DISCURSOS — DG NGOZI OKONJO-IWEALA

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Excelencias, señoras y señores. Bom dia!

Sé de buena tinta que hoy es el cumpleaños del Ministro de Asuntos Exteriores, Carlos Alberto França, así que permítanme comenzar deseando a su Excelencia que siga cumpliendo muchos más.

Es un honor estar aquí en el Instituto Rio Branco. A lo largo de mi carrera, he tenido el privilegio de relacionarme con muchos diplomáticos brasileños — y, más recientemente, con el Embajador Alexandre Parola y su equipo de la misión del Brasil en Ginebra. Siempre me han impresionado sus conocimientos, su habilidad y su enfoque constructivo. Así que estoy encantada de ver por mí misma dónde empezaron ellos — y mi predecesor en el cargo de Director General, el Embajador Roberto Azevêdo y su maravillosa esposa, la Embajadora Maria Nazareth Farani Azevêdo (Lele).

Antes de venir aquí, he leído un poco sobre el Barón de Rio Branco. Aunque en su afición por los títulos parece haber sido algo anticuado, se adelantó a su tiempo por su convicción de que la diplomacia pacífica, la mediación y el arbitraje eran la mejor manera de abordar las diferencias internacionales. Murió en 1912, lo que significa que, a diferencia de algunos de sus homólogos en otros lugares, llegó a esta conclusión sin haber presenciado las devastadoras guerras de la primera mitad del siglo XX. Tengo entendido que se atribuye a Rio Branco el mérito de haber sentado las bases del compromiso duradero de Brasil con la paz internacional y el multilateralismo.

Estos dos pilares de la política exterior brasileña están hoy en peligro debido a la devastadora guerra de Ucrania y a nuestros intentos por hallar soluciones los retos comunes mundiales como la pandemia de COVID-19 y el cambio climático. En el ámbito en el que nos centramos, el comercio mundial y la gobernanza económica, el multilateralismo se enfrenta a graves problemas.

Aprovecharé mi intervención para analizar estos problemas a los que se enfrenta el multilateralismo y señalar posibles formas de avanzar.

Sostendré que el multilateralismo sigue siendo importante para el comercio mundial y que, aunque el Brasil y otros países tienen buenas razones para temer la desconexión de la economía mundial y su fragmentación en dos, o incluso tres, bloques comerciales autónomos a causa de las actuales tensiones geopolíticas, esa desconexión tendría un costo enorme para el mundo en términos de pérdida de eficiencia, crecimiento de la producción, empleo, ingresos y bienestar humano.

Argumentaré que lo que más le conviene al mundo reforzar el multilateralismo. Pero también insistiré en que ese multilateralismo no puede ser el multilateralismo de antaño. Debemos reformularlo y adaptarlo para ponerlo al servicio de los retos del siglo XXI. Las instituciones multilaterales, como la OMC, deben evolucionar para responder a las nuevas realidades. De hecho, el Brasil y otros miembros de la OMC tienen un importante papel que desempeñar para que la OMC se adapte al futuro.

Por último, sostendré que el Brasil y América Latina tienen mucho que ganar de un sistema de comercio multilateral reformado y revitalizado.

Es importante que empecemos por reconocer que el desencanto y la insatisfacción con el multilateralismo y la globalización — las alusiones a la desconexión — llevan años fraguándose, mucho antes de la pandemia o de la guerra de Ucrania.

A pesar de que la integración y la solidaridad mundiales han dado lugar a décadas de relativa paz y prosperidad, y han sacado a más de mil millones de personas de la pobreza, son muchos los que han quedado rezagados: los países pobres y las personas pobres y de clase media baja de los países ricos. Los cambios en el equilibrio mundial del poder económico y geopolítico también han generado ansiedad y resentimiento.

Cuando irrumpió la pandemia, la consiguiente competencia por las vacunas, los equipos de protección y otras contramedidas pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de determinadas cadenas de suministro esenciales, no solo las de los productos médicos, sino también las de semiconductores para automóviles, debido a su excesiva concentración en unos pocos países. A esto se sumó el caos posterior en las cadenas de suministro derivado de los desajustes entre la demanda y la oferta, ya que los hogares y las empresas desviaron los recursos fiscales de estímulo de los servicios afectados por el confinamiento a los bienes duraderos.

La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto nuevas vulnerabilidades en las cadenas de suministro de los alimentos, la energía y los metales raros como el paladio, dado que Ucrania y Rusia son importantes proveedores mundiales. Los precios de los alimentos y la energía, que ya eran elevados, se han disparado aún más, reduciendo el presupuesto de los hogares en todas partes y amenazando con el hambre a zonas de África y Oriente Medio.

Muchos consideran ahora que la interdependencia creada por la globalización y el sistema multilateral de comercio es más una amenaza que una ventaja. Se ha puesto muy de moda hablar de desconexión, de deslocalización, de política industrial y de autosuficiencia.

