DISCURSOS — DG ROBERTO AZEVÊDO

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Buenos días a todos.

Washington fue mi primer destino como diplomático — tengo recuerdos muy gratos de esa época —, y siempre es un placer volver. Muchas gracias. Quiero expresar mi agradecimiento también a la Asociación de Comercio Internacional de Washington (WITA) por invitarme a estar hoy aquí con ustedes.

Para empezar, quisiera rendir homenaje a Mike Moore, antiguo Director General de la OMC, que falleció el pasado fin de semana tras una larga enfermedad. Antes de su mandato en la OMC, Mike Moore fue Ministro de Comercio y Primer Ministro de Nueva Zelandia. Concluyó su distinguida trayectoria profesional como Embajador de su país aquí en Washington. Fue firme partidario de una OMC que trabajara para todos sus Miembros, grandes y pequeños. Deseamos hacer llegar nuestro pesar y nuestras condolencias a su familia y amigos.

El sistema mundial de comercio al que nos hemos acostumbrado en los últimos 70 años no surgió por azar.

Se construyó deliberadamente a partir de una convicción adquirida con grandes esfuerzos: la convicción de que, sin cooperación en las relaciones económicas internacionales, todos quedan en peor situación y se pierden oportunidades de crecimiento.

No estoy aquí para impartir una clase de historia sobre el sistema multilateral de comercio. Muchos de los presentes lo harían bastante mejor que yo.

Lo que quiero señalar es que el valor aportado por el sistema salta a la vista. Ese valor va mucho más allá de la paz, la prosperidad y la interdependencia que promueve el comercio. Las empresas y los consumidores se benefician a diario de la certidumbre y la previsibilidad que se han logrado en lo que respecta al acceso a los productos y los mercados. Actualmente, más del 75% del comercio mundial de mercancías tiene lugar conforme al principio de trato NMF no discriminatorio de la OMC (si consideramos a la Unión Europea una única economía). Todos los demás acuerdos comerciales bilaterales y regionales juntos representan alrededor del 20%. E incluso cuando el comercio se realiza en condiciones preferenciales, las normas de la OMC siguen presentes, proporcionando estabilidad y previsibilidad. La fluidez en los intercambios comerciales contribuye a mantener en funcionamiento los motores de la economía. La reciente erosión de la previsibilidad y la certidumbre ha dejado aún más patente el valor del sistema.

Pero ¿podemos vivir sin previsibilidad en las condiciones comerciales? Por supuesto. La incertidumbre en las políticas comerciales no sería el fin del mundo. Pero habría que pagar un precio. Sin previsibilidad, el crecimiento y la creación de empleo serían más lentos y más precarios. Las decisiones sobre inversión y consumo se aplazarían, muchas de ellas indefinidamente. Todo eso se traduciría en una productividad menor y mermaría las posibilidades futuras.

Es posible que una disminución moderada del crecimiento no representara una gran diferencia de un año para el otro. Pero al cabo de un decenio el resultado se notaría. Al cabo de una generación, la diferencia sería enorme. Las perspectivas económicas de nuestros hijos y nietos serían mucho peores de lo que habrían podido ser.

En caso de una grave recesión, el costo a corto plazo de la imprevisibilidad en las relaciones comerciales aumentaría drásticamente. Los Gobiernos que proporcionan estímulos fiscales y monetarios se sentirían tentados de recurrir también al proteccionismo para fomentar su crecimiento, promoviendo medidas que sin duda pondrían en peligro sus objetivos iniciales. A nivel colectivo, el resultado sería una eficacia de todas las medidas adoptadas para luchar contra la recesión.

Así pues, vale la pena conservar el sistema multilateral de comercio. Pero eso no quiere decir conservarlo en su forma actual. Hay esferas en las que puede mejorar, en las que debe mejorar.

En los 25 años transcurridos desde la creación de la OMC, el volumen del comercio mundial se ha triplicado. Se han eliminado obstáculos al comercio. Los índices de pobreza han alcanzado mínimos históricos.

Y en el mundo se han producido cambios que apenas podrían haberse imaginado. Echemos una ojeada alrededor: los principales actores de la economía mundial son distintos. Tienen modelos económicos distintos.

La mayor parte de las normas de la OMC se remonta a la Ronda Uruguay, una serie de negociaciones que concluyeron en Marrakech en abril de 1994. Es decir, cuatro años antes de fundarse Google.

Para la OMC, eso significa que tendrá que adaptarse, si quiere seguir siendo una entidad eficaz en los próximos años. Y la adaptación a la realidad cambiante no será un cambio radical, sino un proceso continuo y permanente.

Desde el día que asumí mis funciones, en 2013, vengo diciendo que el sistema tiene que obtener más resultados y obtenerlos más deprisa. Sus normas deben abarcar más aspectos de la actividad económica transfronteriza.

