mundial y para el futuro de la OMC.

Me propongo aprovechar las observaciones que tengo ocasión de hacer hoy para, primero, señalar la importancia del crecimiento económico como instrumento para gestionar la tensión geopolítica y, después, hacer un llamamiento para que se vuelva a pensar en términos geoestratégicos sobre el entorno de política internacional que ayuda al crecimiento.

 

Crecimiento

El crecimiento económico, cuando se reparte ampliamente, hace más que elevar el nivel de vida: ayuda a mitigar las tensiones dentro de las sociedades. Benjamin Friedman, catedrático de economía política de la Universidad de Harvard, ha observado que, cuando sube el nivel de vida para una clara mayoría de ciudadanos, ello tiende a fomentar una mayor tolerancia en cuanto a diversidad, movilidad social, equidad y dedicación a la democracia. En cambio, la ausencia de crecimiento tiende a fomentar el conflicto sobre la manera en que se distribuye la riqueza. Incluso en sociedades prósperas, el estancamiento y el declive han venido a menudo marcados por políticas de división y xenofobia.

Al igual que dentro de las sociedades, ocurre también entre ellas. No es probable que sociedades divididas internamente por tensiones económicas y conflictos distribucionales mantengan relaciones amistosas con sociedades vecinas.

Lo hemos visto, demasiado bien, desde el principio de la crisis de 2008. En los países de ingresos elevados, una recuperación débil y un desempleo pertinazmente elevado han hecho que los votantes teman que los beneficios logrados por economías emergentes con más rápido crecimiento se hayan obtenido a sus expensas, como consecuencia de lo cual sus representantes políticos se han mostrado aún más renuentes a hacer lo que consideran “concesiones” a China, el Brasil o la India en las negociaciones internacionales. Las economías emergentes han respondido de la misma manera, temerosas de perder beneficios en materia de desarrollo logrados con gran esfuerzo.

El resultado ha sido que la formulación de normas multilaterales sobre cuestiones que van de la gestión del comercio al cambio climático –ya difícil con anterioridad a la crisis- se haya detenido casi por completo.

El convencimiento –en otro tiempo generalizado- de que una globalización bien gestionada podía ofrecer beneficios tanto para los países desarrollados como para los países en desarrollo parece ahora estar lejos. Las esperanzas de una acción conjunta para abordar la degradación del medio ambiente parecen haber disminuido.

En palabras del columnista del Financial Times Gideon Rachman, la “era de optimismo” que reinó entre la desintegración de la Unión Soviética y la caída de Lehman Brothers ha dado paso a un “mundo de suma cero”.

Ahora bien, el mundo no ha sido nunca más interdependiente en cuanto a estabilidad económica, seguridad alimentaria, seguridad climática e incluso seguridad sanitaria y política. Los beneficios que podría reportar una mayor cooperación son inmensos, pero gobiernos influidos por el pensamiento de suma cero no pueden esperar lograrlos.

Creo que un mayor crecimiento podría contribuir a mitigar las tensiones geopolíticas, al hacer más visibles los resultados de suma positiva.

 

Comercio

El comercio tiene una importante función que desempeñar en la promoción tanto del crecimiento como de la seguridad, sobre todo si se complementa con políticas encaminadas a lograr una amplia distribución de sus beneficios.

Para los países de bajos ingresos, unos mercados mundiales abiertos constituyen fuentes esenciales de demanda y conocimientos técnicos para lograr un rápido crecimiento que les permita ponerse al corriente.

En cuanto a los países situados en la frontera tecnológica, estudios realizados recientemente prevén que la disminución del rendimiento de la productividad resultante de la innovación hará que sea tanto más importante maximizar el crecimiento obtenible a través de la política comercial. Las nuevas investigaciones de la OMC y la OCDE sobre la medición del comercio en valor añadido han confirmado que la actividad exportadora y la competitividad de las empresas dependen cada vez más de la apertura de los países a las importaciones y la participación en las cadenas de valor. Los servicios añaden un valor considerable a las exportaciones de manufacturas. Tenemos que internalizar un cambio de paradigma: ¡hoy en día uno de los mejores modos de fomentar las exportaciones es facilitar las importaciones de bienes y servicios!

Pasemos ahora al comercio y la seguridad. El reconocimiento de que el comercio promueve la paz, al unir a las naciones por vínculos de dependencia e interés mutuos, se remonta por lo menos al Siglo de las Luces. La idea no es hoy menos relevante de lo que lo fue durante el siglo XVIII.

Por supuesto, los conflictos no son sólo de carácter económico. No obstante, es evidente que las relaciones entre la India y el Pakistán serán muy diferentes cuando una activa relación comercial cree grupos promotores de la paz a ambos lados de la frontera. Así lo han reconocido los encargados de la formulación de políticas de la India y el Pakistán, que han establecido objetivos para la apertura y expansión del comercio. Su liderazgo es digno de alabanza.

Podría esgrimirse un argumento similar en el caso de los israelíes y los palestinos: dos decenios de separación económica cada vez mayor han contribuido a que la paz sea una perspectiva aún más lejana de lo que lo era hace 20 años.