Pero sería un error mirar lo que está sucediendo hoy y concluir que tenemos que replegarnos en nosotros mismos, fabricar todo por nuestra cuenta, cultivar todo por nuestra cuenta.

De hecho, no es el momento de empezar a abandonar del multilateralismo, sino de reforzarlo.

A pesar de todas las críticas a las cadenas de suministro que se escucharon al principio de la pandemia, el comercio ha sido parte esencial de nuestra respuesta: las cadenas de suministro transfronterizas fueron fundamentales para producir de manera masiva vacunas contra la COVID-19 y otros suministros médicos y para facilitar el acceso a los mismos.

El comercio también ha sido un motor importante de la recuperación económica. El comercio mundial de mercancías se recuperó con fuerza después de los confinamientos y se ha mantenido en máximos históricos desde principios de 2021. El año pasado, el comercio mundial creció más o menos el doble que la producción económica, lo que convierte la demanda externa en un motor clave del crecimiento de las economías en desarrollo en que la demanda interna ha tardado más en recuperarse.

Si echamos la vista atrás unas cuantas décadas, el comercio mundial abierto, basado en normas comerciales multilaterales, ha sido enormemente beneficioso para el crecimiento y el desarrollo.

Los países en desarrollo han sido capaces de enganchar su locomotora económica a la demanda y las ideas externas, y utilizarlas para impulsar el crecimiento, la creación de empleo y el cambio estructural.

En el cuarto de siglo transcurrido entre la transformación del GATT en la OMC en 1995 y el inicio de la pandemia de COVID-19 a principios de 2020, el mundo fue testigo de una disminución sin precedentes del porcentaje de personas que viven en la pobreza extrema: de alrededor del 30% a menos del 10%. Las diferencias de ingresos entre los países pobres y los países ricos se redujeron por primera vez desde la Revolución Industrial.

Estos cambios han sido más visibles en China, donde los ingresos per cápita se multiplicaron casi por cinco entre 2000 y 2020 (de 3.400 a 16.200 dólares en términos de paridad de poder adquisitivo), y la pobreza extrema ha sido prácticamente erradicada. Durante ese período, China ha triplicado su participación en el comercio mundial de mercancías, convirtiéndose en el mayor exportador del mundo. Su participación en la producción económica mundial, en términos de paridad de poder adquisitivo, se ha duplicado con creces, pasando del 7,3% al 18,3%.

Pero también se han beneficiado otros mercados emergentes y economías en desarrollo. En el caso de Brasil, las exportaciones pasaron de 55.000 millones de dólares en 2000 a 209.000 millones en 2020, y el país ha consolidado su papel de potencia comercial agrícola.

Quiero señalar aquí que el comercio también desempeñó un papel importante en el fuerte crecimiento per cápita registrado en el Brasil desde 1950 y hasta aproximadamente 1979. Aunque esas décadas se asocian a menudo a la sustitución de importaciones, la Comisión de Crecimiento y Desarrollo dirigida por el premio Nobel de economía Michael Spence, de la que formé parte, constató que ese período se caracterizó por una creciente integración del Brasil en los mercados internacionales. La liberalización de los mercados internacionales en el marco del GATT permitió al Brasil diversificar sus exportaciones y desplazarse del café a las manufacturas ligeras. La participación de las exportaciones en el PIB pasó del 5% a principios del decenio de 1950 al 12% a principios del decenio de 1980.

Volviendo a la actual economía mundial, más multipolar, la experiencia del Brasil pone de relieve la importancia que tienen las normas multilaterales para que las empresas y los países aprovechen las cambiantes oportunidades de los mercados de exportación.

Consideren los siguientes cambios que se han producido en el destino de las exportaciones brasileñas:

    • En el año 2000, las exportaciones brasileñas a China ascendieron a 1.100 millones de dólares y representaron algo menos del 2% del total, mientras las exportaciones a los Estados Unidos representaban cerca de un 25% y las destinadas a la Unión Europea otro 25%.
    • En 2020, China se había convertido en el destino del 32% de las exportaciones de bienes del Brasil (unos 68.000 millones de dólares). Las exportaciones a los Estados Unidos y a la Unión Europea han registrado un crecimiento sustancial en dólares, pero su participación en el conjunto de las exportaciones del Brasil ha disminuido al 10% y al 13%, respectivamente.

Esta realidad comercial ilustra por qué el Brasil tiene un gran interés en preservar y mejorar el acceso a todos sus mercados principales, y no verse obligado a elegir entre ellos.

La desconexión de la economía mundial tendría enormes costos para todos los países. Los economistas de la OMC han tratado recientemente de estimar lo que ocurriría con el PIB si el mundo se dividiera en dos bloques económicos autónomos.

