WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY


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Señor Presidente,
Señor Rector,
Querido Jacques,
Señoras y señores profesores,
Queridos estudiantes,
Señoras y señores

Mi presencia aquí esta tarde tiene una madre y un padre. La madre es la proximidad. Sin duda, la OMC es más ginebrina que lausanesa, pero el prestigio de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) se extiende mucho más allá de las fronteras suizas, y con más motivo, de las cantonales. El padre se llama Jacques Lévy, a quien conocí hace bastante tiempo, mucho antes de que su impresionante trayectoria universitaria condujera sus pasos hasta esta institución.

Por lo tanto, para mí es un gran honor estar hoy aquí, entre vosotros, en este templo de la enseñanza, y compartir algunas reflexiones sobre un tema que me interesa especialmente.

Vamos a hablar de geografía, pero para ello tendré que echar mano de la estadística, aunque esto pueda parecer sorprendente viniendo del Director General de la OMC.

Y también extraño, si se tiene en cuenta que la Organización que dirigiré todavía durante seis meses es, sin duda, más conocida por su contribución al derecho internacional que a la ciencia de las cifras y los indicadores.

Sin embargo, hace ya casi cinco años, comprendí que las negociaciones comerciales que se llevaban a cabo en la OMC -negociaciones cuyo objetivo es modernizar las normas del comercio internacional e incorporarlas al siglo XXI- seguían basándose en una percepción del comercio internacional que databa del siglo XIX. Y que ese desfase guardaba, sin duda, relación con las dificultades a las que se enfrentaban los negociadores para llevar a buen puerto la denominada Ronda de Negociaciones de Doha.

Y no porque las realidades de la mundialización hubiesen escapado a la atención de nuestros negociadores, sino porque estos no disponían de los instrumentos estadísticos necesarios para conocer de manera precisa la amplitud de los cambios en curso. En efecto, la medición estadística del comercio no se había adaptado a las nuevas realidades. O como dicen mis colegas de la rama estadística, sólo cuenta lo que eres capaz de medir; lo que no se puede contar, no cuenta.

Dicho de otro modo: si no puedes medir lo que realmente cuenta, tendrás que arreglártelas con lo que no viene a cuento.

Cuando, en el siglo XIX, David Ricardo sentó los cimientos de la futura teoría del comercio internacional, los países exportaban lo que producían. Ricardo utilizó el ejemplo ya célebre del intercambio de un producto manufacturado inglés -los textiles- por vino de Oporto. La producción de textiles a partir de la lana de las ovejas inglesas permitía a los británicos beber buen vino. Por su parte, los portugueses podían vestirse gracias a su talento como viticultores. Durante muchos decenios, hasta bastante después de haber pasado los primeros efectos de la revolución industrial, el ejemplo de los textiles y del vino siguió siendo válido, ya que el conjunto de los bienes y servicios necesarios para la fabricación de un producto procedían de un mismo país.

La revolución industrial nació en Gran Bretaña, país que disponía de minas de carbón y de hierro, así como de una importante población urbana disponible para trabajar en las fábricas. Quien compraba una locomotora de vapor de Inglaterra sabía que todos los componentes de esa locomotora, desde el acero de las ruedas hasta los instrumentos de medida de la presión de la caldera, procedían de Gran Bretaña.

Son muchas las cosas que han cambiado desde entonces. Sin duda, el país de origen del vino de Oporto sigue siendo Portugal. Gracias a la reglamentación de las denominaciones de origen, un importador inglés tiene actualmente más garantías a ese respecto que su antepasado del siglo XIX. En cambio, el concepto de país de origen para los bienes manufacturados se ha quedado progresivamente obsoleto a medida que las empresas han optado por recurrir a subcontratistas nacionales, y después internacionales, para llevar a cabo las labores que esas empresas consideran distintas de su “actividad esencial” o “core business”, como se dice en los círculos empresariales.

Esta importante transformación de la geografía de los procesos de producción tiene su origen en los avances tecnológicos que, desde la utilización de contenedores hasta las tecnologías de la información, han reducido considerablemente los costos e inconvenientes relacionados con la distancia.

En cierto modo, ¡Ricardo a la quinta potencia! Y para comprender mejor la importancia y la fuerza de ese cambio, añadiría ¡Schumpeter al cubo! Hasta tal punto es asombrosa la correspondencia entre esa nueva división internacional del trabajo y las sacudidas de destrucción creativa que también causaron las teorías de Schumpeter en su época.

