WTO NOTICIAS: DISCURSOS — DG PASCAL LAMY
10° aniversario del Instituto de Comercio Mundial — “La evolución de la estructura del comercio mundial”
En primer lugar quiero felicitar al Instituto
de Comercio Mundial con motivo del décimo aniversario de su fundación, y
también agradecerle su invitación. En los cumpleaños se suele decir “En
todos estos años, no has cambiado en absoluto”. Sin embargo, no creo que
esto sea verdad en el caso del Instituto, y estoy seguro de que tampoco
se aplica a los temas que se enseñan e investigan aquí.
El panorama del comercio mundial ha experimentado cambios profundos en
la última década, más profundos, creo, de lo que podemos llegar a
comprender. Estos cambios se han producido en parte como resultado de la
apertura de los mercados, pero sobre todo han sido impulsados por los
avances en los sectores del transporte, las comunicaciones y las
tecnologías de la información. Hoy día cuesta menos despachar un
contenedor de Marsella a Shanghai, al otro lado del mundo, que enviarlo
de Marsella a Aviñón, a 100 km de distancia. Llamar por teléfono a Los
Angeles cuesta lo mismo que llamar al vecino. Las empresas
multinacionales normalmente organizan sus actividades basándose en tres
turnos que corresponden a los tres husos horarios principales: Europa,
Norteamérica y Asia, y prestan servicios en línea (ingreso de datos,
elaboración de programas informáticos, líneas telefónicas de asistencia)
desde prácticamente cualquier lugar del mundo.
Uno de los resultados de estos cambios es la globalización constante del
comercio. A pesar de la reciente crisis económica, el volumen de las
exportaciones mundiales fue un 30 por ciento más alto en 2009 que en
2000, y un 150 por ciento más elevado que en 1990. Sin embargo, no todos
los sectores se están desarrollando al mismo ritmo: las exportaciones de
productos manufacturados están aumentando en forma vertiginosa; las
exportaciones de materias primas crecen constantemente y las
exportaciones agrícolas se mantienen mayormente al mismo nivel. Pero, la
tendencia general es la aceleración del crecimiento. Además, con la
excepción de Asia Oriental, el comercio entre las distintas regiones
está creciendo más rápidamente que el comercio regional. La economía
mundial nunca ha estado más interconectada por el comercio que hoy en
día.
Otro resultado es el rápido cambio en la orientación del poder económico
hacia el este y el sur, a medida que los países en desarrollo sacan
partido de la globalización para ponerse a la par de los países
industrializados de Occidente. La participación de los países en
desarrollo en el comercio mundial ha crecido de un 30 a más de un 50 por
ciento en sólo 15 años; China ha superado recientemente al Japón para
convertirse en la segunda economía mundial y hace poco también ha
sobrepasado a Alemania en cuanto al volumen de exportaciones. En 1990,
menos de un 30 por ciento de las transacciones comerciales de los países
en desarrollo se realizaban con otros países en desarrollo. En la
actualidad, los intercambios Sur-Sur representan más de la mitad de su
comercio. Sin embargo, no todos ellos se benefician de este crecimiento,
y para muchos siguen siendo muy reales las preocupaciones de Raúl
Prebisch acerca de la dependencia y la desigualdad de condiciones en la
esfera del comercio. No obstante, el caso de las grandes potencias
exportadoras, como China, la India, el Brasil y otros países, que crecen
a un ritmo sin precedentes, echa por tierra las teorías de Prebisch.
Un tercer resultado es la proliferación de cadenas de producción
integradas a nivel mundial, que en realidad son fábricas a escala
mundial, a medida que las empresas ubican las diferentes etapas de
producción en mercados de menor costo. En este proceso, la ampliación de
los lazos comerciales con las economías emergentes va acompañada de un
aumento de las inversiones extranjeras directas (IED), puesto que el
crecimiento del comercio fomenta las inversiones y el aumento de las
inversiones promueve el comercio. Aunque todavía seguimos basando
nuestra concepción del mundo en el modelo del comercio entre las
naciones de Adam Smith, en realidad hoy en día la mayoría de las
operaciones comerciales tienen lugar entre las empresas multinacionales
y sus proveedores. No es la competencia entre los Estados Unidos y China
lo que reviste importancia, sino, por ejemplo, la que existe entre las
cadenas de valor de Nokia y Samsung. En la etapa de un iPhone debería
decir “Made in the world” ya que el Japón aporta el microchip, los
Estados Unidos, el diseño, Corea, la pantalla plana y el teléfono está
armado en China.
