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CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA OMC, SEATTLE, 1999: COMUNICADOS DE PRENSA

5 de julio de 1999

Sector de alto nivel del Consejo Económico y Social

David Hartridge, Director Encargado, OMC

 

Señor Presidente, Señor Secretario General, Excelentísimos Señores, señoras y señores:

En primer lugar deseo agradecerles que hayan invitado a la Organización Mundial del Comercio a que contribuya a este diálogo político sobre algunas de las cuestiones más importantes a las que deben hacer frente los Gobiernos en la actualidad. También deseo afirmar que, a falta de Director General, -una ausencia que pronto será subsanada- es un gran honor para mí representar a la OMC en tan ilustre compañía. Me propongo ser breve, por lo que me limitaré al principal problema al que ahora deben hacer frente los Miembros de la OMC, a saber, los preparativos de una nueva ronda de negociación comercial en el marco de la Conferencia Ministerial de Seattle, que se celebrará en diciembre, y del debate acerca del alcance del programa de negociación, si bien, abordaré también, como es natural, la pertinencia de esa labor para las cuestiones que actualmente les preocupan.

A finales de noviembre la OMC celebrará su Tercera Conferencia Ministerial; se trata de la primera Reunión Ministerial que nunca hayan celebrado en los Estados Unidos el GATT o la OMC. Sólo este hecho bastaría para denotar la importancia de la reunión, pero es que, además, la Conferencia de Seattle tiene una finalidad práctica de primer orden: los Miembros de la OMC iniciarán allí una nueva ronda de negociaciones comerciales, cuya intensa labor de preparación se está llevando a cabo en Ginebra. Ya se ha determinado en gran medida el programa de la ronda: las negociaciones sobre la agricultura y el comercio de servicios están prescritas por los acuerdos concluidos en la Ronda Uruguay y además, se examinarán algunas de las disposiciones fundamentales incluidas en otros acuerdos de la Ronda Uruguay.

Éstas son las únicas cuestiones para las que se ha contraído un compromiso de negociación y por sí solas constituirían una ronda sustancial, pero existen numerosas propuestas con otras cuestiones que se podrían añadir al programa. Como es sabido, el asunto es objeto de vivo debate. La cuestión más ardua que se plantean los Miembros de la OMC a las puertas de la Conferencia de Seattle estriba en determinar si se incluirán en el ámbito de las negociaciones algunas de las denominadas "nuevas cuestiones". Hay cuatro temas entre los posibles candidatos a la negociación sobre los que se acordaron programas de trabajo en la Conferencia Ministerial de Singapur, celebrada en 1996: inversión, política de competencia, transparencia en la contratación pública y facilitación del comercio; sin embargo, todavía no se ha llegado a un acuerdo en este sentido. La labor futura de la OMC en relación con el comercio y el medio ambiente es otra cuestión que puede suscitar controversia. Nuestros principios constitutivos constituyen un compromiso con el desarrollo sostenible y se han planteado algunas propuestas bien meditadas, de modo que cabe esperar que encontraremos una forma constructiva de proseguir con nuestra labor, aunque no hayamos alcanzado el consenso necesario para negociar a este respecto.

Existen, naturalmente acerca de esta cuestión buenos argumentos tanto en un sentido como en otro. Muchos expertos creen que sólo puede obtenerse una liberalización significativa, sobre todo en esferas sensibles como la agricultura y en determinados servicios fundamentales para los que la liberalización sería muy beneficiosa, en el contexto de un programa de trabajo amplio que ofrezca ventajas y compensaciones recíprocas a la gama más amplia posible de participantes. Por otra parte, cada vez es mayor el consenso en lo relativo a la conveniencia de que la nueva ronda sea breve y, a que en ningún caso alcance su duración los siete años de la maratoniana Ronda Uruguay, si lo que se persigue es estimular el crecimiento que necesita la economía mundial y que es el mayor incentivo para que gobiernos y empresas inviertan sus recursos en él. Es probable que tres años, el plazo que más apoyo recibe, no sean suficientes para otro programa de trabajo sin precedentes como fuera el de la Ronda Uruguay. No obstante, la Ronda Uruguay puso los cimientos de una estructura completamente nueva que no se cuestiona ahora: nos encontramos en una fase de ampliación y consolidación de lo conseguido en la Ronda Uruguay. En cualquier caso, estas consideraciones son fundamentalmente prácticas o relativas a la organización. La verdadera cuestión es saber si los nuevos temas más importantes están suficientemente maduros para ser negociados en la OMC y cuáles son las ventajas que esta negociación aportaría: Éste será el centro del debate.

