WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

CUTS International and Partners — Nueva Delhi

 

Esfuerzos colectivos para un futuro común

Con la adopción, en 2000, de los objetivos de desarrollo del milenio, el mundo fue testigo de un esfuerzo colectivo sin precedentes en pos de un futuro común. Fue un esfuerzo conjunto en que norte y sur, oriente y occidente, ricos y pobres aceptaron trabajar en equipo y aunar recursos para conseguir una serie de objetivos comunes.

El objetivo número ocho, que según Pradeep Mehta es el Leitmotiv de esta Conferencia, propugna el fomento de una alianza mundial para el desarrollo; de ahí el título de esta Conferencia.

Los puntos de partida son sencillos: vivimos en un mundo interdependiente en que las políticas y medidas aisladas no bastan para alcanzar resultados colectivos; pero también han dejado de ser suficientes para lograr siquiera los objetivos específicos de cada país. Como dije ayer, ya no es posible hacer frente individualmente a los embates mundiales. Hace falta una acción colectiva. Y esa acción tiene que ser y considerarse legítima, es decir: es necesario que todos los agentes participen en su diseño para que la sientan como algo propio.

Esta es la filosofía básica de la OMC. La Organización existe para estar al servicio de sus 153 Miembros, con independencia de lo diversas que sean sus economías o de cuán preparados puedan estar para sacar provecho del sistema de comercio. La OMC reconoce las diferencias entre los niveles de desarrollo económico; esas diferencias son parte de su realidad. Nadie discute que los países en desarrollo, y en particular los países menos adelantados, necesitan más flexibilidad para que puedan cumplir los objetivos de comercio y desarrollo.

Por este motivo los países en desarrollo han recurrido a la OMC, porque se trata de una Organización que les aporta un conjunto eficaz de normas para que el comercio facilite el desarrollo, al tiempo que les sirve de foro para debatir y negociar sus preocupaciones relacionadas con el comercio.

A medida que el comercio de los países en desarrollo cobra importancia, es necesario que los aspectos institucionales de la OMC no se queden atrás. Los países en desarrollo deben tener la garantía de que sus esfuerzos por ampliar y diversificar sus mercados cuentan con el respaldo de una Organización que protege sus intereses, tanto actuales como futuras.

Si bien es cierto que los países desarrollados, y en especial los mercados de los Estados Unidos y la Unión Europea, siguen ofreciendo la mayor parte de las oportunidades de mercado para las exportaciones de los países en desarrollo, esta situación está cambiando. En los últimos años el comercio sur-sur ha crecido más rápidamente que el comercio norte-sur. Resulta cada vez más evidente que las políticas comerciales de los países en desarrollo pueden crear oportunidades para incrementar el comercio con otros interlocutores. Gran parte de la expansión del comercio sur-sur ha tenido lugar en los países en desarrollo de Asia, que se calcula representan más de dos tercios de todo el comercio entre países en desarrollo.

Ello demuestra que algunos países en desarrollo se han beneficiado enormemente del comercio internacional. Desgraciadamente, hay muchos países en desarrollo que todavía no han cosechado beneficios reales del comercio. Y esto me preocupa, como también preocupa al conjunto de los Miembros de la OMC. Es por esto que en la OMC seguimos trabajando para ayudar a todos los países en desarrollo a gozar de las ventajas resultantes de la participación en el comercio internacional. Antes de referirme a las cuestiones de desarrollo actuales en el marco de los Acuerdos de la OMC, permítanme que me remonte en el tiempo y les describa cómo ha evolucionado el sistema multilateral de comercio para tener en cuenta las cuestiones que afectan a los países en desarrollo.

Las cuestiones del desarrollo en los primeros años del sistema multilateral de comercio

El vínculo entre comercio y desarrollo y la idea de que los ingresos de exportación derivados del comercio pueden contribuir al desarrollo fueron reconocidos muy pronto después de la entrada en vigor del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Tras algunas primeras iniciativas encaminadas a incorporar las preocupaciones de los países en desarrollo en las normas de comercio multilaterales, las Partes Contratantes del GATT intentaron abordar el amplio espectro de los principios y objetivos relacionados con el desarrollo incluyendo en 1964 la Parte IV del Acuerdo del GATT, con un preámbulo titulado “Comercio y desarrollo”. Esta nueva sección del GATT reflejaba las necesidades y los niveles económicos de desarrollo de sus Miembros más recientes, es decir, de aquellos Estados de África, Asia, América Central y del Sur que acababan de obtener su independencia a principios de los años sesenta.

