WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY

La OMC y su programa de desarrollo sostenible — Universidad de Yale

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Señoras y señores:

Me es muy grato participar con Ernesto Zedillo en el debate sobre el programa de desarrollo sostenible de la OMC. Quisiera comenzar elogiando a Ernesto por la excelente labor que está realizando en el Centro para el Estudio de la Globalización de la Universidad de Yale. Casualmente, soy un fiel lector de la revista electrónica del Centro y de sus estimulantes análisis sobre cuestiones económicas y comerciales.

Me resultaría imposible hablar en la Universidad de Yale del programa de desarrollo sostenible de la OMC, y más concretamente de la relación entre el comercio y el medio ambiente, sin rendir homenaje al Profesor de esta Institución Daniel Esty por su libro El reto ambiental de la Organización Mundial del Comercio, publicado en 1994. Ese libro estuvo en el origen del debate sobre el comercio y el medio ambiente. Cuando se publicó su primera edición, el Senador Baucus dijo que ayudaría a derribar el muro que separa a los defensores de una mayor protección del medio ambiente de quienes reclaman una mayor apertura de los mercados.

Carla Hills, la antigua Representante de los Estados Unidos para las Cuestiones Comerciales Internacionales, dijo que el libro provocaría ciertamente “fuertes reacciones” en ambos bandos, pero que esas reacciones promoverían el debate. ¡Cuánta razón tenía! Es indudable que Daniel Esty introdujo rigor intelectual y académico en un tema que necesitaba imperiosamente ambas cosas.

Por supuesto, en el momento en que se escribió el libro, el sistema multilateral de comercio estaba envuelto en una enorme polémica, especialmente en este país, debido a que se lo percibía como una fuerza supranacional. El GATT acababa de tomar su decisión en el asunto sobre el atún y el delfín, y en los Estados Unidos se mantenía un vivo debate sobre la relación entre el comercio y el desarrollo ante la próxima firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TCLAN). Aún recuerdo que los manifestantes contra el GATT habían empapelado Washington con carteles de un monstruo gigante, un gorila, más conocido con el nombre de “GATTzilla”, que pisoteaba la Casa Blanca, vertiendo DDT.

Al hojear el libro de Daniel Esty durante el viaje de la OMC a Yale, no pude sino pensar no sólo en el largo camino que estaba recorriendo yo, sino en el que había recorrido también la controversia sobre el comercio y el desarrollo desde aquellos días.

En efecto, cuando el debate sobre el comercio y el desarrollo comenzó seriamente, primero en el GATT y luego en la OMC, es indudable que tomó el sistema multilateral de comercio por asalto. Pocos comprendieron entonces que lo que se estaba debatiendo eran los “valores” de la gente y la medida en que podía permitirse que algunos de esos valores cruzaran las fronteras junto con las mercancías exportadas.

Mis colaboradores me han relatado una divertida anécdota que se remonta a 1996, cuando todos los comités de la OMC, entonces recién establecidos, se apresuraban a ultimar sus informes para la primera Conferencia Ministerial de la Organización, que se celebraba en Singapur. Aunque todos los comités se las arreglaron para presentar a los Ministros informes de 2 ó 3 páginas, el Comité de Comercio y Medio Ambiente tuvo que trabajar hasta el amanecer, debido a la magnitud de las discrepancias, ¡y elaboró un documento de 100 páginas!

Pero lo divertido viene ahora. Durante aquella madrugada, cuando los delegados empezaban a aflojarse la corbata y las delegadas a tirarse de los cabellos, de puro agotamiento, un representante de un país del Sur, claramente hastiado del debate, dijo lo siguiente. Cito textualmente: “Hace poco estuve en un supermercado en los Estados Unidos y encontré una lata de atún con la etiqueta Dolphin-Safe.” “Entonces pensé:” —dijo— “'¿Y qué hay del condenado atún? ¿No está ahí muerto en la lata? ¿Por qué nadie se preocupa por él?.'” No hace falta decir que en ese momento el Comité comprendió que se trataba, en efecto, de un debate sobre valores.

Difícilmente podían saber entonces los miembros del Comité que en ese preciso momento tenían lugar conversaciones semejantes en los foros sobre el medio ambiente. Los países mantenían un importante debate —que, de hecho, aún continúa— en el marco de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas en torno al modo en que el mundo debe determinar las prioridades en la protección de las diferentes especies. ¡Sobre cómo se debe escoger entre ellas!

En el momento en que se adoptó la decisión en el asunto sobre el atún y el delfín, algunos estadounidenses tenían la percepción de que Flipper, su amado delfín protagonista de una serie de televisión, estaba en peligro. Pero había otros, dentro y fuera de los Estados Unidos, que pensaban que, aunque los delfines ciertamente eran importantes, también había otras especies que necesitaban protección. Especies igualmente esenciales para nuestro ecosistema. La pregunta, entonces, era: ¿dónde debía la OMC establecer la distinción entre los valores que podían atravesar las fronteras nacionales y los que no podían? Y, lo que tal vez era aún más importante: ¿acaso era la OMC quien debía establecer esa distinción?

