WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

“Comercio mundial de productos básicos: Perspectiva de la OMC”


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Señoras y señores:

Es un honor para mí estar hoy aquí con ustedes para inaugurar la Novena Conferencia Anual sobre la Financiación Mundial de los Productos Básicos.  En este discurso de apertura, quisiera que conozcan mi forma de ver el comercio internacional de productos básicos desde el lugar que ocupo en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

¿Es el comercio de productos básicos como cualquier otro comercio? y ¿cuáles son los obstáculos al comercio internacional en esta esfera?  Estas son las dos preguntas fundamentales en las que me gustaría que nos detuviésemos y que espero sirvan para enmarcar adecuadamente el resto de las conversaciones que mantendrán en estos dos días.  Al final de mi intervención, me referiré a la cuestión de la “financiación” (entre comillas) de los productos básicos, ya que sería irresponsable por mi parte no abordar el tema central de esta reunión.  Mi intención, sin embargo, es presentarles primero un panorama más general.

El comercio de productos básicos, por decirlo de alguna manera, es un caso particular, en el que las distorsiones siguen siendo importantes en comparación con otras esferas del comercio mundial.  De hecho, ¿qué significa el término “productos básicos”? cuando la comunidad de comerciantes a la que ustedes pertenecen habla de “productos básicos”, muchos gobiernos piensan inmediatamente en alimentos, fibras y recursos naturales.  El maíz, la soja, el algodón, la madera, los minerales, las tierras raras, los combustibles y todo aquello a lo que se puede denominar productos básicos son productos sobre los que numerosos gobiernos desearían ejercer algún tipo de control.  No hay ninguna otra esfera del comercio mundial en la que la cuestión de la soberanía nacional adquiera tanta importancia.  La cuestión de los alimentos es una esfera mucho más compleja que merece una mención aparte.

En 2008, el valor total del comercio internacional de recursos naturales ascendió a 3,7 billones de dólares, es decir, cerca de una cuarta parte del comercio mundial de mercancías.  Ese valor se ha multiplicado más de seis veces en el último decenio.  En cuanto al comercio de productos agrícolas, su participación en el comercio mundial durante los 10 últimos años se ha mantenido en un 9 por ciento.

Entonces, ¿qué consecuencias tiene el hecho de que para los gobiernos las cuestiones relacionadas con los productos básicos y los recursos naturales sean tan delicadas?  Pues bien, para el comercio internacional, las consecuencias son graves, ya que los gobiernos pueden tratar activamente de hacerse con el control de los alimentos, las fibras y los recursos a través de empresas de propiedad estatal.  Los gobiernos pueden alentar activamente el cultivo o la extracción de esos productos mediante subvenciones causantes de distorsión del comercio.  Pueden promover su consumo y elaboración en el país mediante medidas que desalienten la exportación, tales como impuestos o contingentes o incluso la prohibición total de exportar.  O, por el contrario, cuando tienen excedentes, pueden decidir colocarlos en los mercados internacionales valiéndose de ayudas a la exportación.

Por supuesto, sobran ejemplos de empresas comerciales del Estado en la esfera de los productos básicos.  Abarcan desde las Juntas de Cereales, un poco repartidas por todo el mundo, hasta las empresas de comercialización de la energía que importan combustibles.  Las subvenciones a los productos agrícolas básicos y los productos pesqueros también son considerables y son en muchos casos causantes de distorsión del comercio, además de ser perjudiciales para el medio ambiente.  De hecho, las subvenciones a los productos agropecuarios sólo se ven superadas a nivel mundial por las que se conceden a los combustibles fósiles.  Y por lo que se refiere a los impuestos a la exportación, éstos se aplican al 11 por ciento del comercio mundial de recursos naturales, en comparación con un 5 por ciento en el resto del comercio internacional.  Y de un total de 7.300 medidas de restricción de las exportaciones, en sentido amplio, notificadas por los gobiernos a la OMC, más de 2.500 se refieren a los recursos naturales, lo que representa aproximadamente una tercera parte de todas las medidas notificadas.

