WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

Bruselas, 17 de octubre de 2006

Lamy advierte que el fracaso de Doha debilitará gravemente el sistema de comercio

En un discurso pronunciado ante el Comité de Comercio Internacional del Parlamento Europeo en Bruselas el 17 de octubre de 2006, el Director General Pascal Lamy dijo que el fracaso de las conversaciones comerciales no sería “una gran perturbación económica causante de fracturas en los mercados … sino como una enfermedad de evolución lenta que debilitaría progresivamente el cuerpo del sistema multilateral de comercio que se ha venido construyendo en los últimos cincuenta años. Esa enfermedad afectaría a su pulmón económico, a su corazón político y a su esqueleto sistémico”. El Director General dijo lo siguiente:

Intervención de Pascal Lamy, Director General de la OMC
Comité de Comercio Internacional del Parlamento Europeo

En nuestro anterior encuentro, el pasado mes de marzo, les expliqué por qué, después de la Reunión Ministerial de Hong Kong, era a la vez posible y necesario concluir a finales del año en curso las negociaciones de la Ronda de Doha.

Sabemos, desde el 23 de julio, que eso ya es imposible. En esa fecha, el proceso de negociación quedó bloqueado por la cuestión agrícola como resultado de las diferencias que se manifestaron en el seno del G-6, que reúne a Australia, el Brasil, los Estados Unidos, la India, el Japón y la Unión Europea (por estricto orden alfabético …)

En tales circunstancias, dos eran las opciones posibles:

  • continuar negociando en un clima degradado, con el riesgo de comprometer los magros resultados obtenidos en las negociaciones.

  • abrir una “pausa” para permitir a los negociadores reflexionar serenamente, reexaminar sus posiciones junto con sus mandadores, y volver, de ser posible, a la mesa de negociación con propuestas modificadas y una actitud positiva.

Propuse entonces a los Miembros de la OMC, que aceptaron mi sugerencia, suspender el proceso oficial de negociación durante el tiempo necesario para crear condiciones que permitieran reanudarlo.

¿Qué ha ocurrido desde julio?

Esa suspensión ha tenido tres resultados importantes: una reflexión colectiva sobre el costo que tendría un fracaso, una serie de llamamientos a la reanudación de las negociaciones, y el inicio, por el momento apenas esbozado, de una labor de reexamen de las posiciones de negociación.

La posibilidad de un fracaso de las negociaciones, que antes de julio no era sino una mera figura retórica, es ya una hipótesis que se toman muy en serio numerosos países. Y sus consecuencias son ahora más claramente visibles, no en forma de una gran perturbación económica causante de fracturas en los mercados, los intercambios o el entorno en el que se desarrolla la actividad económica a corto plazo, sino como una enfermedad de evolución lenta que debilitaría progresivamente el cuerpo del sistema multilateral de comercio que se ha venido construyendo en los últimos cincuenta años. Esa enfermedad afectaría a su pulmón económico, a su corazón político y a su esqueleto sistémico.

Debilitamiento del pulmón económico, en el caso de que desaparecieran de la mesa los logros de las negociaciones. En lo que se refiere al acceso a los mercados o a las nuevas disciplinas, la Ronda de Doha es, en su propia concepción, dos o tres veces más ambiciosa que su predecesora, la Ronda Uruguay. Si la negociación ha resultado difícil, ello se debe precisamente a esa ambición de partida. Y esa apreciación es cierta tanto en su dimensión clásica, Norte-Sur, como en la más reciente dimensión Sur-Sur. Basta con recordar que en diez años la participación de los países en desarrollo en el comercio mundial ha pasado de una tercera parte a la mitad del total.

Golpe contra el corazón político diseñado en 2001, a saber, la prioridad otorgada al desarrollo y a la corrección de las injusticias que perduran en el orden comercial internacional y que constituyen, en cierto modo, una herencia colonial, como si la descolonización económica se hubiera rezagado en más de cincuenta años respecto de la descolonización política. Ya se ha comprobado que las principales víctimas de la incapacidad de la OMC para corregir las desigualdades que la Ronda Uruguay había empezado a reducir en el sector agrícola o en el de los textiles y el vestido serán, en caso de fracaso, los más débiles y los más pobres. Es decir, los países en desarrollo, y en particular los países menos adelantados, para los que el éxito de las negociaciones constituye la única esperanza de contrarrestar los efectos perjudiciales de las subvenciones agrícolas al algodón o al azúcar o de lograr acceso irrestricto a los mercados de los países más ricos. ¡Mal se contribuiría así a los objetivos del Milenio adoptados por las Naciones Unidas!

Deterioro del esqueleto sistémico, es decir, de la solidez del seguro contra accidentes proteccionistas que representa el sistema multilateral de comercio. Como toda póliza de seguro, debe actualizarse de vez en cuando, y su utilidad no se manifiesta sino en el momento en que se produce el accidente. Y a veces es demasiado tarde. En cuanto a los seguros bilaterales, que tan de moda parecen estar ahora, sabemos que tienen mucho menos valor. No abarcan todo el comercio, y no sirven en absoluto para abordar las disciplinas en materia de subvenciones agrícolas, subvenciones a la pesca o medidas antidumping, cuestiones de enorme interés para los países en desarrollo.

