VER TAMBIÉN:
> Comunicados
de prensa
> Noticias
> Discursos:
Pascal Lamy
> Discursos de anteriores Directores Generales de la OMC
Me complace participar en estas conferencias
sobre la gobernanza mundial y continuar así nuestra cooperación con el
University College Oxford y el Instituto Universitario de Altos Estudios
Internacionales y de Desarrollo.
El sistema multilateral de comercio ya tiene 60 años, justo la misma
edad que yo. Por tanto, hablo por experiencia propia cuando digo que
ésta es una edad a la que suele ser útil escudriñar el futuro examinando
las enseñanzas del pasado.
Eso es lo que hemos hecho en nuestro Informe sobre el Comercio Mundial
2007, en el que hemos llevado a cabo un examen a fondo del Acuerdo
General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) y de la OMC que le
sucedió: los orígenes, los logros obtenidos, los desafíos que han tenido
que enfrentar y lo que depara el futuro.
Es la historia de la notable evolución y adaptación de un sistema que ha
contribuido enormemente a la estabilidad de la posguerra. Pero también
es la historia de un sistema que no ha hecho realidad todo lo que podría
ofrecer y al que todavía se plantean formidables desafíos. El sistema
mundial de comercio ha sido fuente de prosperidad, estabilidad y
previsibilidad durante seis décadas. Ha sustentado un período de
crecimiento económico y desarrollo sin precedentes, durante el cual
hemos asistido a una reducción sorprendente de la pobreza.
A pesar de algunos dirían gracias a que su marco institucional inicial
fue más débil que el de las instituciones de Bretton Woods, el sistema
del GATT cosechó un éxito notable. Con el tiempo, el GATT celebró
sucesivas rondas de negociaciones, acogió a nuevos Miembros y asumió
nuevas responsabilidades. Obtuvo excelentes resultados en la apertura
del comercio, al procurar una expansión del mismo y una seguridad que
superaron hasta las previsiones más optimistas.
Cierto, en la época de la posguerra el comercio se expandió rápidamente
y ello dio lugar a una mejora del nivel de vida en muchos países. Sin
embargo, a pesar de sus éxitos, el sistema mundial de comercio tenía
considerables deficiencias. Por ejemplo, algunas esferas del comercio
importantes, como la agricultura y los servicios, quedaron fuera de las
normas del GATT. Esta exclusión hizo que el sistema de comercio fuera
menos equitativo y menos relevante de lo que debería haber sido: menos
equitativo porque la agricultura es un sector en el que muchos países en
desarrollo son altamente competitivos y menos relevante porque en
aquellos días los servicios representaban cerca de la mitad de la
producción económica de los Miembros.
Estas omisiones, unidas a la escalada del proteccionismo tras las crisis
del petróleo de los años setenta y a la desindustrialización de los
países desarrollados en los años ochenta, obligaron al GATT a
reinventarse a sí mismo. En 1986, los países Miembros respondieron a
este desafío lanzando la Ronda Uruguay.
El Acuerdo alcanzado al final de esta Ronda, en 1994, llevó a la
creación de la Organización Mundial del Comercio el año siguiente,
acontecimiento que permitió a los gobiernos al sistema multilateral de
comercio que crearon responder mejor a los retos del nuevo milenio. No
sólo se confió a la OMC la responsabilidad de nuevas esferas del
comercio como la agricultura, los servicios, los textiles y los aspectos
de la propiedad intelectual relacionados con el comercio; además, la
creación de un sistema vinculante de solución de diferencias aseguró a
los Miembros una mejor protección de sus derechos.
Con el lanzamiento de la Ronda de Doha en 2001 el sistema de comercio
trató una vez más de adaptarse a la nueva realidad geopolítica. El logro
de un acuerdo ambicioso y orientado al desarrollo fortalecería aún más
un sistema que ya ha dado mucho para mejorar el mundo en que vivimos.
A mi parecer, la mejor forma de explicar las enseñanzas de estos 60
años, los retos que enfrenta la OMC y el sistema y el futuro que nos
espera es poner el acento en cinco elementos fundamentales que han sido
y continúan siendo cruciales para el comercio internacional: el comercio
y el crecimiento, las cuestiones relativas al desarrollo, el
regionalismo, la globalización y las enseñanzas que podemos extraer para
la gobernanza mundial.
Comercio y desarrollo
Desde 1950 el comercio mundial se ha
multiplicado por más de 20 y se ha expandido tres veces más rápido que
el aumento de la producción mundial. El comercio internacional ha sido
un importante factor estabilizador para muchos países y ha contribuido a
la expansión económica incluso en momentos de debilitamiento de la
demanda interna.
