WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY


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Señoras y señores,

Es poco frecuente que una serie tan impresionante de centros de estudio europeos se reúna para hablar de un asunto de actualidad: qué reflexiones estratégicas debería hacer la Unión Europea sobre su acción exterior.

En estos ocho últimos años al frente de la OMC, he sido un observador privilegiado de las grandes transformaciones geopolíticas y económicas que se están produciendo. También he podido observar los primeros pasos de la acción exterior de la Unión Europea después del Tratado de Lisboa. Esas transformaciones aún están en proceso de gestación, por lo que toda predicción en cuanto a los “altibajos” del proceso debería tomarse con cautela. Pero hay tendencias que, a mi juicio, apuntan en cierta dirección.

Esta mañana examinaré brevemente varios elementos que hay que tener en cuenta para comprender esta “nueva dirección”, antes de intercambiar con ustedes algunas consideraciones relativas a la posición exterior de la Unión Europea en este nuevo mundo.

 

Transformaciones en la estructura y la geografía de la economía mundial

En los albores del siglo XXI, somos testigos de un desplazamiento de placas tectónicas en la economía mundial. El año 2012 marcará un hito en la historia de la economía mundial por ser la primera vez en que el PIB de los países en desarrollo superó al de las economías desarrolladas.

Ello se debe tanto al notable crecimiento registrado por las economías en desarrollo en las últimas décadas como a las descorazonadoras tasas de crecimiento de las economías avanzadas desde el inicio de la crisis.

En los próximos años, se prevé que los países en desarrollo crezcan tres veces más rápido que las economías avanzadas. Somos testigos de la forma en que estos países ganan terreno a pasos agigantados. En definitiva, el crecimiento mundial de los próximos años se generará básicamente en los países en desarrollo.

Las previsiones de la actividad comercial para 2013, publicadas recientemente, confirman ese extremo. Tras el débil crecimiento del 2% del comercio mundial el año pasado, se prevé que el volumen de los intercambios comerciales crezca en 2013 un escaso 3,3%, muy por debajo de la media de 20 años, que se sitúa en torno al 5%. El crecimiento del comercio en las economías avanzadas estará alrededor del 1%, mientras que el de las economías en desarrollo se situará alrededor del 5%. Así pues, el crecimiento del comercio tiene lugar principalmente en el Sur.

La segunda tendencia más importante es el aumento de la clase media. En 2030, se habrá duplicado con creces, pasando de los 2.000 millones actuales a unos 5.000 millones. Asia liderará este cambio, seguida de América Latina. Pero el cambio también se producirá en África, a las puertas de la Unión Europea.

África se está poniendo en marcha, es un continente en alza. La demanda de su creciente clase media impulsará el crecimiento de la economía y de la inversión. Según un informe reciente del Banco Mundial, más del 60% del crecimiento del África Subsahariana en los últimos años es atribuible al gasto de los consumidores, y se prevé que ese crecimiento se acelere hasta superar el 5% en los tres próximos años, dejando atrás la media mundial.

También la geografía del comercio está cambiando. Hace 20 años, un 60% del comercio mundial era Norte-Norte; un 30%, Norte-Sur; y sólo un 10%, Sur-Sur. Se espera que para 2020 el comercio Sur-Sur constituya un tercio del comercio mundial.

Estos cambios en los agentes del comercio mundial se deben en gran medida a los avances tecnológicos y del transporte, que han llevado al desarrollo de las “cadenas de valor”. En las cadenas de suministro, los países en desarrollo han encontrado un medio a su alcance para insertarse en la economía mundial. El comercio ya no es una cuestión de productos acabados o servicios completos sino de tareas. Se trata de añadir valor contribuyendo a una fase de la elaboración del producto acabado o prestando servicios de gran calidad.

 

La dispersión del poder diluye las responsabilidades en la esfera de los bienes públicos mundiales

Todo esto significa que el poder, que estaba concentrado en unos pocos países, ahora está mucho más disperso. Pero esa dispersión también supone que se diluye la responsabilidad por los bienes públicos mundiales. Ya se trate del comercio, el clima, la conservación del medio ambiente o la energía, la gobernanza del patrimonio mundial se ha hecho más complicada.

Tal vez es cuestión de tiempo hasta que la creciente clase media mundial exija un aire más limpio, la conservación del medio ambiente o fuentes de energía más ecológicas. Pero quizá para entonces el daño sea irreversible. Por eso es necesario actuar ahora.

 

El lugar de Europa en el nuevo panorama mundial

La crisis económica que está afectando a muchos países europeos, el consiguiente aumento del desempleo, la reiterada insistencia en la necesidad de reformas y las deficiencias en la gobernanza del proyecto de integración económica de la UE son los ingredientes que alimentan el euro-pesimismo a una escala jamás vista en la historia de la Unión Europea. Peor aún, del pesimismo se está pasando al escepticismo, e incluso al rechazo frontal del proyecto de integración europea.

Hay motivos de preocupación evidentes. No se puede mantener la integración sin un proyecto común, basado en objetivos compartidos, apuntalado en instituciones capaces de estimular y dirigir el proceso, que ofrezcan beneficios tangibles a sus ciudadanos. Y, francamente, en el caso del proyecto de integración europea, todos y cada uno de esos elementos tiene que ser reparado.

