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Cumbre del B-20, Berlín: “Un comercio que funcione para todos: liberalización del comercio e inclusión”

Observaciones del Director General Azevêdo

Señoras y señores:
Buenos días.

Me gustaría dar las gracias al B-20 por haberme invitado a estar aquí hoy, así como a la BDI, la DIHK, la BDA y todos los demás interlocutores.

Hace tan solo unos años lo que voy a decir a continuación hubiera parecido bastante trivial, pero hoy se considera casi radical.

Quiero defender el comercio.

Durante mucho tiempo esto se dio prácticamente por supuesto; defender el comercio era casi como defender la necesidad de respirar. El comercio no era una opción, sino una norma económica. Se trataba de un ingrediente obvio y fundamental de cualquier estrategia de crecimiento económico y desarrollo social sostenibles.

Sin embargo, creo que tras la caída del muro de Berlín en 1989, los economistas, los círculos académicos, los líderes de opinión y los políticos llegaron a la conclusión de que se había ganado el debate, por lo que dejaron de considerar necesario alzar su voz en favor del comercio y de una economía mundial abierta y mejor integrada.

Esta actitud resultó problemática por dos razones.

En primer lugar, los ciudadanos comenzaron a olvidarse del valor del comercio, y se limitaron a dar por sentadas sus ventajas.

En segundo lugar, con el paso del tiempo el sistema de comercio dejó de ser objeto de un examen riguroso y de contar con el compromiso que era necesario, lo que tal vez haya hecho más difícil que fuera tomando forma atendiendo a las exigencias de las personas a cuyo servicio estaba.

Estoy convencido de que el comercio y el sistema mundial de comercio son fundamentales para el empleo, el crecimiento, el desarrollo, la prosperidad y, en definitiva, la paz. Pero también creo que es posible mejorar el sistema aún más y distribuir los beneficios que aporta de forma más amplia. Para ello es necesario trabajar más, y no menos.

Esto es lo que he procurado defender desde que asumí el cargo de Director General de la OMC en 2013. Y hemos logrado auténticos progresos en la mejora del sistema, aunque no cabe duda de que podemos hacer aún más.

En diversas ocasiones durante los últimos cuatro años, hemos tenido razones para afirmar que el sistema de comercio estaba en un punto crítico. Creo que hoy tenemos buenos motivos para repetirlo.

Por un lado, la OMC nunca ha sido tan importante como ahora para gestionar una economía mundial cada vez más interconectada que presenta tasas de crecimiento extraordinariamente bajas.

Por otro, el sistema se enfrenta a graves dificultades estructurales. La economía actual es muy distinta de la que existía cuando se creó la OMC en 1995, y el ritmo al que se producen los cambios se está acelerando. Las nuevas tecnologías están modificando la manera en que funcionan las empresas. Están cambiando nuestra forma de comerciar, nuestro modo de vivir, y están influyendo de forma significativa en las pautas de empleo.

A menudo se culpa de todo ello al comercio, pese a que, en realidad, alrededor del 80% de la desaparición de puestos de trabajo en las economías desarrolladas se debe a las nuevas tecnologías, no a las importaciones.

La tecnología y la innovación están revolucionando el mercado laboral. Se calcula que actualmente el 65% de los niños que comienzan la escuela primaria acabará haciendo un tipo de trabajo que todavía no existe.

Por ello, una respuesta que se centre en las restricciones al comercio no resolvería el verdadero problema, y se correría el riesgo de acentuar las dificultades que afrontan los trabajadores. La imposición de mayores obstáculos no hará que se recuperen los puestos de trabajo perdidos; es más, repercutirá en el bolsillo de los consumidores al reducir su poder adquisitivo.

Se podría decir que estos cambios tecnológicos no son nuevos; nos llevamos adaptando a ellos desde la Revolución Industrial de finales del siglo XIX. Sin embargo, lo que estamos viviendo hoy en día es diferente -muy diferente- en un aspecto particular y esencial: la velocidad. La velocidad del cambio en el mundo digital no puede compararse con nada de lo presenciado hasta ahora. Y no parece que el ritmo vaya a ralentizarse.

