WTO NOTICIAS: DISCURSOS DG PASCAL LAMY
Sesión Anual 2008 de la Conferencia
Parlamentaria sobre la OMC
Unión Interparlamentaria y Parlamento Europeo
Señoras y señores,
Este año les traigo –¿cómo podría decirles?— “noticias no del todo
buenas”. Ustedes, la Conferencia Parlamentaria sobre la OMC, han estado
siguiendo de cerca nuestro trabajo, en particular el Programa de Doha
para el Desarrollo, desde que se puso en marcha en 2001. Muchos
esperaban que la Ronda de Doha, que se ha prolongado a lo largo de casi
siete años de negociaciones, diese un gran paso adelante hacia su
conclusión en la reunión Ministerial celebrada el pasado mes de julio.
Estaba previsto que en dicha reunión se adoptasen “modalidades” para los
productos agropecuarios e industriales y que se avanzase en las
negociaciones sobre los servicios. En la jerga de la OMC, las
“modalidades” son los parámetros que sirven de base para que los
Miembros establezcan sus nuevos compromisos, bien sea en términos de
reducción de aranceles y subvenciones, o de nuevas disciplinas.
La reunión no tuvo éxito. Fracasó, lo cual ha ido en perjuicio de la
economía mundial, que está muy necesitada de un poco de esperanza; en
perjuicio de los pobres, que son los que más se habrían beneficiado de
la reducción de precios que trae consigo la apertura del comercio; y en
perjuicio del mundo en desarrollo, que lleva mucho tiempo luchando con
ahínco para hacer más equitativas las normas internacionales, en
particular en la esfera en la que su ventaja comparativa es mayor: la
agricultura.
A menudo oigo decir que una de las principales carencias de la OMC es
que no aborda las desigualdades a escala nacional. Abre los mercados y
luego dice que su papel acaba ahí, dejando a los gobiernos que sean
ellos quienes se las entiendan con ganadores y perdedores. A mi parecer,
esta opinión no refleja del todo la realidad.
Si se hubiese estabilizado el paquete de julio, habríamos conseguido una
equidad mucho mayor. Son pocos los que se dan cuenta de que, gracias a
la apertura de los mercados, el comercio hace más por poner los
productos y servicios básicos al alcance de los pobres que muchas
políticas de redistribución de renta. A lo largo de la historia, el
comercio ha aumentado el poder adquisitivo de los pobres de todo el
mundo, permitiéndoles, con sus escasos dólares, comprar más por menos
dinero. Gracias a la mayor apertura de los mercados, una simple camiseta
que habría costado 3 dólares a causa de un muro arancelario, hoy puede
costar menos de la mitad o incluso un tercio de esa cantidad.
Pero, naturalmente, como ustedes los parlamentarios saben muy bien,
quienes se benefician del comercio raramente hacen tanto ruido en la
escena política como quienes salen perjudicados. De hecho, quienes salen
ganando raras veces son conscientes de que las normas del comercio
global pueden tener algo que ver con ello. Las camisetas que se venden
en los grandes almacenes no llevan ninguna etiqueta que diga “Esta
camiseta tiene una reducción del 50 por ciento gracias a las nuevas
normas de la OMC”. Esta etiqueta, simplemente, no existe, y de ahí la
falta de concienciación.
Las personas de las que ustedes tendrán noticia son aquellas que ven
cerradas sus fábricas porque no pueden resistir la competencia; en otras
palabras, no pueden ofrecer una camiseta por 1 dólar, sino sólo por 2 o
por 3. Ahora bien, aunque los consumidores salgan ganando gracias al
comercio, también hay que ayudar a los productores a ajustarse a la
mayor apertura de los mercados. Por eso hacen falta políticas de
acompañamiento del comercio, ya sean sociales, de infraestructuras,
ambientales o de otro tipo. Sólo gracias a estas políticas
complementarias podrán los productores del mercado interno adaptarse
mejor a la apertura comercial. Análogamente, sólo con medidas de
concienciación entenderán los consumidores todos los beneficios que
obtienen. Y, como todos sabemos, los productores también son
consumidores, ¡son una y la misma cosa!
El paquete presentado a los Ministros en julio combinaba todo lo
siguiente: la reducción de las subvenciones injustas a la agricultura;
la reducción de los muros arancelarios que afectan a los productos
industriales y agropecuarios; y la reducción de obstáculos al comercio
de servicios clave, como la banca, los seguros, la energía y los
servicios ambientales. Además, introducía toda una serie de nuevas
normas comerciales que habrían hecho que el sistema multilateral de
comercio fuese más justo, en particular para el mundo en desarrollo.