El proyecto común inicial -la reconciliación de los pueblos de Europa después de dos guerras sangrientas- ha perdido su atractivo para las generaciones que lo ven tan distante como la caída del Imperio Romano. Y aun así, cuando salgo de Europa, a menudo me encuentro con un “motivo” para la existencia de la Unión Europea: para muchas personas de otros continentes, representa un modelo que ofrece una buena combinación de eficiencia económica, progreso social y sostenibilidad. Como me dijo hace poco un asiático, “el mundo necesita a Europa para que civilice la globalización”. Es decir, que Europa es considerada como una especie de modelo de civilización. Me doy cuenta de que al sinfín de personas que se han visto duramente afectadas por la actual crisis económica esto puede no parecerles importante. Pero los sufrimientos a corto plazo no pueden ocultar las ventajas a largo plazo.

También es preciso redefinir los objetivos comunes de la Unión Europea. Hay que encontrar una “nueva forma” de explicar por qué estamos juntos, qué queremos conseguir juntos, qué aspectos es mejor dejar en manos de cada Estado miembro y qué pasos tenemos que dar para lograrlo. Necesitamos plasmar Europa en “conceptos concretos” y “específicos” que la población comprenda.

Por último, también necesitamos instituciones clarividentes y con capacidad de liderazgo, que propicien el bien común, que reflexionen y hagan propuestas sobre el proyecto común, y que se atrevan a defenderlo.

Pensarán ustedes que me he equivocado de conferencia, ya que se me había pedido que hablara de la acción exterior de la Unión Europea. Pero estoy firmemente convencido de que la capacidad de la Unión Europea para actuar en el exterior depende en gran medida de su capacidad de ser una Unión Europea más sólida en el interior.

Permítanme hablar con franqueza. Europa, como “Unión”, ha perdido mucha credibilidad en los últimos años. No por fracasos diplomáticos o por su falta de participación en la acción exterior, sino porque sus asociados de todo el mundo han empezado a poner en duda la convicción a que habían llegado a lo largo de cinco decenios, de que el futuro de este continente era la unión. Este sentimiento se ha reflejado en la reciente encuesta publicada por el Pew Research Centre, que indica una disminución de 15 puntos porcentuales en el apoyo de los propios europeos al proyecto europeo.

 

Tareas pendientes

Antes de acabar, quiero exponer algunas consideraciones sobre los puntos fuertes y los puntos débiles en que, a mi juicio, Europa debe centrarse, sobre todo en la esfera económica.

El 90% del crecimiento de la Unión Europea en los 10 próximos años provendrá de fuera de Europa. Sólo en China, se originará un tercio de ese crecimiento. Aumentar la vinculación económica con las grandes y medianas potencias, y en particular con los países emergentes, será un impulso fundamental para el crecimiento de Europa.

La buena noticia es que la UE está bien situada para aprovechar este crecimiento ajeno. Europa en su conjunto es competitiva en los mercados de exportación: su cuota de mercado se ha mantenido en torno al 20%, cuando la de los Estados Unido y el Japón ha disminuido. El excedente europeo en el comercio de mercancías se ha quintuplicado desde 2000. Su mercado interior proporciona a Europa una ventaja comparativa en las cadenas mundiales de valor.

Sin embargo, tal y como se destaca en el informe preparado para este acto, Europa necesita aumentar su competitividad en la esfera de los servicios, ámbito que representa unos dos tercios de las economías europeas. En este ámbito hay un gran potencial de crecimiento y empleo por aprovechar.

Ya me he referido a la importancia que tiene China para Europa. Considero que hay margen para que ambos actores examinen detenidamente la forma de articular un programa económico positivo, y me parece que es algo decididamente necesario. La inversión es un ámbito de interés común. Los servicios constituyen una fuente importante por explotar. Lo mismo puede decirse del cambio climático. Un cuarto elemento es la estabilidad financiera y monetaria. Una cosa es gestionar los conflictos que inevitablemente conlleva una mayor actividad económica. Pero la mejor opción es forjar un programa común.

Sin embargo, no se trata únicamente de los grandes países emergentes. Para encauzar la globalización es preciso forjar alianzas intercontinentales que abarquen a países grandes y pequeños. África es un buen ejemplo. Para Europa, se trata de un vecino muy próximo. África representa para Europa una enorme oportunidad económica, siempre que Europa deje de ver a África a través del prisma de su antiguo legado colonial. Siempre que África sea para ella un asociado en materia de crecimiento, inversión, oportunidades y alianzas, ya se trate del clima, la energía o la conservación del medio ambiente.

Por último, considero que una asociación más estrecha entre Europa y economías avanzadas como los Estados Unidos, el Canadá y el Japón puede ser beneficiosa para el crecimiento y el empleo, a condición de que se aborden los verdaderos obstáculos al comercio Norte-Norte, que cada vez más son obstáculos no arancelarios -como reglamentos y normas- y no aranceles ni subvenciones. Sólo se obtendrán grandes beneficios con acuerdos sólidos, pues sólo ese tipo de acuerdos puede propiciar el ajuste estructural en el interior y crear oportunidades en el exterior.

En estos minutos, he tratado de resumir los elementos que considero más importantes para la acción exterior de la Unión Europea. Pero todo esto requiere que Europa haga frente a sus propias fallas. Europa sólo podrá desempeñar su función en la gobernanza del patrimonio mundial con una unión interna más sólida.

Gracias por su atención.

 

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