Estas nuevas realidades mundiales también nos obligan a reexaminar la
forma de analizar y evaluar el concepto de “comercio internacional” en
todas sus dimensiones. Con tantas operaciones comerciales que realizan
actualmente empresas extranjeras que operan en jurisdicciones
nacionales, y con tantos componentes que tantas veces van y vienen de un
lado a otro de la misma frontera, necesitamos un enfoque nuevo de las
estadísticas comerciales que mida el valor agregado en cada etapa de la
cadena de producción y no que tenga únicamente en cuenta el último lugar
desde donde se ha expedido un producto.
He aquí la paradoja: el comercio abierto es más importante que nunca
para la economía mundial y, al mismo tiempo, nunca ha sido tan necesario
para la paz y prosperidad mundiales contar con un sistema multilateral
de comercio basado en normas. Sin embargo, el sistema lucha arduamente
por adaptarse al mundo que ha ayudado a crear, un mundo que se está
globalizando rápidamente. A pesar de los grandes cambios que ya ha
experimentado la OMC en los últimos años, como son la incorporación de
nuevos Miembros, la ampliación del alcance de su labor y la mayor
eficacia de su mecanismo de solución de diferencias, es evidente que
sigue siendo necesario incorporar las nuevas realidades.
Esta no es una tarea fácil. A medida que el sistema comercial ha
adquirido importancia, su gestión se ha hecho más compleja. La drástica
reducción de obstáculos fronterizos al comercio ha puesto de manifiesto
diferencias estructurales más profundas entre las economías —en materia
de normas, reglamentos u ordenamientos jurídicos— que producen nuevas
“fricciones sistémicas”. Este tipo de problemas, más estrechamente
relacionado con objetivos nacionales basados en distintos sistemas de
valores, es más difícil de resolver. Algunas cuestiones a las que no se
prestó mucha atención en la época del GATT —por ejemplo, la protección
de la tecnología, la sostenibilidad del medio ambiente y la escasez de
recursos— son ahora apremiantes. Como el comercio se ha convertido en un
elemento crucial de las estrategias de desarrollo, las cuestiones
vinculadas con el desarrollo han asumido cada vez más importancia para
el sistema. De hecho, el desarrollo ocupa el primer plano en las
actuales negociaciones de Doha. Y, en general, las normas del sistema
han tenido que evolucionar y son ahora más técnicas, más invasivas y más
vinculantes para seguir siendo pertinentes en el caso de economías que
siguen caracterizándose por su diversidad pero también por una
interdependencia mucho mayor.
Al aumentar en importancia, el sistema también ejerce una gran fuerza de
atracción que induce a los países a incorporarse y a participar en él.
La composición de la OMC se ha ampliado: el número de Miembros —sólo 23
en 1947— es ahora de 153 y fácilmente podría llegar a 180 en los
próximos 10 años. Los Estados Unidos, la UE y el Japón siguen teniendo
un papel preponderante, pero ya no son dominantes. Las nuevas potencias
en rápido proceso de desarrollo, como China, la India o el Brasil,
tienen un rol que era impensable incluso hace 20 años y, lógicamente,
los países en desarrollo más pequeños quieren participar en un sistema
que afecta cada vez más a sus intereses. En 1997, aproximadamente cuatro
de cada cinco diferencias en la OMC eran planteadas por países
industrializados. Este año, más de un 60 por ciento fueron planteadas
por países en desarrollo. A partir de 1995, tan sólo en la esfera de las
medidas antidumping los países en desarrollo han iniciado casi el 70 por
ciento de los procedimientos de solución de diferencias, y el 75 por
ciento se han planteado entre países en desarrollo. Ello pone de
manifiesto el uso y la confianza crecientes de esos países en el
sistema. Pero al aumentar el número de miembros y al intensificarse su
participación, la cooperación se hace más difícil, en particular cuando
hay intereses divergentes.
