DISCURSOS — DG ROBERTO AZEVÊDO

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Observaciones del Director General Roberto Azevêdo

Gracias, profesor Kempf, Presidente de la BDI,
Canciller Merkel,
Distinguidos Ministros,
Excelencias,
Señoras y señores,

Buenos días. Es un honor estar hoy con ustedes para celebrar este Día de la Industria Alemana.

En primer lugar, quiero agradecer a la Canciller Merkel el liderazgo que ha ejercido en el apoyo al comercio y el sistema de comercio, no solo por el bien de Alemania, sino también para promover la paz y la prosperidad a nivel mundial.

Deseo dar las gracias asimismo a la BDI por su labor en defensa de un comercio libre y equitativo, basado en las normas que regulan el comercio mundial. En los últimos años hemos trabajado en estrecha colaboración; por ejemplo, en el marco de la iniciativa "Diálogos sobre el Comercio" y en el marco del B-20. Gracias, pues, una vez más por ese apoyo y esa colaboración.

Hoy día la industria alemana es una marca. Y posee un prestigio que cualquier marca envidiaría. Es respetada, admirada y solicitada en todo el mundo.

Eso tiene una razón de ser, como tuve ocasión de comprobar con mis propios ojos el año pasado.

Visité una fábrica en las afueras de Berlín donde se producen motores de reacción de tecnología punta.

Quedé francamente impresionado. Vi cómo los ingenieros aplicaban las últimas tecnologías en su trabajo. Vi cómo formaban a los aprendices con el fin de que la próxima generación siga desarrollando la industria alemana. Y vi cómo funciona la industria alemana en el mundo moderno: de un modo profundamente integrado en la economía mundial.

Para fabricar un motor, esa instalación utiliza piezas de 900 proveedores, de empresas pequeñas y grandes, tanto de aquí, de Alemania, como del resto del mundo.

Eso mismo se repite en otras plantas y fábricas de todo el país.

Alemania exporta anualmente 18.000 dólares en bienes por ciudadano, cifra nada desdeñable.

En Alemania, aproximadamente uno de cada tres empleos está relacionado con la exportación.

Pero pienso que, a pesar de los evidentes beneficios, existe aún un desfase en la percepción; es decir, la gente no siempre relaciona su empleo, o unos precios más bajos en los estantes, con una mayor apertura al comercio. Ese es el mensaje que la industria debe transmitir con toda claridad.

Todas las pruebas indican hasta qué punto un comercio mundial robusto y unos mercados estables y abiertos son absolutamente esenciales para la economía, aquí en Alemania y en todas partes.

Este es, pues, el mensaje que quiero hacerles llegar a ustedes en el día de hoy: colaboremos para fortalecer el sistema de comercio a fin de que siga siendo útil a Alemania -y a todos nosotros- durante muchos años.

A mi juicio, esa es la mejor respuesta a los desafíos que vemos a nuestro alrededor en la actualidad.

Como ya saben, las tensiones entre importantes asociados comerciales se han acentuado a gran velocidad en los últimos meses.

Los nuevos aranceles anunciados hasta el momento este año abarcan intercambios comerciales por valor de cientos de miles de millones de dólares. Se han propuesto nuevas medidas. Y hoy por hoy no se ve el final a esa situación.

Pero quizá algunos digan: veamos las cosas con perspectiva. Las medidas anunciadas este año, aunque muy significativas, afectan a menos del 2,5% del comercio mundial. Además, seguimos disfrutando de la mejor racha de crecimiento comercial sólido y sostenido desde la crisis financiera.

Por supuesto todo eso es verdad, y sin embargo se han encendido las alarmas.

Si sigue la escalada de tensiones, podrían estar cada vez más en peligro la estabilidad, el empleo y el grado de crecimiento de los que gozamos actualmente.

Hay un desfase entre el momento en que se introduce una medida de restricción del comercio y el momento en que se dejan notar plenamente sus efectos sobre el terreno.

No obstante, puede que ya estemos observando algunos de los efectos iniciales.

Según los indicadores, las empresas están aplazando las inversiones destinadas a la creación de empleo, y los pedidos de exportación están disminuyendo.

Nuestros economistas han estado analizando los posibles desenlaces. La posibilidad de una guerra comercial total a nivel mundial, acompañada de una ruptura en la cooperación comercial internacional, tendría efectos catastróficos. Reduciría el crecimiento del comercio mundial en un 17% aproximadamente, y el crecimiento del PIB en un 1,9%.

En un desenlace como ese no habría ganadores. Todas las regiones se verían afectadas. Para la UE, la repercusión en el PIB podría situarse en alrededor del 1,7%.

Está claro que no podemos permitir que eso suceda.

La responsabilidad de mitigar esas tensiones, en interés de todos nuestros ciudadanos, recae en la comunidad internacional en su totalidad.

