DISCURSOS — DG ROBERTO AZEVÊDO

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[Traducción del discurso pronunciado originalmente en portugués]

[Discurso inaugural]

Ministro Gilmar Mendes,
Director Pedro Romano Martinez,
Profesor Carlos Blanco de Morais,
Director Cesar Cunha Campos,
Secretario Mansueto Almeida,
Buenos días.

Es para mí un gran placer estar hoy con ustedes en la ceremonia inaugural del sexto Fórum Jurídico de Lisboa.

Y el hecho de ser brasileño lo hace aún mayor.

El Brasil y Portugal tienen una historia común, una lengua común y, naturalmente, una muy amplia trayectoria de cooperación en diversos ámbitos, en particular en la escena internacional.

Este evento brinda una excelente ocasión para examinar qué pueden hacer el Brasil y Portugal para afrontar los desafíos del siglo xxi.

El mundo está cambiando a un ritmo extraordinario. Tenemos que estar preparados. Los cambios y las tensiones que se observan en la sociedad moderna son de carácter estructural, lo cual ha quedado disimulado por la pronunciada desaceleración económica posterior a la crisis financiera de 2008. Gran parte de los problemas con que nos enfrentamos se ha atribuido a la crisis, cuando, en muchos casos, no ha sido esa la causa. Por lo tanto, la mayoría de los cambios y las tensiones que observamos en estos momentos no desaparecerán con la reanudación del crecimiento económico.

De hecho, el ciclo actual es muy distinto de todos los que lo han precedido desde el inicio de la Revolución Industrial en el siglo xviii. Es fundamental que entendamos este fenómeno y estemos preparados para afrontarlo.

Hoy tendremos la ocasión de escuchar a renombrados especialistas de muy diversas disciplinas.

El título de este evento hace referencia al estado del bienestar. Por definición, ese sistema trata de equilibrar las asimetrías y favorecer la inclusión de todos en el proceso de desarrollo económico.

Nada de eso es evidente, y menos durante ciclos de cambio estructural. Por tanto, los debates que mantendremos serán de vital importancia para ayudar a los responsables de la adopción de decisiones. Habrá que volver a evaluar las políticas de gestión pública a nivel nacional.

Así pues, es para mí un gran placer estar hoy aquí e intentar contribuir a este debate.

Me gustaría dar las gracias a todos los que han intervenido en la preparación de esta iniciativa, en particular a los organizadores:

  • Instituto Brasiliense de Direito Público,
  • Faculdade de Direito da Universidade de Lisboa,
  • y Fundação Getulio Vargas.

Les deseo a todos una reunión muy productiva. No me cabe duda de que aprenderemos mucho.

Discurso principal

Buenos días otra vez.

Es para mí motivo de satisfacción hacer hoy uso de la palabra, y quisiera dar las gracias nuevamente a los organizadores por su amable invitación.

Nuestro tema de hoy, "Nuevas relaciones internacionales y reorganización del comercio", está en sintonía con el debate más amplio a nivel mundial. Trataré de abordar esta cuestión desde una perspectiva general, distanciándome un poco de la perspectiva estrictamente comercial.

Para empezar, me atrevería a decir que el sistema de comercio mundial -representado tanto por el GATT como por la OMC- ha sido de hecho un éxito.

El sistema ha promovido una mayor cooperación entre las naciones durante 70 años, lo que ha propiciado enormes avances en lo que respecta al bienestar económico en todo el mundo. Ha favorecido la creación de empleo, la prosperidad y el desarrollo, y ayudado a sacar de la pobreza a millones de personas.

En este contexto más amplio, es importante señalar que este sistema se estableció inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en 1947, con el objetivo de promover la recuperación económica y una mayor estabilidad política en el mundo. Sus fundadores -los actores principales- estaban convencidos de que la mejor forma de alcanzar esas metas era mediante el despliegue de esfuerzos coordinados con un espíritu de cooperación internacional.

Parece que en los últimos tiempos esta lógica, que ha prevalecido durante 70 años, está poniéndose en tela de juicio, intencionadamente o no.

Todos hemos leído los titulares de los últimos días y semanas sobre las crecientes tensiones comerciales entre varias de las economías más importantes. La situación es francamente preocupante, pues se observan indicios de que este podría ser solo el principio de las tensiones. Si se produjera una escalada de medidas recíprocas de restricción del comercio, la recuperación se interrumpiría en seco, con las consiguientes repercusiones para el empleo y el crecimiento del PIB, lo cual perjudicaría a todos.

Pero, aparte de las importantes repercusiones económicas, más graves aún podrían ser las consecuencias sistémicas.

