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CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA OMC, GINEBRA, 1998: SUDÁFRICA

Declaración del Excmo. Sr. Nelson Mandela, Presidente, Sudáfrica

 

Conmemoramos hoy una efemérides tan llena de buenos augurios como colmada de todas las contradicciones de la última mitad del siglo XX.

Cuando la comunidad internacional se afanaba por establecer un nuevo orden sobre la devastación de una guerra en la que se combatió por los principios universales de la libertad, sólo dos países africanos firmaron el Acuerdo original del GATT. Esos países eran Rhodesia del Sur y la Unión Sudafricana, que hoy se llaman Zimbabwe y República Sudafricana.

Por entones ambos eran componentes del Imperio Británico en diferentes etapas de gobierno colonial.

No necesitamos demorarnos en las razones concretas por las que se integraron en el GATT.

Sabemos que los pueblos de África no fueron consultados.

Yo, como la inmensa mayoría de los sudafricanos, no podía votar, y estaba completamente excluido de ese tipo de decisiones.

El Gobierno sudafricano de entonces participó en el reconocimiento colectivo, en la introducción del Acuerdo de 1947, de que

"las relaciones comerciales y económicas deben tender al logro de niveles de vida más altos, a la consecución del pleno empleo y de un nivel elevado, cada vez mayor, del ingreso real y de la demanda efectiva, a la utilización completa de los recursos mundiales y al acrecentamiento de la producción y de los intercambios de productos".

Entonces nos hubiéramos mostrado de acuerdo con tan nobles sentimientos, como lo hacemos ahora. Lo doloroso es que no se aplicaron en mi país, ni en nuestro continente, ni, de hecho, para la mayoría de la humanidad.

En el caso de Sudáfrica hubieron de transcurrir otros 47 años de lucha hasta que tuvo lugar una elección democrática.

En esos 47 años, Sudáfrica comerció ampliamente, aportando con ello una demostración objetiva, si fuera necesaria, de que el comercio no conlleva por sí o en sí mismo un mundo mejor.

Sin embargo, durante esos mismos 47 años, la comunidad internacional reiteró con vigor creciente que la libertad es indivisible.

Se identificó con nuestras aspiraciones y nos ayudó a hacerlas realidad.

Juntos pudimos luchar por una causa más grande y justa.

Hoy tengo el orgullo de poder dirigirme a ustedes como Presidente de una República de Sudáfrica libre y democrática, y como representante de uno de los muchos Miembros africanos de la OMC.

La libertad ha dado a Sudáfrica la oportunidad de conseguir una vida mejor para todo nuestro pueblo mediante nuestro Programa de Reconstrucción y Desarrollo. Como parte de ese programa estamos fortaleciendo nuestro compromiso con la OMC, pues somos conscientes de su importancia para nuestra economía y para la de África Meridional.

Por todo ello, al conmemorar el quincuagésimo aniversario del GATT, Sudáfrica ha optado por mirar hacia adelante antes que por referirse a las imperfecciones del pasado.

Sin embargo, si en nuestra búsqueda de un futuro mejor pasamos por alto las lecciones del pasado corremos un gran peligro.

Aunque las inversiones y el comercio internacional han sido siempre parte integral de la economía mundial, la medida en que todas las partes se han beneficiado de ellos ha dependido de las circunstancias de cada caso.

El actual proceso de globalización no es excepción a esa regla.

La medida en que todos los países se beneficiarán dependerá de la forma en que nosotros, los Estados Miembros, actuemos mancomunadamente para configurar los procesos necesarios.

En los 50 años de existencia del GATT hemos sin duda aprendido lo suficiente -a pesar de la exclusión de facto de muchos, muchos países en desarrollo- para perfeccionar enormemente la gestión del sistema de comercio mundial en beneficio mutuo de todas las naciones y los pueblos.

Creemos firmemente que la existencia del GATT, y ahora la de la Organización Mundial del Comercio, como sistema basado en normas, sienta los cimientos sobre los que pueden apoyarse nuestras deliberaciones para progresar.

Somos, no obstante, conscientes de que para hacer realidad las aspiraciones de todos se requiere un trabajo prudente.

La OMC nació precisamente como respuesta a la necesidad de establecer un entorno reglamentario, de supervisión y aplicación más eficaz para las inversiones y el comercio mundial que el que el GATT podía entonces ofrecer.

Sin embargo, ahora vemos que el éxito del sistema acordado en Marrakech en 1994 dependerá de la prudencia con que se aplique y se haga progresar.

Al abordar una cuestión compleja es natural recurrir a la propia experiencia, y confío en que me permitan hacerlo.

Los sudafricanos lucharon contra un horrendo abuso de poder y están resueltos a que nunca más vuelva a producirse.

Decidimos por ello gobernarnos mediante una constitución -es decir, un sistema basado en normas- que nos proteja igualmente a todos.

Pero no pudimos olvidar que la injusticia y la discriminación contra las que luchamos tiene efectos estructurales profundamente arraigados.

Si nuestra constitución fuera ciega a la realidad de la desigualdad y los desequilibrios históricos que hacen imposible una verdadera igualdad de oportunidades, se convertiría en una fuente de injusticia, tanto teórica como real.

Las normas deben aplicarse sin temor ni favor, pero si contienen prescripciones que no todos pueden cumplir, o si quienes se benefician de sus resultados son demasiado pocos, surgirá la injusticia.