Pero esto no es todo. Un desafío aún mayor, en mi opinión, es que
todavía no sabemos cómo gestionar esta economía mundial interdependiente
que hemos creado. El sistema de comercio fue diseñado inicialmente para
solucionar problemas específicos de mediados del siglo XX: los bloques
comerciales excluyentes y las guerras arancelarias de represalia que
precedieron a la segunda guerra mundial. La estructura básica del
sistema reflejaba sus orígenes en un mundo integrado superficialmente y
centrado en el Atlántico norte. Lo que debemos plantearnos ahora es cómo
actuar en un mundo globalizado y profundamente integrado en el que
existen varias potencias. ¿Cómo nos adaptaremos a esta situación?
Permítanme darles algunos ejemplos:
Anteriormente, las negociaciones estaban impulsadas por el intercambio
de niveles de acceso a los mercados y de concesiones arancelarias. Pero
la negociación de aranceles tiene menos importancia en una época en la
que más de la mitad del comercio mundial está libre de derechos NMF, y
una cuarta parte está abarcada por acuerdos de libre comercio y otras
preferencias. La reciprocidad tampoco tiene tanto sentido en un mundo de
cadenas de producción integradas, en el que las importaciones son
fundamentales para las exportaciones y en el que la conectividad
determina si una economía puede formar parte de la cadena o no. También
es difícil aplicar la reciprocidad en sectores como el de servicios,
donde lo importante es lograr que los sistemas nacionales sean más
abiertos y compatibles en todos sus aspectos. Por ejemplo, ¿cómo
negociar los reglamentos bancarios de un país a cambio de las normas de
telecomunicaciones de otro?
Anteriormente, en las negociaciones también se procuraba abordar una
lista cada vez más extensa de temas en un solo “paquete”, para que cada
Miembro pudiera beneficiarse de algún modo del éxito final. Esta es la
razón por la que en la Ronda Uruguay y la Ronda de Doha se ha negociado
un “todo único”, según el cual nada está acordado hasta que todo está
acordado. Pero este enfoque también puede complicar las negociaciones,
en especial en el caso de los países más pobres y de capacidad limitada.
Y puede significar que el progreso sobre cuestiones no controvertidas y
que tienen solución se vea obstaculizado por la falta de progreso en
esferas más problemáticas y difíciles de resolver.
Por ultimo, en otra época el liderazgo transatlántico era fundamental
para hacer avanzar las negociaciones. Pero la distribución del poder
comercial está cambiando, y los días en los que los Estados Unidos y
Europa básicamente podían cerrar un trato en representación de todos los
Miembros (algo visto por última vez en la Ronda Uruguay), han pasado a
la historia. Y no basta con que las potencias establecidas acepten que
deben compartir el primer plano, sino que las nuevas potencias también
necesitan reconocer su responsabilidad para con un sistema en el que
tienen ahora un interés considerable que crece día a día. La antigua
división Norte-Sur es cada vez más obsoleta cuando sabemos que muchas de
las cuestiones de comercio que se planteen en el futuro se decidirán
entre los países en desarrollo.
No son sólo los líderes los que deben cambiar. Las repercusiones de la
labor de la OMC no sólo se sienten ahora en el ámbito de las políticas
comerciales sino que afectan a intereses básicos nacionales e
internacionales. Sin embargo, a pesar de las repetidas declaraciones de
apoyo y compromiso, los gobiernos del mundo parecen incapaces de tomar
medidas y movilizar la voluntad política necesaria para hacer avanzar el
programa multilateral. Se ha creado un inquietante vacío de liderazgo
que por ahora resulta difícil de llenar. Esperemos que el G-20 nos ayude
a encontrar una solución.
Pero este no es el momento de buscar respuestas a estas preguntas, y si
lo fuera, no deberíamos engañarnos y pensar que las soluciones son
obvias o fáciles.
Una forma de proceder sería explorar las posibilidades de concertar más
acuerdos plurilaterales, que permitieran que grupos más pequeños de
Miembros avanzaran, fuera del todo único, respecto de cuestiones que
fueran importantes para ellos. El Acuerdo sobre Tecnología de la
Información de 1996 es un ejemplo reciente de proyecto plurilateral
exitoso, que ha dependido de un grupo clave (pero no universal) de
signatarios. Y uno de los acuerdos más significativos que existen hoy en
la OMC, y que tiene posibilidades de expansión, es el Acuerdo sobre
Contratación Pública, también de carácter plurilateral. El mercado de
contrataciones públicas representa más del 5 por ciento del PIB de las
economías avanzadas, y quizás más en el caso de las de los países en
desarrollo, y nueve Miembros, entre ellos China, han demostrado
claramente su interés en ser partes del Acuerdo. Las ofertas de
contratación pública son una rica fuente de aumentos de la productividad
que en gran medida sigue inexplotada.
