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Señoras y señores: es un honor para mí
participar en esta audiencia sobre el cambio climático y el comercio. No
hay duda de que el cambio climático es en efecto uno de los desafíos
internacionales más graves de nuestro tiempo.
La cuestión del cambio climático está relacionada con el comercio
internacional de muchas formas. En primer lugar, el Acuerdo sobre la OMC
estipula explícitamente en su preámbulo que el desarrollo sostenible es
uno de sus objetivos fundamentales. Además, el Acuerdo sobre la OMC
establece claramente que los Estados pueden dar prioridad a las
preocupaciones ambientales, y en varias ocasiones los Miembros de la OMC
han permitido que las consideraciones ambientales prevalezcan sobre sus
obligaciones en materia de acceso a los mercados cuando ello se hace de
manera no proteccionista.
Actualmente, los Miembros de la OMC tienen opiniones muy diferentes
sobre lo que debería hacer el sistema de comercio con respecto al cambio
climático. Mientras que algunos querrían que el sistema de comercio
disminuyera la “huella del carbono” que produce mediante las emisiones
de gases de efecto invernadero que se generan en el curso de la
producción, el transporte internacional y el consumo de las mercancías y
de los servicios objeto de comercio, otros ven las cosas de manera
distinta.
A algunos les agradaría que el sistema de comercio compensara las
posibles desventajas competitivas que pudieran sufrir en el curso de su
labor de mitigación del cambio climático. De manera más específica,
querrían que su carga económica se compartiera más a nivel mundial y han
propuesto medidas en frontera proporcionales a los costos en que
incurren para reducir sus propias emisiones.
Y, por supuesto, circulan muchas ideas
distintas sobre cuáles podrían ser estas medidas “compensatorias”, entre
comillas. Naturalmente, los debates se concentran en los sectores
económicos de alto consumo energético más expuestos al comercio, como el
hierro y el acero y el aluminio. Por ejemplo, así como hay quienes
estudian la posibilidad de gravar con impuestos internos el carbón,
aplicando un ajuste en sus fronteras, para tenerlos en cuenta, otros
contemplan sistemas de límites y comercio de emisiones, en los que los
importadores estarían obligados a participar.
Otro grupo de Miembros preferiría centrarse en lo que el sistema de
comercio puede lograr de manera más inmediata, si se me permite decirlo
así, en términos de lucha contra el cambio climático, entendiendo con
esto la apertura de los mercados a los bienes y servicios ambientales y
en particular los que son pertinentes para el cambio climático, mediante
las negociaciones comerciales en curso de la Ronda de Doha. Europa se ha
mostrado particularmente activa en este capítulo de las negociaciones y
hablaré con más detalle al respecto.
Ahora bien, estas son sólo algunas de las ideas que he escuchado hasta
ahora sobre cuál debería ser, en opinión de algunos, la posición del
sistema multilateral de comercio con respecto al cambio climático. Para
iniciar mi participación en este debate, quiero decir —como sostuve en
la reunión de Ministros de Comercio que se celebró en Bali en diciembre
pasado sobre este tema— que la mejor definición de la relación entre el
comercio internacional, la OMC y el cambio climático tendría que surgir
de un acuerdo internacional consensuado sobre el cambio climático, en el
que efectivamente intervengan todos los principales causantes de
emisiones. En otras palabras, mientras no surja un consenso
verdaderamente mundial sobre la mejor manera de abordar la cuestión del
cambio climático, los Miembros de la OMC seguirán sosteniendo opiniones
distintas en cuanto a lo que el sistema multilateral de comercio puede y
debe hacer.
Para empezar, consideremos la cuestión de la huella del carbono del
sistema multilateral de comercio. Todos los días se habla mucho en la
prensa sobre la huella del carbono del transporte internacional. De
hecho, está surgiendo un nuevo concepto, el de “food miles”, o millas
alimentarias (distancia que recorren los productos alimenticios desde el
lugar de origen al de consumo). Es, en otras palabras, el deseo de los
consumidores de Occidente de calcular el carbono emitido en el curso del
transporte internacional, y muchos ya están llegando a la conclusión de
que sería mejor “simplemente producir en casa”, entre comillas, para
reducir al mínimo las emisiones.
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Pero ese argumento no siempre resiste una verificación empírica, como de hecho ha quedado claramente demostrado en varios estudios encomendados por el propio Parlamento Europeo, al que sinceramente agradezco su contribución intelectual a este debate.