Con todo, quienes recuerden las grandes dificultades de la fase preparatoria de la Ronda Uruguay, que tuvo lugar a mediados del decenio de los 80, no podrán menos que sorprenderse ante el enorme progreso realizado desde entonces, y ante la facilidad relativa con que transcurren los debates actuales. Es cierto que existe un debate muy animado sobre el alcance de la nueva ronda, en el que cada país sea cual fuere la fase de desarrollo en la que se encuentre, aporta una visión distinta de la cuestión. Esto es completamente normal. Sin embargo, lo que nadie pone en entredicho es el compromiso de negociar ni tampoco el valor de los mercados abiertos y del comercio basado en normas. La validez del sistema multilateral no se cuestiona y esto es algo que no podría haberse afirmado en 1986.

Los preparativos de la reunión de Seattle están progresando bastante bien. Hasta el momento no se han visto afectados por la falta de Director General, ya que no nos encontramos en una fase en la que su aportación sea esencial. En la fase actual de los trabajos, los Miembros presentan y debaten propuestas por escrito sobre diversos temas que se someterán a los Ministros para que éstos adopten una decisión. Hasta el momento, se han presentado unas 50 propuestas. La siguiente fase consistirá en la redacción de una declaración sobre la que deberán llegar a un acuerdo los Ministros en Seattle, y se iniciará a principios de septiembre. Los países en desarrollo han identificado una serie de problemas relacionados con la aplicación de los compromisos ya contraídos, entre los que se incluyen algunos de los que figuran en los acuerdos de la Ronda Uruguay. Entre los problemas planteados figuran el alto grado de protección y apoyo de la agricultura en los países industrializados; la persistencia de aranceles elevados, las crestas arancelarias y la progresividad arancelaria en la esfera de los aranceles industriales; así como la ausencia de una liberalización significativa en el campo de los textiles y el vestido. Se ha aducido enérgicamente que los compromisos existentes deben aplicarse plenamente antes de que empecemos a negociar nuevos compromisos, y asimismo en el hecho de que no debería "retribuirse" en las negociaciones el mero hecho de aplicar los compromisos existentes. Con todo, en algunos casos no existe contradicción entre la aplicación de los compromisos y su negociación. Es probable que los problemas importantes, como es el caso de las cuestiones arancelarias ya mencionadas, sólo se resuelvan en el ámbito de las negociaciones globales y de hecho, la propuesta de que las negociaciones sobre aranceles industriales acompañen a las negociaciones sobre agricultura y servicios está obteniendo un fuerte apoyo.

Seguramente ustedes no desearán que en este momento analice con detalle el posible programa de la ronda. Quisiera ahora referirme a la cuestión de la pertinencia de dicho programa para los asuntos que más les preocupan en la actualidad y, como es evidente, se trata de un punto sumamente pertinente. Las negociaciones comerciales no son un fin en sí ni se realizan en beneficio de quienes producen o comercian con bienes o servicios. En última instancia, el valor de las negociaciones y el de toda la labor de la OMC deberá determinarse en términos de sus repercusiones en el bienestar de la humanidad. La primera parte del tema de la presente sesión de alto nivel es la función que desempeñan el empleo y el trabajo en la erradicación de la pobreza. La OMC sólo puede contribuir de forma indirecta a la erradicación de la pobreza, pero su contribución es fundamental. Sostenemos que los Miembros del GATT, y actualmente los de la OMC, han realizado una contribución de primera magnitud a la erradicación de la pobreza gracias a la labor realizada en los últimos 50 años mediante la eliminación de los obstáculos al comercio y el establecimiento de una base jurídica para las relaciones comerciales internacionales. Desde ese punto de vista no hay ya nada que debatir. No me consta que haya habido propuestas de alternativas serias a un sistema de comercio basado en normas, a los mercados abiertos, y a la aceptación por parte de los gobiernos de restricciones de sus facultad para alterar las corrientes comerciales negociadas libremente. Confirma este hecho el gran número de países que en la actualidad negocian su adhesión a la OMC. El comercio no cesará, tanto si existen normas multilaterales como si no, pero sin éstas, se trataría de un comercio administrado por quienes tienen el poder de hacerlo, y esto es la antítesis de la liberalización.

