Esfuerzos colectivos para un futuro común
Con la adopción, en 2000, de los objetivos de
desarrollo del milenio, el mundo fue testigo de un esfuerzo colectivo
sin precedentes en pos de un futuro común. Fue un esfuerzo conjunto en
que norte y sur, oriente y occidente, ricos y pobres aceptaron trabajar
en equipo y aunar recursos para conseguir una serie de objetivos
comunes.
El objetivo número ocho, que según Pradeep Mehta es el Leitmotiv de esta
Conferencia, propugna el fomento de una alianza mundial para el
desarrollo; de ahí el título de esta Conferencia.
Los puntos de partida son sencillos: vivimos en un mundo
interdependiente en que las políticas y medidas aisladas no bastan para
alcanzar resultados colectivos; pero también han dejado de ser
suficientes para lograr siquiera los objetivos específicos de cada país.
Como dije ayer, ya no es posible hacer frente individualmente a los
embates mundiales. Hace falta una acción colectiva. Y esa acción tiene
que ser y considerarse legítima, es decir: es necesario que todos los
agentes participen en su diseño para que la sientan como algo propio.
Esta es la filosofía básica de la OMC. La Organización existe para estar
al servicio de sus 153 Miembros, con independencia de lo diversas que
sean sus economías o de cuán preparados puedan estar para sacar provecho
del sistema de comercio. La OMC reconoce las diferencias entre los
niveles de desarrollo económico; esas diferencias son parte de su
realidad. Nadie discute que los países en desarrollo, y en particular
los países menos adelantados, necesitan más flexibilidad para que puedan
cumplir los objetivos de comercio y desarrollo.
Por este motivo los países en desarrollo han recurrido a la OMC, porque
se trata de una Organización que les aporta un conjunto eficaz de normas
para que el comercio facilite el desarrollo, al tiempo que les sirve de
foro para debatir y negociar sus preocupaciones relacionadas con el
comercio.
A medida que el comercio de los países en desarrollo cobra importancia,
es necesario que los aspectos institucionales de la OMC no se queden
atrás. Los países en desarrollo deben tener la garantía de que sus
esfuerzos por ampliar y diversificar sus mercados cuentan con el
respaldo de una Organización que protege sus intereses, tanto actuales
como futuras.
Si bien es cierto que los países desarrollados, y en especial los
mercados de los Estados Unidos y la Unión Europea, siguen ofreciendo la
mayor parte de las oportunidades de mercado para las exportaciones de
los países en desarrollo, esta situación está cambiando. En los últimos
años el comercio sur-sur ha crecido más rápidamente que el comercio
norte-sur. Resulta cada vez más evidente que las políticas comerciales
de los países en desarrollo pueden crear oportunidades para incrementar
el comercio con otros interlocutores. Gran parte de la expansión del
comercio sur-sur ha tenido lugar en los países en desarrollo de Asia,
que se calcula representan más de dos tercios de todo el comercio entre
países en desarrollo.
Ello demuestra que algunos países en desarrollo se han beneficiado
enormemente del comercio internacional. Desgraciadamente, hay muchos
países en desarrollo que todavía no han cosechado beneficios reales del
comercio. Y esto me preocupa, como también preocupa al conjunto de los
Miembros de la OMC. Es por esto que en la OMC seguimos trabajando para
ayudar a todos los países en desarrollo a gozar de las ventajas
resultantes de la participación en el comercio internacional. Antes de
referirme a las cuestiones de desarrollo actuales en el marco de los
Acuerdos de la OMC, permítanme que me remonte en el tiempo y les
describa cómo ha evolucionado el sistema multilateral de comercio para
tener en cuenta las cuestiones que afectan a los países en desarrollo.
Las cuestiones del desarrollo en los primeros años del sistema multilateral de comercio
El vínculo entre comercio y desarrollo y la
idea de que los ingresos de exportación derivados del comercio pueden
contribuir al desarrollo fueron reconocidos muy pronto después de la
entrada en vigor del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y
Comercio (GATT). Tras algunas primeras iniciativas encaminadas a
incorporar las preocupaciones de los países en desarrollo en las normas
de comercio multilaterales, las Partes Contratantes del GATT intentaron
abordar el amplio espectro de los principios y objetivos relacionados
con el desarrollo incluyendo en 1964 la Parte IV del Acuerdo del GATT,
con un preámbulo titulado “Comercio y desarrollo”. Esta nueva sección
del GATT reflejaba las necesidades y los niveles económicos de
desarrollo de sus Miembros más recientes, es decir, de aquellos Estados
de África, Asia, América Central y del Sur que acababan de obtener su
independencia a principios de los años sesenta.