Mientras que para algunos era imprescindible hacer que el sistema internacional pusiera fin a un comercio inadmisible desde el punto de vista moral o medioambiental, para otros integrar esos valores en el sistema de comercio tendría un efecto catastrófico. El profesor Jagdish Bhagwati escribió: “Si los derechos comerciales de un país pueden suspenderse simplemente porque se niegue a aceptar los valores idiosincrásicos de otro, cualquiera podría alegar razones morales para establecer restricciones al comercio, y el entero sistema internacional de comercio se encaminaría hacia el desastre.”

Ahora bien, mientras este debate seguía arreciando, la OMC continuaba discretamente su labor cotidiana. Seguía administrando sus acuerdos comerciales y solucionando las diferencias comerciales planteadas por sus Miembros. Pero hubo un hecho que causó una enorme sorpresa a algunos de los más severos críticos ecologistas de la OMC. Habían previsto que serían innumerables las leyes medioambientales impugnadas ante la Organización por establecer restricciones al comercio, pero descubrieron que, hasta hoy, sólo se ha planteado un pequeño número de asuntos medioambientales, ¡en los diez años de vida de la OMC!

También les sorprendió que no se cumpliera su augurio de que las normas comerciales se impondrían invariablemente en perjuicio de las medioambientales. Por el contrario, la OMC fue capaz de administrar no sólo justicia comercial, sino también un cierto grado de justicia ambiental. La “prueba de la necesidad” de la OMC, que tanto temían los ecologistas, permitió a Francia en 2001 mantener su prohibición de la importación de amianto y proteger así a sus ciudadanos y sus trabajadores de la construcción. Asimismo, en la diferencia Camarones-tortugas, la OMC presionó a sus Miembros para que reforzaran su colaboración en materia de medio ambiente. Insistió en que las partes en el conflicto encontraran una solución medioambiental conjunta para proteger a las tortugas marinas. Y poco después se firmó un Memorando de Entendimiento sobre la Conservación y Ordenación de las Tortugas Marinas y sus Hábitat en la región del Océano Índico y el Asia Sudoriental. La imagen de GATTzilla poco a poco comenzaba a desvanecerse.

Ya en 1994, Daniel Esty vio la necesidad de reformar el sistema multilateral de comercio y reforzar la estructura de la gobernanza medioambiental mundial. Estos son algunos de los elementos del abanico de reformas que propuso en el marco de una “puesta al día” medioambiental de la OMC: realizar evaluaciones del impacto ambiental en paralelo con la apertura del comercio, a fin de poder idear medidas de contención eficaces; conceder al público una mayor participación en la OMC, de modo que sus preocupaciones medioambientales sean tenidas en cuenta; consultar a expertos en medioambiente en el marco de los procesos de solución de diferencias de la OMC para que las resoluciones sean más equilibradas; y que la OMC respete los tratados internacionales sobre el medio ambiente. También aspiraba a llegar a ver un día lo que llamó “una Ronda Verde de negociaciones comerciales”.

Hoy, en 2007, me es grato poder decirles en este acto que la OMC ha avanzado considerablemente hacia la consecución de ese abanico de objetivos, y sin necesidad de una gran reforma interna. La OMC ha consultado a expertos en medio ambiente en casi todas las diferencias sobre cuestiones medioambientales que se le han presentado para su solución desde que la Organización fue creada. Ha abierto sus puertas al público de muy diversos modos. En primer lugar, en el contexto de la solución de diferencias. Una vez establecido, el mecanismo de solución de diferencias de la OMC abrió rápidamente sus puertas a las llamadas comunicaciones amicus curiae, es decir de los “amigos del Tribunal”, presentadas por ciudadanos interesados en el objeto de la diferencia o, simplemente, por “cualquiera que pueda ayudar al Tribunal”, y desde entonces se han recibido continuamente comunicaciones de este tipo. Del mismo modo, es cada vez mayor el número de diferencias en que los Miembros convienen en celebrar “audiencias públicas”, con lo que la transparencia va aumentando progresivamente.

En segundo lugar, esa apertura se ha puesto de manifiesto en el contexto de la labor cotidiana de la OMC. Los foros públicos de la OMC han llegado a ser un acontecimiento anual que la sociedad civil aguarda con impaciencia. Son momentos específicos del año en que la OMC invita a la sociedad civil de todo el mundo a mantener un diálogo con sus Miembros. Este mismo mes, nuestro Foro Público acogió la cifra récord de 1.750 participantes de prácticamente todos los ámbitos profesionales y sociales. Nada menos que cuatro sesiones se consagraron al cambio climático, y en muchas más se consideró el desarrollo sostenible.

En el contexto de la solución de diferencias, la OMC también ha demostrado que es capaz de respetar otros tratados internacionales, incluidos los relativos al medio ambiente. De hecho, en una resolución que marcó un hito, el Órgano de Apelación confirmó que la OMC no opera clínicamente aislada de su entorno.