Para darles sólo unos pocos ejemplos elocuentes de lo que se perdió en
julio, mencionaré la reducción de las subvenciones a la agricultura de
los países ricos, que se habrían visto recortadas en un 70-80 por
ciento, y la reducción de sus aranceles agrícolas más elevados, que
habrían caído un 70 por ciento, por no hablar del esfuerzo análogo que
habrían hecho esos mismos países en lo relativo a los productos
industriales. Me apresuro a añadir que los esfuerzos de la Ronda de Doha
habrían respetado el principio de reciprocidad no plena, lo que supone
que dos tercios de la contribución habrían correspondido al mundo
desarrollado, y a la parte emergente del mundo en desarrollo, sólo un
tercio.
Pero detrás de esos números, propios de titulares de prensa, había un
nuevo conjunto de normas que, a pesar de la escasa atención que les
dedicaron los medios de comunicación, posiblemente eran igual de
importantes que las vistosas cifras que acabo de citar. Por ejemplo, las
subvenciones que los países ricos conceden a la agricultura no sólo se
habrían reducido en su conjunto, sino que además se habrían establecido
nuevos topes máximos por producto. De este modo, los Estados Unidos, la
Unión Europea o el Japón, por ejemplo, no habrían podido seguir
concentrando el grueso de sus ayudas en unos pocos productos. ¿Acaso
tengo que explicarles lo que esto habría significado para el algodón?
¡La prueba decisiva de la dimensión de desarrollo de la Ronda de Doha!
Ciertamente, es una lástima que este paquete no se hiciese realidad en
ese momento.
La comunidad comercial le debe una explicación a la Conferencia
Parlamentaria sobre la OMC. ¿Qué fue exactamente lo que sucedió en
julio? ¿Cómo se nos pudo escapar de las manos un paquete como ese? ¿Qué
cuestiones se resolvieron y cuáles quedaron pendientes? Intentaré
responder a estas preguntas con la mayor sinceridad posible, ya que creo
que cuanto más respondamos por nuestros actos, mayor fuerza tendremos
para hacer lo que hacemos, del mismo modo que creo que, como
parlamentarios, la voz de ustedes será vital para volver a dar impulso a
las negociaciones.
Los Miembros de la OMC empezaron la Minirreunión Ministerial de julio
con la vista puesta en las subvenciones agrícolas, los aranceles
agrícolas, los aranceles industriales y los servicios. En poco tiempo,
consiguieron lo que algunos nunca creyeron que fuesen a lograr.
Encontraron un punto de convergencia en la cuestión de las subvenciones
a la agricultura, a pesar de que aún quedaba por negociar la reducción
adicional específica de las subvenciones al algodón. Llegaron muy lejos
en la cuestión de los aranceles agrícolas. Otro tanto cabe decir de los
aranceles industriales, aunque quedasen algunas cuestiones por aclarar.
Y contaban con la perspectiva de atractivas ofertas en materia de
servicios, basadas en la Conferencia de manifestación de intenciones
sobre los servicios que se había celebrado.
En lo que respecta a la agricultura, son varios los elementos del
paquete de Doha concebidos para responder a las numerosas sensibilidades
de los países desarrollados y de los países en desarrollo. En julio se
avanzó mucho en lo relativo a los “productos sensibles” para los países
desarrollados y en desarrollo, así como en los “productos especiales”
reservados exclusivamente al mundo en desarrollo, productos todos ellos
que serían objeto de una reducción arancelaria menor que la norma o de
ninguna reducción en absoluto, a fin de hacer la apertura del comercio
más gradual. La intención de la flexibilidad era permitir un paquete “a
medida”, en lugar de un “modelo de talla única”.
Pero donde las negociaciones colapsaron fue en los detalles del
mecanismo de salvaguardia especial para la agricultura del mundo en
desarrollo. Los países no pudieron ponerse de acuerdo sobre las
circunstancias en las que se podría utilizar esta salvaguardia, esto es,
el grado de aumento súbito del volumen o de descenso de los precios de
los productos importados que tendría que darse para poder activarlo.
Tampoco pudieron ponerse de acuerdo sobre el grado de corrección que
proporcionaría una vez puesto en marcha, esto es, la magnitud del
derecho adicional que se impondría a los productos importados para
proteger el mercado interno.
