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CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA OMC, SEATTLE, 1999: COMUNICADOS DE PRENSA

2 de diciembre de 1999 

Moore hace referencia al papel de los legisladores en la OMC

 

Hoy, 2 de diciembre, el Director General Mike Moore alabó a la primera asamblea de legisladores y parlamentarios celebrada en paralelo con la Conferencia Ministerial de la OMC, y expresó su esperanza de que se convirtiera en un elemento permanente de futuras Conferencias.

El Sr. Moore hizo hincapié en los fundamentos democráticos de la OMC, donde todas y cada una de las decisiones tienen que tomarse por consenso, y cuyos acuerdos han de ser ratificados por los congresos o parlamentos elegidos de los Estados Miembros.

Dijo que los Miembros están firmemente resueltos a negociar en Seattle un conjunto equilibrado de medidas, y pidió una vez más que se elaborara un importante conjunto de medidas comerciales y de asistencia técnica para los países menos adelantados.

A continuación figura el texto de la alocución del Sr. Moore.

Alocución de Mike Moore, Director General, ante la Asamblea de Legisladores

2 de diciembre de 1999

 

Ha sido una magnífica iniciativa celebrar, en paralelo con la Conferencia Ministerial, esta primera asamblea de legisladores electos.

Nada me ofende más que oír a la gente decir que la OMC no es democrática. Pongamos el caso del Embajador de la India en Ginebra. La elección de un gobierno en la India depende de unos 300 millones de personas. La subsistencia de ese gobierno depende de la voluntad de sus parlamentarios electos. El Gobierno desempeña su función por conducto de su Ministro, que responde ante el Gabinete, ante su Primer Ministro, ante su partido, ante su grupo parlamentario y ante el Parlamento, y en definitiva ante sus electores locales y el electorado nacional. Eso se llama responsabilidad. Así debe ser. Y así sucede en la mayoría de los países que son Miembros de la OMC. El sistema varía de nación a nación, pero los principios de responsabilidad son los mismos.

La OMC depende de sus Miembros, y por tanto de los Gobiernos, los Congresos y los Parlamentos. Cada dos años nuestros Ministros se reúnen para darnos orientación. Nuestros acuerdos han de ser aceptados y ratificados por los Miembros y los Parlamentos.

Por todo ello, esta asamblea de parlamentarios y legisladores electos es un elemento importante, y espero que permanente, de nuestro proceso.

Algunos de los que protestan pasan por alto estos aspectos fundamentales de nuestro trabajo. Trabajamos por consenso y a partir del consenso. Cualquier nación puede impedir el progreso, y a veces alguna lo impide. Cualquier nación puede retirarse de la OMC con un preaviso de seis meses.

Un parlamentario me dijo una vez que le parecía muy bien que habláramos con las organizaciones no gubernamentales, pero ¿y las organizaciones gubernamentales, que son las que en definitiva sustentan al gobierno en funciones? Tenía razón. Debemos hacer ambas cosas.

En otra ocasión, cuando me estaba refiriendo a las organizaciones no gubernamentales y a la influencia que adecuada, correcta y democráticamente ejercen sobre los gobiernos, un embajador de un país no residente nos pidió en la OMC que nos pusiéramos más a menudo en contacto con él. Unos 30 países no pueden permitirse el lujo de mantener en Ginebra misiones en representación de sus gobiernos. De modo que nos hemos proyectado al exterior. Llevo pocos meses en mi puesto, y mis adjuntos entraron en funciones la semana pasada. Sin embargo, organizamos un seminario para informar a los funcionarios de los países que no tienen misiones en Ginebra acerca de todo lo que está sucediendo en Seattle. Tenemos páginas en la Web, centros de referencia, y estamos utilizando las nuevas tecnologías para mantenernos en contacto con nuestros interlocutores.

Una cuestión que se plantea a menudo es la de la soberanía. ¿Está el Estado nacional sometiendo sus legítimos derechos y prerrogativas a las instituciones mundiales?