Es fundamental que tratemos de impedir esa escalada. Una vez se inicie el efecto dominó, será muy difícil contenerlo. Estoy en conversaciones con todas las partes para intentar resolver esta situación. Puede que aún tengamos tiempo, pero necesitamos líneas de comunicación abiertas y una sincera voluntad de encontrar soluciones constructivas.

Este es uno de los desafíos más apremiantes a los que nos enfrentamos actualmente, y pienso que guarda relación en dos sentidos básicos con la conversación que mantenemos hoy aquí sobre las "nuevas relaciones internacionales".

En primer lugar, considero que de hecho pone de manifiesto la vital importancia de preservar el espíritu de cooperación internacional, de no confrontación, que guió el establecimiento del sistema multilateral de comercio en el período de posguerra.

Y en segundo lugar, guarda relación con la conversación de hoy porque esas tensiones se originan en el contexto económico más amplio. Surgen del proceso de cambio estructural que atravesamos, tema que analizaré más adelante.

Por consiguiente, si bien tenemos que responder a las amenazas inmediatas que se nos presentan, también hemos de entender mejor los cambios a más largo plazo. Eso nos permitirá formarnos una idea más clara de cómo responder.

Pero ¿en qué consiste este proceso de cambio que estamos viviendo? ¿Y en qué se diferencia de otras situaciones del pasado? Al fin y al cabo, el cambio tecnológico no es algo nuevo. Cuando se inventó la rueda, alguien perdió su puesto de trabajo. Lo que es distinto hoy día es la velocidad a la que se producen los cambios impulsados por los adelantos tecnológicos, así como la tendencia permanente a la aceleración.

Los registros de patentes, que nos permiten tener constancia de las innovaciones, han aumentado aproximadamente un 11% al año durante el último lustro, frente al promedio del 6% a un plazo más largo.

La tecnología y las innovaciones se están difundiendo a un ritmo mucho mayor que nunca antes. El tiempo que necesitan los países pobres para ponerse al día con respecto a los países pioneros en la utilización de una tecnología se ha reducido drásticamente. Después de la invención de la máquina de hilar en 1779, esta tecnología tardó más de 100 años en propagarse por todo el mundo. Con Internet, el desfase cronológico es de solo 6 años. Antes la sociedad necesitaba décadas para adaptarse a las transformaciones generadas por las tecnologías nuevas. Hoy día nos basta con unos pocos años.

Todo esto está teniendo efectos importantes en la manera de interactuar de las naciones, al reducir los costos de la actividad empresarial entre los países, ayudar a crear cadenas de valor mundiales con proveedores en muchas naciones y abrir un mercado mundial.

Se han recortado las distancias, los costos y los plazos, sobre todo a raíz de la revolución digital. Entre 2013 y 2015, el valor del comercio en línea pasó de 16 billones a 22 billones de dólares, un incremento de casi el 40% en dos años, y no cabe duda de que ese crecimiento se mantendrá.

De hecho, pienso que esto no es más que el principio de ese proceso de transformación que algunos llaman Cuarta Revolución Industrial.

En cuanto al futuro, la aplicación combinada de elementos como la inteligencia artificial, la robótica avanzada, la impresión 3D y la cadena de bloques podría tener efectos muchísimo mayores difíciles de predecir.

Al reducir considerablemente los costos del comercio, las tecnologías digitales podrían dar lugar a una expansión de las cadenas de valor mundiales, y desplazar aún más la actividad productiva hacia los países en desarrollo. O si, por el contrario, resulta más eficiente volver a concentrar la actividad productiva en fábricas "inteligentes" nacionales que deslocalizarla, podría darse el efecto opuesto.

Las cadenas de bloques podrían beneficiar a los proveedores de productos y servicios establecidos en lugares con sistemas jurídicos y de propiedad intelectual más débiles, pues esta tecnología simplificaría la protección de sus datos y sus transacciones financieras. También podrían ayudar a las empresas más pequeñas a empezar a comerciar, al permitirles entablar relaciones de confianza con asociados de todo el mundo. Esta es una tecnología que favorece la integración en la economía mundial, habida cuenta de que genera confianza en las transacciones transfronterizas, y una esfera en la que se está trabajando mucho.

Podría mencionar otros muchos ejemplos de cómo están cambiando las empresas y las sociedades por efecto de las tecnologías. Sin embargo, no ahondaré en este tema, puesto que otros especialistas debatirán al respecto.

Deseo señalar que la OMC va a publicar en octubre de este año un importante informe sobre las consecuencias de estas nuevas tecnologías y su aplicación al comercio.

