Ministra
Profesores
Señoras y señores
Me complace encontrarme aquí esta tarde en la inauguración del Año
Académico de la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona. No se
sorprenderán si les digo que la OMC sigue con gran interés muchas de las
cosas que ustedes hacen aquí.
Permítanme compartir un pequeño secreto con ustedes. Los estudios aquí
realizados sobre las relaciones entre comercio y crecimiento fueron una
importante fuente de inspiración para nuestros economistas cuando
prepararon el Informe sobre el Comercio Mundial 2008: “El comercio en un
mundo en proceso de globalización”. En él se analizan el papel del
comercio en un mundo interconectado y los desafíos con que se enfrentan
los gobiernos para conseguir que redunde en una mayor prosperidad para
sus ciudadanos. Pueden comprobar el número de veces que se cita su
facultad en esa publicación, ahora famosa.
Por ello, no les sorprenderá que centre mis observaciones de esta tarde
en el comercio internacional, sus bases económicas y sus realidades
políticas. Son las dos caras de la misma moneda.
Recientemente he leído que la crisis financiera y la contracción
económica preocupan a las autoridades y al público en general hasta el
punto de que ya no queda margen para preocuparse del comercio. Este tipo
de compartimentalización refleja, en mi opinión, una visión estrecha,
que no tiene en cuenta la inseparabilidad de todos los aspectos de la
gestión económica internacional.
Observamos ya cómo las dificultades financieras están restringiendo las
oportunidades comerciales: la falta de financiación para el comercio
impide con demasiada frecuencia posibles transacciones comerciales.
Observamos ya también el despido de miles de trabajadores en fábricas de
China, debido a la contracción de la demanda de los países
desarrollados.
La gestión eficaz de estas vinculaciones y la formulación de soluciones
polivalentes ocupan un lugar central en los desafíos de las políticas
actuales, lo que está sometiendo a dura prueba la capacidad de los
gobiernos de cooperar eficazmente entre sí, como hemos observado en la
cumbre de líderes mundiales de este fin de semana en Washington. Por
ello, tampoco debe sorprender que, además de adoptar un conjunto de
medidas de estímulo y de sentar los cimientos para un mejor gobierno
financiero mundial, estos dirigentes enviarán también un mensaje claro
sobre el comercio y la importancia de una rápida conclusión de la Ronda
de Doha de la OMC.
Beneficios del comercio: teorías antiguas y nuevas
Los argumentos en favor del libre comercio
cuentan con una larga y rica historia intelectual. La intuición de David
Ricardo de que los beneficios del comercio internacional están basados
en la ley de la ventaja comparativa ha constituido la base de 200 años
de teoría y práctica comercial.
Las teorías tradicionales nos enseñaban que los países -lo mismo que las
personas- se benefician del comercio porque son diferentes, y que son
las diferencias relativas, más que las absolutas, de los costos de
producción las que hacen que el comercio resulte rentable. Esta última
idea constituye el soporte intelectual clave del argumento según el cual
todos los países pueden beneficiarse del comercio: para obtener
beneficios del comercio, basta con ser más competitivo en términos
relativos, no absolutos, en las diferentes actividades de producción. La
comprensión de esta realidad ha sido indispensable para los esfuerzos
realizados por muchos durante los seis últimos decenios y todavía más
para crear un sistema de comercio multilateral abierto e integrador.
David Ricardo vinculó la ventaja comparativa de los países con las
diferencias tecnológicas. Teóricos posteriores, como Heckscher y Ohlin,
insistieron en las diferencias en la dotación de los factores -como la
mano de obra, la tierra y el capital- en cuanto fuerza motriz de la
ventaja comparativa y de los beneficios resultantes del comercio. Estas
diferencias de orientación no implican contradicción ninguna.
Simplemente ponen de manifiesto las abundantes oportunidades ofrecidas
por la diversidad.
A pesar de la solidez y de la pertinencia continuada de las afirmaciones
tradicionales que explican las ventajas del comercio, la teoría ha
continuado progresando, y hemos observado importantes innovaciones en
los últimos años. Por ejemplo, desde aproximadamente el decenio de 1980
en adelante los analistas del comercio insistieron en los intercambios
de productos dentro de los mismos sectores. El comercio intrasectorial
se explica en gran medida por las economías de escala y está asociado
con las imperfecciones del mercado, y representa una parte considerable
de la mayor prosperidad y la mayor riqueza de opciones, sobre todo en
los países de ingreso alto. Podría recordar también que la contribución
de Paul Krugman a esta reflexión, conocida muchas veces como la nueva
teoría del comercio, formó parte de los estudios que le han merecido el
Premio Nobel de este año.
Todavía más recientemente, nuevos conjuntos de datos sobre la producción
y el comercio revelaban considerables diferencias entre las empresas, lo
que puso en tela de juicio el supuesto comúnmente aceptado de que
podríamos tratar a los productores como idénticos y pensar en términos
de 'la empresa representativa'. Las formulaciones teóricas resultantes
de estas nuevas ideas demuestran que la apertura al comercio no sólo
ofrece nuevas oportunidades para especializarse en forma productiva.