Y eso es precisamente lo que hemos estado haciendo. El Acuerdo sobre Facilitación del Comercio concluido en 2013 ha representado un gran impulso a las transacciones mundiales, y gracias a él el comercio podría aumentar en más de 1 billón de dólares. En 2015, los Miembros accedieron a eliminar las subvenciones a la exportación de productos agropecuarios, suprimiendo así una importante distorsión del comercio agrícola. Ese mismo año, un grupo de alrededor de 50 Miembros acordó ampliar el Acuerdo plurilateral sobre Tecnología de la Información, reduciendo en 1,3 billones de dólares los aranceles impuestos a las pantallas táctiles, los microchips de nueva generación, los GPS y otros productos de tecnología de la información que no existían en 1996.

Estos fueron cambios importantes, pero no bastan. Debemos ir más allá.

De lo contrario, las zonas grises que existen en las normas comerciales seguirán expandiéndose. Alimentarán las tensiones.

De hecho, algunas de las políticas poco convencionales y los acuerdos bilaterales que vemos hoy día tal vez no existirían si hubiésemos hecho más para actualizar el sistema. Buen ejemplo de ello es la situación de bloqueo en el sistema de solución de diferencias. Muchos Miembros, no solo los Estados Unidos, no estaban satisfechos con diversos aspectos del funcionamiento del Órgano de Apelación. Albergo la esperanza de que los Miembros aprovechen la actual crisis para concebir un proceso de apelación en dos etapas mejorado.

La evolución y la reinvención han formado parte del sistema multilateral de comercio desde su establecimiento en el decenio de 1940. Se han adherido a él nuevos miembros y abarca nuevas cuestiones. Los Gobiernos han encontrado formas nuevas y creativas de hacer las cosas, desde los códigos plurilaterales sobre las subvenciones y otras políticas no arancelarias, hasta la elaboración de normas en esferas tales como los servicios y la propiedad intelectual.

Por eso me complace informar de que, al margen de los desalentadores titulares, los Miembros de la OMC una vez más están avanzando en varios ámbitos. En el plano multilateral, están trabajando para alcanzar un acuerdo que reduzca las subvenciones a la pesca y contribuya a la salud de nuestros mares. Están examinando cómo liberalizar el comercio de productos agropecuarios y reducir las distorsiones que afectan a este.

Al mismo tiempo, grupos de Miembros de la OMC están estudiando posibles normas sobre la facilitación de las inversiones y el comercio electrónico, y sobre la reglamentación nacional que puede obstaculizar innecesariamente el comercio de servicios.

Estas “iniciativas en relación con las declaraciones conjuntas”, como se ha dado en llamarlas, abordan cuestiones centrales de la economía del siglo XXI. Además, representan una revolución silenciosa en lo que respecta a la manera en que los Gobiernos negocian en la OMC. Los Miembros con ideas afines tienen plena libertad para ocuparse de cualquier cuestión sin que otros se lo impidan. Al mismo tiempo, nadie está obligado a suscribir nada a lo que no quiera sumarse.

Las conversaciones sobre el comercio electrónico, por ejemplo, reúnen a 82 Miembros, que representan alrededor del 90% del comercio mundial, entre ellos los Estados Unidos, China y la Unión Europea. Elaborar unas reglas del juego comunes facilitaría las transacciones electrónicas y el comercio digital, y podría ayudar a gestionar las tensiones más generalizadas en torno a la tecnología.

Para todos estos procesos, la Duodécima Conferencia Ministerial de la OMC, que se celebrará en junio en Kazajstán, será un momento determinante. Está al alcance de los Miembros acordar un impresionante conjunto de normas nuevas. Eso representaría un gran avance en el empeño de preparar a la OMC para los próximos 25 años.

Por supuesto, la verdadera cuestión no es si necesitamos cambios en la OMC. Prácticamente todo el mundo coincide en eso. Se trata de saber si somos capaces de realizar los cambios que necesitamos.

El hecho es que cambiar las instituciones multilaterales es difícil. Y es doblemente difícil para una institución como la OMC, en la que toda modificación de las normas tiene una repercusión económica concreta, que puede amenazar los intereses de algunos y crear oportunidades para otros.

Los expertos técnicos en Ginebra no pueden cambiar las cosas solos.

Necesitamos liderazgo y compromiso políticos. O eso, o nos tendremos que preparar para pagar las consecuencias.

Por mi parte, he entablado conversaciones con los dirigentes siempre que he tenido ocasión. El G-20 ha respaldado la reforma de la OMC.

Ahora bien, lograr que los 164 Miembros de la OMC se pongan de acuerdo siempre es complicado. Pero los problemas mundiales requieren soluciones mundiales.

En cuanto al futuro, no me cabe duda de que los Miembros de la OMC están preparados para el cambio. Lo que quieren es mejorar el sistema que tenemos; no prescindir de él e intentar partir de cero. Tenemos unos cimientos sólidos, que han permitido potenciar el crecimiento y el desarrollo y aumentar el poder adquisitivo durante decenios. Pero unos cuantos cambios cosméticos no bastarán. Necesitamos cambios estructurales.

Todos ustedes tienen una función que desempeñar: las empresas, los académicos y los funcionarios públicos. Necesitamos su compromiso. No basta con hablar bien del sistema. Tampoco con señalar sus defectos. Para modernizar la OMC, necesitamos visión de futuro y determinación.

Debemos ponernos manos a la obra.

Muchas gracias.

 

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