Es por ello, prudente recordar que no hay norma, ni aplicación de normas, que pueda derrotar a quien lucha con la justicia de su lado.

Eso también es parte de nuestra experiencia y de la experiencia de otros pueblos de todo el mundo.

Cuando existen desigualdades manifiestas es preciso, al establecer normas, aplicar medidas especiales y prudentes.

Esta prudencia inicial promoverá las condiciones que sostendrán y protegerán a un sistema basado en normas.

Debemos ser francos en nuestra evaluación del resultado de la Ronda Uruguay.

Los países en desarrollo no pudieron lograr que las normas se acomodaran a sus necesidades reales.

Por razones fáciles de entender, fueron principalmente las preocupaciones y problemas de las economías industriales avanzadas las que dieron forma al Acuerdo.

Las secciones dedicadas a los países en desarrollo y los países menos adelantados no se ponderaron con el suficiente cuidado.

Tampoco se han aplicado plenamente.

Tenemos ya los elementos de una respuesta al problema: el mecanismo consistente en la ampliación del plazo para que los países en desarrollo cumplan sus compromisos; y recientes mejoras en la capacidad de la OMC para prestar asistencia técnica en cooperación con otros organismos multilaterales.

Pero esta respuesta no es aún completa.

¿Qué podemos exactamente hacer?

Debemos empezar por reafirmar que la construcción de un sistema multilateral basado en normas es fundamentalmente correcta.

Las economías poderosas deben dejar de aplicar medidas unilaterales, y los países en desarrollo deben negociar sus necesidades específicas dentro de ese marco.

Las reglas son respetadas cuando, tanto en teoría como en la práctica, van más allá de la oportunidad del momento.

Los países en desarrollo deben ahora tomar la iniciativa en la elaboración de un programa positivo que aborde plenamente sus necesidades.

Al hacerlo pueden aprovechar la labor realizada desde la Conferencia de Singapur para integrar el trabajo de las instituciones multilaterales.

Tienen que definir concretamente las esferas que obstaculizan su progreso en el sistema de comercio mundial.

El problema objeto de nuestros debates no debe ya ser el libre acceso a los mercados para los países menos adelantados. Son más bien los efectos prácticos de la aplicación de ese concepto lo que es preciso integrar en el sistema multilateral.

La OMC fracasará si es utilizada para defender las actuales pautas de producción.

Muchos países en desarrollo tienen una clara ventaja comparativa en materia de agricultura y textiles.

Se están manifestando nuevas ventajas competitivas en el campo de los productos manufacturados.

Estas ventajas constituirán la base para el desarrollo.

La OMC debe ser capaz de facilitar esos cambios en la producción mundial, y en ningún caso ser utilizada como un medio para recaer en la protección.

Los acontecimientos se suceden rápidamente, y la realidad nos exige hacer frente a las denominadas nuevas cuestiones, en particular porque ya están emergiendo, y en el futuro emergerán, nuevos asuntos urgentes.

Pero sólo si confían en el sistema podrán las partes sentirse cómodas al hacerlo.

Es, por tanto, indispensable que fomentemos la confianza en el sistema.

Sería imprudente pasar por alto la creciente frustración de la gente común, o confundir la paciencia a la que se recurre en pro del progreso con la renuencia por cumplir.

Estos asuntos son complejos, y no tienen fácil solución.

Pero cuando hay voluntad de buscar soluciones conjuntas negociadas siempre se encuentra el camino.

Sudáfrica está preparada para desempeñar su papel en la contribución al desarrollo de un programa positivo y detallado para la próxima Conferencia Ministerial, a fin de abordar en todos sus aspectos el desafío de la erradicación y derrota del subdesarrollo.

Creemos que la cooperación con la OMC, la UNCTAD, la OIT, el PNUD, el Banco Mundial y el FMI es esencial.

Debemos abrir un diálogo franco y abierto para definir las funciones separadas y combinadas de tan importantes instituciones multilaterales.

Aunque en ningún caso debe rechazarse el debate sobre asuntos como las normas del trabajo, las cuestiones sociales y el medio ambiente, todos han de estar también dispuestos a escuchar cuidadosamente antes de tomar una decisión.

Si los países en desarrollo sienten que de todo ello no pueden sacar sino nuevas cargas, será difícil abordar esas cuestiones cruciales.

Hace 50 años, cuando los fundadores del GATT evocaron los vínculos entre el comercio, el crecimiento y una vida mejor, pocos podían haber previsto cuánta pobreza, carencia de hogar y desempleo experimentaría actualmente el mundo.

Pocos habrían imaginado que la explotación de los abundantes recursos del mundo y el prodigioso crecimiento del comercio mundial se verían acompañados por un aumento de las diferencias entre ricos y pobres.

Y pocos podían haber previsto la magnitud de la carga de la deuda de muchas naciones pobres.

Al conmemorar los logros en la configuración del sistema de comercio mundial, mostrémonos resueltos a no desaprovechar la menor oportunidad para trabajar juntos con el fin de velar por que nuestros principios compartidos se traduzcan en realidades en todo el mundo.

Forjemos, al entrar en el nuevo milenio, una asociación para hacer realidad el desarrollo por medio del comercio y la inversión.