La Parte IV del GATT consta de tres artículos que se ocupan de los principios y objetivos que hacen necesaria una dimensión de desarrollo, los tipos de compromisos que concederán los países desarrollados del GATT a sus interlocutores menos desarrollados y la forma en que los países desarrollados y los países en desarrollo emprenderán una acción colectiva para conseguir los objetivos de comercio y desarrollo.

En 1979 dimos un paso más con la aprobación de la llamada Cláusula de Habilitación, que prevé el establecimiento de un “sistema generalizado de preferencias” que permite a los países desarrollados conceder ventajas arancelarias a los países en desarrollo como excepción a la cláusula de la nación más favorecida. La Cláusula de Habilitación también es aplicable a los acuerdos regionales o mundiales suscritos entre países menos adelantados o países en desarrollo.

De la Ronda Uruguay a la Ronda de Doha

La creación de la OMC al término de la Ronda Uruguay fue, en muchos aspectos, un gran éxito de la cooperación multilateral, y supuso un buen presagio para la economía mundial. Fue una señal de que la mayor parte de los países del mundo deseaba un gran organismo del comercio mundial, de gran alcance, que fomentara normas comerciales justas y transparentes, en el comercio de mercancías, el comercio de servicios y la propiedad intelectual. La OMC es una Organización basada en el consenso, y ese principio es la base de un sistema en que cada país (por más pequeño que sea) cuenta. Y es ahí donde radica su legitimidad. La OMC no tiene Consejo de Seguridad ni Consejo de Administración.

Sin embargo, al final de la Ronda Uruguay quedaron algunos “cabos sueltos”. Por ejemplo, si bien fue en la Ronda Uruguay cuando la agricultura se incorporó expresamente y por primera vez en el sistema multilateral de comercio, no se lograron recortes significativos de las subvenciones causantes de distorsión del comercio ni de los aranceles agrícolas. En los países en desarrollo, el nivel de protección concedido por algunos países desarrollados a su sector agropecuario se considera un obstáculo importante al desarrollo, en particular en la medida en que determinados países en desarrollo cuentan efectivamente con una ventaja comparativa en muchos productos agropecuarios. Este es el caso de la India con los cereales, las especias, el café, el té, el azúcar o el pescado. La India es un exportador neto de productos alimenticios: en 2007, sus exportaciones duplicaron sus importaciones.

En el sector de los servicios, la apertura conseguida gracias a la Ronda Uruguay fue modesta comparada con las enormes posibilidades de este sector. Por el bien de la economía mundial en general, y por el de los países en desarrollo en particular, es necesario abrir todavía más el comercio mundial de servicios.

También admito que los compromisos asumidos por los Miembros de la OMC al término de la Ronda Uruguay han podido ser onerosos para algunos países en desarrollo. Para muchos, la aplicación de los Acuerdos de la OMC ha resultado difícil.

Por éste y otros motivos, la puesta en marcha de la Ronda de Doha fue decisiva para que los países siguieran esforzándose por crear un sistema multilateral de comercio que abordara los desequilibrios que aún afectan a los países en desarrollo y, de este modo, pudiera reportar beneficios para todos.

La Ronda de Doha para el Desarrollo

Ahora que han pasado casi siete años desde que se iniciara la Ronda de Doha, lo que tenemos sobre la mesa es por lo menos dos o tres veces más que lo que recibimos de cualquiera de las anteriores rondas de negociaciones. Entre las esferas en que los países en desarrollo en particular se verían beneficiados, cabe destacar la eliminación de las subvenciones a la exportación de productos agropecuarios y la reducción significativa de la ayuda interna causante de distorsión del comercio en el sector de la agricultura y los aranceles agrícolas; pero se necesitan mayores esfuerzos con respecto al algodón, la reducción de los aranceles elevados y las crestas arancelarias sobre los productos industriales cuya exportación interesa a los países en desarrollo, y la apertura del comercio de servicios. Por no mencionar las normas para simplificar los procedimientos aduaneros y los trámites burocráticos o la reducción de las subvenciones a la pesca para ayudar a preservar las poblaciones de peces.