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En primer lugar, es un hecho que el 90 por ciento de los bienes que son objeto de comercio internacional se transportan por vía marítima. Y el transporte marítimo es, con mucho, el medio de transporte más eficiente en términos de carbono, con sólo 14 gramos de CO2 emitidos por tonelada y kilómetro. Siguen al transporte marítimo, el transporte ferroviario y, después, el transporte por carretera. El transporte aéreo es, con diferencia, el que más CO2 emite por tonelada y kilómetro (600 gramos como mínimo), lo que indica el fuerte impacto relativo de dicho transporte sobre el clima.
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Además, los estudios sobre la relación entre la distancia recorrida y el carbono han demostrado que a menudo la cuestión puede ser paradójica, por así decirlo.
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Por ejemplo, algunos estudios demuestran que una flor producida en Kenya y transportada por vía aérea a Europa emite la tercera parte de CO2 que una flor cultivada en Holanda. No digo que siempre vaya a ser así, pero evidentemente este es un tema que requiere un análisis caso por caso, y una verificación empírica. En lo que respecta a los alimentos, no debemos olvidar los costos de los invernaderos en los climas más fríos y del almacenamiento con alto consumo de energía fuera de temporada.
Sólo un enfoque multilateral del cambio
climático nos permitiría abordar adecuadamente estas cuestiones. Un
acuerdo multilateral que incluyera a todos los principales causantes de
emisiones, sería el instrumento internacional más idóneo para orientar a
otros instrumentos, como los de la OMC, y a todos los agentes
económicos, sobre cómo deben internacionalizarse las externalidades
ambientales negativas. Únicamente con un instrumento de ese tipo
podremos avanzar hacia la fijación de precios adecuados de la energía.
Igualmente, sólo un acuerdo de ese tipo podría proporcionar criterios
para evaluar si una medida en la frontera de un país es respetuosa del
medio ambiente. De hecho, una solución multilateral eficaz al cambio
climático podría y debería eliminar la necesidad de “compensar” las
desventajas competitivas, cuando los países consideren que están
efectuando reducciones equitativas de las emisiones, es decir, que
operan en una estructura ambiental que por sí misma llegará a establecer
una igualdad de condiciones sobre la base de principios reconocidos del
derecho ambiental internacional, como el concepto de responsabilidades
comunes pero diferenciadas.
Ahora bien, al trabajar en pro de un acuerdo internacional sobre el
cambio climático, los países tendrán ciertamente que reflexionar sobre
la función del comercio internacional en dicho acuerdo. El comercio
puede producir aumentos de la eficiencia, al permitir que los países se
especialicen en lo que mejor producen. Y también puede generar
crecimiento económico, ofreciendo a los países la posibilidad de
invertir los frutos de ese crecimiento en la prevención y la reducción
de la contaminación, si toman la decisión política de hacerlo. Pero para
que los beneficios del comercio verdaderamente se materialicen, es
decir, para que los aumentos de la eficiencia se traduzcan también en
menores emisiones de gases de efecto invernadero, se debe establecer un
contexto ambiental adecuado para el comercio. En otras palabras, los
precios de la energía, entre otras cosas, deben ser adecuados, tomando
en cuenta los productos y procesos de producción pertinentes. Incumbiría
entonces al sistema comercial responder a tales normas ambientales en
cuanto se hayan establecido.
En ausencia de esos parámetros, será difícil, si no imposible, que la
OMC establezca una postura coherente sobre este tema. Cada uno de los
Miembros ofrecerá una interpretación distinta sobre la mejor manera de
igualar las condiciones, y yo quisiera hacer una advertencia con
respecto a este resultado: el mundo podría terminar envuelto en una
maraña de medidas “compensatorias” con las que no se alcanzarían ni los
objetivos comerciales ni los ambientales.
Entiendo, sin embargo, que algunos Miembros de la OMC comienzan a inclinarse cada vez más por un “enfoque individualista” —si se me permite llamarlo así— para afrontar el cambio climático. Los motivos para adoptar ese “enfoque individualista” son numerosos:
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Algunos opinan que podría no llegar a concretarse un acuerdo internacional y querrían ganar tiempo en su lucha contra el cambio climático.
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Otros creen que se podría concretar, pero que un enfoque individualista “provisional” podría realmente ayudar a presionar en favor de la conclusión de un acuerdo internacional. Dicho de otro modo, podría servir para impedir el fracaso, puesto que los países que se negaran a adherirse al nuevo régimen posterior a Kyoto sabrían exactamente el tipo de consecuencias que les esperarían.
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Y por último, otros más opinan que el enfoque individualista podría no ser necesariamente incompatible con el régimen posterior a Kyoto, dependiendo de su diseño. De hecho, tratarían de diseñar un sistema posterior a Kyoto que efectivamente encajara con el enfoque nacional por el que ya han optado.