En la actualidad, las diversas operaciones de diseño, fabricación de componentes, montaje y servicios relacionados con la producción y la comercialización de una locomotora o de un avión están dispersas por todo el mundo, creando cadenas de producción mundiales. Cada vez en mayor medida, los productos son “Made in the World”, y no “Made in the UK” o “Made in Switzerland”.

Más bien “Made in China”, me diréis. Es lo que muchos piensan, pero sería un error creerlo. Actualmente, el producto supuestamente “Made in China” se ha montado en China, es cierto, pero lo que constituye su valor comercial proviene de los numerosos países que han precedido a China en la cadena de valor mundial. De hecho, sólo el 5% del valor comercial de un i-Phone o un Nokia es de origen puramente chino, mientras que el 95% restante procede de empresas estadounidenses, europeas, coreanas, japonesas y de otros países.

En la actualidad, la producción de bienes y servicios está “multilocalizada”, lo que constituye una nueva “invención del mundo”, por retomar la expresión de Jacques Lévy. El concepto de “deslocalización”, vocablo que produce escalofríos en el mundo occidental, ha perdido, por la misma razón, gran parte de su significado. Si yo deslocalizo un segmento de la cadena de producción para aprovechar las economías de escala, y otros localizan parte de su producción en mi país por las mismas razones, el impacto sobre mi valor añadido total y, de modo general, sobre mi empleo, puede ser neutro, negativo o positivo. Por lo tanto, es ese saldo final lo que ahora hay que analizar con detenimiento. Desde ese punto de vista, seguir basando las decisiones de política económica en estadísticas incompletas puede dar lugar a análisis erróneos y, por consiguiente, a soluciones equivocadas.

Todo esto es muy hermoso, me diréis, pero aunque se ve claramente la destrucción de empleo y el cierre de fábricas, no se ve la creación de nuevos puesto de trabajo. Al llegar a este punto es donde comienza el desafío para los estadísticos. En efecto, es más fácil contar los talleres que cierran a causa de la competencia extranjera que los que amplían su actividad debido a la mejora de la eficiencia relacionada con la subcontratación. Y, como sabéis bien, lo que no se puede contar, no cuenta…

Los estadísticos han aceptado el desafío y han reinventado el marco de contabilidad nacional a fin de poner de manifiesto las interacciones industriales entre las diversas regiones del mundo. La idea de partida, formulada por Vassili Leontief en el decenio de 1960, es sencilla: establecer una gigantesca matriz “input-output” de alcance internacional para describir el conjunto de intercambios entre industrias que preceden a la producción y al posterior consumo de un bien o un servicio final. Aunque el concepto es simple, su realización es compleja.

Sin querer entrar en detalles, la puesta en práctica de tal instrumento exige no sólo una buena armonización de las cuentas nacionales de cada uno de los interlocutores, sino también un análisis detallado de la utilización de los bienes y servicios intercambiados, ya sea para consumo, inversión o reutilización en un nuevo proceso productivo. Evidentemente, es este último caso el que nos interesa, ya que muestra el comercio internacional en el contexto de las cadenas de valor: yo importo un producto intermedio -bien o servicio- al que añado valor antes de reexportarlo o utilizarlo en el país, sea para su consumo o para su utilización dentro de un nuevo proceso productivo.

Al trabajo pionero del IDE-JETRO (el centro de investigaciones del Ministerio de Comercio Exterior y de Industria (MITI) del Japón) sobre los intercambios entre industrias en el Asia sudoriental se ha añadido una iniciativa denominada World Input Output Database (WIOD). Gracias a este proyecto europeo, coordinado por la Universidad de Groningen en Holanda, se han realizado importantes avances en materia de estadística. La OMC y la OCDE han cooperado con esas instituciones en su trabajo estadístico y analítico. El pasado año, el terreno metodológico nos ha parecido suficientemente preparado y hemos decidido, la OCDE y la OMC conjuntamente, poner a disposición del gran público una base de datos sobre el comercio internacional medido en términos de valor añadido. Desde hace un mes, todas las personas interesadas pueden acceder a esa base de datos.