La Parte IV del GATT consta de tres artículos que se ocupan de los
principios y objetivos que hacen necesaria una dimensión de desarrollo,
los tipos de compromisos que concederán los países desarrollados del
GATT a sus interlocutores menos desarrollados y la forma en que los
países desarrollados y los países en desarrollo emprenderán una acción
colectiva para conseguir los objetivos de comercio y desarrollo.
En 1979 dimos un paso más con la aprobación de la llamada Cláusula de
Habilitación, que prevé el establecimiento de un “sistema generalizado
de preferencias” que permite a los países desarrollados conceder
ventajas arancelarias a los países en desarrollo como excepción a la
cláusula de la nación más favorecida. La Cláusula de Habilitación
también es aplicable a los acuerdos regionales o mundiales suscritos
entre países menos adelantados o países en desarrollo.
De la Ronda Uruguay a la Ronda de Doha
La creación de la OMC al término de la Ronda
Uruguay fue, en muchos aspectos, un gran éxito de la cooperación
multilateral, y supuso un buen presagio para la economía mundial. Fue
una señal de que la mayor parte de los países del mundo deseaba un gran
organismo del comercio mundial, de gran alcance, que fomentara normas
comerciales justas y transparentes, en el comercio de mercancías, el
comercio de servicios y la propiedad intelectual. La OMC es una
Organización basada en el consenso, y ese principio es la base de un
sistema en que cada país (por más pequeño que sea) cuenta. Y es ahí
donde radica su legitimidad. La OMC no tiene Consejo de Seguridad ni
Consejo de Administración.
Sin embargo, al final de la Ronda Uruguay quedaron algunos “cabos
sueltos”. Por ejemplo, si bien fue en la Ronda Uruguay cuando la
agricultura se incorporó expresamente y por primera vez en el sistema
multilateral de comercio, no se lograron recortes significativos de las
subvenciones causantes de distorsión del comercio ni de los aranceles
agrícolas. En los países en desarrollo, el nivel de protección concedido
por algunos países desarrollados a su sector agropecuario se considera
un obstáculo importante al desarrollo, en particular en la medida en que
determinados países en desarrollo cuentan efectivamente con una ventaja
comparativa en muchos productos agropecuarios. Este es el caso de la
India con los cereales, las especias, el café, el té, el azúcar o el
pescado. La India es un exportador neto de productos alimenticios: en
2007, sus exportaciones duplicaron sus importaciones.
En el sector de los servicios, la apertura conseguida gracias a la Ronda
Uruguay fue modesta comparada con las enormes posibilidades de este
sector. Por el bien de la economía mundial en general, y por el de los
países en desarrollo en particular, es necesario abrir todavía más el
comercio mundial de servicios.
También admito que los compromisos asumidos por los Miembros de la OMC
al término de la Ronda Uruguay han podido ser onerosos para algunos
países en desarrollo. Para muchos, la aplicación de los Acuerdos de la
OMC ha resultado difícil.
Por éste y otros motivos, la puesta en marcha de la Ronda de Doha fue
decisiva para que los países siguieran esforzándose por crear un sistema
multilateral de comercio que abordara los desequilibrios que aún afectan
a los países en desarrollo y, de este modo, pudiera reportar beneficios
para todos.
La Ronda de Doha para el Desarrollo
Ahora que han pasado casi siete años desde que
se iniciara la Ronda de Doha, lo que tenemos sobre la mesa es por lo
menos dos o tres veces más que lo que recibimos de cualquiera de las
anteriores rondas de negociaciones. Entre las esferas en que los países
en desarrollo en particular se verían beneficiados, cabe destacar la
eliminación de las subvenciones a la exportación de productos
agropecuarios y la reducción significativa de la ayuda interna causante
de distorsión del comercio en el sector de la agricultura y los
aranceles agrícolas; pero se necesitan mayores esfuerzos con respecto al
algodón, la reducción de los aranceles elevados y las crestas
arancelarias sobre los productos industriales cuya exportación interesa
a los países en desarrollo, y la apertura del comercio de servicios. Por
no mencionar las normas para simplificar los procedimientos aduaneros y
los trámites burocráticos o la reducción de las subvenciones a la pesca
para ayudar a preservar las poblaciones de peces.
