WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

“Trazar un camino para el comercio en un futuro incierto”


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Muchas gracias Bill, y gracias a Kemal por sus amables palabras,

Lo único que podemos afirmar con seguridad sobre el futuro es que será distinto del presente.  La historia ha sido una buena guía para el futuro, y en el pasado reciente ha habido tantos cambios sorprendentes que el futuro nos deparará sin duda más hechos inesperados.

Sólo en el último decenio, China ha crecido hasta convertirse en la segunda mayor potencia económica del mundo y en el mayor exportador de mercancías.  La Primavera Árabe ha barrido regímenes que existían desde hace mucho tiempo, y sus consecuencias todavía están por determinar.

La economía mundial se ha visto sacudida por una serie de cataclismos que podían haber sido predichos, pero para los cuales ciertamente no estábamos preparados.  Los niveles de deuda de los Estados Unidos y el Japón han crecido hasta niveles sin precedentes.  El experimento europeo que pretende establecer una verdadera gobernanza supranacional se enfrenta a dificultades.

Tanto los escépticos como los optimistas se han sorprendido al ver que se han logrado importantes Objetivos de Desarrollo del Milenio -como reducir a la mitad la tasa mundial de pobreza extrema o la proporción de personas que no tienen acceso al agua potable- cinco años antes del plazo señalado de 2015.

La forma en que hablamos entre nosotros no se parece en nada a cómo lo hacíamos hace 20 años.  Las redes sociales, las aplicaciones informáticas, el teléfono móvil y el iPad han transformado las relaciones humanas.

Y quién podría haber imaginado hace sólo dos o tres años que un equipo de béisbol de Washington, D.C. tendría a su alcance la Serie Mundial por primera vez desde 1924, cuando era Presidente Calvin Coolidge.

Lo que es cierto en la esfera de la geopolítica, la tecnología e incluso el béisbol, también lo es en la del comercio.

Los avances en la tecnología y el transporte han reducido drásticamente el gasto y la incertidumbre asociados a la distancia.  El rápido desarrollo de las cadenas de valor mundiales, la aplicación creciente de medidas no arancelarias basadas en la reglamentación y la evolución de las pautas del comercio vinculadas al rápido crecimiento de las corrientes comerciales Sur-Sur han transformado el comercio en el último decenio, y considero que esas actividades seguirán ampliándose en los próximos años.

La parte del comercio en el PIB mundial ha aumentado del 40 por ciento aproximadamente en 1980 a cerca del 60 por ciento en la actualidad.  En los Estados Unidos, país que durante mucho tiempo se ha considerado menos dependiente del comercio que muchos otros, esa parte ha crecido del 10 al 25 por ciento en el mismo período.  En los últimos 10 años, las exportaciones de bienes y servicios de los Estados Unidos se han duplicado con creces hasta alcanzar un valor superior a los 2 billones de dólares.  Uno de los motivos de esta impresionante expansión es la entrada masiva de exportadores de los Estados Unidos en nuevos mercados.  Cuando China se adhirió a la OMC, en 2001, las exportaciones de los Estados Unidos a ese país ascendían a 20.000 millones de dólares.  En 2011, habían aumentado más de cinco veces y superaban los 100.000 millones de dólares.

Además de China, hay muchas potencias comerciales nuevas:  el Brasil, la India, México y Malasia están entre los 25 mayores exportadores, y todos ellos registraron un crecimiento de las exportaciones de, por lo menos, el 15 por ciento en 2011.  Hoy en día, la participación en el comercio de los países en desarrollo ronda el 50 por ciento mientras que era de un tercio aproximadamente en 2008.

Y, lo que probablemente es más importante, la naturaleza del comercio también ha cambiado.  Los productos de alta tecnología solían estar fabricados en los Estados Unidos, el Japón o Alemania.  En la actualidad, están hechos en el mundo, con componentes y partes fabricadas en muchos países.  La contribución del país donde se lleva a cabo el montaje final puede representar únicamente una pequeña fracción del valor final del producto.

Hoy en día, casi el 60 por ciento del volumen del comercio mundial de mercancías corresponde al comercio de componentes.  En Asia, esa cifra se acerca a los dos tercios.  El contenido de elementos importados en las exportaciones medias es del 40 por ciento, frente al 20 por ciento hace dos decenios.

Esas cadenas de valor no sólo han cambiado la forma de comerciar de las empresas, están cambiado la propia naturaleza del debate sobre el comercio.  Cuando una única empresa fabricaba los productos en un único país, era más fácil defender el argumento de que las exportaciones eran buenas y las importaciones malas.  Este enfoque mercantilista fue un principio rector de las políticas comerciales durante siglos, como lo fue el concepto de reciprocidad.

Pero las cadenas de valor mundiales han dado la vuelta a todo esto.  Las empresas que quieren ser competitivas a escala mundial en un mercado difícil necesitan tener acceso a los mejores insumos posibles -bienes y servicios- al menor precio posible.  Impedir que las empresas hagan esas importaciones sólo les resta competitividad a nivel mundial.  Es contraproducente.  Este hecho, junto con la estricta vigilancia de la OMC, explica por qué los gobiernos se han resistido mayoritariamente a aplicar a gran escala medidas restrictivas de las importaciones.