Tiene que haber más diálogo, tanto a nivel bilateral como en el marco de la OMC.

De hecho, ante esta situación, el sistema multilateral de comercio vuelve a verse como el foro donde se puede encontrar una solución.

En el origen de las actuales tensiones está el argumento de que el sistema multilateral de comercio no ejerce el debido control sobre determinadas prácticas causantes de distorsión del comercio. Por tanto, el sistema, según ese argumento, necesita cambiar para responder mejor a medidas de esa índole.

Seguramente nadie cree que eso pueda lograrse mediante un debate técnico. La crisis actual es política, y requiere, pues, una solución política.

Por eso empieza a surgir una conversación a alto nivel sobre la "reforma" o la "modernización" de la OMC. Se considera que esa es una manera de abordar algunos de los grandes problemas del comercio identificados por distintos Miembros.

Se están preparando diversas iniciativas y reuniones, entre ellas alguna promovida por la Unión Europea, y también ahí Alemania desempeña un papel fundamental.

Los Miembros de la OMC han propuesto varias prioridades, entre las que se incluyen:

  • resolver las diferencias y alcanzar acuerdos de manera más rápida y eficaz,
  • abordar determinadas prácticas causantes de distorsión del comercio,
  • promover el debate sobre comercio y desarrollo, y
  • mejorar el cumplimiento en la presentación de notificaciones y aumentar la transparencia.

Todas estas cuestiones son importantes. Son los Miembros quienes deben establecer cuáles son exactamente las que deben llevarse adelante. Pero está claro que el debate sobre la reforma está adquiriendo un impulso considerable.

Este fue uno de los puntos destacados en el orden del día cuando me reuní con los Ministros de Comercio en la Argentina hace dos semanas. Los Ministros asumieron el compromiso de buscar formas de mejorar la OMC para asegurarse de que la Organización pueda hacer frente a los desafíos actuales y futuros. Y recomendaron que los dirigentes aborden estas cuestiones en la cumbre del G‑20 que se celebrará en Buenos Aires en noviembre.

Esa cumbre será un momento crucial.

Además de la amenaza económica inmediata de guerra comercial, debemos tomar conciencia de que la constante escalada de tensiones representa una grave amenaza sistémica, que podría tener consecuencias a largo plazo.

Los Gobiernos de todo el mundo han trabajado arduamente durante decenios para construir el sistema de comercio que hoy tenemos.

Muchos, entre ellos Alemania y la UE, dedican actualmente una gran atención a la defensa de sus intereses comerciales a niveles bilateral y regional, y eso es algo que yo acojo con satisfacción: todo ello contribuye a que el comercio sea más libre. Pero debemos recordar que toda esa actividad se basa en el sistema de la OMC.

Todos dependemos de la OMC.

La Organización desempeña un papel fundamental en el mantenimiento de la estabilidad y la previsibilidad del comercio y la economía mundiales. Contribuye a bajar los precios. Contribuye a crear empleo y crecimiento.

Sin el sistema, el futuro sería incierto, el crecimiento se reduciría y las oportunidades disminuirían en todas partes.

Sin embargo, en la situación actual, se están poniendo en tela de juicio las normas y los principios básicos de la OMC, y la continuidad del Órgano de Apelación peligra.

Si de verdad valoramos la cooperación en el comercio mundial, debemos redoblar nuestros esfuerzos para resolver esas cuestiones. Y debemos salir en defensa del sistema.

Pienso que, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los economistas, los círculos académicos, los empresarios y los políticos llegaron a la conclusión de que se había ganado el debate, por lo que dejaron de considerar necesario alzar su voz en favor del comercio y de una economía mundial abierta y mejor integrada.

Defender el comercio y el sistema de comercio era casi como defender la necesidad de respirar. Era algo obvio. Como consecuencia, la gente empezó a olvidar el valor del sistema. Se limitó a dar por sentados sus beneficios.

Ciertamente, el sistema de comercio no es perfecto, pero es el resultado del enorme esfuerzo de los Gobiernos de todo el mundo durante 70 años de colaboración.

El sistema puede ser mejor, y debe serlo, pero en todo caso es esencial.

Por tanto, mientras trabajamos para mejorarlo, y nos aseguramos de que responda mejor a necesidades económicas que evolucionan continuamente, debemos también preservar lo que ya tenemos.

Cuento para ello con el apoyo de todos ustedes.

Alemania y la industria alemana son valiosas defensoras del comercio y del sistema de comercio. Los animo, pues, a que hagan oír sus voces más que nunca.

Trabajando juntos, podemos hacer frente a los desafíos del presente y construir un sistema de comercio que siga al servicio de nuestras economías y nuestras comunidades en las generaciones futuras.

Muchas gracias.

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