Conocer el contenido de valor añadido de las exportaciones permite evitar la doble contabilidad cuando los componentes intermedios cruzan varias fronteras antes de llegar a su destino final. Además, permite saber qué fracción del valor comercial registrado en cada paso de aduanas corresponde al país exportador -que ha aportado el trabajo de perfeccionamiento de los insumos importados- y qué parte es una reexportación de componentes extranjeros. Por otra parte, ese valor añadido puede desglosarse nuevamente entre las aportaciones de la industria directamente responsable de la exportación y las aportaciones indirectas de valor añadido atribuibles a los proveedores nacionales de esa empresa.

Por último, la medición del comercio en términos de valor añadido permite calcular de forma analíticamente más correcta las balanzas comerciales bilaterales. En efecto, el método tradicional atribuye la totalidad del valor comercial al último eslabón de la cadena productiva, aun cuando su contribución haya sido mínima. Volviendo a utilizar el ejemplo del i-Phone, el 100% del costo de producción de un smartphone montado en China e importado por los Estados Unidos aumenta un poco más el déficit comercial estadounidense respecto de China, mientras que la cantidad que revertirá en la economía china y su PIB es apenas el 5% de ese valor.

¿Qué nos dicen las nuevas cifras del comercio? En primer lugar, nos proporcionan una cartografía del comercio internacional muy distinta de la anterior. Prueba de ello es la parte del comercio internacional correspondiente a los servicios. Con frecuencia se habla de los servicios como el pariente pobre de la mundialización: incluso la agricultura recibe más atención, a pesar de que sólo representa el 7% del comercio internacional.

Sin embargo, al examinar la procedencia del valor añadido del comercio internacional actual, es frecuente constatar la intervención de un prestador de servicios. En realidad, los servicios están en el centro mismo de las cadenas de valor, tanto si son nacionales como internacionales, porque el objeto de la subcontratación es con frecuencia el suministro de servicios industriales o comerciales: informática y factoring, comercialización, logística, montaje y distribución, posventa ...

Por eso, no es sorprendente constatar que la participación de los servicios aumenta en más del doble cuando el comercio se mide en términos de valor añadido. Si se examinan las cifras de 2008, inmediatamente anteriores a la crisis, se comprueba que esa participación pasa del 23% del total del comercio, medido de forma tradicional, al 45% si se incorpora el valor añadido directo e indirecto atribuible a los servicios. Por consiguiente, los servicios son los principales contribuyentes al comercio mundial, según nuestras nuevas cifras. En cuanto al sector manufacturero, su participación en el comercio internacional disminuye en la misma proporción (del 65% al 37%).

Estos resultados tienen inmensas repercusiones para todos los analistas del comercio internacional, y también para los negociadores. La primera lección que puede extraerse de ellos es que, en la actuación del sector exportador, reducida con frecuencia a algunas megaindustrias en determinados sectores esenciales como el farmacéutico, el aeronáutico o el automovilístico, intervienen en realidad muchos más agentes de lo que se cree, a través de la red de proveedores y subcontratistas de esas megaempresas. Esa red se extiende a un gran número de empresas, pequeñas y medianas, en todos los sectores de actividad.

La contribución de los servicios al valor añadido de las exportaciones industriales es particularmente elevada en los países desarrollados. Esta es una buena noticia para el empleo, ya que sabemos que es en el sector de servicios donde hay más empleo actualmente. Y es también una señal importante para los países industrializados en cuanto a su ventaja comparativa sobre las economías emergentes. Gracias a la excelencia y la competitividad de sus servicios, esos países mantienen una ventaja competitiva en comparación con los países emergentes, y en esa ventaja incluyo, por supuesto, tanto las actividades de investigación y desarrollo como las relativas a la gestión, la logística y la distribución.

La segunda enseñanza es que, para poder exportar, hay que saber importar. Cuando la competitividad de una industria se basa en la relación calidad-precio de los componentes y de los bienes y servicios intermedios que integran la cadena de producción, es necesaria la eficacia en cada uno de los segmentos de la cadena de valor.

En efecto, se observa una correlación positiva entre el dinamismo exportador de un país y su integración en las cadenas de valor mediante la importación de bienes intermedios. Esa correlación es particularmente cierta en el caso de las economías emergentes o los países de Europa Oriental, pero también en el de gigantes industriales como Alemania. La importación de componentes competitivos cuando se necesitan permite a las empresas de los países desarrollados generar márgenes para invertir en los segmentos en los que tienen verdadera ventaja comparativa. En lugar de destruir empleos, ese resultado permite mantener en Europa, los Estados Unidos o el Japón actividades industriales relacionadas sobre todo con la investigación y el desarrollo, la ingeniería industrial y los servicios de gran valor añadido. Éstas son, en definitiva, las actividades que crean los empleos mejor remunerados.