No todos han entendido totalmente la importancia de este cambio, pero el debate evoluciona, comenzando por la forma en que medimos el comercio.

Si midiéramos el comercio en valor añadido, en lugar de hacerlo en términos estadísticos brutos, las balanzas comerciales bilaterales serían muy diferentes.  Ciertamente, el iPhone se monta en China, pero las mercancías y servicios que permiten el montaje final proceden de 15 empresas distintas de muchos países diferentes.  El valor que se añade al iPhone en China es del 4 por ciento aproximadamente, mucho menos que el valor que se añade en los Estados Unidos, el Japón, Alemania y Corea del Sur.  Aun así, cuando un iPhone se vende por 400 dólares en los Estados Unidos, la contabilidad clásica del comercio lo registra como un haber de 400 dólares para China y un debe de 400 dólares para los Estados Unidos.  Los economistas de la OMC consideran que el superávit comercial de China con los Estados Unidos, que asciende a 295.000 millones de dólares, se reduciría casi a la mitad si el comercio entre ambos países se midiera en términos de valor añadido.  Dada la enorme importancia de esta relación bilateral para los dos países y para el resto del mundo, creo que vale la pena examinar las cifras con más detalle.

Es probable que se refuerce la tendencia general a recurrir cada vas más a las cadenas de suministro mundiales, y también la competencia por acoger la producción.  El costo de la mano de obra no es en absoluto la única variable que las empresas tienen en cuenta al decidir dónde fabricar o dónde obtener los componentes.  Unas políticas nacionales acertadas, una buena educación, unos servicios sociales adecuados y una infraestructura de calidad son elementos cruciales para determinar hacia dónde fluirá la inversión extranjera directa en el futuro.

Esto explica por qué muchas empresas, que fabrican desde aeronaves y automóviles hasta muebles y candados, invierten más en instalaciones de producción situadas en los Estados Unidos.  No quiero entrar en la polémica sobre la deslocalización/relocalización que, lo sé, es bastante acalorada en este país.  Pero lo cierto es que empresas de todo el mundo siguen invirtiendo cientos de miles de millones de dólares en infraestructuras en los Estados Unidos.

Una cuestión de política que se suele pasar por alto y tiene un efecto cada vez mayor en la competitividad a medida que se difunden las cadenas de valor mundiales son los procedimientos aduaneros.  Cuanto más tiempo tenga el productor que esperar el componente importado que necesita, menos competitivo será.  La facilitación del comercio es también una esfera de la elaboración de normas internacionales en la que podemos alcanzar un acuerdo en el marco de la OMC.  En la actualidad, los procedimientos aduaneros, los trámites y los retrasos en la frontera representan aproximadamente el 10 por ciento del valor del comercio mundial, o cerca de 1,4 billones de dólares.  Un acuerdo de la OMC sobre facilitación del comercio que reduzca derechos y trámites, cree mayor transparencia y reduzca los obstáculos a las mercancías en tránsito disminuirá esos costos a la mitad.

En este nuevo mundo para el comercio, los aranceles no suponen un problema tan grave cuando se hacen negocios en mercados extranjeros.  Los aranceles no han desaparecido.  Siguen siendo elevados para ciertos productos.  El reciente incremento de los aranceles aplicados por determinados Miembros de la OMC ha vuelto a poner en primer plano el interés de la reducción radical de los límites máximos arancelarios en la OMC.

Pero mientras tanto, los gobiernos están aplicando diversas medidas no arancelarias que tienen repercusiones, a veces profundas, en las corrientes comerciales.

Esas medidas son de carácter reglamentario y tienen por objeto proteger la salud y la seguridad de los consumidores, la cultura o determinados estilos de vida.  Se trata, por ejemplo, de normas, pruebas y procedimientos de certificación.

Pero en ocasiones, eliminar ese tipo de reglamentos no es deseable ni factible políticamente.  Por lo tanto, el desafío a que se enfrentan la OMC y otras organizaciones multilaterales no es necesariamente reducir esas medidas, sino tratar de que haya menos divergencias entre ellas de modo que no entren en conflicto y no restrinjan innecesariamente el comercio, lo que es otra forma de establecer condiciones equitativas.

A medida que se multiplican los acuerdos comerciales preferenciales, regionales o bilaterales, aumenta el riesgo de disonancia entre las medidas no arancelarias.  Estos acuerdos comerciales pueden incluir elementos que no están abarcados por los Acuerdos de la OMC, como las normas sociales o ambientales o el reconocimiento de normas o títulos de aptitud.  Existe el peligro de que los elementos reglamentarios de cada acuerdo no sólo difieran, sino que choquen, creando así obstáculos al comercio, quizá involuntarios, pero muy reales.