Si bien el comercio internacional ha generado una mejora considerable
del bienestar y la eficiencia, el público no percibe ello fácilmente. La
competencia de las importaciones se traduce en una mejora del bienestar
de los consumidores al aumentar las posibilidades de elección y la
calidad, lo que hace bajar los precios de las mercancías y los
servicios. Los productores locales encuentran insumos más baratos y de
mejor calidad, lo que a su vez les permite ser más competitivos en los
mercados locales o de exportación. Hoy sabemos que los países que abren
sus mercados a las mercancías y los servicios extranjeros son los que
obtienen la mayor parte de los beneficios que ofrece el comercio. En
parte esto es así porque la mejora de las importaciones se traduce en
una mejora de las exportaciones. En general, los beneficios se reparten
entre la gran mayoría de los silenciosos consumidores y usuarios de
insumos.
Todos los indicadores económicos muestran que el comercio beneficia a la
gran mayoría de las personas. Sin embargo, no cabe duda de que también
hay perdedores, y por lo general los que pierden suelen estar mejor
organizados y logran hacerse oír con respecto a los costos de la
apertura del comercio. En muchas de nuestras sociedades el comercio es
el chivo expiatorio al que atribuir la destrucción de empleos y el
descenso del nivel de vida. A este respecto, los economistas coinciden
también en que el principal responsable de la pérdida de puestos de
trabajo en el sector manufacturero no es el comercio, sino los avances
de la productividad gracias al progreso tecnológico. Es cierto que el
comercio internacional contribuye a acelerar la transferencia de
tecnología. La apertura de los mercados de servicios a los proveedores
extranjeros ha facilitado el movimiento de ideas y personas, lo que ha
permitido a los estudiantes recibir formación en el extranjero, y al
mismo tiempo hacer que los viajes sean más seguros y más asequibles.
Ahora médicos competentes de países en desarrollo pueden hacer sus
diagnósticos en línea. Para los consumidores, esta nueva gama de
opciones ha sido enormemente beneficiosa. El lado malo es la
preocupación que ha despertado entre los obreros y los empleados de los
países desarrollados, que temen que la tecnología haya expuesto sectores
enteros de la economía a la competencia mundial.
También es evidente que el crecimiento económico resultante de la
expansión del comercio mundial no se ha distribuido homogéneamente
dentro de nuestras sociedades, que han visto aumentar la desigualdad y
los trastornos en sus tejidos económicos y sociales.
Estas cuestiones, que tienen que ver con la equidad, señalan a nuestra
atención la que tal vez sea la enseñanza más importante que podemos
extraer de estos 60 años, a saber, que ya se trate de países
desarrollados o de países en desarrollo, debe haber una continuidad en
la formulación de las políticas comerciales y nacionales. Para poder
aprovechar los logros del sistema multilateral de comercio mediante una
mayor apertura del comercio, es esencial que los países adopten las
reformas internas necesarias y las apliquen en la secuencia apropiada.
Esto supone el establecimiento de redes de protección social adecuadas y
una amplia disponibilidad de educación y capacitación.
El comercio también funciona mejor cuando los mercados nacionales pueden
apoyar las políticas orientadas al exterior mediante la reducción de los
costos de las transacciones, lo cual implica una infraestructura de
transporte, logística, financiera y de distribución bien desarrollada y
competitiva.
Ante esta “ansiedad de cambio”, los países desarrollados disponen de
recursos mucho más vastos para anticipar y secuenciar los efectos de los
cambios de las políticas comerciales: pueden invertir más y más
rápidamente que los países más pobres en infraestructuras públicas,
redes de protección social y programas de reeducación profesional, un
aspecto que nosotros en la OMC y muchos de los organismos con los que
estamos asociados tratamos de solventar con la iniciativa de Ayuda para
el Comercio.
Comercio y desarrollo
Para que los programas de crecimiento y
desarrollo de los países en desarrollo den sus frutos, estos países
necesitan capital. Pueden atraerlo en forma de inversión extranjera, o
pedirlo prestado o importarlo mediante el comercio internacional. La
forma más segura, menos costosa y sostenible de obtenerlo es importarlo.
Las políticas abiertas han cambiado considerablemente la cara de las
economías emergentes. China, la India, México, Corea, Tailandia,
Indonesia, la Argentina, Sudáfrica y Chile, por no hablar de los países
de Europa Central y Oriental, han registrado excelentes resultados en
varios sectores manufactureros. El comercio es un factor importante para
su rápida industrialización.