Otro enfoque, del que me estoy ocupando, es establecer el “pilar
intermedio que falta en la OMC” intensificando las actividades de
vigilancia y creación de capacidad y la labor técnica diaria de la
Organización, que son fundamentales para reforzar los cimientos del
sistema. Durante la reciente crisis financiera, la OMC llamó la atención
sobre el proteccionismo y facilitó gran cantidad de pruebas y razones
con objeto de mantener abiertos los mercados. Dio así un buen ejemplo
del progreso que se puede lograr si se redoblan los intercambios de
información y se aumentan la transparencia y la presión colectiva. La
importancia creciente del mecanismo de solución de diferencias de la OMC
es también pertinente, no sólo para resolver conflictos sino también
para orientar a los responsables de la formulación de políticas en el
futuro. Otra prioridad para nuestra institución es la creación de
capacidad en los países en desarrollo, plasmada en la iniciativa de la
“Ayuda para el Comercio”. La idea básica es que es necesario asignar más
recursos y prestar más atención a las cuestiones normativas a fin de
ayudar a los países en desarrollo a “conectarse” con la economía mundial
y con las cadenas de producción mundiales que son sus arterias. Estoy de
acuerdo con la observación hecha por Bob Zoellick al principio de esta
semana, de que “la economía del desarrollo debe ampliar el alcance de
las preguntas que plantea”. En parte, ello implica preguntarse cómo se
puede sacar más aprovecho del comercio para beneficiar a los países en
desarrollo que siguen relegados. Todas estas iniciativas están en
consonancia con el propósito original de la OMC, que era avanzar hacia
una mayor continuidad en los trabajos, las negociaciones y la
elaboración de normas.
Pero la conclusión de la Ronda de Doha sigue teniendo máxima prioridad,
y a este respecto debemos ser realistas y tener conciencia de la
magnitud del desafío y de lo que está en juego. Las primeras rondas del
GATT, centradas en los recortes arancelarios de un pequeño grupo de
países, podían terminarse en unos pocos meses. Pero, dada la mayor
complejidad de las cuestiones tratadas y el mayor número de
participantes, por un lado, y la existencia de un mecanismo de solución
de diferencias más eficaz y activo, por otro, las rondas comerciales se
han hecho inevitablemente más difíciles y prolongadas. La Ronda Kennedy,
en la que comenzó el dificultoso examen de cuestiones de desarrollo y en
la que participaron 60 países, duró tres años. La Ronda de Tokio, en la
que se abordaron los obstáculos no arancelarios y en la que participaron
102 países, duró seis años, el doble de la ronda anterior. Y la Ronda
Uruguay, por la que se estableció la OMC y en la que participaron 133
países, se convirtió en una maratón de negociaciones que se prolongó
durante ocho años.
Hoy en día, en que participan 153 Miembros y en que el programa de
negociaciones es el más ambicioso que hemos tenido hasta ahora, lo único
que sorprende sobre la duración de la Ronda de Doha es que todavía pueda
causar sorpresa. No es casual que el término “ronda de negociaciones”
evoque el rigor de una extenuante competición deportiva.
Lo que está en juego es algo más que los beneficios económicos que
traería aparejado el éxito de la Ronda de Doha. Lo que está en juego es
la razón de ser del sistema multilateral de comercio. Con Miembros
provenientes de todo el mundo, normas de amplio alcance y un “tribunal
comercial internacional”, la OMC ocupa un lugar más prominente que nunca
en las relaciones económicas internacionales. Pero esto también
significa que el fracaso tiene un costo más alto y ramificaciones más
amplias. El éxito de la Ronda de Doha enviaría una señal muy poderosa en
el sentido de que la OMC tiene una función que cumplir en la economía
mundial actual, sigue siendo el punto de referencia para las
negociaciones comerciales internacionales y será un foro de importancia
clave para la cooperación internacional en el futuro. Pero si la Ronda
de Doha se estanca, recrudecerán las dudas no sólo acerca de la OMC,
sino también acerca del futuro del multilateralismo del comercio.