Las consideraciones sobre las consecuencias de un posible fracaso son sin duda el origen del segundo movimiento observado desde el mes de julio: la multiplicación, en foros políticos, de los llamamientos a la reanudación de las negociaciones. Así en Kuala Lumpur en agosto, en la reunión del Grupo de la ASEAN, en Río en septiembre, en la del G-20, en Singapur en la del Banco Mundial y el FMI, en la del Grupo de Cairns, y en la de la Unión Africana la semana pasada, sin contar los pronunciamientos de los medios empresariales, de influyentes personalidades universitarias o académicas, y de determinadas ONG.

Las señales políticas no indican necesariamente un cambio en las posiciones de negociación, sobre todo cuando se dirigen a otros destinatarios. Sin embargo, pueden ser precursoras de un nuevo estado de ánimo.

El tercer movimiento consiste en lo que se ha dado en llamar diplomacia silenciosa. En efecto, sería vano esperar que ninguno de los actores importantes modifique unilateralmente las posiciones que se hicieron públicas en julio. Esas posiciones se fijaron bajo el control vigilante de grupos de interés que tienen una influencia determinante, y legítima, por otra parte, en la elaboración de las estrategias negociadoras. Y no se modificarán sin que las flexibilidades necesarias hayan sido puestas a prueba, discutidas y concertadas entre los negociadores y sus mandantes y por los propios negociadores entre sí. De ahí la necesidad de realizar durante cierto tiempo una labor subterránea, sin duda frustrante para los medios de comunicación, pero imprescindible.

¿Hasta cuándo?

Nadie lo sabe, y yo tampoco. Sabemos, sin embargo, que el plazo de la próxima primavera corresponde a dos etapas importantes del calendario legislativo estadounidense: en primer lugar, la decisión sobre la ley agrícola — “Farm Bill”. ¿Prolongación del sistema actual, votado en 2002 por cinco años, o reforma? Y, en segundo lugar, la decisión sobre la posibilidad de prorrogar los poderes de negociación otorgados por el Congreso a la Administración — “Trade Promotion Authority”. Cabe suponer que la posición del Congreso de los Estados Unidos podría decantarse en un sentido o en otro según se dibuje o no en esas ocasiones la perspectiva de un acuerdo.

En lo inmediato, debemos, pues, aplicarnos a ayudar a los que redoblan las presiones en pro de la reanudación de las negociaciones, y a facilitar la labor discreta promovida por diferentes coaliciones o países. Y mantener la cabeza serena, en particular frente a los proyectos de acuerdos bilaterales que vemos germinar aquí y allá y que parecen prometer concesiones más importantes que la que bastaría para desbloquear la negociación multilateral. A menos que mis nociones de aritmética estén obsoletas, no llego a entender, por ejemplo, en qué se distingue la carne de vacuno o las aves de corral estadounidenses que importaría la Unión Europea, reduciendo sus aranceles, en el marco de un amplio acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, de la carne de vacuno argentina o de las aves de corral brasileñas o tailandesas que seguirían el mismo recorrido como consecuencia de un acuerdo en la OMC.

Concluiré esta breve introducción a nuestro intercambio de opiniones con la única buena noticia importante que se ha producido desde nuestras deliberaciones del mes de marzo pasado, sin contar, claro está, la inminente adhesión de Viet Nam a la OMC: los progresos logrados en materia de ayuda para el comercio destinada a los países en desarrollo. Además, como resultado de un excelente trabajo realizado de conformidad con las orientaciones trazadas en Hong Kong, disponemos ahora de recomendaciones que el Consejo General, la semana pasada, me encargó aplicar en relación con:

  • la coordinación de las actuaciones de las organizaciones financieras internacionales y regionales y de los donantes bilaterales en lo que se refiere a la asistencia para la creación de capacidad comercial en los países en desarrollo, ya se trate de infraestructuras pesadas o de mejoras técnicas más ligeras.

  • el aumento del volumen de las corrientes financieras hacia esos países, en la estela de las decisiones adoptadas en la cumbre del G-8 celebrada en Gleneagles en julio de 2005 y de la Reunión Ministerial de la OMC celebrada en Hong Kong en diciembre de 2005.

La Unión Europea ha desempeñado un papel importante en esos esfuerzos y en el avance de los trabajos, y quiero por último manifestar ante ustedes mi profundo agradecimiento a los comisarios Mandelson y Michel por el apoyo que nos han brindado. Sin embargo, muchos Miembros de la OMC sólo podrán beneficiarse de los efectos positivos si les prestamos la debida asistencia en esas esferas.

Y aunque, como consecuencia del fracaso del proyecto de Tratado constitucional, el Parlamento Europeo no haya recibido los poderes que le correspondían en la esfera de la política comercial, no hay que olvidar la influencia que sigue teniendo en lo que se refiere a la política de desarrollo. De ahí que me dirija a ustedes, los parlamentarios europeos, para exhortarlos a apoyar los esfuerzos de la Comisión y de los Estados miembros en materia de ayuda para el comercio destinada a los países en desarrollo. Los invito a que velen por que se concrete rápidamente el anuncio hecho por la UE en Hong Kong de su intención de aumentar la ayuda para el comercio, de aquí a 2010, a mil millones de euros anuales para la Comisión y a mil millones de euros adicionales para los Estados miembros (sin contar las infraestructuras).

Muchas gracias por su atención.