Todos esos países han utilizado a la OMC como ancla para su integración
en la división internacional del trabajo. Los nuevos Miembros, a pesar
de que se les concede cierta flexibilidad en el sistema, han sido muy
claros en lo que respecta a la utilización de las normas de la OMC como
base para las reformas internas que necesitan a fin de integrarse en la
economía mundial. No hay mejor ejemplo de ello que Ucrania, país que
ayer fue invitado formalmente a adherirse a la OMC. En términos
comparativos, los nuevos Miembros de la OMC contraen compromisos
considerablemente mayores, pero lograron espaciar su aplicación en el
tiempo, manteniendo así el “control” de sus procesos de reforma. Al
integrar gradualmente a esos países en la economía mundial, la OMC ha
contribuido a incorporar a cerca de 1.500 millones de personas en la
corriente del comercio mundial.
La asistencia técnica es fundamental para el éxito de la integración.
Singapur nos recuerda a menudo que no hace mucho era un importante
receptor de ayuda internacional, al igual que muchos otros países de
ingreso mediano. La evolución de Singapur como actor mundial es un
ejemplo que demuestra el éxito que puede obtener la cooperación técnica.
En el marco del Programa de Doha para el Desarrollo (PDD) hemos
establecido un sólido programa de asistencia técnica para el que se han
desembolsado hasta ahora más de 100 millones de dólares encaminado a
mejorar la capacidad de los Miembros de la OMC para participar
efectivamente en el sistema multilateral de comercio.
Sin embargo, la asistencia técnica no basta. Muchos países en desarrollo
necesitan también solucionar los estrangulamientos de la oferta, que
limitan su capacidad para responder eficazmente a la demanda
internacional. La falta de una logística eficiente, una infraestructura
pública deficiente y la ineficacia de los procedimientos aduaneros
menoscaban su competitividad. A menudo la insuficiente capacidad para
cumplir las normas sanitarias o fitosanitarias públicas o privadas o las
normas de seguridad puede limitar el potencial de exportación. Al no
existir redes de protección social, los costos de ajuste se acrecientan
aún más.
Por todas estas razones, nosotros y nuestros asociados estamos
desarrollando la iniciativa de Ayuda para el Comercio. Junto con otras
muchas instituciones de desarrollo, tratamos de movilizar recursos
destinados a atender esas necesidades. Éste es también el objetivo del
Marco Integrado, que centra la Ayuda para el Comercio en los países
menos adelantados.
Además, con la Ronda de Doha estamos yendo aún más allá. La Ronda de
Doha es una “Ronda para el Desarrollo”, y el principal objetivo de esta
ambiciosa negociación es reequilibrar las normas del sistema mundial de
comercio que han mantenido cierto sesgo a favor de los países
desarrollados. En las Rondas anteriores se hizo mucho por integrar a los
países en desarrollo en un sistema multilateral de comercio mejorado. No
obstante, ahora tenemos la oportunidad de abordar varios de los
obstáculos al comercio restantes, que continúan poniendo a los países en
desarrollo en una posición de desventaja en esferas como las crestas
arancelarias existentes en los textiles, el calzado y muchos productos
agropecuarios. Cuestiones como el marcado aumento de los aranceles que
gravan los productos elaborados (lo que se conoce como progresividad
arancelaria) y las subvenciones a la agricultura y las subvenciones a la
exportación causantes de distorsión del comercio, por mencionar sólo
algunas, contribuyen a la impresión dominante en muchos países en
desarrollo de que las reglas del juego no se inclinan a su favor.
Este es el motivo por el que los países en desarrollo tienen tantas
esperanzas puestas en esta Ronda. También es la razón por la que el PDD
sólo llegará a buen puerto si esos países estiman que les aportará los
beneficios comerciales que verdaderamente les corresponden. Y los
beneficios que tratan de obtener, en particular en la agricultura, no
pueden obtenerse en acuerdos comerciales bilaterales o regionales.
Comercio y regionalismo
Esto me lleva a la cuestión del comercio
regional. Los acuerdos comerciales regionales ACR– están en boga, ya sea
en Asia, en África, en América o en Europa. Cierto es que la negociación
de un ACR reporta beneficios políticos relativamente fáciles –una bella
imagen en la televisión de dos dirigentes dándose la mano– pero sus
beneficios económicos no siempre son evidentes, ya que estos Acuerdos
tienen un alcance más limitado, al centrarse generalmente en el comercio
en el sector manufacturero, en el que los márgenes preferenciales
tienden a ser pequeños.