La pregunta es válida. Yo vengo de un país pequeño, pero siempre he creído que los acuerdos, tratados e instituciones internacionales fortalecen la integridad y la independencia de mi nación.

En el mundo moderno sabemos que sin cooperación y sin acuerdos los gobiernos soberanos no pueden desempeñar sus funciones ni trabajar en pro del interés nacional.

Ningún congreso o parlamento puede por sí sólo garantizar la limpieza del aire o del agua, como tampoco gestionar un sistema impositivo o una línea aérea, o luchar contra el SIDA y el cáncer sin la cooperación de otros.

Pero la base fundamental ha de ser el Estado nacional. En la OMC dependemos de los Miembros, dependemos de las normas. Nuestros Estados Miembros orientan nuestro progreso. Y así debe ser.

Espero poder dedicar más tiempo en el futuro a los comités y grupos parlamentarios, porque en ellos reside la mayor asamblea de opinión popular. Allí se encuentran quienes con buen criterio desean investigar, criticar y mejorar nuestra labor.

Es un empeño sobrecogedor; nuestro presupuesto total de gastos es menor que el presupuesto de viajes del FMI. El Fondo Mundial para la Naturaleza tiene un presupuesto tres veces superior al nuestro.

Pero dentro de nuestras limitaciones de tiempo y de recursos haré cuanto sea posible. Jamás rehuso reunirme con políticos electos si estoy en Ginebra y puedo hacerlo.

La palabra milenio se ha repetido demasiado, pero lo cierto es que entramos en un nuevo siglo, por lo que merece la pena reflexionar sobre el futuro y ver lo que podemos aprender del pasado.

Nuestros osados antecesores concibieron a la OMC, antes el GATT, como una organización hermana de las Naciones Unidas, la OIT, el FMI y el Banco Mundial. Ellos trabajaban de uniforme, mi generación lo hace de traje y corbata. Vivieron en los tiempos de la gran depresión y vieron cómo ésta se prolongaba y se hacía más letal por culpa del proteccionismo. Esa depresión y el Tratado de Versalles hicieron casi inevitable la guerra, y de ella surgieron las grandes tiranías de nuestro tiempo, el fascismo y el marxismo. Ellos dijeron nunca más, y nosotros y las otras instituciones de la estructura mundial fuimos concebidos como propiedad de los pueblos por intermedio de sus gobiernos.

En los tiempos presentes hemos vivido el período más prolongado de crecimiento sostenido y aumento de los niveles de vida que conoce la historia.

Aquella generación increíble que protagonizó algo tan singular ya es parte de la historia mundial. Los vencedores tendieron la mano y perdonaron a sus adversarios, echaron mano al bolsillo y crearon el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa. Exactamente lo contrario de lo que sucedió en 1918. Y salió bien. ¿Cree alguien ahora que el mundo habría sido mejor sin el Plan Marshall? ¿Cree alguien que el mundo sería mejor sin la Unión Europea? ¿Es que NO debemos celebrar la ampliación de la Unión Europea y los éxitos del Japón? ¿Sería mejor que China no se adhiriera a la OMC? ¿Qué hay de malo en que Rusia y China participen en un sistema basado en normas?

Nuestro sistema ha funcionado bien. Durante la crisis en Asia muchos predijeron la hecatombe de la economía mundial e insinuaron que habíamos ido demasiado lejos. Sin embargo, gracias a las prudentes medidas de política general de las economías afectadas y a la generosidad de los Estados Unidos, el Japón y Europa, que mantuvieron abiertos sus mercados, Asia se está recuperando. No perdieron los nervios.

Cuando cayó el muro de Berlín, cuando Nelson Mandela fue puesto en libertad, cuando en otros lugares los coroneles regresaron a sus cuarteles, el mundo lo celebró. Celebró los valores universales de la libertad política y económica. Nadie gritó, juró ni maldijo los males de la globalización.