Pero el hecho es que estos cambios ya se están produciendo. No podemos pasarlos por alto ni contenerlos. El desafío consiste en adaptarnos, pero también en dar a esos cambios la forma que deseemos.

Las revoluciones industriales anteriores crearon abundante riqueza y muchas oportunidades, y también verdaderos problemas sociales. Por consiguiente, si queremos que esta nueva revolución sea inclusiva, que es a lo que aspira el estado del bienestar, tenemos que modelarla, y hemos de actuar ya.

Pero ¿qué relación tiene todo esto con los últimos acontecimientos en el mundo del comercio, con las tensiones de las últimas semanas y con el riesgo de una oleada proteccionista?

La perturbación del mercado laboral es uno de los efectos del cambio económico que antes se perciben.

En 1900, casi la mitad de todos los trabajadores franceses estaban empleados en explotaciones agrícolas. Hoy el porcentaje es inferior al 3%.

En 1970, más de una cuarta parte de los empleados estadounidenses trabajaban en el sector manufacturero. Hoy en día, a pesar de que el sector emplea a menos del 10%, la producción manufacturera de los Estados Unidos casi se ha triplicado.

Existen muchos factores que pueden causar estos grandes cambios. El principal es la transformación de la productividad impulsada por la tecnología y la innovación, a la que se debe alrededor del 80% de las pérdidas de puestos de trabajo en el sector manufacturero. Y debemos estar preparados, porque esta tendencia se mantendrá.

Según un estudio de McKinsey sobre 54 países desarrollados y en desarrollo, en la actualidad el 64% de los empleos del sector manufacturero podrían automatizarse. Eso representa más de 230 millones de puestos de trabajo. En el Brasil, corren peligro 10,9 millones de empleos en el sector manufacturero. En Europa, la cifra es de 25,5 millones.

Estos puestos de trabajo no se van a otros países. Simplemente dejan de existir. Y el número de trabajadores que pierden empleos más tradicionales aumenta a diario. La clase media se halla sometida a la presión de la amenaza del desempleo, o el subempleo, y de la contención salarial en los sectores tradicionales de la economía.

Esta situación resulta preocupante. Pero también es evidente que las nuevas tecnologías son bien acogidas, que son inevitables y que también pueden favorecer la creación de empleo.

De hecho, con las nuevas tecnologías serán más los puestos de trabajo que se creen que los que se destruyan, y esos puestos de trabajo estarán mejor remunerados. Pero los profesionales que hayan perdido sus empleos en sectores más tradicionales no ocuparán las nuevas vacantes en sectores más dinámicos. Probablemente encontrarán un empleo más inestable y peor remunerado. En pocas palabras, aumentarán las asimetrías entre los sectores más dinámicos y los menos dinámicos. Serán mayores los contrastes entre quienes aprovechen esta nueva ola de la economía y quienes se vean arrollados por ella.

Este fenómeno se recoge claramente en los estudios económicos, y muestra de ello es la curva del elefante de Milanovic.

Ese grupo de personas excluidas se muestra receptivo al discurso político fácil que considera culpable a un enemigo externo. Es más sencillo culpar de la pérdida de empleo al inmigrante o al producto importado. Esta dinámica política puede generar sentimientos extremos de nacionalismo e intolerancia. Y debo aclarar que no me refiero a ningún país en concreto. Este es un fenómeno mundial.

En cuanto surge la percepción de que el problema procede del exterior, se abandona la cooperación en favor de la confrontación. Por consiguiente, ¿cómo podemos esperar políticas exteriores que conduzcan a esfuerzos de colaboración en un ámbito que se percibe como un juego de suma cero?

Esta secuencia de percepciones erróneas parte de un pecado original: el diagnóstico del problema es incorrecto. Las tensiones en el mercado laboral no proceden del exterior, sino del interior. Proceden de las nuevas tecnologías y del proceso de reestructuración económica resultante de la revolución digital.

Por tanto, imponer nuevas restricciones comerciales o cerrar las fronteras sería administrar el remedio equivocado. Habría que centrarse en la política nacional y adaptar esta a los desafíos del siglo xxi, especialmente en las esferas de la educación, la capacitación y el reciclaje de los profesionales.

Por ejemplo, un estudio al que hace referencia el Foro Económico Mundial estima que dos terceras partes de los actuales alumnos de primaria ocuparán empleos que todavía no existen.