Sin embargo la proliferación de ACR lleva implícito un reto sistémico
aún mayor. Los Acuerdos de este tipo crean preferencias, cuya
proliferación hace más difícil la liberalización multilateral del
comercio. El multilateralismo se basa en la oportunidad para todos los
Miembros de compensar intereses defensivos y de ofensiva. La falta de
amplitud de los ACR, que refleja las dificultades políticas que se
plantean al abordar las cuestiones relativas al acceso a los mercados en
la agricultura, el sector manufacturero o los servicios, deja a la OMC
con un programa desequilibrado y un margen reducido para soluciones
transaccionales.
Debemos también preguntarnos si los esfuerzos de integración regional
distraen la atención del multilateralismo, sobre todo debido a los
recursos necesarios para negociar y aplicar tales Acuerdos.
Por consiguiente, la proliferación de ACR hace aún más necesario
fortalecer las normas de la OMC que rigen el regionalismo. También exige
una vigilancia rigurosa de los ACR para asegurar que “complementen” y
“fomenten” el sistema multilateral, en lugar de socavar los principios
básicos de la OMC erigiendo obstáculos adicionales al comercio.
Comercio y globalización
A medida que la globalización llega
prácticamente a todos los aspectos de nuestras vidas, la gente se
pregunta cómo se puede encauzar este fenómeno para que aporte los
mayores beneficios al mayor número de personas. La pregunta no es tanto
si queremos o no la globalización la globalización del comercio de
mercancías ha sido una característica de la economía moderna desde la
revolución industrial, aunque se interrumpiera entre las dos guerras
sino, cómo queremos que se gobierne, en su caso, y con qué normas,
políticas de cooperación e instituciones internacionales.
Conviene recordar que, al igual que el sistema de Bretton Woods, el
sistema mundial de comercio fue creado en respuesta a políticas
nacionalistas y a menudo internacionalmente provocativas que surgieron
de la crisis financiera de 1929 y se propagaron rápidamente a la
economía real, avivadas por las devaluaciones competitivas y por la
creación de obstáculos al comercio.
La solidez de este sistema se vio sometida a prueba durante la crisis
financiera de Asia, acaecida en el decenio de 1990. Y el sistema
demostró su resistencia. La densa red de normas de la OMC actúa como un
amortiguador frente a las políticas proteccionistas y discriminatorias
que, como hemos visto, tienen una tendencia más bien peligrosa a
multiplicarse y propagarse.
La continua expansión del comercio multilateral es una póliza de seguro
contra la inestabilidad de los mercados y las turbulencias financieras.
Permite exportar los recursos no utilizados debido a la caída de los
mercados internos. La apertura del comercio también puede ser útil para
aumentar la eficiencia de las economías afectadas, ya que aporta capital
fresco y abre nuevas oportunidades de mercado. Si bien la expansión del
comercio ha sido una parte visible de la globalización, la crisis de la
economía financiera demuestra claramente que la globalización debe ir
acompañada de un sólido conjunto de normas internacionales acordadas y
de obligado cumplimiento, que funcionen para todos los países como una
protección contra los acontecimientos cíclicos. De este modo, la OMC
ofrece los elementos de gobernanza mundial necesarios para encauzar las
severas consecuencias de la globalización.
Comercio y gobernanza mundial
El actual sistema económico multilateral sigue
estando muy influido por el resultado de la segunda guerra mundial y por
el poder de las naciones fundadoras. No obstante, a lo largo de los
últimos 60 años, el reducido club de los 23 signatarios originales del
GATT ha visto aumentar el número de sus Miembros hasta 151 (pronto 152).
En la actualidad han surgido nuevos poderes más rápidamente que nunca,
merced a la aceleración del comercio, el crecimiento y el desarrollo,
que reclaman un lugar en la mesa donde se adoptan las decisiones. Este
cambio sísmico en el equilibrio geopolítico del poder no sólo se
manifiesta en el comercio. Nuevos problemas, como el cambio climático,
exigirán también un reequilibrio entre los colectivos interesados en la
globalización.
La estructura flexible de la OMC constituye una positiva contribución
para la gobernanza mundial. A diferencia de las instituciones en las que
el sistema de voto refleja la medida del poder de los países, en la OMC
las decisiones se adoptan por consenso. No tenemos un consejo de
administración o un consejo de seguridad. O, visto de otro modo, tenemos
un consejo de administración o un consejo de seguridad integrado por
nada menos que 151 Miembros.