Pero, por supuesto, es mucho lo que queda por hacer. Y parte de esa labor, me atrevería a decir, sólo podrá llevarse a cabo cuando la OMC haya completado su primera Ronda Verde. Pero, ¿es que hay una Ronda “verde”? —se preguntarán ustedes—. La respuesta es: sí. La Ronda de Doha de negociaciones comerciales es la primera ronda de negociaciones de la historia que contiene un capítulo “verde”, es decir, medioambiental; la primera ronda de negociaciones de la historia en la que se alienta a los Miembros a llevar a cabo evaluaciones ambientales en el plano nacional. Y en ese capítulo encontrarán la cuestión que preocupaba a Daniel Esty: el respeto de los tratados internacionales sobre el medio ambiente. En la Ronda de Doha los Miembros de la OMC reciben el mandato de estudiar la relación entre las normas de la OMC y esos tratados, con el fin de velar por que se apoyen recíprocamente. La negociación no puede sino reforzar la amplitud de miras que el Órgano de Apelación ya ha demostrado poseer al tener en cuenta otros tratados.

Pero el capítulo verde no se limita a esa cuestión. En parte, el objetivo de estas negociaciones es también favorecer la apertura de los mercados a las tecnologías limpias, ya sea en relación con los “bienes” o con los “servicios”. Es un objetivo muy legítimo, en particular si se tienen en cuenta los enormes problemas medioambientales que afrontamos. Varias de las mercancías que están siendo objeto de negociación actualmente, por ejemplo, podrían ayudar a luchar contra el cambio climático, como los paneles solares, los filtros de aire y los convertidores catalíticos.

Ahora es preciso que esas tecnologías puedan cruzar las fronteras y ser más accesibles para los pobres. En lugar de imponer aranceles que frenen el comercio de bienes ambientales, lo que debemos hacer es promover ese comercio. Y lo mismo cabe decir de los servicios ambientales.

También ocupa un lugar destacado en el capítulo verde de la Ronda de Doha la reducción de las subvenciones a la pesca, que han contribuido a llevarnos a la peligrosa situación en que se encuentra gran parte de los recursos pesqueros mundiales. Las subvenciones a la pesca, que en el mundo suman cada año de 14.000 a 20.000 millones de dólares EE.UU., han sido una de las causas del agotamiento de los recursos pesqueros y han contribuido a que cada vez haya “mas pescadores para menos peces”, como ahora se dice. La flota pesquera mundial extrae 80 millones o más de toneladas de pescado de los océanos. ¡Esta cifra es cuatro veces superior a las capturas totales de 1950! El objetivo de las negociaciones es ayudar a invertir esta peligrosa tendencia.

En un libro asombroso titulado Hooked: Pirates, Poaching and the Perfect Fish, Bruce Knecht relata cómo una criatura de aspecto relativamente desagradable, llamada bacalao de profundidad, pasó de ser “demasiado insípida para comer” a convertirse en la más codiciada locura gastronómica: la “lubina de Chile”. El bacalao de profundidad, como sin duda saben, ahora está amenazado de extinción, y el relato de su peligrosa sobrepesca narrado por Knecht ilustra los desafíos a los que hacen frente los acuerdos de pesca regionales y nos recuerda que debemos suprimir las subvenciones a la pesca dañinas para el medio ambiente. ¡El libro es enormemente interesante!

No tengo la menor duda de que para que la OMC consiga logros mayores en lo que respecta al medio ambiente, antes ha de finalizar la tarea que ahora afronta: el primer programa de negociación medioambiental de la historia. Desde una perspectiva más general, también ha de completar la Ronda de Doha en su conjunto. Hace algunos meses me dejó perplejo, cuando volé a Nairobi para hablar ante el Consejo de Administración del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, un comentario que me hizo Achim Steiner, su Director Ejecutivo.

Dijo que para que el programa medioambiental internacional avanzara era necesario completar primero la Ronda de Doha. Al principio, esa observación me desconcertó. Luego la comprendí. Si el mundo encontraba dificultades para promover el paradigma dominante de “crecimiento económico”, ¿habría alguna esperanza de llevar adelante cualquier otro paradigma? Y así es, en efecto. Si no podemos hacer que la cooperación económica internacional tenga éxito, poco cabe esperar de los demás aspectos de los programas internacionales. Y, personalmente, iría aún más lejos. Si el mundo no puede hacer que la primera Ronda Verde de la OMC sea un éxito, ¿hay alguna probabilidad de llevar adelante cualquier proceso de “ecologización”?

Volviendo a Daniel Esty, diría que no puedo estar más de acuerdo con él en que es necesario fortalecer las instituciones medioambientales mundiales. La OMC sólo puede contribuir a resolver los problemas del medio ambiente a través del comercio, pero es evidente que el programa medioambiental internacional es mucho más amplio. Dicho esto, me alegro de que ya no nos encontremos ante el dilema de ecologizar a los partidarios del GATT o “GATTificar” a los ecologistas, que planteaba Esty. Los partidarios del GATT ya están relativamente “ecologizados”, y si logramos completar la Ronda de Doha, los haremos aún más verdes. Muchas gracias por su atención.

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