De muchas formas, la Ronda de Doha marca la transición entre la antigua
gobernanza del viejo orden comercial y la nueva gobernanza del orden
comercial actual. La Ronda de Doha constituye una etapa decisiva en la
evolución del sistema multilateral, ya que abarca temas comerciales
clásicos, como la reducción de los aranceles de importación y las
subvenciones, y nuevas cuestiones relativas a la facilitación del
comercio y las subvenciones a la pesca.
Las políticas de la Ronda han debido adaptarse a los cambios que han
tenido lugar desde su inicio en 2001. Y todos sabemos que debemos
llevarla a buen término para afrontar los desafíos del futuro.
Permítanme concluir recalcando que soy optimista y creo que
encontraremos una salida. El sistema multilateral de comercio sigue
siendo el mejor ejemplo de cooperación económica internacional de toda
la historia, y a pesar de los repetidos pronósticos de muerte inminente,
ha demostrado una extraordinaria capacidad para crecer, adaptarse y
rejuvenecer a lo largo de los años. La transformación del GATT en la OMC
en 1995 demuestra que la reforma es posible. Y la facilidad con la que
el liderazgo de la antigua Cuadrilateral ha cedido el paso al G-5, que
incluye nuevas potencias como la India y el Brasil, pone de relieve el
pragmatismo y la flexibilidad del sistema.
De todas formas, ¿cuál es la alternativa? El multilateralismo puede ser
complejo, intrincado, incluso “medieval”, pero lo cierto es que ninguno
de los grandes problemas con que se enfrenta el mundo en el ámbito del
comercio —desde los desequilibrios hasta el cambio climático o la
escasez de recursos— pueden resolverse sin él. La razón más importante
por la que la Ronda de Doha resulta tan difícil de concluir es
precisamente porque en ella se abordan cuestiones problemáticas que no
pueden solucionarse en ningún otro foro. Evidentemente, el actual
entramado de acuerdos bilaterales y regionales no es un sustituto de una
normativa mundial ni de la gobernanza coherente de una economía que se
globaliza rápidamente. Tampoco el impacto económico de los acuerdos
regionales, por muchos que sean, puede acercarse siquiera al de un
acuerdo de liberalización del comercio entre 153 países. Los acuerdos
bilaterales y regionales pueden ser un complemento del sistema
multilateral, pero nunca serán una alternativa.
En un mundo interdependiente, el multilateralismo es importante.
Probablemente se tenga la impresión de que el panorama actual del
comercio mundial ha cambiado radicalmente, pero algunas cosas no han
cambiado, en particular la capacidad del comercio de generar grandes
tensiones internacionales, y la importancia de las normas en la solución
de conflictos entre las grandes potencias. Los economistas están de
acuerdo en que los desequilibrios mundiales de la actualidad tienen
causas macroeconómicas y estructurales, y no comerciales. Y tienen
razón, si tenemos en cuenta el único caso que no ha cambiado en la
configuración del comercio en los últimos 25 años: un enorme déficit
estructural entre Norteamérica y Asia que persiste obstinadamente. Pero
nadie debería subestimar el potencial de este problema de propagarse a
otras esferas. Ya lo estamos presenciando. La OMC fue no sólo un sólido
bastión contra el proteccionismo durante la reciente crisis financiera,
además de ser un foro muy útil para la cooperación internacional, sino
que también constituye una base indispensable de la estabilidad
económica del futuro, siempre que tengamos clara conciencia de las
diferencias entre el comercio internacional del presente y el de épocas
pasadas.
Al acercarnos al fin de la Ronda de Doha tendremos que comenzar a pensar
seriamente en los desafíos que nos esperan. La Comisión Sutherland y la
Comisión Warwick ya han propuesto muchas buenas ideas, y estoy seguro de
que habrá muchas más cuando se amplíe el ámbito para plantearlas.
Y es precisamente allí donde podemos apreciar la gran importancia de la
labor del Instituto de Comercio Mundial, y las razones por las que la
Secretaría y yo valoramos la gran calidad de las actividades de
investigación y creación de capacidad del Instituto. La historia nos
recuerda que el orden internacional actual surgió del catastrófico
fracaso del sistema anterior: la infortunada Sociedad de las Naciones. Y
la historia también nos muestra que el éxito de la globalización actual
está sustentado en el poder de una idea, la de que el comercio abierto y
la prosperidad económica pueden asegurar la paz mundial.
La labor del Instituto tiene importancia crucial. ˇFeliz cumpleaños, y
que cumpla muchos más!
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