Todo esto, por supuesto, es aplicable al país que posee los productos básicos o los recursos naturales, es decir, el posible exportador.  ¿Pero qué sucede con los países que adquieren estos productos o recursos, en otras palabras, los importadores?

Sorprendentemente, ellos también han recurrido a toda una serie de políticas causantes de distorsión del comercio en esta esfera.  Estas políticas tienen principalmente por objeto favorecer la importación de materias primas y desalentar a su vez la compra de productos de mayor valor añadido, y generalmente se basan en lo que en la OMC llamamos “progresividad arancelaria”:  un país, por ejemplo, que permite la entrada de madera sin elaborar libre de derechos, pero impone aranceles elevados a las importaciones de muebles de madera.  De hecho, el arancel medio que se aplica a nivel mundial a los productos forestales sin elaborar es aproximadamente del 6 por ciento, pero asciende al 18 por ciento en el caso de los muebles de madera.

Para algunos, las restricciones a la exportación de los países exportadores se deben en parte a la aplicación de esta progresividad arancelaria por los países importadores.  ¿Por qué?  Si un país sabe que el importador intenta dejarle sin sus recursos naturales, trata de evitar que ello suceda alentando la elaboración en el propio país, lo que puede desencadenar un sinfín de restricciones a la exportación que conducen a una espiral perniciosa de represalias proteccionistas.  Y faltaría a mi deber si no mencionara que los países importadores a veces imponen obstáculos no arancelarios, como las normas, que también pueden restringir el comercio de productos básicos de forma injustificable.

En el caso de los alimentos, la situación es aun más compleja.  A ese respecto, por una cuestión de supervivencia política, los gobiernos pueden pensar a veces que deben garantizar cierto grado de “autosuficiencia” alimentaria, actitud que da lugar a los mismos obstáculos al comercio que acabo de describirles.  Unos obstáculos que permiten a las empresas comerciales del Estado hacerse con el control de los alimentos de los que se considera que hay escasez, lo que a su vez puede derivar en restricciones a la exportación.  De hecho, parte de la crisis de los precios de los alimentos de 2008 se atribuye principalmente en la actualidad a las restricciones a la exportación de alimentos, como, por ejemplo el arroz.

Ahora bien, huelga decir que para un país importador de alimentos cuya seguridad alimentaria depende de las importaciones, esta situación plantea un problema.  ¿Y cómo reacciona ese país?  Pues luchando más activamente para que se ponga fin a esas medidas en la mesa de negociación internacional de la OMC (la vía que naturalmente yo recomendaría) o considerando otras alternativas algo más problemáticas:  por ejemplo, tratar de que se cultiven más alimentos en el país aun si las tierras no son aptas (como ocurrió con el experimento de la Arabia Saudita para cultivar trigo que afortunadamente se ha abandonado) o recurrir a lo que algunas organizaciones no gubernamentales han denominado “acaparamiento de tierras”, que consiste en adquirir tierras en el extranjero, cultivar en ellas los alimentos que se necesitan y enviarlos de vuelta al país.  Y ello, contando con que el país “extranjero” no aplique a su vez restricciones a la exportación.

Como ven, estas particularidades del comercio de productos básicos son muy de lamentar.  De hecho, estas cuestiones nos preocupan tanto que en la OMC decidimos dedicar en 2010 nuestra publicación más emblemática, el Informe sobre el Comercio Mundial, exclusivamente al tema de los recursos naturales.  Los animo a que lean al menos la sección D del Informe, en la que se detalla todo el abanico de distorsiones del comercio en esta esfera.  Se han dedicado muchos otros informes de la OMC a los productos agropecuarios, un ámbito conocido por la profusión de restricciones al comercio.

¿Y entonces qué tenemos que hacer?  Ya conocemos el problema.  ¿Cuál es la solución?  La buena noticia es que no es imposible encontrar una solución y que esa solución está a nuestro alcance.  Las normas que surgieron de las cenizas de la segunda guerra mundial, plasmadas en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, y ahora en la OMC, nos dan la razón.