Pero iré aún más lejos: la importación de una parte de la cadena de valor desde países emergentes permite desarrollar en esos países una nueva clase media que ofrecerá un nuevo mercado para las exportaciones tanto europeas como americanas. Por supuesto, el intercambio deberá hacerse con arreglo a las normas por las que se rige el comercio internacional, y en ese terreno es importante la función de la OMC. Pero estoy convencido de que las nuevas estadísticas que hemos publicado el mes pasado permitirán comprender mejor esta interdependencia mundial, lo que facilitará la adopción de un enfoque más cooperativo -podríamos decir, menos mercantilista- de las negociaciones comerciales.

Por último, la medición del comercio en términos de valor añadido permite redimensionar el problema de los desequilibrios comerciales, que ha sido fuente de tensiones desde la crisis de 2008‑2009. Como he indicado al comienzo de mi intervención, las estadísticas tradicionales atribuyen la totalidad del valor comercial de las importaciones al último eslabón de la cadena productiva, aun cuando la contribución de ese último eslabón haya sido insignificante. Cuando se sabe que el último eslabón suele ser China, y que el principal país importador son los Estados Unidos, se aprecian enseguida las consecuencias geopolíticas de ese error de medición.

En realidad, el desequilibrio comercial entre China y los Estados Unidos se reduce en más del 25% cuando se mide el comercio sobre la base de la contribución efectiva de cada país a sus exportaciones. La diferencia se transfiere al déficit bilateral de los Estados Unidos con Corea o el Japón, que exportan a China componentes para su montaje. Ése es con frecuencia el caso de los aparatos electrónicos destinados al gran público, tales como los smartphones ya mencionados. Esa evolución no es exclusiva de los Estados Unidos. Por ejemplo, Alemania y Francia exportan a los Estados Unidos más de lo que parece indicar su balanza comercial tradicional. Es decir, una parte de las exportaciones europeas transita a través de otros países (China, el Canadá o México) para su transformación y reexportación a los Estados Unidos.

Este último ejemplo muestra claramente cómo el sesgo estadístico creado por la atribución de la totalidad del valor comercial al último país de origen puede falsear el debate político sobre la procedencia de los desequilibrios y, en consecuencia, propiciar la toma de decisiones mal fundadas y, en definitiva, contraproducentes. Por eso ha sido importante reformular las estadísticas tradicionales, basadas en gran parte en modelos del siglo XIX, a fin de adaptarlas a las necesidades del siglo XXI. Estoy convencido de que esta innovación, fruto de la colaboración mundial, marcará un hito histórico. Y me complace que la OMC haya sido la fuerza motriz de este avance. Todo responsable de la reglamentación sabe que su primera cualidad debe ser la adecuada comprensión de las actividades que ha de reglamentar.

Pero éste es sólo el primer paso de un largo camino. Por una parte, debemos incluir un mayor número de países -en particular, países en desarrollo- en la nueva base de datos. Por otra, tengo la impresión de que estos nuevos datos van a despertar la curiosidad y la imaginación de los economistas y los negociadores. Gracias a estos trabajos, los analistas disponen actualmente de mejores instrumentos estadísticos para poner a prueba sus teorías, pero también para formular otras nuevas. Si los avances de la estadística corrigen y modifican la percepción que tenemos de las relaciones internacionales, la teoría va a exponer nuevas interpretaciones que, a su vez, suscitarán nuevas demandas de datos estadísticos.

Sabemos que no hay verdades científicas absolutas, especialmente en los terrenos económico y social. Pero, recurriendo una vez más a la parábola del vaso medio lleno o medio vacío, si no hay verdades absolutas, tampoco hay mentiras enormes. Mark Twain, citando a Disraeli, dijo: “hay tres tipos de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras y las estadísticas”. Actualmente hemos conseguido que las estadísticas del comercio mientan algo menos. Gracias a la cooperación internacional, podemos también esperar que, en el futuro, la mentira será aún menor.

Gracias por vuestra atención.

 

 

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