Eleva también el nivel medio de la productividad de las industrias
nacionales. Estas consideraciones han recibido la denominación de
“novísimas” teorías del comercio, prueba evidente de que la capacidad de
los economistas para dar nombres a sus teorías no está a la altura de
sus logros intelectuales.
Otro desafío a las teorías tradicionales sobre el comercio ha sido
consecuencia de la fragmentación internacional de los procesos de
producción resultante de la descomposición de las cadenas de suministro,
fenómeno que se ha acelerado en los últimos tiempos. La deslocalización,
o el comercio de tareas, sea de bienes o de servicios, es en realidad
una nueva aplicación de las ventajas comparativas tradicionales. Se ha
podido conseguir gracias a una poderosa combinación de nuevas
tecnologías de la información, la comunicación y el transporte y unas
políticas comerciales cada vez más abiertas.
Este rápido recorrido por la historia de la teoría del comercio es un
útil recordatorio de las diversas fuentes de beneficios resultantes del
comercio, en particular una mayor eficiencia, las economías de escala,
la mayor variedad de productos y la mayor productividad.
Por otro lado, la teoría del comercio, lo mismo que el propio comercio,
no es de gran utilidad si se considera un fin en sí misma. La teoría es
útil si inspira las políticas, y el comercio es útil si mejora la
situación humana. En ambos sentidos, el realismo y la honradez
intelectual requieren que consideremos los costos y las realidades
políticas asociadas con el comercio. Si el comienzo y final de esta
historia se resume en que el comercio fue incondicionalmente beneficioso
para todos y en que “cuanto más comercio, mejor”, los gobiernos lo
aceptarían sin duda de forma unilateral y sin interrogantes. Por lo
tanto, tampoco habría ninguna necesidad de que el Acuerdo de la OMC
gestionara las relaciones comerciales internacionales.
Costos y dimensiones políticas del comercio
Desde las investigaciones de Ricardo, hemos
comprendido que el comercio crea ganadores y perdedores. Repercute en la
distribución de los ingresos dentro de las sociedades. Por ejemplo, las
teorías tradicionales prevén que cuando los países industrializados
importan bienes con gran concentración de mano de obra procedentes de
economías emergentes con gran número de trabajadores no especializados,
el resultado es un descenso de la demanda y, por lo tanto, de los
salarios de los trabajadores no especializados del mundo
industrializado.
En términos más generales, Paul Samuelson nos recordó en un importante
artículo escrito en 2004 -utilizando un marco ricardiano clásico- que el
crecimiento de la productividad en un país puede representar un fracaso
de las exportaciones en otro, con lo que se reducirían los ingresos en
este último. Este argumento, y algunas de sus variantes, han suscitado
nuevo interés en la evolución de las desigualdades en los países
industrializados y en el papel del comercio en esta evolución.
Si bien las recientes publicaciones parecen haber llegado a la opinión
unánime de que otras fuerzas -muy en especial el cambio tecnológico- han
contribuido de forma más decisiva a transformar la distribución de los
ingresos, no hay ninguna duda de que el comercio puede contribuir a
aumentar la desigualdad salarial. No obstante, ello no representa un
argumento en favor del proteccionismo, ni de la renuncia a una mayor
apertura. Más bien, constituye un argumento convincente para tener en
cuenta las tensiones sociales resultantes de la desigualdad, sea
mediante el suministro público de servicios básicos, una mejor educación
y oportunidades de capacitación o la reforma fiscal.
Una segunda fuente de costos es el ajuste estructural inevitable
asociado con la apertura del comercio. Algunos sectores, empresas o
individuos se benefician del comercio, mientras que otros tienen que
adaptarse a actividades alternativas, si pueden, dadas las nuevas
realidades competitivas. Además, el comercio -especialmente el asociado
con la deslocalización- puede aumentar la incertidumbre. Ello ha
suscitado sin duda nuevas preocupaciones acerca de las ventajas de la
globalización en general y del comercio en particular.
Por otro lado, los países que no aprovechan las oportunidades que se
ofrecen para la producción a nivel internacional corren el riesgo de
quedar al margen de la globalización. Las decisiones de las empresas en
favor de la deslocalización están muy influenciadas por la calidad del
marco institucional, los costos de establecimiento de una empresa y la
calidad de la infraestructura. Si no se tienen en cuenta estas
cuestiones probablemente se limitará la participación de los países de
ingreso bajo en las redes de producción a pesar de su ventaja en los
precios de los factores. El hecho de quedar marginado es sin duda mucho
peor que tratar de gestionar el cambio y las pérdidas localizadas en un
contexto de beneficios generalizados.