Dicho llanamente: es importante que las personas tengan interés en algo que no sea querer matarse unos a otros.

Tal vez no haya lugar en el que sea más evidente la necesidad de crecimiento que en Oriente Medio y el Magreb, donde, al no haber creación de empleo ni esperanzas realistas de un futuro mejor, es muy probable que la Primavera Árabe se convierta en un largo y difícil invierno.

Aunque el comercio y el crecimiento pueden contribuir a mitigar las tensiones geopolíticas, debemos también recordar que las tensiones geopolíticas pueden a su vez repercutir en el comercio y el crecimiento. Lo vimos el año pasado en ocasión de las tensiones entre China y el Japón en el Mar de China. Lo mismo ocurre en el caso de las relaciones entre Marruecos y Argelia o incluso entre los Estados Unidos y Cuba.

Incluso conflictos civiles en lugares aparentemente aislados pueden tener consecuencias mundiales, como estamos viendo actualmente en los casos del Sahel y, en particular, Malí. Ahora bien, esos conflictos tienen también su origen en la falta de desarrollo económico y la negligencia ante disparidades regionales y sociales. Los estudios académicos sobre conflictos civiles subrayan la importancia del crecimiento: cuanto menor sea el nivel inicial de ingresos de un país, mayor será el riesgo de guerra civil. El crecimiento reduce el riesgo de guerra civil; un descenso del PIB lo aumenta. La diversificación es importante, especialmente en el caso de países ricos en productos básicos: los países que dependen en gran medida de las exportaciones de productos primarios presentan un riesgo mucho mayor de conflicto civil. 

 

Programa posterior a 2015 de la ONU

Ningún país ha logrado el elevado crecimiento sostenido necesario para reducir la pobreza masiva sin exportar con éxito una gama diversificada de productos a mercados mundiales abiertos. Es por lo que la promoción del crecimiento, el aumento de la capacidad de producción y el comercio deben ser elementos fundamentales del programa de desarrollo posterior a 2015 de las Naciones Unidas.

Ahora bien, la existencia de mercados abiertos no basta por sí sola. El aumento del costo de la mano de obra en Asia oriental no desviará inevitablemente la industria manufacturera ligera a países más pobres. En África, por ejemplo, los costos invisibles resultantes de una financiación cara, un suministro de electricidad inseguro y una infraestructura de transporte mediocre hacen que los gastos de explotación de las empresas sean relativamente elevados aun cuando no lo sean los salarios. La inclusión de esas cuestiones en el futuro programa de desarrollo de las Naciones Unidas animaría tanto a los gobiernos nacionales como a los donantes a centrarse en la eliminación de los obstáculos por el lado de la oferta y por el lado de la demanda que impiden la penetración en los mercados mundiales de nuevos países. Por consiguiente, la Ayuda para el Comercio debe ser un ingrediente esencial de un programa de desarrollo posterior a 2015.

 

Instituciones

Y, por último, la estrategia. La historia nos enseña que el crecimiento, el comercio y la inversión no aseguran automáticamente la paz y la prosperidad. Hace un siglo, decenios de inversión y comercio transfronterizos no pudieron impedir que el orden liberal clásico se derrumbara y desembocara en 30 años de caos económico y dos guerras de brutalidad sin precedentes.

Cuando los arquitectos del orden internacional posterior a 1945 trabajaron para reactivar el comercio mundial con el fin de estimular el crecimiento y el empleo, trataron de defender la apertura del comercio en una institución no discriminatoria, previsible y basada en normas: el GATT, convertido después en la Organización Mundial del Comercio.

La Guerra Fría impuso al GATT imperativos estratégicos desde el principio. Según los historiadores de las primeras negociaciones realizadas en su marco, la atención a esos imperativos ayudó realmente a fortalecer el sistema: la necesidad de presentar un frente común ante el bloque soviético impulsó a los principales miembros –inicialmente los Estados Unidos y el Reino Unido- a moderar demandas en conflicto y, después, a enfrentarse con la oposición política interna a sus compromisos. De manera similar, la integración de Europa en materia de comercio e inversión se debió tanto a lógica política como a importantes motivos económicos.

La caída del Muro de Berlín liberó a muchos países, que pudieron unirse a la economía mundial. El supuesto “fin de la historia” nos permitió también el lujo, tras cerca de medio siglo, de desvincular la diplomacia económica de las preocupaciones geopolíticas.

O así parecía. Según las previsiones del año pasado del Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, para 2030 “ningún país –ni los Estados Unidos, ni China ni ningún otro gran país- será una potencia hegemónica”. Se prevé el aumento de la importancia económica de diversos actores regionales, como Indonesia, Nigeria y Turquía. En el informe se pregunta abiertamente si la multipolaridad dará lugar a una mayor resistencia del orden económico mundial o si “la volatilidad global y los desequilibrios entre actores con diferentes intereses económicos” tendrá por resultado un colapso.