Si el mundo ha logrado elaborar normas para el comercio internacional que cumplen sus objetivos y las ha respaldado con uno de los mecanismos de solución de diferencias más eficaces que existen, seguramente puede hacer más.  Creo que es hora de empezar a hacer frente a estas distorsiones.

Para ello, esto es lo que debemos tener presentes.  La apertura del comercio de productos básicos sólo se logrará si los negociadores vienen a la OMC con un buen espíritu, diciéndose a sí mismos que la cooperación internacional en el ámbito de los recursos naturales, los productos básicos y, naturalmente, los alimentos, es una opción mucho mejor que el conflicto comercial.  Los conflictos comerciales suelen comenzar con la adopción por un interlocutor de una pequeña restricción, a la que luego los demás responden con otras, hasta que se genera una espiral de represalias, y terminan desembocando en políticas de empobrecimiento del país vecino.  Todos nos empobrecemos sustancialmente y salimos perdiendo con esas políticas.  Como decía Gandhi:  “¡ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego!”

Esa situación es más evidente en la esfera de los alimentos, más que en ninguna otra, cuando un país decide interrumpir de forma repentina el suministro a otro.  La decisión de que los alimentos se queden supuestamente “en casa”, entre comillas, termina desalentando la producción agrícola local porque hace bajar los precios.  Al final, se producen menos alimentos y en realidad no se resuelve el problema de nadie.

Si comparten mi análisis, entonces les incumbiría a ustedes, la comunidad comercial, ejercer presión sobre los gobiernos para reforzar el conjunto de normas de la OMC y lograr una mejor reglamentación y ordenación del comercio de productos básicos.  A corto plazo, también deberían prestar atención a la Política agrícola común de la Unión Europea y a la Ley de Agricultura de los Estados Unidos, ambas en curso de revisión.

Y obviamente hay otra distorsión más del comercio mundial de productos básicos que aún no he mencionado:  el problema de la colusión y la cartelización.  Sin embargo, como saben, la OMC sigue sin disponer de normas en la esfera de la política de competencia.  ¿Ha llegado tal vez el momento de que los consumidores empiecen a presionar para que se elaboren esas normas?  Los dejo que reflexionen sobre el tema.

Permítanme referirme ahora a la cuestión de la financiación de los productos básicos.  La financiación del comercio en esta esfera, como en las demás esferas del comercio internacional, se resintió durante la reciente crisis económica.  En 2007, establecí un grupo consultivo para evaluar cuáles eran exactamente las deficiencias en materia de financiación del comercio y analizar qué se podía hacer, en su caso, para resolver el problema.  Junto con el Presidente del Banco Mundial, Bob Zoellick, planteé el asunto ante el G-20, y como consecuencia de ello el Grupo adoptó en Londres un conjunto de medidas destinadas a inyectar liquidez en los mercados a través de una aportación de 250.000 millones de dólares, que serían administrados por organismos de crédito a la exportación y bancos multilaterales.  Mi grupo consultivo me dice además que, hoy en día, con respecto a las expectativas de fines de 2011, la financiación del comercio parece resistir mejor que otros segmentos de la financiación mundial.  Parece que por fin se empieza a recuperar la liquidez.

No obstante, como Director General de la OMC, me preocupa que siga habiendo deficiencias de financiación en las regiones del mundo que tienen más dificultades:  los países de ingresos bajos donde a menudo ejercen su actividad muchos de ustedes.  Por ese motivo, la Cumbre del G-20 en Cannes adoptó las recomendaciones de la OMC en favor de los programas de facilitación de la financiación del comercio dirigidos a las PYME de los países en desarrollo, en particular en África.  Pienso que la continua participación del G-20 será necesaria, empezando por su próxima Cumbre en Los Cabos (México).  Ello no sólo permitirá que las comunidades del comercio y del desarrollo sigan movilizadas, sino que  permitirá también contar con el apoyo de los Ministros de Finanzas, que integran las juntas de directores de muchos bancos multilaterales de desarrollo.

No quiero extenderme más.  Doy por concluida mi intervención y quedo a su disposición para responder a sus preguntas.  Les agradezco su atención.

 

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