  • El nivel a largo plazo del PIB real mundial caería en torno a un 5% con respecto a la situación de referencia simplemente por la disminución de la especialización y de la difusión de tecnología.
  • A ello habría que sumar las pérdidas derivadas de la reducción de las economías de escala, así como los costos de transición y las probables cicatrices que se producirían a medida que la ruptura de la cooperación comercial mundial empujara a los trabajadores y al capital a redistribuirse de forma desordenada entre los distintos sectores.
  • Además, habría que añadir las pérdidas que podrían producirse a causa de las crisis de la balanza de pagos, las grandes fluctuaciones de los tipos de cambio y las dificultades financieras de las empresas.
  • El posible aumento de los obstáculos al comercio dentro de cada uno de los dos bloques, un resultado probable en el mundo real, podría generar aún más costos.
  • Por último, la reducción del PIB sería mayor en las regiones de bajos ingresos.

Los costos de la desconexión irían más allá de la disminución de la producción y la productividad.

En un mundo con menos comercio, seríamos más vulnerables a las crisis localizadas o a los desastres naturales. Gracias al comercio, los países que carecen de suficiente agua y tierra cultivable pueden importar alimentos del Brasil. En 2021, los productores de carne brasileños pudieron responder a la sequía nacional importando piensos para animales.

En un plano más fundamental, la naturaleza de los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día requiere del multilateralismo y la cooperación multilateral. Un mundo fragmentado estaría mal equipado para responder eficazmente a los problemas comunes mundiales, desde el cambio climático hasta las pandemias. Un ejemplo de ello son las consecuencias inmediatas de la guerra en Ucrania: necesitaremos la cooperación internacional para estabilizar los mercados de alimentos, abonos y otros productos esenciales.

Realmente, no tenemos más remedio que apoyar el multilateralismo, porque sin él todos los países tendrán problemas para lograr la mayor prosperidad y seguridad a que aspiran las personas.

Pero esto no significa una vuelta al multilateralismo de 2019, de antes de la pandemia, o incluso de 1995, cuando se creó la OMC. Tenemos que reforzar el multilateralismo, reformulándolo y reformándolo para adaptarlo a la realidad económica y política del siglo XXI. Las instituciones multilaterales, como la OMC, deben adecuarse a sus fines.

En el ámbito comercial, la respuesta adecuada a las tensiones actuales no es abandonar el comercio, sino tratar de que los mercados internacionales sean más amplios y diversificados y de reducir su concentración.

  • En lugar de la desglobalización, necesitamos una “reglobalización” que integre en el sistema económico mundial a aquellos países, personas y empresas que han quedado rezagados.
  • Tenemos que aprovechar al máximo el comercio como herramienta para hacer frente a la innegable realidad del cambio climático.

Esta visión del futuro de la OMC coincide en gran medida con los objetivos establecidos en el preámbulo del Acuerdo de Marrakech por el que se estableció la OMC: utilizar el comercio para elevar el nivel de vida, crear empleo y promover el desarrollo sostenible.

El objetivo es mejorar la vida de las personas, y el instrumento para lograrlo es el comercio. El espíritu es similar a algo que Oscar Niemeyer, el creador de muchos de los monumentos icónicos de esta ciudad, dijo una vez sobre la arquitectura. Su trabajo como tal, afirmó, no era importante para él, “lo que es importante es la vida (...), las personas, la solidaridad y la idea de un mundo mejor”.

Para que la OMC siga contribuyendo a mejorar la vida de las personas en las próximas décadas, es preciso reformar sus funciones de supervisión, negociación y solución de diferencias.

Es necesario revisar aquellos acuerdos que ya no reflejan la realidad económica, como el Acuerdo sobre Subvenciones y Medidas Compensatorias.

Para ayudar a alcanzar acuerdos, debemos explorar diversos enfoques de negociación — multilaterales, plurilaterales.

Las normas deben ser exigibles, y por eso es tan importante devolver al sistema de solución de diferencias de la OMC todas sus funciones. El conjunto de herramientas de solución de diferencias de la OMC ya incluye múltiples opciones para resolver las diferencias, y en la práctica algunas de ellas se podrían utilizar más con más regularidad. Como usuario frecuente del sistema, y como país que ha recurrido con éxito al sistema de solución de diferencias de la OMC para promover sus intereses en sectores como el algodón y el azúcar, el Brasil puede ayudar a los Miembros a encontrar formas de avanzar.

Si hubiéramos diseñado acuerdos más flexibles y abiertos a un examen periódico, si hubiéramos resuelto las diferencias de forma más sencilla y rápida, tal vez habría sido más fácil cerrar nuestras negociaciones en curso en materia de agricultura, subvenciones a la pesca y otras cuestiones que revisten gran importancia para el Brasil.