De modo que aquí estamos, en Seattle, 30.000 personas, muchas de ellas incluso invitadas. Nos reunimos en un entorno de hostilidad y cólera. Sé que no todos nuestros críticos se equivocan, sé que no están locos, que no son malvados. Pero no estaría de más que de vez en cuando recapituláramos sobre nuestra función y nuestros valores básicos.

Lo que fundamentalmente deseamos es más empleos y más empresas prósperas, para poder obtener los impuestos que sufraguen los sueños que todos tenemos en materia de atención de salud, de educación y de cuidado de los ancianos.

Estoy persuadido de que la actividad empresarial y el comercio son los motores más poderosos para alcanzar esos fines.

El comercio en sí mismo no es suficiente, demasiados países están marginalizados. Un Miembro africano gasta hasta nueve veces más en reembolsos de la deuda que en servicios de sanidad. Recortar el comercio, evitar la difusión de ideas, medicamentos, literatura e información e inversiones no nos ayudará, sólo empeorará las cosas. Mientras nos rodean quienes nos critican, más de 1.500 millones de personas quieren unirse a nosotros. ¿Por qué? Varios centenares de Ministros y dirigentes políticos se encuentran ahora aquí en Seattle ¿por qué? Porque es importante. No quiero que entremos en el nuevo siglo renqueando, gimiendo y balbuceando.

Debemos avanzar audazmente, conscientes de las contradicciones y las dificultades, pero firmemente resueltos a empezar a negociar un conjunto de medidas equilibradas. No estamos de acuerdo en todo. Eso es legítimo, digno de encomio y en absoluto sorprendente.

Tenemos que asegurarnos de que se ofrezca un lugar más justo en la mesa de negociación a los países en desarrollo, y especialmente a los países menos adelantados, que representan el 0,5 por ciento del comercio mundial, y a quienes a menudo se corta el paso cuando sus exportaciones ofrecen ventajas competitivas. Esto es un error.

Muchos países necesitan tiempo y asistencia técnica para asimilar y cumplir sus compromisos. Nada lo impide. Necesitamos aproximar posiciones en los sectores de la agricultura, las inversiones y la competencia, y aprovechar esta oportunidad para consolidar situaciones de todo punto favorables por lo que respecta a la transparencia de la contratación pública, la facilitación del comercio y las formas en que ello contribuye al buen gobierno.

Debemos tomar medidas decisivas en materia de acceso a los mercados, felicitarnos de lo que el comercio electrónico puede aportar a cada nación, y empezar a negociar un conjunto equilibrado de medidas dentro de un plazo de tres años. Soy consciente del interés que los parlamentos y congresos soberanos tienen por estas cuestiones. En definitiva, suya será la última palabra. La fuerza y la coacción han dejado demasiadas huellas en este siglo. Debemos asegurarnos de que en el siguiente prevalezca la persuasión, para que las controversias se solucionen dentro de un marco jurídico institucional mediante los adecuados mecanismos acordados de solución de diferencias.

Esto se aplica tanto a la nación más poderosa como a la más modesta. Representa una nueva era ilustrada que se caracteriza por su proyección internacional y su conducta civilizada.

Nos toca hoy rendir homenaje a nuestros antecesores, que en su sabiduría dieron nacimiento, desde los horrores de la experiencia personal, a instituciones como el GATT, ahora la OMC, para que éstas puedan ahora desempeñar sus funciones, con arreglo a lo dispuesto por los gobiernos y los parlamentos, para aportar orden y someter al imperio de la ley nuestras diferencias comerciales, políticas, culturales y sociales.

Me enorgullece representar a una institución que es propiedad de sus Estados Miembros y que de ellos depende. Soy el Director General. No soy realmente un director, y mucho menos un general. Soy, supongo, un navegante, un moderador y un funcionario público.