Al dar respuesta a estas rápidas transformaciones que son patentes en el empleo, debemos concentrarnos en las verdaderas causas de los cambios estructurales que observamos en los mercados laborales. Habrá una mejor respuesta distinta para cada país, en función de las circunstancias particulares de cada uno, como la composición de la mano de obra en cuanto a cualificaciones, principales esferas de competitividad, nivel de desarrollo y otros muchos factores.

Si bien se puede afirmar con certeza que no hay un conjunto único de políticas que se adapte a todas las situaciones, sí es posible encontrar ejemplos de políticas adoptadas por algunos países en los que parecen estar funcionando.

La mayor parte de las medidas adoptadas para resolver estas tensiones estructurales del mercado laboral parecen centrarse en tres pilares: la educación, la adquisición de nuevas competencias y el apoyo a quienes han perdido el empleo.

Cualquiera que sea la respuesta, sin duda que hay que reflexionar sobre cómo adaptarse a este nuevo mundo.

Y mientras los gobiernos formulan las políticas de la forma que juzgan más adecuada, creo que debemos tener presente el valor del comercio como aliado en esta tarea.

Tenemos abundantes pruebas de la importancia del comercio y el sistema de comercio. Me gustaría destacar aquí tres ejemplos concretos, aunque, por supuesto, hay muchos más.

En primer lugar, el comercio es fundamental desde el punto de vista económico y una de las principales fuentes de creación de empleo.

En Alemania, el 30% de los puestos de trabajo están relacionados con la exportación.

En Francia, un 21%; en los Estados Unidos, un 10%; en el Japón, un 13%; y en China, un 16%.

El comercio contribuye a disminuir los precios, propiciando así mejores niveles de vida. Por ejemplo, en el caso de los hogares de bajos ingresos el comercio ha reducido los precios en dos tercios, y en el de hogares de ingresos altos, en cuatro tercios.

Permítanme hablarles con claridad: es cierto que una ganancia neta para la economía y para otras personas no reconforta a quienes han perdido su empleo -y el comercio es uno de los determinantes de esta ganancia-, pero vuelvo a insistir en que la mayor parte de las pérdidas de puestos de trabajo no se deben a las importaciones, sino que están desapareciendo por las nuevas tecnologías, por la automatización y la innovación. Cualquier respuesta eficaz debe, por tanto, tratar esta realidad.

De ahí que muchos gobiernos estén estudiando la manera de ayudar a la fuerza laboral a ajustarse y adaptarse. Y, sinceramente, creo que el comercio puede ser parte de la solución.

Conocemos el papel central que tiene el comercio en impulsar el crecimiento económico.

Entre 1990 y 2000 se produjo un aumento del comercio mundial de más del 7% anual, el doble de la tasa de producción mundial. Esta expansión contribuyó a aumentar los ingresos y mejorar el nivel de vida tanto en los países avanzados, como en los emergentes y en desarrollo.

Desde la crisis financiera, el crecimiento del comercio ha sido más bien decepcionante, lo cual refleja dificultades económicas más amplias.

Es probable que 2017 sea el sexto año consecutivo en el que el crecimiento del comercio siga por debajo del 3%, una situación que solo se ha producido una vez antes en los 70 años de historia del sistema multilateral de comercio, es decir, desde la creación del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio en 1947.

Teniendo en cuenta que la economía mundial está cada vez más interconectada, es difícil imaginar una recuperación económica sólida sin una recuperación del comercio mundial en paralelo. De hecho, si se aplica la combinación correcta de políticas el comercio puede ayudar a estimular esa recuperación.

Este es, por tanto, el primer argumento. El comercio ha impulsado el crecimiento en el pasado, y seguirá haciéndolo en el futuro.

El segundo punto que desearía destacar es el papel clave que desempeña el sistema de comercio en la progresión de los países en desarrollo. Se trata sin duda de uno de los acontecimientos económicos más importantes de nuestra era. El sistema ha ayudado a sacar a 1.000 millones de personas de la pobreza entre 1990 y 2010.

Numerosos factores explican el despegue económico de los países en desarrollo, pero ninguno es más importante que su integración en el sistema mundial de comercio con arreglo a un conjunto de normas comunes, y el consiguiente acceso a nuevos mercados, nuevas tecnologías y nuevas inversiones.