En esta situación, la política de bienestar social debe adaptarse a una realidad en la que el número de desempleados, temporales o no, posiblemente será mucho más elocuente que las cifras actuales. Solo en los Estados Unidos, 3,5 millones de camioneros pueden perder su empleo como consecuencia de los vehículos de conducción autónoma. Y toda la estructura relacionada con el comercio basado en el transporte por carretera se verá afectada. Las cifras son impresionantes, y reales.

Y no existe una receta única válida para todos. Cada país deberá encontrar su propia fórmula, compatible con su realidad política y económica.

Tampoco debemos subestimar la complejidad de las reformas que serán necesarias. Este es uno de los mayores desafíos con que se enfrentan todos los Gobiernos hoy día, un desafío que no será posible superar sin modificar las prácticas habituales. Pero, como ya he dicho, esto se refiere al ámbito de la política nacional. A nivel internacional, también nosotros tenemos un papel que desempeñar.

En este contexto económico en constante evolución, creo que necesitamos un sistema mundial de comercio que sea:

  • en primer lugar, suficientemente sólido para ayudar a los países a solucionar sus diferencias, y que permita a estos despolitizar las esferas de fricción;
  • en segundo lugar, necesitamos un sistema de comercio lo bastante flexible para ayudar a los países a aprovechar las oportunidades que proporcione la Cuarta Revolución Industrial.

Abordaré cada una de estas cuestiones por separado.

En primer lugar, hay que velar por que el sistema siga siendo fuerte y disponga de un sistema de solución de diferencias eficaz. Eso requiere trabajo y compromiso.

A este respecto, un aspecto importante es seguir llevando a cabo nuevas reformas comerciales.

En los últimos años hemos demostrado que la OMC puede obtener resultados significativos:

  • En 2013, en Bali, logramos el primer acuerdo multilateral de la historia de la Organización: el Acuerdo sobre Facilitación del Comercio. Este Acuerdo tiene una enorme trascendencia económica, y podría reducir los costos del comercio a nivel mundial en alrededor del 14,3% por término promedio, un efecto mayor que la eliminación de todos los aranceles que se aplican aún hoy en el mundo.
  • En 2015, en Nairobi, los Miembros eliminaron las subvenciones a la exportación de productos agropecuarios.
  • Además de eso, un grupo de Miembros convino en ampliar el Acuerdo sobre Tecnología de la Información. Gracias a este Acuerdo, se eliminan los aranceles sobre una serie de productos de TI de última generación, cuyo comercio alcanza un valor de 1,3 billones de dólares anuales.

Al tiempo que tratamos de cosechar más resultados en las esferas tradicionales de nuestra labor, observamos también diálogos en otras esferas dinámicas, como el comercio electrónico, la facilitación de las inversiones, el apoyo a las pequeñas empresas y el empoderamiento económico de la mujer. Todo esto es nuevo.

De hecho, el apoyo político a nuestra labor nunca ha sido de tan alto nivel. En diciembre del año pasado, en nuestra Conferencia Ministerial celebrada en Buenos Aires, contamos con la presencia de cuatro jefes de Estado latinoamericanos -entre ellos el Presidente Temer- y cinco enviados presidenciales de la región.

He recibido expresiones de apoyo de todas partes del mundo. La amenaza del unilateralismo ha recordado a todos la importancia del sistema.

Así pues, seguiremos trabajando.

Esto me lleva al segundo punto, que guarda relación con el sistema que necesitamos en este mundo en transformación.

La OMC es una organización que toma decisiones por consenso. Tenemos 164 Miembros, y debemos ponernos todos de acuerdo para decidir cualquier cosa, incluido el orden del día de una reunión. No es fácil alcanzar el consenso entre muchos países distintos con distintos niveles de desarrollo y distintas prioridades políticas y económicas.

Necesitamos, pues, más flexibilidad en la manera de llevar a cabo nuestras conversaciones. No podemos contar con que un enfoque único sea válido para todos.

Esa flexibilidad puede aplicarse a nuestra manera de trabajar. Por ejemplo, podría consistir en promover debates abiertos en los que puedan participar los Miembros interesados.

La flexibilidad también puede estar relacionada con el contenido de lo que se está acordando, en especial cuando participan los 164 Miembros. Por ejemplo, se demostraría llegando a acuerdos en los que los países puedan determinar la velocidad de aplicación y el tipo de asistencia técnica necesaria. Ese sería el caso del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio.

Fortaleza y flexibilidad son ingredientes esenciales para un sistema de comercio eficaz. Y a este respecto la OMC es un recurso de un valor inestimable, que el mundo necesita hoy más que nunca.

La participación y el compromiso de todos nosotros son indispensables, incluso cuando el problema parezca ser de carácter local.

Gracias por su atención. Les deseo un evento muy exitoso y productivo.

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