Es claro que las realidades políticas del comercio deben gestionarse
adecuadamente para que los progresos sociales se hagan realidad. Anthony
Downs, en su teoría de la democracia, demuestra que la competencia
política impulsa a los políticos a proponer y promulgar las políticas
preferidas por el votante que representa las preferencias políticas
medianas. La aplicación de esta teoría a la política comercial parece
revelar la asociación existente entre una creciente desigualdad y la
mayor oposición al comercio y, en definitiva, políticas comerciales
restrictivas. La mayor desigualdad lleva a propugnar un mayor
proteccionismo.
Una segunda cuestión política hace referencia al problema de la 'acción
colectiva'. Los beneficios de la apertura del comercio suelen
distribuirse ampliamente dentro de las sociedades y los beneficios
individuales de la apertura del comercio pueden ser relativamente
pequeños. Pero los perjuicios derivados de la reforma del comercio
suelen recaer en grupos relativamente pequeños y pueden, por tanto,
estar fuertemente concentrados. Los perjudicados por una mayor apertura
comercial tienen mayores incentivos para presionar contra las reformas
comerciales que los beneficiados por ellas. Ello puede frenar o invertir
el proceso, aun cuando los beneficios generales superen a las pérdidas
globales.
Una tercera cuestión es la relacionada con la incertidumbre. Los
votantes prefieren el statu quo, es decir, votan contra la reforma del
comercio, pues es posible que no sepan por adelantado si figurarán entre
los ganadores o entre los perdedores en la reforma. La fragmentación de
la producción implicada por la deslocalización intensifica la
incertidumbre y la resistencia general a aceptar un cambio que es
beneficioso en términos generales.
Mi última observación está relacionada con las políticas nacionales en
un mundo en proceso de integración económica. Hoy la economía es cada
vez más global, pero la política continúa siendo local. Esta
discrepancia puede llevar a los gobiernos nacionales a elegir políticas
orientadas hacia el interior, que reducen la probabilidad de una mayor
integración económica en el plano mundial. Por otro lado, la
globalización está colocando la interdependencia internacional en un
nivel nunca observado hasta ahora. Este proceso crea formas nuevas y más
consistentes de consideraciones normativas que atraviesan las fronteras
nacionales, sea en la esfera de la elección social, las normas
ambientales, la reglamentación del mercado financiero, o en otros
sectores. Por ello, se necesitan normas mundiales más numerosas y de
mejor calidad. Pero se necesitan también políticas internas que sean
coherentes y complementarias de las de alcance mundial.
Como mencioné durante mi reciente visita a la Universidad de Berkeley,
estoy convencido de que el restablecimiento de la confianza de los
americanos en el comercio presupone la garantía de que están en marcha
sistemas adecuados de salud y pensiones, a través de políticas internas
en materia de impuestos y gasto. Igualmente, el fomento del consumo
interno en China, limitado en la actualidad por su alta tasa de ahorro,
requerirá también mayor gasto en políticas sociales en esferas como la
salud o la educación.
Conclusiones
El desafío normativo que he esbozado esta
tarde consiste en lograr un equilibrio entre las significativas ventajas
económicas -por no mencionar las de carácter sociopolítico- del
compromiso internacional a través del comercio con la justicia social y
una sensación percibida de legitimidad. El desafío no es nuevo,
simplemente es más intenso y acuciante.
Después de 60 años de cooperación con el comercio multilateral en un
mundo en proceso de cambio espectacular, los argumentos en favor de un
sistema de comercio abierto son más convincentes que nunca. Por otro
lado, a medida que la tecnología mejora e intensifica la
interdependencia mundial, las autoridades nacionales y la comunidad
mundial deben hacer frente a una necesidad cada vez más apremiante de
dar muestras de imaginación, capacidad de liderazgo y voluntad de hacer
frente a las nuevas demandas.
En lo que respecta a las autoridades nacionales del mundo
industrializado, el ignorar la creciente preocupación pública sobre
algunos aspectos de la globalización menoscabaría la legitimidad de los
gobiernos y haría peligrar el apoyo social, lo mismo que el olvido de
los beneficios del comercio. La respuesta a esta tensión radica en
encontrar un equilibrio entre mercados abiertos y políticas internas
complementarias, junto con iniciativas internacionales que permitan
hacer frente a los riesgos de la globalización
En cuanto a la comunidad mundial, los mercados económicos integrados
necesitan instituciones jurídicas y políticas adecuadas. Sin ellas, los
mercados carecen del marco regulador básico para funcionar debidamente.
Nuestras cambiantes realidades mundiales, puestas dramáticamente de
manifiesto por la actual crisis económica, requieren una revisión de
muchos aspectos del sistema de gobierno internacional.
Me he detenido con cierto detalle en el nexo existente entre la teoría y
los desafíos normativos prácticos con que se enfrentan los gobiernos,
precisamente porque estoy convencido de que instituciones como la
Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona pueden contribuir
decisivamente a mantener fuertes relaciones entre una reflexión
conceptualmente disciplinada y los desafíos de las tomas de decisiones
cotidianas. Espero con interés poder continuar esos intercambios con
esta Facultad en el futuro.
Muchas gracias por su atención.
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