Vuelve la geopolítica o, por lo menos, debería volver. Cabe imaginar que poner de nuevo los intereses de la política exterior sobre la mesa ayude a países sistémicamente importantes a basar la ayuda nacional para la cooperación multilateral en el comercio: no como defensa contra un enemigo común, como durante la Guerra Fría, sino debido a su interés común en preservar un orden internacional funcional.

En cambio, lo que hemos venido viendo es una paradoja: el mundo se multipolariza a escala y velocidad sin precedentes. Las cadenas de valor de la producción y el comercio se multilateralizan. Sin embargo, la gobernanza del comercio parece bilateralizarse.

Ahora bien, hay que preguntarse si esas normas bilaterales responderán adecuadamente a las necesidades de las cadenas de valor regionales y mundiales a las que corresponde actualmente la mayoría del comercio mundial. Aunque, en definitiva, las reducciones bilaterales de los aranceles se pueden multilateralizar, la abundancia de acuerdos comerciales bilaterales producirá una multitud de normas reguladoras que las empresas habrán de esforzarse por cumplir. Corremos el riesgo de destruir la uniformidad de las reglas de juego, lo que no ayudaría desde el punto de vista económico. Ahora bien, ¿qué hay de la geopolítica?

Aunque se ha puesto de moda decir que la OMC tiene demasiados Miembros para ponerse de acuerdo sobre nuevas normas, la realidad es que el estancamiento de las negociaciones de la Ronda de Doha se debe a la existencia de desacuerdo entre un pequeño número de economías avanzadas y emergentes. Al igual que en el caso de las negociaciones sobre el cambio climático, el problema es de carácter geopolítico.

Aún no hay acuerdo sobre el equilibrio de contribuciones y beneficios entre, por un lado, los Estados Unidos, la UE, el Japón y Miembros con intereses similares y, por otro, la India, China, el Brasil y Miembros con intereses similares. Las economías avanzadas aducen que las economías emergentes ya han “emergido” y, por consiguiente, deben aceptar un régimen de comercio similar al suyo. Por su parte, los países emergentes aducen que aún se enfrentan con inquietantes retos en materia de desarrollo que requieren flexibilidad en forma de “trato especial y diferenciado”, como decimos en la OMC, o lo que las Naciones Unidas llaman “responsabilidades comunes pero diferenciadas” en el proceso sobre el clima. Tras ese intrincado asunto se halla una simple cuestión geopolítica: ¿son los países emergentes “países ricos con muchas personas pobres” o “países pobres con muchas personas ricas”? A menos que ambas partes se pongan de acuerdo en la respuesta, y hasta que lo hagan, seguirá siendo difícil llegar a un consenso en negociaciones multilaterales importantes.

En mi opinión, la respuesta es también geopolítica. Requiere acuerdo con respecto a tres principios:

Primer principio: los países emergentes deben aceptar que, a medida que aumente su desarrollo, pondrán su nivel de compromisos internacionales en consonancia con el de las economías avanzadas.

Segundo principio: las economías avanzadas deben reconocer que, dadas sus responsabilidades históricas en el actual calentamiento global y la falta de equidad aún existente en las normas comerciales, los países emergentes merecen largos períodos de transición para llegar a una convergencia en cuanto a compromisos comunes.

Tercer principio: en el caso de los países más pobres la cuestión que se plantea -ya sea en lo que se refiere al comercio o al cambio climático- no es tanto el nivel de compromisos como la manera de ayudarles a crear capacidad para ser miembros activos de la familia internacional.

Si se pudiera llegar a una convergencia con respecto a esos principios, estoy convencido de que los aspectos técnicos de las reformas del comercio o el medio ambiente se podrían resolver rápidamente.

Por el lado del comercio, un primer paso lógico que habrían de dar conjuntamente ambas partes sería la conclusión de un acuerdo sobre la facilitación del comercio, es decir, un pacto para reducir la burocracia aduanera: costos políticos bajos, costos financieros modestos y beneficios económicos muy sustanciales ampliamente distribuidos. La actual densidad de las fronteras cuesta de dos a cinco veces más que los aranceles de importación, según se miren estudios de impacto macroeconómico o microeconómico.

Otro paso sería examinar la manera de iniciar el desmantelamiento de las medidas de restricción del comercio acumuladas después de la crisis, que actualmente afectan al 3% aproximadamente del comercio mundial.

Las empresas tienen una importante función que desempeñar en esos resultados posibles a corto plazo, tanto pidiendo a los gobiernos que participen a nivel internacional como persuadiéndoles de que apliquen políticas comerciales internas que reflejen el comercio tal como se practica actualmente, no como se practicaba hace 20 años.

La última vez que hablé en un evento del IISS dije que un acuerdo de la Ronda de Doha aportaría una de las primeras confirmaciones mundiales de un cambio de la balanza del poder económico. Aún estamos esperando pruebas de que en un mundo multipolar sea posible la adopción de normas multilaterales. Sólo una nueva era de pragmatismo estratégico podrá llevarnos a ese momento.

Les doy las gracias por su atención.

Servicio de noticias RSS

> Si tiene problemas para visualizar esta página,
sírvase ponerse en contacto con [email protected], y proporcionar detalles sobre el sistema operativo y el navegador que está utilizando.