Pero aunque esta postura haya prevalecido, en cuanto a los economistas y los encargados de formular las políticas comerciales se refiere, no puede decirse que hayamos suscitado el apoyo y la comprensión populares. Resulta extrañamente paradójico que, transcurridos cuatro años desde la conclusión de la Ronda Uruguay y 50 desde que se fundó el GATT, en el preciso momento en que ha obtenido sus mayores éxitos, el sistema multilateral de comercio sea objeto por primera vez de una hostilidad tan explícita como violenta. Se nos dice que en Seattle las muestras de escepticismo y hostilidad serán todavía más amplias. A pesar de que la oposición suela ser incoherente y contradictoria y a pesar de nuestras reservas hacia todos aquellos que se rinden con demasiada facilidad al puro placer de la virtuosa indignación, no podemos ignorar el hecho de que existe verdadera preocupación por las consecuencias de la mundialización, una preocupación que sienten muchas personas decentes. Es decir, la clase de personas que uno preferiría tener de su parte en cualquier controversia.

Como acabo de decir, el sistema comercial no existe como un fin en sí, y su relación con las cuestiones cuyo interés social es más general es importante para muchos de nuestros gobiernos Miembros, en la medida en que importan a sus ciudadanos; el ejemplo más obvio es la cuestión del comercio en relación con las normas del trabajo. Las opiniones de los Miembros de la OMC a este respecto están muy polarizadas y reflejan los puntos de vista de sus constituyentes, todos ellos igualmente firmes. Sin embargo, cualquiera que sea la opinión adoptada en relación con opciones de políticas como las ya mencionadas, debemos insistir en el punto central: la liberalización del comercio ha fomentado el crecimiento económico, lo que ha supuesto unos beneficios importantísimos para la población mundial, y muy especialmente para los pobres. Es evidente que entraña costes, porque la liberalización genera más competencia, y la competencia puede llegar a ser muy dura. No obstante, insinuar que las personas y los países pobres se hallarían en mejores condiciones si el comercio y la inversión extranjera disminuyeran -insinuación que cabe inferir de las actuales polémicas- carece por completo de sentido. La historia del colapso del comercio y del desempleo devastador que originó en el decenio de los años 30 es tan conocida que se ha convertido en un cliché, pero no es necesario retroceder tanto en el tiempo. La crisis financiera de 1997 y la grave contracción de la actividad económica que tuvo como consecuencia, también en la esfera del comercio, han demostrado una vez más que las dificultades económicas siempre afectan en primer lugar y con más dureza a los pobres, y que la pérdida de puestos de trabajo es su síntoma principal.

Una mayor liberalización promoverá el empleo y contribuirá a poner término a la marginalización de los países más pobres del mundo. La política comercial no es la respuesta a todos los problemas de estos países, como tampoco es la respuesta al problema de la pobreza; pero una buena política comercial puede ayudar y una mala política comercial puede resultar desastrosa, especialmente si su objetivo es aislar a las economías.

Desde 1995, y a pesar de las enormes dificultades económicas derivadas de la crisis financiera, los Miembros de la OMC han mantenido su compromiso con los mercados abiertos. Tal vez ahora deban esforzarse en mayor medida en explicar estas políticas a un público escéptico, si lo que desean es conservar el apoyo que puedan obtener para una nueva ronda de negociaciones comerciales, a pesar de las dificultades que inevitablemente surgirán en el transcurso de las mismas. Tal como el Presidente Clinton afirmó acertadamente en cierta ocasión, la mundialización no es una política sino un proceso, un detalle de la descripción del mundo en que vivimos. Podemos quejarnos del tiempo si nos apetece, y de hecho nos quejamos; al igual que el tiempo, la mundialización puede ocasionar un gran número de perjuicios accidentales: los gobiernos prudentes adoptarán medidas para evitar los perjuicios previsibles y para subsanar los que no lo sean.