Ante esto, sólo puedo ofrecer palabras de advertencia. Por loables que puedan ser los objetivos de tal enfoque, las consecuencias que tendrían sobre el comercio internacional los enfoques nacionales contradictorios serían graves, por cuanto los exportadores se enfrentarían a una red de prescripciones potencialmente contradictorias que tendrían que cumplir.
Peor aún, esos enfoques podrían no salvar el
planeta, precisamente porque son unilaterales. El problema del cambio
climático del planeta —que es un problema mundial— no será resuelto
únicamente por uno o dos actores puestos a decidir por sí solos cómo
castigar al resto de sus interlocutores comerciales. Simplemente podría
conducir a una desviación del comercio, es decir, un cambio de las
pautas comerciales sin reducciones significativas de las emisiones.
Muchos de quienes defienden el enfoque “individualista” se basan en la
jurisprudencia de la OMC, en particular, en los informes del Órgano de
Apelación de la OMC relativos al asunto Camarones-tortugas, para
argumentar que la OMC finalmente ha abierto la puerta a las acciones
unilaterales. En primer lugar, permítanme señalar que por importante que
sea el asunto Camarones-tortugas, únicamente se refería a los camarones
y las tortugas. Y con esto no quiero restar importancia a los camarones
o a las tortugas, no me malentiendan. Lo único que quiero decir es que
las medidas de mitigación del cambio climático, del tipo de las que
algunos defienden ahora, probablemente afectarían a toda una gama de
sectores económicos distintos, como la totalidad del sector del aluminio
y el acero, por ejemplo. Tendrían un alcance económico totalmente
diferente.
En segundo lugar, el asunto Camarones-tortugas ha establecido varias
condiciones que deben respetarse antes de que se admitan las medidas
unilaterales: por ejemplo, que primero se hagan los esfuerzos necesarios
para alcanzar un acuerdo multilateral consensuado. Además, cualquier
legislación individualista que surgiera tendría que abordar muchas
cuestiones espinosas tanto económicas como jurídicas— para ser
compatible con la OMC. Las cuestiones como la manera de calcular las
emisiones de gases de efecto invernadero de los demás, la forma de
compararlas con las propias y el modo de incorporar “flexibilidad” al
sistema para tener en cuenta las especificidades de los demás
interlocutores comerciales formarían parte de esta senda cuesta arriba.
Que nadie, pues, se haga ilusiones de que de alguna manera se trata de
un enfoque fácil.
Por último, permítanme retomar el último punto al que hice referencia en
la introducción, que es la contribución inmediata que la OMC puede hacer
a la lucha contra el cambio climático. Creo que puede hacerla con
respecto a la apertura de los mercados a tecnologías y servicios
ecológicos. La Ronda de Doha de negociaciones comerciales abre una vía
para un acceso más amplio a productos como los depuradores, los filtros
de aire y los servicios de gestión de la energía.
Se calcula que hoy en día el mercado mundial de bienes y servicios
ambientales tiene un valor de más de 550.000 millones de dólares al año.
La OCDE estima que los servicios ecológicos representan el 65 por ciento
de este mercado y los bienes ecológicos el 35 por ciento. Los productos
y servicios orientados a la prevención y mitigación del cambio climático
representan una proporción importante de estas cifras.
Las negociaciones sobre los bienes y servicios ambientales, iniciadas en
el contexto más amplio del capítulo ambiental de la Ronda de Doha, que
también incluye cuestiones como la reducción de las subvenciones a la
pesca y el fortalecimiento del apoyo mutuo entre las normas de la OMC y
los acuerdos multilaterales sobre el medio ambiente, podrían tener
resultados doblemente beneficiosos para algunos de nuestros Miembros.
Todos estos son temas por los cuales Europa en particular ha estado
luchando activamente y que aportarían un gran beneficio para el medio
ambiente y un gran beneficio para el comercio.
Sin embargo, estas negociaciones exigen una
mayor apertura de Europa al resto del mundo, si me permiten decirlo.
Algunos Miembros de la OMC aún no están convencidos de las capacidades
de mitigación ambiental de algunos de los productos que Europa y otros
han puesto sobre la mesa. Igualmente, muchos de los países en desarrollo
Miembros de la OMC argumentan que aun cuando estas negociaciones sean
ambientales, de cualquier forma deben proporcionar una “ventaja
comercial” si se están llevando a cabo en el seno de la OMC. Europa debe
prestar atención a estas cuestiones, debe hacer más. El mundo en
desarrollo busca ventajas económicas y ambientales mediante estas
negociaciones, y con justa razón.
Agradezco su atención.
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