Sólo las propuestas sobre la agricultura y el AMNA que tenemos actualmente sobre el tapete podrían llevarnos a ahorrar más de 150.000 millones de dólares EE.UU.; los países desarrollados aportarían dos tercios y dos tercios de los beneficios irían a los países en desarrollo. Una verdadera ronda para el desarrollo.

Todos ustedes están al corriente de los debates ministeriales que se celebraron en Ginebra hace un par de semanas para tratar de establecer los pilares de la Ronda en la agricultura y los productos industriales. Las intensas negociaciones mantenidas probablemente hicieron que la rueda avanzara más en esos 10 días que en los últimos siete años, por utilizar la expresión de uno de los Ministros que asistieron. Pero las negociaciones tropezaron con la cuestión de la medida de salvaguardia especial, y no llegamos a abordar el algodón ni cuestiones relacionadas con la propiedad intelectual, como las indicaciones geográficas o el Convenio sobre la Diversidad Biológica.

La elaboración de una medida de salvaguardia especial para proteger a los países en desarrollo contra el incremento súbito de las importaciones de productos alimenticios sigue figurando en la lista de “tareas pendientes”. Las posiciones divergentes sobre el volumen de importaciones a partir del cual se activaría el mecanismo y sobre la magnitud de la medida correctiva llevaron al fracaso. Algunos Miembros temían que la salvaguardia diera lugar a la perturbación del comercio normal, y querían un nivel de activación lo más alto posible. Otros Miembros temían que la salvaguardia no fuera operativa si era demasiado gravosa, y querían un nivel de activación más bajo.

Resulta irónico que las negociaciones tropezasen con una medida de salvaguardia. Las salvaguardias han sido una característica constante del sistema multilateral de comercio. Formaron parte del GATT de 1947 en su artículo XIX, que se desarrolló en la Ronda Uruguay con el establecimiento del Acuerdo sobre Salvaguardias.

Aun cuando la utilización de las salvaguardias ha sido limitada y sólo ha tenido efectos mínimos en el conjunto de las corrientes comerciales, siempre ha servido de respuesta política a los temores que despertaban en los países los compromisos de apertura del comercio. De hecho, la apertura del comercio en los sectores sensibles a menudo ha ido acompañada de “redes de seguridad” para tranquilizar al electorado frente a los compromisos multilaterales adoptados en ese sentido.

En la Ronda Uruguay se creó una salvaguardia especial para ofrecer una red de seguridad a los Miembros de la OMC que acordaron transformar los contingentes de productos textiles vigentes en aranceles, que también convinieron en reducir. En esa misma Ronda, se creó una medida de salvaguardia para los países desarrollados y en desarrollo que acordaron “arancelizar”, es decir, convertir los contingentes agrícolas en aranceles equivalentes, y seguidamente recortar esos aranceles. De hecho, parte de los debates de julio lograron centrarse en la petición formulada por muchos países en desarrollo de que esta salvaguardia especial de la Ronda Uruguay se eliminara, en el caso de los países desarrollados, tras un período de transición.

Si me he detenido tanto en este asunto, es porque no creo que deba ser causa del colapso de la Ronda de Doha. Estoy convencido de que, por imperiosa e importante que pueda ser esa cuestión, debe aprovecharse la experiencia al respecto de la comunidad mercantil mundial para encontrar una solución de transacción. Es necesario estar en condiciones de hacer frente a verdaderas oleadas de importaciones, especialmente si se originan en condiciones desleales, y los mecanismos para hacerlo han de ser viables. Al mismo tiempo, las salvaguardias no deberían utilizarse para perturbar el comercio normal, sobre todo porque muchos de los afectados serían otros países en desarrollo para los que Doha también ha de ser una ronda para el desarrollo. Tampoco deberían utilizarse como sucedáneo de una política interna adecuada en el sector de la agricultura. Se requiere un cuidadoso equilibrio, y la búsqueda de este cuidadoso equilibrio a su vez requiere que sigamos explotando nuestros recursos de negociación.

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