En la OMC de hoy, los Miembros trabajan en coaliciones que varían según
los niveles de desarrollo y las cuestiones que se plantean. La
flexibilidad en la formación de coaliciones está engranada en el
sistema, y éstas evolucionan en función del programa de la institución.
Los países en desarrollo han formado coaliciones muy influyentes, como
el G 20, el G-33, el AMNA-11, el Grupo Africano, el Grupo ACP o el Grupo
de los PMA. La existencia de muchas y muy diversas coaliciones en cierta
medida exime a la OMC de tener que buscar el “G-perfecto”, la agrupación
ideal, algo que intentan algunas organizaciones intergubernamentales, de
momento en vano.
Sin embargo, para ser verdaderamente inclusivos todavía tenemos que
mejorar la participación activa de los Miembros más pobres, y en
particular de aquellos que no tienen representación permanente en
Ginebra. Esa es la razón por la que hemos establecido la llamada “Semana
en Ginebra”, en la que, dos veces al año, la OMC trae a Ginebra a
funcionarios de Miembros sin representación permanente para que asistan
a sesiones intensivas de información sobre la situación de las
negociaciones y sobre otras cuestiones de interés para ellos.
Dicho esto, hemos de reconocer los argumentos planteados por la sociedad
civil con respecto a la falta de transparencia de la OMC. Desde el
comienzo del nuevo milenio han proliferado las organizaciones no
gubernamentales. En Seattle, la OMC recibió un serio aviso en el sentido
de que si ignora las preocupaciones de la sociedad civil, debe atenerse
a las consecuencias. Desde entonces, los intereses de la sociedad civil
relacionados con el trabajo, las empresas, la reducción de la pobreza,
el medio ambiente o la democracia están representados en Ginebra y
dialogan con la OMC en varios foros. Ahora celebramos también un
simposio anual para ONG. Pero se trata de algo más que un simple
diálogo. La sociedad civil ha sido fundamental para que lleguen a la
mesa de negociación cuestiones como las subvenciones a la pesca, el
algodón o el acceso a los medicamentos esenciales.
Además, gracias a una amplia política de acceso a los documentos de la
OMC, más del 90 por ciento de todos los documentos, incluidos los
documentos de negociación, se publican en nuestro sitio Web en tres
idiomas. ¡Pensar que ahora parece natural que los textos de negociación
de los Presidentes se den a conocer al público al mismo tiempo que a los
Miembros de la OMC!
El verdadero reto que se le plantea actualmente a la gobernanza mundial
consiste en crear las condiciones en las que los muy diversos actores,
tanto del sector público como del sector privado, trabajen juntos, a
pesar de que sus grupos de interés, objetivos, culturas y conocimientos
sean diferentes. La OMC no está al margen de esta necesidad y mantiene
relaciones de trabajo con más de 180 organizaciones
intergubernamentales.
El pasado nos ha enseñado la importancia de la cooperación comercial
multilateral. Y al asomarnos hacia el futuro, podemos apreciar ya varias
esferas en las que habrá que trabajar. Considero que, algo que merece
una atención inmediata, es la cuestión de cómo abordar las nuevas formas
de obstáculos al comercio, generalmente los que se encuentran pasada la
frontera, que pueden incluir normas privadas, certificaciones o medidas
sanitarias. También se plantea la cuestión de cómo administrar una
organización más eficiente, que mejore el equilibrio entre la
negociación de nuevas normas y la forma en que se vigilan y supervisan,
y en que se litiga respecto a ellas. También está cobrando importancia
la esfera del comercio y la energía.
Para vencer todos esos retos futuros, el conjunto cada vez más numeroso
de Miembros de la OMC debe dar muestras de liderazgo y recorrer el
último kilómetro que queda para concluir la Ronda de Doha en 2008. En un
momento en que oscuras nubes se ciernen sobre la economía mundial, el
PDA es la iniciativa mundial que puede fortalecer la confianza de las
empresas, los trabajadores y los consumidores de todo el mundo. El logro
de ese acuerdo enviaría una potente señal de que más de 150 países
tienen confianza para oponer resistencia al proteccionismo, crear un
sistema de comercio más justo y equilibrado y sentar bases sostenibles
para el crecimiento y el desarrollo en el siglo XXI.
Gracias por su atención.
> Si tiene problemas para visualizar esta página,
sírvase ponerse en contacto con [email protected], y proporcionar detalles sobre el sistema operativo y el navegador que está utilizando.