La participación de los países en desarrollo en el comercio mundial ha pasado de menos de un tercio en 1980 a casi la mitad en la actualidad. Si bien es cierto que en la mayoría de los casos la atención se centra en economías emergentes como China y la India, la historia de este desarrollo dinámico impulsado por el comercio concierne a países de todos los tamaños y regiones, desde Viet Nam y Camboya hasta Madagascar.

Es inconcebible que las economías en desarrollo puedan continuar sus trayectorias de crecimiento sin una mayor apertura y expansión del comercio mundial. Ocurre lo mismo con nuestras perspectivas de que se cumplan los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030.

Seamos claros al respecto: el crecimiento de los países en desarrollo es un factor fundamental para la creación de empleo en todo el mundo, y también para propiciar la paz, la estabilidad y la seguridad a escala mundial.

Mi segundo punto se refiere, por tanto, a este estrecho vínculo entre el comercio y el crecimiento de los países en desarrollo.

El tercer y último punto en el que me gustaría hacer hincapié es la previsibilidad, la seguridad y la equidad que aporta la OMC, todos ellos elementos esenciales para las empresas.

El sistema de comercio basado en normas fue la respuesta mundial al caos de la década de los 30, en la que el aumento del proteccionismo, la rivalidad entre bloques comerciales y la política de “empobrecimiento del vecino” causaron tanto daño a las perspectivas económicas y prepararon el terreno de la Segunda Guerra Mundial.

Actualmente, cuando los países discrepan sobre derechos antidumping, subvenciones, obstáculos técnicos o derechos de propiedad intelectual, en lugar de dirimir sus diferencias en una guerra comercial destructiva, con ganadores y perdedores, recurren al sistema de solución de diferencias de la OMC con arreglo a normas que ambas partes han convenido y han contribuido a formular.

Aunque este sistema de solución de diferencias no es perfecto, se han tramitado más de 500 asuntos en poco más de dos decenios, un ritmo de trabajo impresionante que supera al de cualquier otro órgano resolutorio en el ámbito mundial.

De esta manera, entre otras, el sistema multilateral de comercio contribuye a proporcionar una estabilidad que es vital para las relaciones económicas a escala mundial y, en consecuencia, también para las empresas.

Tal vez el ejemplo más claro sea lo sucedido después de la crisis financiera de 2008. No hemos observado un aumento significativo del proteccionismo, ni mucho menos una repetición de lo vivido en la década de los 30.

El porcentaje de las importaciones mundiales afectadas por medidas de restricción de las importaciones aplicadas desde octubre de 2008 es tan solo del 5%. No hay duda de que ese porcentaje podría ser aún inferior, pero demuestra que la OMC cumplió su cometido.

También demuestra que, una vez más, aunque el sistema de comercio no es perfecto, es esencial.

Los 164 Miembros de la OMC tienen motivos suficientes para desear -y esperar- mejoras en el sistema. Hay muchas esferas en las que podemos hacer más.

El éxito de las últimas negociaciones pone de manifiesto que el sistema puede llevar a cabo tales reformas. Por primera vez en muchos años, se ve a la OMC como un lugar donde se logra hacer cosas.

Por ejemplo, el Acuerdo sobre Facilitación del Comercio de la OMC, que entró en vigor a principios de este año, es el mayor acuerdo comercial mundial de este siglo. Las repercusiones económicas del Acuerdo prometen ser más importantes que la eliminación de todos los derechos que aún se aplican en todo el mundo.

Y no se trata de una acción aislada: los Miembros de la OMC han llegado a otros acuerdos en los dos últimos años, como la ampliación del Acuerdo sobre Tecnología de la Información y la eliminación de las subvenciones a la exportación de productos agropecuarios.

Los diferentes enfoques que representan estos Acuerdos muestran que los Miembros están dispuestos a adaptarse y actuar con dinamismo.

Estamos aprendiendo a ser ambiciosos, pero también a ser pragmáticos, realistas y flexibles. Estamos aprendiendo a ser creativos, a buscar soluciones innovadoras y a adoptar modalidades flexibles.

Hay debates abiertos en diversos ámbitos.

Muchos se centran en las cuestiones de larga data que forman parte de la Ronda de Doha. Se está dialogando, por ejemplo, en la esfera de la agricultura, en la que se presta gran atención a la ayuda interna y a las cuestiones relacionadas con la seguridad alimentaria, como la constitución de existencias públicas en los países en desarrollo.