Para tratar esas medidas hace falta cooperación a escala mundial, si bien la crisis económica internacional ha restado mucho impulso político al sistema multilateral.

Ha quedado claro que el objetivo de alcanzar, entre los 157 Miembros de la OMC, un conjunto de resultados de la Ronda de Doha que comprenda 20 temas no es posible a corto plazo.  Pero, en esta difícil situación, todavía es posible avanzar a pasos más pequeños.

Hemos visto esto en las negociaciones que llevaron a la ampliación del Acuerdo sobre Contratación Pública y al acuerdo para simplificar el procedimiento de adhesión de los países menos adelantados a la OMC.  Los Miembros de la OMC están negociando la ampliación del Acuerdo sobre Tecnología de la Información, acuerdo que ha beneficiado a todos, y confío en que durante los próximos meses asistiremos a nuevos avances en este ámbito.

Un grupo de Miembros de la OMC también ha iniciado una negociación plurilateral para alcanzar un acuerdo que contribuya a una mayor apertura del comercio de servicios.  Los servicios son un elemento fundamental de nuestras economías y un impulsor de la competitividad de las industrias.  Por eso considero que se deberían hacer esfuerzos por negociar de forma abierta, incluyendo al mayor número posible de Miembros de la OMC, y con ambición.  Tenemos también que examinar cómo dar carácter multilateral al acuerdo del APEC sobre bienes y servicios ambientales alcanzado recientemente.

Si la función negociadora de la OMC ha resultado decepcionante, nuestra Organización se ha mostrado más eficaz en otras esferas.  En lo que respecta a la vigilancia de la evolución del comercio y los informes sobre esa evolución, nuestro papel ha crecido desde el principio de la crisis gracias a la vigilancia de las medidas restrictivas del comercio.

El sistema de solución de diferencias de la OMC sigue siendo el mecanismo de este tipo más eficaz.  Sé que algunos juristas de Washington no siempre han quedado satisfechos con los resultados a que se ha llegado en Ginebra, pero el hecho de que los Estados Unidos sean el participante más activo en el sistema muestra el grado de confianza que tienen el Gobierno y las empresas estadounidenses en nuestra capacidad de resolver efectivamente las diferencias.

En un clima de crecientes tensiones comerciales, el mecanismo de solución de diferencias ha permitido quitar hierro a las diferencias mediante un procedimiento basado en normas, previsible y respetado.  No es una casualidad que este año se hayan iniciado ya casi el triple de asuntos que en todo el año 2011.

La OMC también ha sido más eficaz en otros ámbitos.  La labor en aras de la coherencia con las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods y los bancos regionales de desarrollo nunca ha sido más fructífera.  El programa de Ayuda para el Comercio es un ejemplo de la colaboración mundial para crear capacidad productiva en los países en desarrollo.  Juntos, hemos ayudado a evitar que se interrumpa la financiación del comercio en empresas, bancos y países del mundo en desarrollo.

Entonces, ¿qué decir del futuro?  ¿Cómo se adaptará la OMC a las rápidas transformaciones que el futuro nos depara inevitablemente?

Para ayudar a dar respuesta a esas preguntas, he convocado un grupo de 12 expertos que, con la inestimable contribución de Tom Donahue, de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, informará sobre sus conclusiones a principios del año próximo.

Hay una cosa de la que podemos estar seguros:  el papel de los países emergentes, tanto en el comercio como en los demás ámbitos, seguirá adquiriendo importancia.  Vivimos en un mundo multipolar.  El hecho de que la OMC reagrupe muchos centros de influencia otorga mayor legitimidad a su labor, pero hace también que el proceso de toma de decisiones a nivel mundial sea más complejo.  Es preciso un consenso mundial sobre la función del comercio en el crecimiento, el desarrollo, la creación de empleo y la mitigación de la pobreza.

Este debate no llegará a buen puerto sin voluntad política.  Y esta voluntad se puede construir.  Hace 50 años, el Presidente Kennedy firmó la Ley de Expansión del Comercio.  En octubre de 1962 se vivió un momento de gran incertidumbre.  La crisis de los misiles en Cuba paralizó al mundo.  Los Estados Unidos asistían con cierta perplejidad a la consolidación del Mercado Común Europeo.  Aun así, el Presidente Kennedy señaló que no era el momento de atrincherarse tras un muro de aranceles, sino de impulsar la actividad económica mediante el crecimiento del comercio.

Como en 1962, nos enfrentamos a un futuro incierto, pero sabemos que nos deparará acontecimientos imprevistos con consecuencias impredecibles.  Sabemos algo más:  los desafíos del futuro no serán menos complejos o acuciantes que los actuales.  De hecho, hay buenas razones para pensar que las condiciones económicas, ambientales y sociales que hemos creado harán que sea incluso más difícil enfrentarse a esos desafíos.  Pero una cosa es segura, necesitamos mayor apertura, apertura del comercio y apertura de espíritu.  Espero que Brookings lidere este debate.

Gracias por su atención.

 

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