Sólo las propuestas sobre la agricultura y el AMNA que tenemos
actualmente sobre el tapete podrían llevarnos a ahorrar más de 150.000
millones de dólares EE.UU.; los países desarrollados aportarían dos
tercios y dos tercios de los beneficios irían a los países en
desarrollo. Una verdadera ronda para el desarrollo.
Todos ustedes están al corriente de los debates ministeriales que se
celebraron en Ginebra hace un par de semanas para tratar de establecer
los pilares de la Ronda en la agricultura y los productos industriales.
Las intensas negociaciones mantenidas probablemente hicieron que la
rueda avanzara más en esos 10 días que en los últimos siete años, por
utilizar la expresión de uno de los Ministros que asistieron. Pero las
negociaciones tropezaron con la cuestión de la medida de salvaguardia
especial, y no llegamos a abordar el algodón ni cuestiones relacionadas
con la propiedad intelectual, como las indicaciones geográficas o el
Convenio sobre la Diversidad Biológica.
La elaboración de una medida de salvaguardia especial para proteger a
los países en desarrollo contra el incremento súbito de las
importaciones de productos alimenticios sigue figurando en la lista de
“tareas pendientes”. Las posiciones divergentes sobre el volumen de
importaciones a partir del cual se activaría el mecanismo y sobre la
magnitud de la medida correctiva llevaron al fracaso. Algunos Miembros
temían que la salvaguardia diera lugar a la perturbación del comercio
normal, y querían un nivel de activación lo más alto posible. Otros
Miembros temían que la salvaguardia no fuera operativa si era demasiado
gravosa, y querían un nivel de activación más bajo.
Resulta irónico que las negociaciones tropezasen con una medida de
salvaguardia. Las salvaguardias han sido una característica constante
del sistema multilateral de comercio. Formaron parte del GATT de 1947 en
su artículo XIX, que se desarrolló en la Ronda Uruguay con el
establecimiento del Acuerdo sobre Salvaguardias.
Aun cuando la utilización de las salvaguardias ha sido limitada y sólo
ha tenido efectos mínimos en el conjunto de las corrientes comerciales,
siempre ha servido de respuesta política a los temores que despertaban
en los países los compromisos de apertura del comercio. De hecho, la
apertura del comercio en los sectores sensibles a menudo ha ido
acompañada de “redes de seguridad” para tranquilizar al electorado
frente a los compromisos multilaterales adoptados en ese sentido.
En la Ronda Uruguay se creó una salvaguardia especial para ofrecer una
red de seguridad a los Miembros de la OMC que acordaron transformar los
contingentes de productos textiles vigentes en aranceles, que también
convinieron en reducir. En esa misma Ronda, se creó una medida de
salvaguardia para los países desarrollados y en desarrollo que acordaron
“arancelizar”, es decir, convertir los contingentes agrícolas en
aranceles equivalentes, y seguidamente recortar esos aranceles. De
hecho, parte de los debates de julio lograron centrarse en la petición
formulada por muchos países en desarrollo de que esta salvaguardia
especial de la Ronda Uruguay se eliminara, en el caso de los países
desarrollados, tras un período de transición.
Si me he detenido tanto en este asunto, es porque no creo que deba ser
causa del colapso de la Ronda de Doha. Estoy convencido de que, por
imperiosa e importante que pueda ser esa cuestión, debe aprovecharse la
experiencia al respecto de la comunidad mercantil mundial para encontrar
una solución de transacción. Es necesario estar en condiciones de hacer
frente a verdaderas oleadas de importaciones, especialmente si se
originan en condiciones desleales, y los mecanismos para hacerlo han de
ser viables. Al mismo tiempo, las salvaguardias no deberían utilizarse
para perturbar el comercio normal, sobre todo porque muchos de los
afectados serían otros países en desarrollo para los que Doha también ha
de ser una ronda para el desarrollo. Tampoco deberían utilizarse como
sucedáneo de una política interna adecuada en el sector de la
agricultura. Se requiere un cuidadoso equilibrio, y la búsqueda de este
cuidadoso equilibrio a su vez requiere que sigamos explotando nuestros
recursos de negociación.
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