Los Miembros también están considerando un acuerdo para limitar las subvenciones a la pesca que dan lugar a la sobrepesca. Hay asimismo un interés cada vez mayor en debatir en la OMC algunas otras cuestiones, como el comercio electrónico y la facilitación en las esferas de los servicios y la inversión.

Se trata del debate más dinámico que hemos tenido en años, y el B-20 ha aportado una importante contribución. Quisiera rendir homenaje a la labor realizada por Jurgen Heraeus, como Presidente del B-20, y por su equipo, encabezado por Stormy Mildner.

De hecho, desde principios de 2016 la participación del sector privado en la OMC ha sido más elevada que nunca.

Hemos establecido una serie de “Diálogos sobre el Comercio” en Ginebra, para reunir las opiniones de las empresas, los trabajadores, los consumidores y otros colectivos interesados. El B-20 ha participado muy activamente en este proceso y ha ayudado a proponer una serie de ideas muy prácticas sobre los ámbitos en los que podría actuar la OMC.

Algunas de estas ideas aún son bastante controvertidas y requerirán enfoques flexibles y pragmáticos. Otras quizás resulten más sencillas.

Pero conviene tener claro que proponer ideas es la parte fácil. El verdadero trabajo comienza después.

Si usted es una empresa u otro tipo de colectivo interesado, tiene que argumentar su posición ante los Gobiernos; tiene que convencerlos de que defiendan sus ideas. Los Gobiernos, por su parte, tienen que convencer a los demás Gobiernos para poder formar coaliciones que hagan avanzar las cosas.

La OMC seguirá ofreciendo a sus Miembros una plataforma en la que perseguir sus objetivos de perfeccionamiento del sistema, y dando a los demás colectivos interesados la oportunidad de expresar su opinión.

Nuestra Undécima Conferencia Ministerial será un momento importante para avanzar en todas estas cuestiones. Se celebrará en Buenos Aires en diciembre, en menos de ocho meses.

Por lo que a mí respecta, haré todo lo que esté en mi mano para facilitar el máximo grado de convergencia.

Solicito, pues, su colaboración para que la atención se centre en la importancia tanto de avanzar en las nuevas reformas comerciales, como de fortalecer y salvaguardar el propio sistema de comercio.

Creo que si echamos la vista atrás de manera objetiva y desapasionada nos damos cuenta de que el comercio y el sistema de comercio son fundamentales, y no veo ninguna razón para pensar que esto vaya a cambiar en un futuro próximo.

Prácticamente ninguno de los retos del comercio mundial que afrontamos hoy en día podría resolverse con mayor facilidad al margen del sistema multilateral; más bien todo lo contrario.

¿Cómo podríamos gestionar una economía digital que cada vez tiene menos fronteras o responder a la globalización de Internet?

¿Cómo podríamos conseguir que los países redujeran sus subvenciones a la agricultura o a la pesca?

En el mejor de los casos, adoptaríamos un enfoque plenamente multilateral para tratar estas cuestiones, y como mínimo necesitaríamos que un número razonable de partes participara en este debate.

Esto no significa que los enfoques bilaterales y regionales no sean importantes; todo lo contrario: complementan las normas multilaterales y son componentes básicos del sistema mundial.

Pero en sí mismos no son suficientes.

El hecho es que si no existiera la OMC tendríamos que inventarla.

Opino, sin embargo, que el sistema puede mejorarse.

Actualmente somos los guardianes del sistema.

En una economía mundial cada vez más interdependiente, creo que tenemos la responsabilidad de impulsar la cooperación económica a escala mundial y de legar a las generaciones futuras un sistema de comercio sólido y que funcione debidamente.

Pero también tenemos la responsabilidad, desde ahora mismo, de hacer un mayor esfuerzo para que se repartan los beneficios del comercio.

Debemos asegurarnos de que el comercio forma parte de la solución al sinfín de problemas a que se enfrentan actualmente los líderes, y de que puede contribuir todavía más a la creación de empleo y al crecimiento y el desarrollo en todo el mundo. Es así como lograremos que el comercio funcione para todos, y para ello también necesitamos la contribución del sector privado. Necesitamos su aportación.

Muchas gracias.

 

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