Los Miembros de la OMC deben articular acuerdos en nuevas esferas como el comercio digital, el medioambiente, las microempresas y las pequeñas y medianas empresas, y el empoderamiento económico de las mujeres.

  • Unas normas mundiales comunes para el comercio digital, complementadas con medidas para reducir la brecha digital, facilitarían el acceso de empresas de todos los tamaños a la economía en línea y les permitirían operar más allá de las fronteras.
  • Los Miembros de la OMC pueden hacer más para aprovechar el comercio con objeto de difundir las tecnologías verdes y limitar el costo de reducir a cero sus emisiones netas de carbono. La reducción de los obstáculos al comercio de bienes y servicios ambientales es un punto de partida.
  • Por último, si se intensifican los esfuerzos por ayudar a las mipymes y a las empresas propiedad de mujeres a conectarse a las cadenas de valor, el comercio podría convertirse en un instrumento directo de promoción de la inclusión socioeconómica.

Seguir con las formas tradicionales de proceder es un camino seguro para lograr una OMC que no se responda a sus objetivos, una OMC que no solo no aportará más, sino que tendrá rendimientos decrecientes para la economía mundial.

La reforma y la modernización de la OMC garantizará que una organización multilateral que es de vital importancia siga desempeñando el papel que las personas de todo el mundo necesitan que desempeñe.

La noticia positiva es que los Miembros de la OMC están dando pasos en la dirección correcta, y el Brasil y otros países latinoamericanos están desempeñando un papel de liderazgo.

  • El Brasil fue uno de los 67 Miembros, que representan más del 90% del comercio mundial de servicios, que alcanzaron un acuerdo sobre la reglamentación nacional de los servicios el pasado mes de diciembre. El acuerdo promete ahorrar a los proveedores de servicios 150.000 millones de dólares al año, y abre nuevos horizontes, ya que incorpora explícitamente disposiciones antidiscriminatorias para proteger a las mujeres.
  • El Brasil participa en las iniciativas relativas a las declaraciones conjuntas sobre el comercio electrónico, las mipymes y el empoderamiento económico de las mujeres.
  • Aunque no es signatario de la nueva iniciativa sobre comercio y sostenibilidad ambiental, el Brasil ha participado en los debates, en los que se examinan cuestiones como el cambio climático, las repercusiones ambientales de las subvenciones agrícolas y de otro tipo, y la forma en que el comercio puede contribuir al desarrollo de una economía circular.
  • El Brasil ha participado activamente en las negociaciones de la OMC sobre la facilitación de las inversiones, lo que refleja los enfoques innovadores que ha adoptado en sus propias relaciones diplomáticas bilaterales.
  • El Brasil ha realizado importantes esfuerzos que espero que lleven a su adhesión al Acuerdo sobre Contratación Pública, instrumento plurilateral de la OMC, lo que crearía oportunidades para las empresas brasileñas en el extranjero y mejoraría la rentabilidad de la contratación pública en el país.

Antes de concluir, permítanme decir que estoy convencida de que el Brasil y América Latina tienen mucho que ganar con una OMC reformada y reforzada.

El proceso de reglobalización al que me he referido antes ya ha comenzado, ya que las inversiones en la cadena de suministro están dirigiéndose a nuevos destinos en busca de un equilibrio diferente entre riesgo y eficiencia, de mercados más próximos y de menores costos.

Esta migración, en la medida en que siga basándose en un marco multilateral, crea nuevas oportunidades para que el Brasil siga promoviendo la diversificación económica, atraiga nuevas inversiones y marcas, y aumente su actualmente modesta participación en las cadenas de valor mundiales de las manufacturas y los servicios.

Ya pueden observarse algunos aspectos positivos: en las exportaciones de servicios informáticos del Brasil, que en 2021 fueron un 27% más elevadas que en 2019; en las dinámicas empresas emergentes del país; y en las nuevas plantas de producción de vacunas contra la COVID-19, que permitirán contar una base mundial para la fabricación de vacunas más diversificada en una futura crisis sanitaria.

Hace más de medio siglo, durante los años del milagro económico, la reapertura de la economía mundial ayudó al Brasil a impulsar la incorporación de valor añadido, la diversificación y el crecimiento. Un sistema multilateral de comercio revitalizado podría ayudar al Brasil a hacerlo de nuevo en el siglo XXI.

Pero la OMC del futuro debe resolver primero algunos de los problemas del presente. Así que trabajemos juntos ahora y en la Duodécima Conferencia Ministerial que celebraremos en junio para concluir las negociaciones sobre las subvenciones a la pesca y a la agricultura, para lograr un acuerdo en la OMC sobre la respuesta a la pandemia y para impulsar la reforma de la OMC con el fin de reforzar el sistema multilateral de comercio.

Hoy más que nunca, la OMC necesita al Brasil, y el Brasil necesita a la OMC.

Muchas gracias.

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