Hasta el último minuto de la reunión se intentó encontrar una fórmula de
transacción en torno a la salvaguardia especial, pero al final quedó
claro que para lograr la convergencia en este espinoso asunto se
requeriría más trabajo. Al final, las cosas no estaban tan maduras como
algunos creían. Como las negociaciones quedaron bloqueadas en la
salvaguardia, los negociadores no llegaron a abordar otras cuestiones
clave, como el algodón. Los “Cuatro del Algodón”, esto es, Benin,
Burkina Faso, Chad y Malí —por no mencionar el resto de los países
africanos— se retiraron sumamente decepcionados.
¿Y ahora, qué? ¿Tiramos la toalla? ¿Abandonamos? La mayoría de los
Miembros de la OMC ya han dicho que eso sería una gran falta de
responsabilidad. Sería un desastre dejar que se echasen a perder siete
años de esfuerzos internacionales por hacer las cosas bien. ¿Quién va a
querer asumir esa responsabilidad? ¿Estamos realmente dispuestos a
decirles a los contribuyentes que nos han financiado todo este tiempo
que hemos desperdiciado su dinero? Y no sólo eso, ¿estamos dispuestos a
decirles a los productores y consumidores que hemos tirado por la
ventana en un solo mes su esperanza de contar con mercados más abiertos
y un sistema de comercio más equitativo y favorable al desarrollo?
¿Estamos dispuestos a decirles que los temas que habrían seguido a esas
modalidades, como la facilitación del comercio para las pequeñas
empresas, la apertura de los mercados para los productos y servicios
ambientales y la reducción de las subvenciones a la pesca, tan dañinas
para el medio ambiente, han quedado fuera del orden del día sin que
hayan tenido siquiera la oportunidad de que los Ministros los
debatieran?
Sencillamente, no podemos permitirlo. Eso explica la posición adoptada
por los Miembros de la OMC, que han pedido que se conserven los enormes
avances que se han logrado y que nos basemos en ellos para lograr un
acuerdo definitivo. Agosto ha sido un mes muy activo para todos en la
OMC. Ha habido muchos viajes y mucha diplomacia telefónica para no dejar
escapar esta oportunidad. Tengo la sensación de que hay margen para
renovar el empeño en las próximas semanas, como confirman los debates
técnicos celebrados en Ginebra estos últimos dos días.
Lo que les pido hoy es que nos ayuden a cerrar el paquete de julio.
Aunque a estas alturas ya está claro que no podremos completar la Ronda
de Doha para finales de este año, al menos intentemos completar las
modalidades en 2008 para poder concluir la ronda en 2009.
Para terminar, permítanme añadir que la conclusión de la Ronda de Doha
está íntimamente relacionada con los temas que han escogido para esta
conferencia: la seguridad alimentaria y el cambio climático. La ola de
aumentos de los precios de los alimentos a la que hemos asistido
encontraría al menos una respuesta parcial a través de la Ronda de Doha,
al permitir que los aumentos de la oferta se adaptasen con mucha mayor
facilidad a los aumentos de la demanda en los diversos rincones de
nuestro planeta.
En cuanto al cambio climático, les confieso que lo que ha pasado en la
OMC en julio me ha dejado un mal sabor de boca. Si la comunidad
internacional no es lo bastante valiente como para hacer lo que ha hecho
muchas veces en ocasiones anteriores —esto es, abrir los mercados
colectivamente a través de una ronda comercial—, ¿tendrá el valor de
enfrentarse a algo a lo que “jamás” ha hecho frente? Por no decir que la
Ronda de Doha incluía el primer capítulo ambiental de la historia de las
rondas de negociaciones comerciales. ¿Acaso tirar por la borda ese
capítulo contribuye de alguna forma a conseguir un régimen que suceda al
de Kyoto?
Lo que necesitamos ahora es un poco más de liderazgo y valentía. Ustedes
han dado muestras de ambas cosas con su inquebrantable apoyo a la OMC.
Les ruego que intenten transmitir ese mismo espíritu a los negociadores
de sus países. Les ruego que lleven a sus países el mensaje de que, a la
vista del paquete que hay sobre la mesa de la OMC, la Ronda de Doha
tiene que salir adelante. Nuevos retrasos debilitarían el sistema
multilateral de comercio y nuestra capacidad colectiva de cumplir los
Objetivos de Desarrollo del Milenio, y pondrían en peligro otras
importantes negociaciones internacionales que son necesarias para
estabilizar nuestro frágil planeta; por ejemplo, la negociación sobre el
cambio climático.
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